Hasta que me desates

Crítica de Ximena Brennan - A Sala Llena

Perversiones, misterio y amor

El cine de Tamae Garateguy siempre se caracterizó por no pasar inadvertido. Puede gustar o no gustar, pero nunca resultará indiferente, sobre todo por su visión de la mujer y su evidente gusto por lo excéntrico.

Hasta que me desates (2017) captura la esencia de dos personajes caóticos e irracionales, golpeados emocionalmente. Desde que se conocen (ella es una bailarina que concurre al consultorio del cirujano plástico Gonzalo Quintana con el rostro casi desfigurado) ese hecho los va uniendo cada vez más y los lleva a una espiral de deseo, sexo, sadomasoquismo y bondaje. Garateguy recorre con su cámara testigo los costados más oscuros de ese particular ambiente y los mimetiza con las personalidades de sus dos protagonistas.

Otro dato no menos interesante que todo lo anterior es la contraposición de clases sociales: por un lado, la clase adinerada de Nordelta y Puerto Madero, con casas exuberantes y una falsa vida perfecta, y por el otro la clase media en el corazón de un barrio común y corriente, en cuyas calles los autos se estacionan a levantar chicas y donde desde los clubs nocturnos pueden escucharse gritos o verse toda clase de personajes vestidos en látex y cuero.

Y hablando de este dúo actoral, Martina Garello y Rodrigo Guirao Díaz funcionan perfectamente como pareja de ficción. Él quizás un poco parco en su actuación; ella trasmitiendo delicadeza y desfachatez al mismo tiempo, pero también desbordando belleza con su rostro de Marilyn Monroe moderna y de pelo lacio.

Después de Mujer Lobo (2013), Garateguy lo hace de nuevo: la mujer es el epicentro de la historia en este híbrido de thriller psicológico, amoroso y dramático. Y una vez más, mucho para analizar, mucho para reflexionar por sus múltiples planteos.

Hasta que me desates es intensa, impredecible, salvaje y extrema. Consigue mucho más que dejar pensando al espectador: lo interpela, lo seduce y no lo suelta. Con belleza visual y musical, nos recuerda a una de las mejores películas de Pedro Almodóvar, La piel que habito (2011), que nos dejaba un sabor amargo pero excitante.