Infancia clandestina

Crítica de Miguel Frías - Clarín

La represión, con ojos de niño

El filme con Natalia Oreiro y Ernesto Alterio trata sobre un chico en la Dictadura.

Entre las muchas virtudes de Infancia clandestina hay una que refuerza a las otras: que jamás condesciende al maniqueísmo. Alguien podría decir que el tema es la contraofensiva montonera de 1979. Pero el tema es el vínculo de militantes armados, en medio de la feroz dictadura, con sus hijos y, más lejanamente, con el resto de sus familiares. La película, cruzada de amor y de furia, de dolor, felicidad fugaz y miedo, aborda la perspectiva de un preadolescente: un punto de vista que, acertadamente, jamás abandona.

Basada en parte de la historia de su director, Benjamín Avila, Infancia… nos muestra la vida cotidiana de Juan (Teo Gutiérrez Moreno), de 11 años, tras su vuelta al país con sus padres montoneros (notables Natalia Oreiro y César Troncoso), tras varios años de exilio. La idea de la pareja, que también tiene una beba, y vive en una casa/bunker “camuflada” de fábrica de maní con chocolate, es que el chico lleve una vida normal. Si es que alguien puede llevarla cambiando su nombre (Juan pasa a llamarse Ernesto, por el Che), fingiendo un nuevo acento (del cubano, debe pasar al porteño), festejando el cumpleaños según la fecha de un documento falso o viendo a la abuela que es traída a su casa con los ojos vendados, para que –en caso de ser secuestrada- no pueda delatar la dirección.

Avila nos muestra, a través de escenas entrevistas por el chico, el costado combativo de sus padres, que por momentos parecen no tener tiempo para prestarle la suficiente atención. Por otros, en cambio, ambos demuestran calidez y comprensión hacia el hijo. Lo mismo que el tío Beto, un personaje entrañable, también montonero, interpretado con solvencia y ductilidad por Ernesto Alterio.

La violencia represiva, la del terrorismo de Estado, queda siempre fuera de campo, lo que aumenta su carácter opresivo, asfixiante, amenazante. Otro modo elegido por el realizador para representar las secuencias sangrientas son dibujos animados, de Andy Riva, o imágenes oníricas, de pesadilla. En este contexto terrible, Juan/Ernesto se irá enamorando de una compañera del colegio: su entrada en la iniciática adolescencia.

Las contradicciones y contrastres entre ciertas situaciones cotidianas, familiares, y la búsqueda de una utopía colectiva explotan en varias secuencias de confrontaciones ríspidas, lúcidas, dramáticas. Se destacan una discusión entre el padre y tío del chico: el centro es si esos años feroces son sólo de martirio o también pueden contener alegría. Y otra entre la abuela (extraordinaria Cristina Banegas) y la madre de Juan. El personaje de Banegas quiere llevar a los nietos a su casa para que no corran peligro. El de Oreiro se niega con agresividad. El espectador siente, por momentos, empatía con las palabras de abuela: pero, principalmente, porque conoce cómo terminó todo.

Como en toda buena narración, cada personaje de Infancia… tiene sus razones, fuertes, entendibles, contrapuestas con las de otros. Avila sabe cómo alternar momentos de tensión casi intolerable con otros de ternura. La cálida intimidad de familiar acechada irremediablemente por lo atroz.