Intruso

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Para espiar hace falta saber

La mirada que espía es esencia del cine. En este caso, no se trata más que de una excusa pobre. Sobresaltos aburridos, sin fundamento cinematográfico o verosímil narrativo, abundan en la obra del director y guionista Travis Z.

Algunos directores de cine debieran ser encarcelados, dijo cierta vez Quentin Tarantino luego de ver Juego de patriotas, de Philip Noyce. Un decir extremista, pero también acorde con un ánimo que se altera con películas que no se entiende muy bien por qué son. Lo peor del caso es que el realizador Travis Z (seudónimo de Travis Zariwny) no para. En un mismo año, tres películas. La primera fue una remake de Cabin Fever, de Eli Roth. La segunda es la que ocupa esta nota, Intruso. La tercera ‑-The Midnight Man-‑ tiene estreno pendiente y cuenta con la participación de ¡Robert Englund!

Intruso comienza con el cliché a cuestas. Y eso no está mal, lo que sucede es que lo asume como artesanía, y no tiene con qué. En otras palabras: la secuencia está protagonizada por una mujer sola, en casa, es de noche y llueve. Habla con el marido por teléfono. Los sonidos rutinarios se develan "sorpresivos", como la pava que repentinamente silba al hervir o el corte de luz. Sí, el "sonido" del corte de la luz. A posteriori, lo consabido, con momentos de espera hasta dar con la silueta asesina que se precipita sobre ella.

Tal situación no sólo fue utilizada hasta el hartazgo, sino que la brillante saga Scream, de Wes Craven, la parodió de manera definitiva, hasta llegar al ejemplo magistral de la película dentro de la película que se juega en el inicio de Scream 2. Pero no importa, no es este el caso, porque los clichés y lugares comunes son necesarios, lo que pasa es que hay que saber manejarlos. Para eso hace falta artesanía (Craven la tenía), y Travis Z es cualquier otra cosa -‑director de arte y de fotografía, por ejemplo‑- antes que narrador.

Además, Intruso tiene ganas de meterse con la esencia misma del cine. Al respecto, la mirada espía es una de las características que pueden enunciarse, que hacen al cine ser. Todo espectador es un voyeur, decía Hitchcock. Ahí está La ventana indiscreta, obra maestra, película consumada. Por su parte y de manera arrojada, el argumento del film de Travis Z se dedica a la figura de un psicópata que se mete dentro de la casa de mujeres solas, a las que asesina luego de convivir de manera secreta.

El asunto estará centrado en Elizabeth (Louise Linton), una cellista que se encuentra en crisis, entre el viaje a Londres que su profesión le exige y la relación con su novio. Una vez establecido el asunto, con dos sospechosos que serán subrayados por la intención de la cámara (uno de ellos es ¡Moby!, en plan actor), Elizabeth pasa su fin de semana con lluvia, algo de vino y poca ropa. Pero hay cierta atmósfera que la sobresalta, que la lleva a la sospecha, y cree percibir alguna presencia evanescente. El espía, en tanto, se esconde entre las sombras de los rincones, tras la puerta de los armarios, mientras camina leve y respira suave.

Un argumento similar fue trabajado por Jaume Balagueró en la notable Mientras duermes (2011), con Luis Tosar como un encargado de edificio que está fascinado por una de las inquilinas. En esa película, las prácticas perversas surgen naturalmente, rayanas con el espanto. Balagueró utiliza los resortes del suspense de manera admirable, con el verosímil como punto de anclaje. Este último no es algo que importe al film que se reseña, acorde con un cine que apela al golpe de efecto sonoro, con raccords imposibles (transiciones entre planos que no se condicen con los movimientos del personaje), y angulaciones que no responden a una puesta en escena, sino a la resolución superficial de la historia.

No por ello Intruso es ingenua, sino pretensiosa, burda. De acuerdo con cierta premisa inicial, Elizabeth estaría sujeta a una regresión infantil de la que no se animaría a salir. Hablan por ello la ropa de cama que usa, así como el osito Teddy que oportunamente reencuentra, a la par del recuerdo que hace ‑-con su hermano-‑ de las historias terroríficas que su padre gustaba contarles. Por momentos, parecería que el visitante misterioso revistiera rasgos más profundos, pero nada de esto se produce.

Como contrapunto, valen los buenos ejemplos. Uno de ellos es El cómplice de las sombras (1951), una de las primeras películas de Joseph Losey. Allí, Van Heflin interpreta a un policía que no tardará en torcer su tarea en beneficio propio. Hay una mujer casada que desea, y la figura de un "merodeador" que la acecha. La resolución evapora fantasmas y señala a los responsables, con la policía como fuerza corrupta. El cómplice de las sombras se inscribe en los años de la persecución macartista: Dalton Trumbo firmó el guión con seudónimo, y Losey no demoraría en exiliarse a tierras inglesas.

Eso es cine.