Hora - Dia - Mes

Crítica de Javier Luzi - Visión del cine

Tras su paso por la Competencia Argentina del Bafici 2017, se estrena Hora – Día – Mes de Diego Bliffeld.
Un hombre que trabaja como encargado en un garaje. Se llama Bernardo pero todos lo conocen como Nardo (Manuel Vicente). Sobre sus pequeños actos, sus pequeños dilemas, su cotidianidad y sus vínculos que se originan en lo laboral y se vuelven central en su existencia -porque no parece haber más vida por fuera de La Alborada (así se llama el estacionamiento)-, es que se desarrolla el filme.

Escenas que actúan por acumulación, demarcadas por los días de la semana y las distintas horas en que suceden los hechos, evidentemente nunca elegidos por su característica extraordinaria sino más bien todo lo contrario, y separados por fundidos en negro, arman esta historia sin historia, tal como explícitamente se enuncia: sin conflicto, sin comienzo, nudo ni desenlace.

Una película construida con planos fijos, donde la cámara inmóvil toma a los objetos en detalle (los autos tienen su importancia capital) o a los sujetos en movimiento deslizándose por el cuadro (de espaldas, cortados, en sombras).

Una voz en off que da sentido al relato, sentido pleno y de completitud sobre la imagen con observaciones que van de lo filosófico a lo sociológico, sin olvidar el humor. Una voz literaria depurada y exquisita en general (proveniente de Marcelo Cohen y de su pluma) y que a veces peca de un exceso artificioso o de cierta pedantería (rasgos que caracterizan a los obras de los productores del filme: Cohn y Duprat) y que no se logra ocultar con la búsqueda de términos populares o coloquiales para lograr la empatía que los procedimientos utilizados esquivan.

Porque claramente la forma procura dar cuenta del contenido: de esa quietud, de esa repetición al infinito en una vida común y corriente, de ese tedio, del aburrimiento, de la inacción que sólo se quiebra cuando la madrugada llega, a fuerza de girar en redondo, a altas velocidades y en un lugar cerrado en automóviles ajenos o formar con varios de ellos una “rosa mecánica” para conquistar a una chica. Pequeños atisbos de vida, de aliento apresurado y nervioso en procura de ser.