Hijos nuestros

Crítica de Carlos Rey - A Sala Llena

La tristeza se revela inmediatamente en Hijos Nuestros ante ese primer plano, compuesto como doble encuadre delimitado por el parabrisas del auto, donde vemos a Hugo (gran tarea de Carlos Portaluppi), un taxista con rostro cansino, vencido y derrotado, en el devenir de su tarea monotemática y a repetición, construida por agiles elipsis por los realizadores Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez. Un mundo gélido y vacío, solo parcialmente ocupado por una pasión desbordada por San Lorenzo de Almagro, eje central del corazón del protagonista del film.

Como en toda película que entienda el clasicismo, los personajes cambian, se modifican. Hugo comienza a cambiar cuando conoce a una madre con su hijo, interpretados por Ana Katz y Valentín Greco. El acercamiento se produce más por el interés de ver al chico jugando al fútbol de manera amateur que por una posibilidad sexual con la madre (de hecho, una escena de Hugo -fetichismo sexual incluido- con una prostituta nos deja claro eso) y nos va revelando partes del pasado del taxista, ex jugador profesional de San Lorenzo caído en desgracia por una lesión y sumergido en la frustración de lo que pudo ser pero no fue.

Los directores acompañan a Hugo cámara al hombro, desde atrás, como los hermanos Dardenne en El Hijo: ante cada momento de la revolución interna que vive, insiste que el chico mejore futbolísticamente dándole consejos, hasta lo lleva a probar a San Lorenzo. Julián es la válvula de escape para concretar lo que él no pudo ser y su deseo que el joven materialice su chance es ferviente. Su pasión por los partidos de San Lorenzo y por consolidar al chico como jugador imposibilitan cualquier acercamiento a la madre que lo termina rechazando, aunque ante el fracaso y el golpe (literal) vemos que la revolución personal está hecha. Este divertido personaje que pudo convertir un bodrio de iglesia en una genial canción de cancha se modificó, se movilizó. Ese plano final con él trotando cuesta arriba, ya sin la cara triste del primer plano, hizo valer el viaje y puso nuevamente a funcionar la maquinaria de sueños de la vida.