Isla de perros

Crítica de Ayelén Turzi - Ayi Turzi

Isla de Perros me recordó, conceptualmente, a Click. Mientras que la película protagonizada por Adam Sandler parecía ser una más de sus comedias estúpidas y resultaba ser un golpe bajo nivel “muerte de Mufasa”, lo último de Wes Anderson me olía a propuesta infantil sin mucha profundidad. Pero, detrás de algo tan sencillo como un stop motion protagonizado por perritos, desarrolla una serie de reflexiones sobre el mundo contemporáneo que, si entrás en sintonía, te dejan perturbado.En la ciudad ficticia de Megasaki, situada en Japón, una epidemia de gripe canina se sale de control. El alcalde Kobayashi decide exiliar a todos los perros en una isla que se usaba para arrojar basura y dejarlos a su merced. La historia pone el foco en cinco de estos perros: Chief (Bryan Cranston), Rex (Edward Norton), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y King (Bob Balaban)*. Atari Kobayashi, sobrino del alcalde, llega a la isla a buscar a su perro Spots, haciendo caso omiso del estado de cuarentena declarado por su tío. Por otro lado, en tierra, un movimiento liderado por Tracy Walker comienza a ganar lugar, buscando que los perros vuelvan a tener un trato digno. Obviamente, todas estas tramas terminan cruzándose.

*Cuando pongo los nombres entre paréntesis me refiero a que son quienes hacen las voces, no es que sean los actores disfrazados, lo cual hubiera sido hermoso, sí.

El rescate de Atari recibiendo ayuda de la jauría es una excusa para hablar de muchas otras cosas. Anderson arroja una visión crítica sobre una serie de temas tan universales como actuales, y esto es lo que hace de Isla de perros una película llena de sentidos. La supuesta conspiración de la industria farmacéutica para crear enfermedades en vez de curarlas por perpetrar sus ventas, la manera en que los medios orientan la información que dan con intenciones de manipular a la audiencia, el conocimiento (y aprovechamiento) de este poder mediático por parte de quienes toman las decisiones políticas, las problemáticas que suponen los diferentes idiomas, la tendencia a separar o eliminar lo que es diferente. El contenido de la película es riquísimo, casi inabarcable. Y su mensaje final, alentando el trabajo en equipo y la lucha por las convicciones la confirman como una pequeña gema en medio de tanta oferta cinematográfica vacía de contenido.Hay dos puntos que, en lo personal, sentí que empañaban la experiencia de una película perfecta. Uno atañe a cierta previsibilidad en el desarrollo del personaje de Chief. La construcción de cada perro está humanizada, con todas las contradicciones y defectos de las personas mezclada con comportamientos caninos. Este personaje en particular tiene miedo, fue marginado, actúa con dolor y un dejo de resentimiento, como haría cualquier persona herida. Pero, en un momento, se ve un pequeño hilo sobre su desarrollo que nos permite anticiparnos a lo que va a pasar. Y el otro punto en contra, meramente ideológico, es que coloca a los gatos en el bando de “los malos”, como mascotas de los perversos que detentan el poder. Anderson, venite a casa a jugar con Batman y McGonagall y decime si no son los dos gatos más preciosos del mundo, más geniales que cualquier perro ¿Qué bardeás?Sobre la estética, la técnica y la música, no hay mucho que decir al respecto: son una fiesta para los sentidos. De lo más precioso que ha dado el cine en los últimos años. Cada gesto, cada movimiento, cada encuadre, cada acorde, absolutamente todo es perfecto y armónico.

Como en las grandes películas, la trama es sólo una excusa para hablar de grandes temas. Con personajes maravillosos, una estética que vuela pelucas, una musicalización que eriza la piel y una visión crítica de muchas problemáticas actuales, Isla de perros es lo mejor que vas a ver en cine en mucho tiempo. En serio.