Historias breves 12

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Ocho obras disímiles y diversas.

Lo que une a estos cortos es que fueron producidos por quienes terminaron sus carreras en escuelas de cine. Los pocos puntos en común pasan por el alto nivel técnico y la preminencia de la violencia en varias de las historias.

¿Qué sentido tiene calificar con una sola y misma nota a ocho obras distintas, cuya única relación es haber sido producidas en el curso de un año por un cierto universo (el de los graduados en escuelas de cine) y seleccionadas por un comité ad hoc? En este caso tiene en verdad más sentido que el del mero promedio, que querría decir muy poco (un corto de de 8 puntos + uno de 6 + uno de 2 = 5 puntos de promedio), ya que el nivel de las nuevas Historias breves es más parejo que en otras ocasiones. 6/7 sería la calificación exacta, si esa calificación estuviera contemplada en el sistema. Cosecha entre aceptable y buena, en resumen. Como se trata de entregas regulares –en general anuales, a veces bianuales– las Historias breves, que selecciona un comité nombrado por el Incaa e integrado por los directores de cine Bebe Kamin y Eduardo Calcagno, y la directora de fotografía Paola Rizzi, pueden tomarse como muestra de la producción de los graduados en escuelas de cine, e intentar algunas aproximaciones más o menos generales.

La primera y más obvia es una ya sabida, tanto gracias a ediciones previas como por lo que películas recientes hechas por graduados de escuelas de cine dejan ver: el nivel técnico es de primera. Punto resuelto y a otra cosa. Es llamativa, en lo temático, la preeminencia de la violencia. De los ocho cortos, cinco hablan de ella, de uno u otro modo. Tres de ellos, de modo directo. Los tres transcurren en el campo. En el primero (El plan, dirigido por Víctor Postiglione, que curiosamente estrena esta semana su primer largo, Tiempo muerto), los dos hijos de un matrimonio planifican cómo poner coto a los sádicos castigos de su padre (Guillermo Pfenning) sobre su madre. Cimarrón, de Chiara Ghio (una de las cuatro realizadoras mujeres de la selección), presenta al encargado de un campo reaccionando fusil en mano a la prepotencia del patrón. En Las liebres, de Martín Rodríguez Redondo, un padre intenta inculcar en su pequeño hijo la asociación entre masculinidad y maltrato animal.

En la ciudad, la violencia es institucional, más indirecta, parecería desprenderse de los restantes cortos que abordan el tema. El inconveniente, de Adriana Yurkovich (correalizadora del documental El ambulante, realizadora en solitario del magnífico Bronces en Isla Verde), refiere, sin hacerlo explícito, a los cortes de energía de diciembre de 2014. Los padece, en los días previos y posteriores a Navidad, una mujer mayor que vive sola, impedida de movilizarse. Como todos sus vecinos parecen haber partido para las fiestas, la falta de agua se volverá dramática. En Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, de Dolores Montaño, tres policías esperan, en el interior de un camión hidrante, que la superioridad les dé orden de rociar a los “zurdos” de una manifestación, pero se encontrarán con una falla en el sistema. Por fuera de la temática de la violencia, ubicado en medio de la selva misionera, La canoa de Ulises, de Diego Fió, plantea el clásico conflicto entre tradición y modernidad, encarnado entre un adulto que habla guaraní (el corto está subtitulado) y un adolescente rapero. Con una mujer-robot como eje de su ficción, Una mujer en el bosque, de César Sodero, se desmarca claramente del resto. Breve relato de iniciación femenina, Las nadadoras de Villa Rosa se destaca por el uso extensivo de la elipsis practicado por su realizadora, Josefina Recio, con una pileta de natación por escenario.

Más específicamente, La canoa de Ulises aprovecha la belleza selvática y en un par de planos queda al borde del fotografismo, pero resuelve bien el conflicto central. El plan oscila entre cierto forzamiento (nadie mete la cabeza en la sopa por propia voluntad) y cierta previsibilidad. Cimarrón es seca como el par de disparos que la abren y la cierran. Una mujer en el bosque cruza con éxito ciencia ficción de duelo con chalets de troncos, de estilo barilochense, y se beneficia de las justísimas actuaciones de Elisa Carricajo y el notable Marcelo Subiotto. Las nadadoras de Villa Rosa está narrada con rigor y seguridad, aunque el exceso de signos y elipsis le hace correr el riesgo de la confusión. Riesgo que también afronta Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, en este caso por alguna escasez de datos. El inconveniente fuerza la situación, no dando con el verosímil adecuado para narrarla. Las liebres es, en cambio, sencilla, justa y clara. ¿Alguna conclusión general? Ninguna: más allá de los puntos en común señalados más arriba, no pueden extraerse conclusiones generales de lo disímil y diverso.