Horizonte profundo

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Aventuras en la catástrofe

Una película basada en la historia real de la explosión de una plataforma petrolera no parece, en primera instancia, una propuesta demasiado apasionante para un público masivo. Pero, se sabe, Hollywood suele invertir múltiples recursos (el presupuesto de este film ascendió a 156 millones de dólares) y apostar por artistas de indudable talento y profesionalismo para sortear desafíos como el de Horizonte profundo.

Deepwater Horizon era una de las plataformas más grandes y modernas del mundo dedicadas a la perforación en aguas profundas. Contratada por British Petroleum, fue el ámbito en abril de 2010 de una catástrofe de inéditos alcances. Su explosión y posterior hundimiento no sólo provocó la muerte de once operarios, sino también el mayor desastre ecológico de la historia con el derrame de unos cinco millones de barriles de petróleo en las aguas del golfo de México.

Pero ese no es el eje del film (estaríamos hablando de un documental), sino una historia de ficción inspirada en personajes reales y en detalles aportados por un artículo periodístico publicado en The New York Times. Más allá de la coralidad del relato, el protagonista de Horizonte profundo es Mike Williams (Mark Wahlberg, quien ya había trabajado con el director Peter Berg en El sobreviviente). En el arranque de la película Mike se despide de su esposa (Kate Hudson) y de su pequeña hija para una habitual experiencia laboral de 21 días como jefe de mantenimiento de la plataforma.

Apenas el helicóptero desembarca en Deepwater Horizon, Mike y el encargado de la plataforma (Kurt Russell) empiezan a descubrir aspectos turbios en el manejo por parte de los responsables de British Petroleum (John Malkovich resulta en este terreno un malvado un poco estereotipado), ya que ante los 43 días de retraso en los planes original -que derivan en millonarios gastos adicionales- deciden pasar por alto varios controles de seguridad.

La película es en esa primera parte bastante elemental (pero siempre bien narrada) y luego se convierte en un imponente espectáculo de cine-catástrofe a-lo-Titanic, con sus rasgos de heroísmo y su aprovechamiento integral de los efectos generados por computadora. De todas maneras, aun en los momentos más épicos del film, Berg nunca resigna la dimensión humana y, por suerte, la "denuncia" queda siempre en un segundo plano o limitada a los inevitables carteles previos a los créditos finales. En ese sentido, Horizonte profundo es más una película de aventuras (extremas, durísimas) que un vehículo aleccionador de la corrección política. La nobleza del cine de género sigue siendo la garantía de salvación de Hollywood.