Digámoslo de entrada: Once Upon a Time…in Hollywood es la película más bizarra de Tarantino. Pero no en el sentido de la rigidez conceptual y casi estructuralista, por ejemplo, de Death Proof, sino por razones mucho más intrigantes. De hecho, el primer sentimiento de extrañeza llega al cabo de apenas unos minutos: Tarantino nos presenta a sus personajes de ficción del Hollywood de los años 60, Rick Dalton (DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt, su doble para escenas de acción, asistente y amigo) con esa serie de tics narrativos de su cosecha, y prestados, en todo caso abundantemente imitados (mini flashbacks voladores, imagen congelada, rótulos, distancia irónica, etc., etc.) y que, tal vez por primera vez, chirrían, como si un estudiante de cine estuviese intentando hacer algo como Tarantino y le hubieran concedido mucha plata y estrellas para hacerlo. Pero esa desorientación deja progresivamente lugar a otra, más profunda, más compleja, insisto, lejos de las dilataciones conceptuales, de los diálogos o secuencias estirados hasta el tour de force, de las demostraciones de control de Tarantino sometiendo a su espectador a su talento y sus diversas artimañas. Lo que choca aquí, de hecho, es el tono extrañamente apaciguado, la aparente dulzura con la que Tarantino, siguiendo a unos personajes cuyo interés e importancia en una trama más grande que ellos no podemos dejar de preguntarnos, describe un Hollywood decadente, bastardo, casi en vías de descomposición. Las idas y venidas entre televisión y cine destrozan el amor propio de los actores, el western spaghetti explota el genio interpretativo americano, pero Tarantino parece querer mostrar que, en ese momento que antecedió al asesinato de Sharon Tate y sus amigos a manos de la banda de Charles Manson, Hollywood vivía un momento único en su inevitable y gloriosa putrefacción: una época en la que los géneros se dinamitaban, en las que Dean Martin y Sharon Tate daban tortazos filmados por Phil Karlson, en la que la televisión parecía llevar al extremo el concepto del entretenimiento y Hollywood respondía creando un circo mágico en el que Bruce Lee podía convivir con Roman Polanski. Esa descripción apaciguada y sentida de la vida de sus protagonistas, más aún que otros momentos melancólicos del cine de Tarantino (como en Jackie Brown), genera por su ausencia de tensión y, por momentos, de distancia crítica (como cuando las series en las que actúa el personaje de DiCaprio dejan de ser vistas a través del filtro de la ficción y estética de la época y parecen ser directamente filmadas por Tarantino), un sentimiento totalmente nuevo en su cine. El de haber querido captar en la ridiculez de un actor en declive, la brutalidad de su doble, y la nobleza de su amistad, la triste y sin embargo luminosa belleza de una época terrible. No hay nada de utópico en esos años de flower power: la banda de Mason no deja de ser una degeneración que respondía a otra degeneración (la del Hollywood “facha”), sólo que en ésta había algo noble y que merece ser contemplado, contado, sentido. Hablando de épocas, en la actual, y puede que sea un disparate decir lo siguiente, pero creo que Instagram ha reemplazado a la literatura a la hora de contemplar uno mismo su vida en tercera persona, de añadir una distancia analítica a lo que hacemos, de intentar idealizarnos y elevarnos. Una vida acompañada por la literatura era, en el mejor de los casos, pero con frecuencia, una vida que podía ser contemplada por uno mismo en sus aspectos cotidianos, en sus gestos, en sus rutinas. Creo que Instagram ha roto esa continuidad: no importa lo que hagamos, siempre y cuando encontremos el espacio suficiente para hacer algo un poco, el tiempo justo para capturarlo, crear una ilusión. Y creo que el cine se está viendo afectado por esta nueva forma de ver nuestras vidas: cada vez más las películas describen apenas unos trazos de una vida y los personajes podrían estar muertos o no en cuanto desaparecen del relato, sus vidas cortadas y cercenadas, condenadas a ser lonchas de un embutido, rodajas visibles pero incontinuas de una fruta jamás completa. Puede que por eso y pese a sus defectos resulte salvadora esa extraña insistencia con la que Tarantino describe rigurosamente el día a día de sus personajes. Cliff, esté o no esté en pantalla, tiene una vida que ha sido descrita de tal modo que nos parece entera: sabemos que llega en su coche cada mañana a casa de Jack y que luego le conduce donde precise con el coche del actor, que recorre siempre el mismo camino de vuelta para hacer trabajillos en su casa, y que por las noches vuelve a toda velocidad en su bólido a su caravana, donde vive con su perro, junto a un drive in. Sabemos qué le da de comer, cómo come él, conocemos su soledad. Por eso, en este montaje sin duda aún no terminado, en la que muchas secuencias parecen sobrar, en la que al cabo de más de hora y media de película todavía seguimos preguntándonos por qué Tarantino cuenta lo que está contando, se crea el sentimiento de presenciar algo importante en sus momentos más anodinos, algo, incluso, emocionante (y las risas de muchos espectadores ante los momentos de depresión de Rick ante su propia carrera, como en la larga y tal vez mejor secuencia de la película, en la que Rick dialoga con una joven actriz de ocho años e interpreta una escena con ella, resultaban mucho más chirriantes que las aparentes imperfecciones y fallos de la película). Será precisamente ese cuerpo sin nombre, ese cuerpo de doble, el que salve (o al menos parezca poder hacerlo) esa época extraña e informe de Hollywood, en la que un especialista como él podía matar a su mujer en oscuras circunstancias y salir airoso del asunto, sobrevivir y redimirse en su propio ostracismo. Polanski es presentado literalmente en la película como la gran esperanza de ese Hollywood, alguien capaz de salvar a un actor, conducirlo por su “Cielo Drive”, donde vivía y cuyo nombre parece materializarse en el último plano de la película. Es la nostalgia compleja y moralmente al borde del límite de Tarantino: la de haber deseado que nada hubiera cambiado, en unos tiempos salvajes y decrépitos, vacíos y alucinados, egoístas y decadentes. Precisamente ese tipo de épocas en las que la palabra amistad (en el sentido más viril y habrá quien lo tilde de rancio, de ser “más que un hermano, menos que una mujer”) podía todavía significar algo.
Mimetismo histórico y vacuidad La fórmula a nivel del consumo cultural detrás de la nueva película de Quentin Tarantino, Había una vez en Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2019), es relativamente sencilla: a los espectadores que les parecieron muy decepcionantes A Prueba de Muerte (Death Proof, 2007), Bastardos sin Gloria (Inglourious Basterds, 2009), Django sin Cadenas (Django Unchained, 2012) y Los Ocho más Odiados (The Hateful Eight, 2015), en esencia por considerarlas bodrios soporíferos símil teatro filmado y para colmo llenas de robos a películas específicas de antaño y mucho mejores, esta vuelta a una narración más urbana y menos cínica constituirá un simpático soplo de aire fresco hasta cierto punto; y a aquel otro sector del público que supo disfrutar de las cuatro obras citadas, especialmente espectadores más jóvenes que no vieron en su momento Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) y Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994) en salas tradicionales y por ello no saben que el señor en el comienzo de su carrera prometía ser un cineasta independiente en la tradición de unos Sam Fuller y Don Siegel combinados con el Jean-Luc Godard de la década del 60, es muy probable que el nuevo film les parezca un mamarracho insoportable sin ningún horizonte narrativo discernible a lo largo de sus 161 minutos de duración total. Dejando de lado semejantes extremos y la facilidad con la que Tarantino se presta para ser acusado de farsante y de haberse vendido al mainstream más bobalicón y autoindulgente, la verdad es que este flamante opus es lo más parecido a una película humanista y adulta que haya ofrecido el realizador a la fecha, aquí tratando de imitar el cine coral, reposado y sutilmente socarrón de Robert Altman y construyendo una lejana versión masculina tanto de El Valle de las Muñecas (Valley of the Dolls, 1967) como de su secuela, Más Allá del Valle de las Muñecas (Beyond the Valley of the Dolls, 1970), sin por cierto llegar a rozar el realismo tragicómico y freak de la primera ni la esquizofrenia autoconsciente de la segunda. En esta oportunidad la historia en sí brilla por su ausencia y ello se debe a que el relato apunta más a retratar a los personajes que a erigir un encadenamiento de sucesos desde un andamiaje estándar: gran parte del metraje, léase las dos primeras horas, se concentra en un par de jornadas de la Los Ángeles de 1969 y examina de cerca el devenir de un par de amigos, el actor Rick Dalton (gran desempeño de Leonardo DiCaprio) y su doble de riesgo, chófer y asistente personal Cliff Booth (Brad Pitt), y a la distancia el ir y venir de Sharon Tate (Margot Robbie), la legendaria actriz en ascenso y esposa de Roman Polanski (Rafał Zawierucha) que murió a manos del séquito de lunáticos encabezados por Charles Manson (Damon Herriman). Dalton se hizo famoso gracias a una serie televisiva bastante simplona enmarcada en el western tradicional llamada Bounty Law (la inspiración fue Wanted Dead or Alive de la CBS, transmitida entre 1958 y 1961) y le está costando horrores encarar la transición hacia el cine debido a que los paradigmas del Hollywood Clásico están en franco proceso de desaparecer (héroes de cartón pintado, tramas unidimensionales, prejuicios implícitos de toda índole, maniqueísmo patético, etc.), amén de su propio alcoholismo y su tendencia a fumar sin freno. Booth, por su parte, es un veterano de guerra que funciona de “terapeuta” circunstancial de su jefe y que suele toparse en las calles con una de las chicas de la Familia Manson, Pussycat (la perfecta Margaret Qualley), un conjunto de hippies que viven en una parodia involuntaria de comuna porque en realidad están controlados por el famoso psicópata, quien insta a las mujeres de su cónclave a acostarse con el avejentado y semi ciego dueño de un rancho que supo ser set de filmación de westerns en el pasado, George Spahn (Bruce Dern), con el objetivo de que los deje quedarse en el lugar sin pagar alquiler para ampliar el número de miembros y seguir craneando sus visiones apocalípticas sobre una guerra racial que no tardaría en explotar y que los entronizaría como iluminados. Curiosamente Tarantino evita engolosinarse con el costado mansoniano del planteo y se enfoca mucho más en describir la rutina diaria ciclotímica de Dalton, metáfora con patas de la desaparición de los galanes reaccionarios, un señor que -finalizada Bounty Law- debe contentarse con participaciones esporádicas en shows ajenos de TV a la espera de que aparezca la chance de saltar hacia la gran pantalla; a lo que se suma un intento en vano de generar suspenso a través de un Booth ingresando en el peligroso rancho en cuestión para saludar a Spahn, todo con la excusa de que levantó con su auto a Pussycat en las calles de Los Ángeles y se ofreció a llevarla hasta donde vive. En lo que respecta a Polanski en sí, el director lo mira a la distancia con un enorme respeto y algo similar podría decirse de su tratamiento escénico para con Tate, a la que prácticamente no le da diálogos y la acompaña con su cámara a verse a sí misma en una proyección de The Wrecking Crew (1968), uno de sus últimos trabajos antes de ser asesinada el 9 de agosto de ese 1969. Si bien la estructura en mosaico de la obra la vincula en parte a Tiempos Violentos, el nivel cualitativo es muy inferior como ocurre con casi todo lo que Tarantino rodó a posteriori, en cierta medida traicionando su promesa de hacer buen cine de género y optando por copiar de manera burda películas de colegas, con la única excepción de Kill Bill (2003 y 2004), un divertido combo de artes marciales y odisea de venganza que de todas formas funcionaba como una remake no asumida de Lady Snowblood (Shurayukihime, 1973): en este sentido basta con recordar lo mucho -demasiado- que A Prueba de Muerte tomó de Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965) y Vanishing Point (1971), Bastardos sin Gloria de Doce del Patíbulo (The Dirty Dozen, 1967), Django sin Cadenas de Mandingo (1975) y Los Ocho más Odiados de El Gran Silencio (Il Grande Silenzio, 1968), entre un sinfín de otras realizaciones que se diluían en la fatiga/ aburrimiento que generaban por momentos cada uno de esos trabajos. Sin duda un elemento muy a favor de Había una vez en Hollywood, por lo menos de esas dos primeras horas, es el inusitado naturalismo que consigue el cineasta tratando de imitar a Altman, algo muy raro en él porque aquí por un lado deja de lado el fetiche onanista con los intercambios verbales permanentes y los escenarios únicos para cada secuencia, y por el otro abraza un muy interesante desarrollo visual -cortesía de la hermosa fotografía de Robert Richardson y de la vuelta consciente a la apertura retórica/ escénica de los 90- y una idea un tanto difusa aunque tenaz alrededor de la “soledad de la fama”, hoy homologada a un oficio como cualquier otro que lleva a los ejecutantes/ intérpretes al tedio, la tristeza, la frustración, la inquietud y a una sutil autodestrucción. Dalton y Tate conforman el corazón de esos 120 minutos del comienzo, el primero porque es el personaje más humano que haya concebido Tarantino (por ello lo acompaña con cariño en su subibaja emocional cotidiano) y la segunda porque representa dentro del relato la primera alegría que trae Hollywood y/ o la celebridad (en suma constituye una especie de contracara de la angustia que siente el veterano actor en la piel de DiCaprio). Dentro de este marco de referencias Booth termina muy desdibujado y volcado hacia la clásica caricatura tarantinesca ya que no convence por sus arrebatos de ídolo exploitation trasnochado fuera de lugar, cual adonis sanguinario que pela belleza o fuerza cuando lo desea y sin restricciones, cayendo pronto en el ridículo en los minutos finales cuando se corta el sugestivo desarrollo previo y reaparece el sustrato lúdico de “nenito rico en una juguetería” de Bastardos sin Gloria, giro hueco que pretende reescribir la historia echando mano de los engranajes del trash pero sin convicción, de manera forzada y apelando a automatismos demacrados en lo que atañe a una violencia que ya nada tiene de aquella deliciosa algarabía de los años de Perros de la Calle y Tiempos Violentos, trasfondo actual aniñado y tontuelo de por medio que resulta de lo más gratuito. A diferencia de otros cineastas formalmente similares, anteriores como los hermanos Joel y Ethan Coen y posteriores como S. Craig Zahler, a Tarantino le ha costado muchísimo recuperar/ rearticular la originalidad, vehemencia e incorrección política de sus comienzos en lo que ha sido su obra subsiguiente, empezando por la semi fallida Jackie Brown (1997) y terminando en la que nos ocupa, problema que trató de remediar sin cesar copiando de modo literal opus de otros directores más astutos y compactos en términos narrativos: esa es quizás la mayor paradoja detrás de Había una vez en Hollywood, el ser una de las películas más disruptivas de la madurez del realizador y a la vez no lograr abrirse paso -una vez más- hacia algo de aquella excelencia de otras épocas, consiguiendo apenas situarse un escalón por encima de los trabajos inmediatamente previos y descolocando de lleno a sus variopintos seguidores, pero no con una epopeya artística prodigiosa ni mucho menos, sólo con un convite potable hasta ahí. Esta superación de la andanada de films centrados en versiones de laboratorio y sin demasiada vida de géneros como las road movies, el enclave bélico y los spaghetti westerns tiene mucho que ver con el intento de bajar las revoluciones y describir la muerte del hippismo y la eclosión de la otra faceta de la contracultura de la segunda mitad del Siglo XX, el nihilismo de los 70, eje para entender ese cine exploitation que Tarantino dice amar aunque nunca pudo reproducir del todo de una forma similar a lo que les ocurrió a los representantes de la Nouvelle Vague, otros que decían adorar a los géneros clásicos y que luego se contentaron con filmar ejercicios masturbatorios autorales que parecían burlarse de -más que homenajear con nostalgia a- sus fuentes (por supuesto que hubo rarezas, como el gran Claude Chabrol, el cual sí entendió la producción policial de señores como Jean-Pierre Melville, Henri-Georges Clouzot y tantos otros tomados de base para faenas que en general se anulaban a sí mismas desde una pedantería algo cíclica). La ausencia de verdadero discurso propio del estadounidense le vuelve a jugar en contra porque en buena medida sus películas no dicen nada de nada más allá de manifestar un amor por determinado tipo de cine ya extinto, otra contradicción de por medio porque así como Tarantino es uno de los pocos autores todavía trabajando en el Hollywood basura contemporáneo de la era de las franquicias ad infinitum, realmente resulta una pena que el cineasta no haya podido sustraerse de la maquinaría mainstream para encarar propuestas más honestas y mucho menos en “pose cool” permanente como las que entregó luego de Kill Bill; trabajos que asimismo atraen a esa colección de imbéciles y lambiscones acríticos que no saben un comino de la historia del séptimo arte y todo lo que ven en pantalla les resulta novedoso a pura ignorancia e ingenuidad, un público de cinéfilos “más o menos” que jamás vieron una clase B en serio, celebran la versión más vetusta y derechosa del cine de Hollywood y risiblemente se espantan/ fascinan por las truculencias pueriles -y para colmo a cuentagotas- de Tarantino. Más allá del cliché facilista del último acto, cuando a Dalton le surge la posibilidad de filmar en Italia con Sergio Corbucci y otros genios durante seis meses para a posteriori volver a Los Ángeles, vinculado a reemplazar al Adolf Hitler de Bastardos sin Gloria por los seguidores de Charles Manson en ocasión de la carnicería final, lo cierto es que Había una vez en Hollywood no es ni muy graciosa ni muy dramática ni menos atrapante, ubicándose en una región intermedia entre lo atractivo y la monotonía que nos deja con algunas secuencias interesantes y no aprovechadas del todo, como la pelea improvisada entre Booth y Bruce Lee (Mike Moh) y la charla entre Dalton y la niña actriz Trudi Fraser (Julia Butters), y con una ucronía en la que los crímenes de Manson y sus cofrades no ocurrieron, permitiendo que el yanqui sueñe con la prolongación de la primera contracultura y una industria del espectáculo idílica, mentirosa y menos voraz que no se comió a Tate y demás víctimas en 1969 de manera indirecta vía ese Manson furioso con Terry Melcher, quien le negó un contracto discográfico y desencadenó la furia del psicópata contra todos los adalides del mainstream del período y específicamente contra los que vivían en la lujosa casona de Cielo Drive al 10050, otrora hogar de Melcher (vale aclarar que prácticamente no hay datos contextuales en el film, todo depende del conocimiento sociocultural del espectador). El cuidado maniático por el mimetismo histórico sólo es equiparable a la vacuidad a nivel del contenido, detalle maquillado mediante las buenas intenciones del director, un elenco repleto de estrellas y sinceramente poco y nada que decir -más allá de lo obvio ya transitado en faenas parecidas y también mediocres como la reciente Charlie Says (2018)- acerca de la decadencia baladí hollywoodense, la Familia Manson y el punto final del Flower Power. Típico producto de los tiempos que corren, el paparulo de Tarantino, quien no logra invocar la furia de izquierda de sus amados Sergio Leone y Sam Peckinpah y a pura pusilanimidad hizo todo lo posible para despegarse antes de comenzar la producción de su amigo y productor de toda la vida Harvey Weinstein por las múltiples denuncias de acoso y violaciones a actrices y secretarias a lo largo de tres décadas, hoy nos regala una superficie lustrosa y marketinera -los apellidos de famosos se acumulan por todos lados- que pretende desviar la atención con respecto a las trivialidades del caso y un talento ya casi licuado por completo, del que sólo sobrevive la intención de hacer algo nuevo de la mano de un naturalismo paradójico que a la larga refuerza el hecho de que Quentin no es Robert Altman ni Robbie posee el encanto de la querida Sharon Tate.
En Érase una vez en Hollywood, Tarantino intuye el fin de la década de 1960 como una época en la que algo terminó para siempre: las relaciones inocentes entre cine y espectáculo. El asesinato de Sharon Tate es el episodio sintomático y el espectro simbólico que mantiene asegurada a la propia película de no ser lo que puede parecer: un conjunto lúdico de tramas que conmemoran una época de las series de televisión y la aparición de los westerns hechos en Europa. El personaje interpretado por Margot Robbie, como la hermosa actriz asesinada por miembros de “La familia” a las órdenes de su líder, Charles Manson, es la huella de lo real que contradice y equilibra el juego.
Cine con mayúsculas. Me encanta esta película. Me gusta mucho compartir el tren eléctrico con el que Tarantino se ha puesto a jugar a lo bestia. Hay de todo en este cuento que convierte la leyenda (y la historia) en un relato de cotidianidad. Tarantino se ha permitido hacer muchas películas en una sin perder nunca el hilo que conjuga todo el puzzle. Hay western de televisión en blanco y negro y de spaghetti western, hay comedia de los sesenta, hay terror, hay cine de guerra y de suspenso, un poco de kung fu y mucha, mucha música. Todo ambientado en ese Hollywood de neones, luces, estudios más o menos cutres, autopistas, mansiones y ranchos llenos de muy dudosos hippies. Es un gran juguete cinéfilo con momentos emocionantes, (Sharon Tate en el cine viendo una película protagonizada por ella), momentos divertidos (todo el final es espectacular), momentos de reflexión (estupendo Rick o sea Leonardo di Caprio hablando de lo que significa envejecer para un actor), diálogos brillantes y una doble historia paralela: la de Rick, un actor en horas bajas que hace Di Caprio y Cliff, su doble y amigo para todo, que interpreta Brad Pitt, al que Tarantino le reserva dos grandes secuencias: la del rancho y la de la pelea con Bruce Lee. La otra historia es la de sus famosos vecinos: Sharon Tate, Polanski y su grupo de amigos. Se permite ser más emocional, más personal. No copia. No ofrece un ejercicio de estilo y referencial sin más, sino que tal vez es su película con mayor contenido concentrado en su argumento. Se nota que esta vez le ha dado por ir a por una historia más profunda y ser él mismo (lo que hace que la prefiera antes que a casi toda su filmografía). Combina el humor y el drama de forma genial. Asimismo, sigue teniendo grandiosa puntería para seleccionar canciones en el momento adecuado. Estamos en 1969, en agosto, todos podemos recordar o conocer si no se había nacido aún, lo que pasó aquella calurosa noche agosto de 1969 en un barrio residencial de Hollywood. Pero Tarantino es mucho Tarantino y se atreve con todo en este retrato de un tiempo, un lugar y unas gentes que ya no volverán. El cine, y Hollywood, perdió la inocencia en aquellos años de finales de los sesenta. La diversión está garantizada, el espectáculo también, los actores, principales, secundarios y cameos, son estupendos, hay muchos hijos e hijas de famosos encarnando a la siniestra familia Manson, hay muchas referencias cinéfilas que se pueden o no reconocer y, sobre todo, hay un canto de amor a una industria que ha hecho soñar y sigue haciendo soñar, invitándonos a subir a ese magnífico tren eléctrico que es casi un AVE de lujo. Contiene escenas memorables desde ya (DiCaprio con la niña, por favor; Cliff contra Bruce Lee). Pero desde la escena del rancho poblado por hippies -que parece mutar en una película de terror y suspenso a plena luz del día- la película no para de subir y toca techo en una media hora final inolvidable de vitorear y aplaudir.
Tras su estreno mundial en la Competencia Oficial del último Festival de Cannes, llegó a las salas de todo el mundo el noveno (en verdad décimo) largometraje del director más venerado por la cinefilia mundial. Concebido a pura nostalgia (transcurre en la Los Angeles de 1969), con espíritu lúdico, el carisma y el glamour de un elenco pletórico de estrellas y un amor inconmensurable por el séptimo arte, el nuevo trabajo del realizador de Perros de la calle, Tiempos violentos, Jackie Brown: Triple traición, las dos entregas de Kill Bill: La venganza, A prueba de muerte, Bastardos sin gloria, Django sin cadenas y Los ocho más odiados propone una mixtura de géneros y referencias de todo tipo que los cultores de la religión tarantinesca sabrán agradecer y disfrutar. -LA PELÍCULA. Una mezcla de géneros (western, comedia, thriller, buddy movie, musical, gore, etc.) con mucho de cine dentro del cine (empieza con un “detrás de escena” en blanco y negro de una serie de cowboys llamada Bounty Law e incluye fragmentos de películas de la época -como uno sobre la venganza contra los nazis a puro lanzallamas- pero filmada, por supuesto, por el propio Tarantino). Rodada en fílmico, Había una vez... en Hollywood se estrenó así en Cannes y en los Estados Unidos tuvo múltiples proyecciones con copias de 70mm. Toda una decisión y postura cinéfila. -LA HISTORIA CENTRAL. Aunque está ligada de forma tangencial al siniestro clan Manson, las casi tres horas de película apuntan a otra cosa. La historia de Sharon Tate (Margot Robbie) es la excusa, la subtrama más cercana al thriller de un film en el que Tarantino quiere reconstruir, recuperar y exaltar un tiempo y un lugar: el Hollywood de fines de los '60. Los protagonistas son Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor de cierto renombre como malvado en series de TV y películas menores (dice sentirse un “has been”) que sería algo así como una mezcla entre Burt Reynolds y Clint Eastwood (como éste, viaja a Italia y España a rodar spaghetti westerns); y Cliff Booth (Brad Pitt), un héroe de guerra que es su doble de riesgo, su chofer, su confidente y su asistente en cuestiones cotidianas como, por ejemplo, arreglar la antena de televisión en el techo. Según admitió Tarantino, este personaje está inspirado en Hal Needham, stunt que acompañó durante mucho tiempo a Reynolds. -LOS ELEMENTOS. El film arranca con un viejo logo de Columbia y durante las casi tres horas tiene tantos elementos que la enumeración sería casi interminable: viajes en la desaparecida aerolínea Pan Am, autocines y grandes salas, letreros de neón, Cadillacs y muchos autos descapotables, fiesta en la Mansión Playboy con conejitas incluidas, el abandonado Spahn Ranch donde se filmaban westerns y luego se instaló el clan Manson, los viejos estudios de Hollywood, una casa rodante al lado de un pozo petrolero, una mirada cínica a los hippies, un trip lisérgico tras tomar LSD y hasta un simpático perro que se convierte en algo no precisamente adorable. -LAS REFERENCIAS CINÉFILAS. Directas o indirectas, obvias o para ojos atentos, los homenajes son múltiples: mucho de spaghetti western de los Sergios (Leone y Corbucci); Lady in Cement(1968), con Frank Sinatra y Raquel Welch; Pendulum (1969), con George Peppard y Jean Seberg; The Wrecking Crew (1968), con Dean Martin y una participación de la propia Sharon Tate; Three in the Attic (1968); y El mercenario (1968), del apuntado Corbucci. También se citan varias series (Mannix, Combate, The F.B.I.), cómics, radios de la época que se escuchan en off y aparecen muchos personajes del cine en la trama: desde la Sharon Tate de Robbie al Roman Polanski de Rafal Zawierucha, pasando por el Steve McQueen de Damien Lewis y el Bruce Lee de Mike Moh. -EL ELENCO. Además de Pitt, DiCaprio y una Margot Robbie siempre en plan seductor, Había una vez... en Hollywood tiene decenas de actores consagrados en papeles medianos, chicos o simples cameos. Al Pacino, como el viejo agente Marvin Schwarz; Emile Hirsch como Jay Sebring (amigo de Tate); y la notable Margaret Qualley como Pussycat (una de las chicas del clan Manson) son quienes mayor despliegue tienen entre los secundarios, pero por la trama desfilan desde Kurt Russell hasta Dakota Fanning, pasando por Michael Madsen y el viejo y querido Bruce Dern. Y el Charles Manson de Damon Herriman, claro. -VALORACIÓN FINAL. Con un presupuesto muy importante para un autor que es más prestigioso que taquillero (costó unos 100 millones de dólares), con el carisma de sus intérpretes (además del trío protagónico hay un montón de pequeñas apariciones o mínimos cameos al punto de que parecería que medio Hollywood participó del rodaje), con su habitual jukebox de fondo (no paran de sonar canciones), múltiples referencias cinéfilas y de cómics, y un universo conformado por carteles de neón, afiches de películas, salas y autocines, Tarantino regala una acumulación de caprichos hermosos. No faltarán los detractores (que la violencia contra la mujer, que las constantes burlas a los hippies, que casi no habla de Vietnam, que dedica demasiados minutos a cuestiones poco trascendentes para un público no iniciado, que es como un niño rico con juguetes nuevos sin que nadie lo controle), pero tanto él como los cultores de la "religión" tarantinesca sabrán disfrutar de este viaje en el tiempo, un paseo por casi todos los géneros clásicos y semejante despliegue actoral (no cualquiera junta a Pitt y DiCaprio, le suma a Al Pacino, tiene a Margot Robbie en plan seductor y luego los rodea de veinte figuras más). En definitiva, Había una vez... en Hollywood resulta una película bulímica, desbordante, celebratoria, lúdica, caleidoscópica, nostálgica, fascinante y divertida. Una carta de amor de Tarantino a la historia del séptimo arte (al menos la que él ama y reivindica). Puro placer cinéfilo.
Tiene buenos momentos, pero otros bastante densos que hasta es posible que lleguen a aburrir algunos. La vuelta de tuerca que Tarantino le da a los hechos reales en el desenlace pueden descolocarte bastante, ya que no sabrás si considerarlo una falta,,,
Once Upon a Time… in Hollywood tiene un doble sentido que alude tanto a los films de Sergio Leone como a la idea de cuentos de hadas. Es más fácil imaginar a Quentin Tarantino homenajeando al maestro del western spaghetti que evocando desde su título al universo de los cuentos. Al ver la película queda en claro que Tarantino es fiel a sí mismo pero también va buscando nuevas ideas y formas en sus relatos cinematográficos. Los protagonistas de la película son el actor Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) y amigo, empleado y doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt). Rick ha hecho algunas películas menores pero su fama es por haber sido la estrella de un exitoso programa de televisión, un western llamado Bounty Law donde interpreta a Jake Cahill, un cowboy caza recompensas. Durante esos años y los siguientes, Cliff ha sido su doble de riesgo. Su paso de la televisión al cine no ha sido exitoso y ahora hace pequeños roles de villano invitado en diferentes series. En paralelo a la historia de estos dos amigos y compañeros de trabajo la película cuenta la historia de Sharon Tate (Margot Robbie), actriz en franco ascenso en 1969, año en el que transcurre la película, casada con Roman Polanski. Tate y su marido viven en la casa contigua a Rick Dalton. Mientras vemos la angustia por el posible final de la carrera de Rick, vamos viendo el éxito y el luminoso futuro de Tate. Pero también hay otra historia, la del clan Manson, liderado por Charles Manson, que va apareciendo en varias escenas del relato. El clan Manson y Sharon Tate son personajes sacados de la realidad, Dalton y Booth son personajes con diferentes inspiraciones pero inventados por Quentin Tarantino. Lo primero que no sorprende pero resulta inusual para los tiempos que corren es que Quentin Tarantino no renuncia a su naturaleza en ningún aspecto. Su costado menos agradable y ambiguo sigue vigente, pero en el marco de un cine cada vez más pacato y acorralado por la corrección política, que alguien sea fiel a sí mismo es un lujo que se agradece pero que además se nota. No es que la película sea desagradable, al contrario, está filmada con estilo y su belleza es enorme. En épocas en las que el cine parece haber dejado de ser cine, Tarantino, como un puñado de directores que aún sobreviven, es el recordatorio de otra forma de entender la narración. Liberado del exceso de trucos con la línea de tiempo, el director cuenta de forma muy fluida y entretenida todas historias que ocurren en paralelo. Como siempre, se excede en la duración de algunas escenas y se regodea en algunos momentos alargando toda la trama. Pero siempre es divertida la película y también siempre resulta interesante lo que cuenta. Algo no tan común en Tarantino es que sus temas parecen asomar más allá de su desenfrenada cinefilia. Eso le da mucho más corazón a sus personajes y su historia. Rick Dalton es alguien que se pregunta todo el tiempo si ha llegado su fin, alguien cuyo futuro en Hollywood parece incierto y le atormenta el estar fuera de juego. Su amigo, más simple, sabe que tienen un destino en común, pero vive las cosas más relajado. Su vecina, Tate, es todo lo contrario. Es alguien que se pregunta todo el tiempo si acaso ha llegado su mejor momento, si su tan deseada fama alcanzará la cima y a cada paso se la ve feliz, luminosa, alegre. Viendo cómo está el cine hoy, Tarantino está más cerca de Rick Dalton que de Sharon Tate, aunque a ella la retrata con absoluto amor y fascinación. Así como fueron descriptos los personajes, así son las tres brillantes actuaciones protagónicas. A continuación se analizan las escenas finales de la película, quien no la hayan visto deberían dejar de leer acá porque se adelantan elementos claves de la historia. Cabría preguntarse hasta qué punto el espectador no cinéfilo podrá entender de la misma manera que el cinéfilo lo que pasa en la historia. Todo se entiende, pero dudo seriamente que quien no conozca a Sharon Tate y su vida puede valorar o interpretar de la misma manera toda la historia. También habrá quien no conozca a Roman Polanski, Sergio Corbucci, Steve McQueen, Dean Martin o las series El avispón verde o Mannix, entre otras docenas de referencias con cierta relevancia en la película. Pero sin duda la clave es Sharon Tate y el Clan Manson. Eso lo cambia todo. Había una vez… en Hollywood tiene varios rasgos de inteligencia a nivel guión y construcción de escenas que merecen ser destacadas. Un uso del suspenso muy inspirado y efectivo, a la vez que arma con sobriedad algunas puestas en escena perfectas. Pero lo que más sorprende de la película es su libertad para imponer el cine por encima de cualquier otra cosa. Ni la corrección política, ni la verosimilitud, ni tampoco los hechos reales en los que parcialmente se inspira lo desvían a Tarantino de sus ideas. O mejor dicho, lo encaminan hacia dónde quiere ir, lo ayudan a decir lo que quiere decir. Había una vez en Hollywood… dos hombres que parecían quedarse afuera del sistema y una actriz que parecía destinada a estrella… al final todos lograron recuperarse, convertirse en héroes ellos y seguir con una vida feliz ella. El final es la promesa de que Rick Dalton entrará en las ligas mayores finalmente, mientras Sharon y Roman podrán disfrutar de su fama y de su bebé. Ahí aparece el cuento de hadas del título, porque no fue así. Esa noche los monstruos del Clan Manson arrasaron con la vida de Tate embarazada de ochos meses y cuatro personas más. Quienes conozcan esa historia a fondo verán en este final es una manera en la que Tarantino nos da un final de cuento de hadas para uno de los episodios más horribles de la historia. El director salva a la actriz y sus amigos, llevando al Clan Manson a la casa de Rick Dalton, donde él y el propio Rick los repelen de forma violenta, sangrienta y catártica. Todo el dolor que aquella historia provocó es borrado en este final feliz de profunda melancolía. Tarantino no borra la historia, solo nos permite recordarla mientras nos da el perverso placer de ver como mueren los asesinos de la vida real a manos de nuestros protagonistas. En la década del sesenta terminó de irse el Hollywood clásico. Tarantino recorre nombres, fachadas, cines, todo lo mira como lo que era: la época en la que una película realmente tenía valor. Hacer cine, trabajar en cine, todo eso era importante. Los directores mediocres suelen hacer películas de Hollywood odiando a Hollywood, los que de verdad aman el cine, hacen lo que hace Tarantino: una declaración de amor. ¿Sino para que hacer una película en Hollywood sobre Hollywood? Emociona como casi nunca Quentin Tarantino aquí. Extraña una forma de realizar y entender el cine. Qué hoy parece tan lejana, olvidada, desechada. Había una vez… en Hollywood la trae nuevamente a la vida, como a sus protagonistas, en particular a la incomparable Sharon Tate.
A base de estructuras narrativas no lineales, fotografías estéticamente bellas, canciones que gracias a sus películas se transformaron en icónicas, diálogos estilizados acerca de hechos banales y escenas de violencia donde la sangre abunda, Quentin Tarantino se transformó en uno de los directores más importantes de los últimos años. Casi un lustro más tarde de su último largometraje (“Los ocho más odiados”, lanzada en el 2015), regresa con una propuesta que reúne las características que atraviesa su obra, las cuales son manejadas de una forma excelente. “Había una vez en Hollywood”, protagonizada por Brad Pitt y Leonardo DiCaprio, es una película escrita por el mismo director, tal como lo acostumbra, creando una trama interesante. Rick Dalton (DiCaprio) es un actor estrella de televisión durante la década de los ’50, pero su carrera empieza a decaer de forma más abrupta y, en consecuencia, lo acompaña en este camino su doble de riesgo, Cliff Booth (Pitt). Entonces, ya en el año 1969, ambos buscan recuperar su fama, esta vez, en la pantalla grande en Hollywood. A su vez, se introduce la vida de Sharon Tate (Margot Robbie) en paralelo al derrotero de la dupla actoral. DiCaprio y Pitt simplemente deslumbran en sus papeles. Si bien Margot Robbie no tiene tantos minutos en cámara, su actuación se mantiene al nivel de una historia intensa, sin desentonar con el trabajo de los protagonistas del film. El elenco, además, está compuesto por personas de renombre en el mundo cinematográfico como lo son Al Pacino y Bruce Dern. Tarantino brinda una historia donde le rinde homenaje al cine a través de una trama no sólo nostálgica, sino también atrapante y oscura, pero a su vez hilarante. Tampoco decepciona con su peculiar elección de canciones para ambientar las escenas, creando así un mejor resultado en cada una de ellas, siéndole fiel a su estilo, como así también lo hace en términos de fotografía y estética. “Había una vez en Hollywood” es un film que, sin lugar a dudas, atraerá a las personas no adeptas a su estilo y complacerá a aquellas que sí lo son. A sus 56 años, Quentin Tarantino lanzó al mundo un producto que refleja su pasión por el cine y cuyos procedimientos son manejados con mucha madurez. Este es un regreso a paso firme a la altura de las circunstancias, del cual hay que disfrutar. Vale el aviso: hay escenas post-créditos, así que quedate hasta el final.
De la genialidad al ocaso, Quentin Tarantino está tan absorto en sí mismo, que olvidó cómo narrar una historia de la forma brutal que solía hacerlo.
Psicodélica Star Durante la primera hora de Había una vez... en Hollywood ((Once Upon A Time in Hollywood, 2019), Tarantino planea caprichosa y lúdicamente sobre muchos temas que parecen estar allí menos que para presentar a los protagonistas (un actor de westerns de cine y televisión, interpretado por DiCaprio y su doble de cuerpo, en la piel de Brad Pitt) que para darse unos cuantos gustos seguidos. El año es 1969, la música, la tele y el cine pueblan una Los Ángeles mítica en la que hippismo y psicodelia están más en plano que la guerra de Vietnam. Del spaghetti western a la aparición de Sharon Tate, el acento creciente en figuras conocidas, puede hacer pensar que por allí irá la cosa, pero no. Respeto la voluntad (o la estratagema) de Quentin y no abundar en detalles de la trama. Sólo advierto que cabe tener presente que a Tarantino, como en Bastardos sin Gloria, le gusta re-escribir la historia. En otros tiempos (menos violentos que los actuales) una película de Tarantino podía ser un blockbuster. No hay más, en el mundo, lugar para tanques para un público adulto. Preocupa por eso el plato único y continuado de la sucesión de super héroes ad infinitum. ¿Cuántos espectadores puede hacer Había una vez... en Hollywood si es un exitazo? ¿300.000? ¿500.000? Dudo que más y no porque la película no lo merezca. Quizás, de manera más salvaje porque esa es la tendencia en todos los ámbitos, con este tipo de cine pase lo que al western con el spaghetti: su depuración y éxito es el comienzo de su declinación. Las películas que homenajea, cita y ama Tarantino eran populares; las que hace, no. Paradojas que se repiten: su reconocimiento por parte de lo que se considera Cultura (la mayúscula no es un error de tipeo) implica un paso más hacia su confinamiento en salas de museo o, peor aún, al final del camino las plataformas (su requerimiento de que las proyecciones fueran, como lo han sido, en 35mm parece el último estertor de un triste e inmodificable rumbo).
Si empezáramos por el final, algo que no vamos a revelar, podríamos decir que la película se toma libertades, que juega con los hechos y, también, que esa escena casi del final es una maravilla. Al fin y al cabo, Había una vez… en Hollywood es una película de Tarantino. Y éste es un Tarantino cristalino. Puro. En modo nostálgico, pero brutalmente corajudo. Es la historia de una amistad, entre un actor de westerns de televisión que empieza a declinar y su doble de riesgo, en el Hollywood de 1969. Sucede que Sharon Tate y Roman Polanski se mudaron al lado de la casa de Rick Dalton (el actor al que interpreta Leonardo DiCaprio), allí, en las colinas de Hollywood. Entramos, así, en un mundo de sensaciones y del espectáculo. Pero también una ciudad que habita gente común, no sólo celebridades. También, hay que notar que es la primera vez que un protagonista de un filme de Tarantino… llora. Y no una vez, sino varias. Pero más importante aún, hay que prestar atención al título que se le ocurrió a Tarantino para entender qué es lo que estamos viendo y disfrutando. Había una vez… en Hollywood es un cuento, una ficción. Que toma personajes reales -Sharon Tate, Roman Polanski, Steve McQueen, Charles Manson-, los mete en una coctelera, los bate a su gusto con histeria, y los sirve en pantalla con mucho de nostalgia, bastante de cultura pop, televisiva y cinéfila, y algo de delirio. Porque no todo lo que vemos ocurre -ni ocurrió- en la vida real, ni en la vida de los personajes imaginados por el director de Pulp Fiction. ¿O acaso el encuentro de Cliff Booth (Brad Pitt) con Bruce Lee no está más que en la cabeza del doble de riesgo? Tarantino se nutre, pero a la vez se aleja de la realidad, de los hechos, y a los puristas que se acerquen a ver qué sucedió con Sharon Tate (Margot Robbie) les quedará algo atragantado. ¿Fue Sharon tan angelical? No importa: así es como la pinta Tarantino, a quien lo vienen acusando de misógino desde hace varios largometrajes. Y ya avisó que no le importa la corrección política, así que… A prepararse. Cuando cancelan el programa que protagonizaba Rick Dalton (La recompensa), su representante (Al Pacino) le aconseja que en vez de aceptar papeles de villano en pilotos de series, vaya a Italia a filmar spaghetti westerns. Son tiempos de cambio en Hollywood, y ni Rick ni Cliff Booth (Pitt es su ladero y único amigo, además de chofer, confidente y doble de riesgo; los dos están estupendos) están preparados para lo que se viene. Y para sacarse de la cabeza lo de la misoginia, vean con quiénes tienen los diálogos más jugosos Cliff y Rick: una hippie adolescente y una niña actriz. Había una vez… en Hollywood tiene un armado similar a Los 8 más odiados, o a Django sin cadenas. Como siempre, y es más que un rasgo de estilo, Tarantino se toma su tiempo para presentar a sus personajes centrales. Sea con líneas de diálogos o actitudes. El largo recorrido que Cliff realiza con el auto de Rick sirve para escuchar lo que se dice en la radio -y canciones y más canciones- y para mostrar Los Angeles: es una ciudad de autocines, de pozos petroleros, de enormes salas de cine, de gente haciendo dedo, de hippies.
¿Qué decir de Tarantino que no se haya dicho?, un director único con un sello propio bien definido -con solo ver una escena ya podemos saber que es una película de Tarantino- que a su vez puede incursionar con diferentes géneros y temáticas bien opuestas sin ningún problema, y que además tiene un amor por el cine pocas veces visto. En Había una vez… en Hollywood este amor bien correspondido por el cine viene por partida doble. Por un lado por la obra maestra que crea, al igual que prácticamente toda su filmografía, con un completo control y libertad creativa en la cual expone su idea sin que nadie le imponga nada. Por el otro lado, este amor por el cine lo vemos también en la propia historia que transcurre en pleno Hollywood de finales de los 60s, época en la que Tarantino creció viene sus primeras películas como espectador. La trama se centra en dos personajes bien hollywoodense como lo son Rick Dalton (Leo DiCaprio), un actor que logró triunfar como protagonista de una serie pero que se encuentra en plena caída y busca resurgir en el cine, y Cliff Booth (Brad Pitt) como su doble de riesgo y quien hace las veces de su chofer. Si bien ambos personajes son totalmente ficticios, logran representar muy bien lo que fue el star-system de los 60s, en una época muy efímera para los actores de Hollywood que así como tenían su auge, también tenían su caída. Pero así como tenemos personajes de ficción, también tenemos personajes “reales” como el caso de Sharon Tate (Margot Robbie), una actriz y esposa del director Roman Polanski, quien fuera una de las victimas del clan Manson -y de quien de hecho vemos algunas escenas de sus películas originales con la aparición de la mismísima Tate). También vemos al propio Manson y parte de su clan y a varios actores y personalidades de Hollywood de ese momento como el caso de Bruce Lee. El director logra agarrar una historia real y fraccionarla “a lo tarantino” (como pasó con Bastardos sin gloria, 2009) con todo sus libertades creativas y con muchas escenas divertidas y diálogos muy inteligentes. Posiblemente esta sea la película menos violenta de las nueve y está bien que así sea, por que la historia busca ir por otros lados. Sin embargo, cuando llegan ESAS escenas sobre el final – y que final…- no nos quedan dudas de a que director pertenecen. Otro gran acierto es el gran cast que logró juntar -el mejor de su carrera y posiblemente el mejor del cine en general en muchos años- principalmente por estar encabezado por las dos máximas figuras de los últimos 20 años trabajando juntos en una película por primera vez, pero también con otros grandes íconos del cine como Kurt Rusell y Al Pacino. En cuanto al guion, Tarantino demuestra lo inteligente que es. Sabe perfectamente que temas tocar, cuales evitar y con cuales amagar, sin la necesidad de justificarse en lo políticamente correcto. Para finalizar, es necesario realizar una advertencia. Había una vez… en Hollywood no está dirigida al público más joven que solo consume películas actuales ya maneja un tiempo de cine más clásico al cual ya no se está acostumbrado. Así como los tarantineros la van a amar, aquellos que nunca se iniciaron en este “culto” -si, increíblemente hay muchos en este grupo- no les parecerá atractiva.
Quentin Tarantino expresa una declaración de amor al cine en su época de oro y se da el lujo de poder hacerlo con un elenco de primer nivel. Más humor e ironía que nunca y un tercer acto antológico, componen la quizás menos vistosa, pero más personal cinta del director. Conocido por no haber estudiado cine, por transformar simples canciones en hitazos, por sus diálogos a priori banales, sus jugosos guiones y su impecable cinematografía, Quentin Tarantino es considerado uno de los máximos referentes del séptimo arte en la modernidad. Desde su debut en Perros de la Calle (1992) hasta Los 8 Más Odiados (2015), el director ha sabido conformar un fandom especial que celebra y pone sus gritos en el cielo siempre que una nueva idea o historia se cruza por la cabeza del bueno de Quentin. Si bien, él es un irreverente y muchas veces indescifrable individuo, siempre ha deslizado que su carrera no se iba a perpetuar en el tiempo y sus películas tenían una cantidad límite antes de que dejase la profesión. A pesar de haber tenido cambios en esta afirmación, el número que se cree será el definitivo es el de 10 y por lo tanto, de confirmarse esto, estamos hablando de lo que podría ser su anteúltima película. En ésta oportunidad, Tarantino no creará personajes o escenarios totalmente ficticios como bien supo hacer a lo largo de su carrera, sino que por primera vez se aferrará a personajes que existieron y a una época que al propio director lo marcó a fuego, dicha época será la de los comienzos de los años ’70 en Hollywood y tendrá como foco más resonante todo lo que sucedió entorno al asesino en serie Charles Manson y al asesinato de Sharon Tate. Todo esto y muchas cosas más es lo que se viene en Había una vez… en Hollywood (Once Upon A Time… In Hollywood, 2019). Había una vez… en Hollywood, tiene cómo protagonistas al actor devenido a menos Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y a su doble de riesgo, e íntimo amigo, Cliff Booth (Brad Pitt), dos personajes que supieron ver su esplendor una década atrás y ahora viven de la fama del pasado y de hacer pequeños papeles en tiras menores. Mientras ellos intentan volver a la cima de un ambiente que supo verlos brillar y que ahora está cambiando, todo el entorno en Hollywood empieza a caldearse por el contexto socio político de Estados Unidos y surge uno de los personajes más nefastos de la historia norteamericana: Charles Manson (Damon Herriman) y su clan de homicidas que saltó a la fama luego de haber atacado a la famosa actriz Sharon Tate (Margot Robbie). A pesar de que la trama pueda parecer que carece de un conflicto, lo que Tarantino plantea no es sino otra cosa que una oda al cine clásico que a él supo fascinar, enamorar e inspirar. La película debe considerarse cómo eso, cómo un homenaje constante a la época de oro de Hollywood (también hay referencias a su propia filmografía) y quién mejor para contar esta historia que alguien que supo verlo, palparlo y sobre todo sentirlo. Quizás esta sea la película más intima y sensorial del director que lejos está de repetir la dinámica que llevó a cabo en las películas que conforman su envidiable filmografía. En esta oportunidad no habrá diálogos banales que funcionen como metáforas existenciales o saltos temporales en donde haya que anotar que suceso ocurrió antes y cuál después. Acá todo está planteado para que la experiencia sea lo suficientemente concreta para mirar la pantalla y poder sumergir al espectador en la época de manera total. Algo que si se da, y mucho más que en otras oportunidades, es el uso del humor irónico y la re-utilización de temas musicales para poder darle significación a cada uno de sus usos. Al mismo tiempo la cinematografía vuelve a ser un lujo de tal manera que cada uno de los planos tiene la luz, el brillo y el enfoque necesarios para lograr mostrar y contar cosas de una forma narrativa sin la necesidad exclusiva de expresarlo en palabras. De igual manera que esto sucede, también hay que mencionar que para quienes no sepan puntos claves en la historia, la película podrá parecer insulsa y sin gracia. El guion no posee la inventiva de otras de sus películas ya que toca temas reales y si bien el vuelo narrativo logra que la película sea entretenida todo el tiempo, el metraje termina quedando un poco largo para la historia que se quiere contar hasta el desarrollo del tercer acto, donde se ve desplegado todo lo que representa el concepto de una “película de Tarantino”. La repetición de algunos segmentos intrascendentes también puede llegar a provocar cansancio en el espectador y creer que la película se estanca, por fortuna cada una de esas escenas está filmada de una manera excelente y eso contrarresta un poco ese aspecto que Tarantino no suele tener en sus películas. Las actuaciones de los protagonistas son sencillamente brillantes. Tanto Leonardo DiCaprio como Brad Pitt brindan unas performances con las que pueden estar conformes y seguros de que en la temporada de premios los van a tener en cuenta. Ya no caben dudas de que ambos actores encuentran en los papeles que Tarantino desarrolla para ellos una comodidad absoluta y ellos despliegan toda su categoría en cada escena que les toca tener, tanto en conjunto como separados. La otra gran estrella que tiene un papel rutilante es Margot Robbie que brilla por completo desde el primer plano en el que sale, pero al mismo tiempo su personaje y la importancia que tiene para con la película es mucho más abstracta, de manera que pareciera que su participación es nula. El símbolo de Sharon Tate es el faro en el cual el director quiere contar una historia y por qué no, reescribir la misma. Al mismo tiempo que su participación es poco más que escasa, cada una de sus apariciones provocan en el espectador consiente una necesidad imperiosa de ver la resolución de su linea argumental. Cómo en casi ninguna otra película de Tarantino, los personajes secundarios y de hasta tercera línea bien podrían catalogarse como las estrellas más preponderantes de cualquier otra producción. Nombres como Al Pacino, Kurt Russell, Zoë Bell, Michael Madsen, entre muchos otros, completan un elenco que será la envidia de cualquier película de aquí hasta que finalice el año. Tarantino logra reflejar en una cinta de más de dos horas todo el amor que el propio director le tiene al cine y todo lo que la época de oro significo para él. El cineasta se da el lujo de jugar con la historia a su gusto y placer utilizando cuanto recurso narrativo se le ocurra y gracias al elenco de lujo que lo acompañó, su relato sale perfecto.
[REVIEW] Había una vez… en Hollywood. La 9° película de Quentin Tarantino llega con críticas dispares. Algunos la tildan de obra maestra y, otros, de bodrio infumable. ¿Quién tiene razón? La respuesta aquí. Sabemos muy bien a qué nos enfrentamos cuando vamos a ver una película de Quentin Tarantino: diálogos extensos, homenajes a sub-géneros infravalorados del cine, anti-héroes caídos en desgracia que siguen cayendo, humor negro y una banda sonora épica que recrea la historia que se está contando. Estas cosas, por ende el cine de reescritura, están en absolutamente toda su filmografía. Que ha evolucionado y madurado desde su ópera prima, Reservoir Dogs (1992), no cabe duda. Lo que nos atañe ahora con Había una vez… en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019) es qué tanto maduró sin perder parte de su inconografía característica. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es una estrella de TV que no pudo hacer el traspaso a estrella de cine. Quizás se debió a su adicción al alcohol, su mal genio o quien sabe qué. Lo que sabemos es que 1969 es una época de transición en el mundo del espectáculo y este vaquero de la pantalla chica no supo adaptarse a lo que venía. Su decadencia actoral la vivimos junto a su doble de riesgo-mandadero-chofer-mejor amigo Cliff Booth (Brad Pitt), del cual poco y nada sabemos de su pasado, más allá de que hay un rumor turbio de su persona y fue héroe de guerra. Ellos pululan tratando de encontrar su lugar en una tierra donde Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polansky (Rafał Zawierucha) son la luz que parece traer vida a Hollywood (y esa oportunidad para Dalton), mientras que una oscuridad se cierne sobre sus personas en la forma de Charles Manson (Damon Herriman) y su clan. Había una vez… en Hollywood es lo que Roma (2018) a Alfonso Cuarón: una carta de amor a la visión de un niño sobre todo lo que amó en su infancia. En esta ocasión Quentin Tarantino nos habla del mundo del cine, de como se hacían películas y shows de TV en una época donde todo era idílico y, de pronto, un cambio de modelo y un hecho fatídico marcaron para siempre la industria cinematográfica y el contexto social (hablamos, obviamente, del asesinato de Sharon Tate por parte del Clan Manson). Sabemos que con «Once Upon a Time…» comienzan la mayoría de las historias infantiles, los cuentos de hadas. También sabemos que Sergio Leone (ídolo máximo de QT) lo ha usado para su último Spaghetti Western Once upon a time in the West (C’Era Una Volta Il West, 1968) donde terminó de re-escribir la historia del Oeste Americano, contando la historia de hombres sin ley que tuvieron que morir para dar paso al progreso (simbolizado por la aparición del ferrocarril). Había una vez… es todo eso: un cuento de hadas, la visión idealizadora de un niño conjuntamente con la historia de un cambio de paradigma que deja atrás lo viejo para dar paso a lo nuevo, que no quiere decir mejor, y la imposibilidad de algunos de adaptarse. Pero claro, quien vaya al cine esperando ver una más de Tarantino quizás salga un poco decepcionado. El ritmo es más pausado en la narración que de costumbre. Es como si el film también hablara de su realizador, siendo más maduro, más complejo, pero también más cansado de una industria que no para de regurgitar mainstream pochoclero con pantalla verde. Claro que hay guiños al QT que conocimos: la mezcla de historia verdadera con la ficción, el met-cine, diálogos extensos pero no tanto a lo que nos tiene acostumbrados, así también como muy poco humor negro y gore, marca registrada de la casa. Esto se debe, creo, a un producto que se siente más personal que otro. Donde el homenaje pasó a ser más un guiño sutil, pero en el que también se perdió esa magia de Enfant Terrible que pregonó desde siempre. Más allá de tres, como mucho, cuatro secuencias, el film se siente demasiado largo para una historia que no nos lleva a ningún lado. Aquí el mcguffin pasa a ser Sharon tate y es, quizás otro desacierto, ya que sus escenas pasan a ser intrascendentes y no sentimos nada, ni bueno ni malo hacia ella. Lo mejor de Habia una vez… , una vez más, son un formidable Leonardo DiCaprio y Brad Pitt en sus roles, la banda sonora que nos transporta esta vez a los finales de los 60, y la fotografía de Robert Richardson, habitual del combo. En conclusión, Había una vez.., en Hollywood (2019) no entra en el top 5 de Quentin Tarantino, pero sí que es un gran film que nos muestra que, dentro de una época oscura de la historia, siempre hay una luz que ilumina el camino.
Y, por fin...la tan esperada película, ovacionada en el último Festival de Cannes llegó a nuestras salas. Debo confesar que tenía grandes expectativas y aunque no llega a la calidad de otros films del director, no defrauda. La historia se centra en Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) actor de cine y televisión, donde casi siempre es el malvado (su fama proviene de la serie “Bounty Law”, donde interpretaba a Jake Cahill, un cazarecompensas) y a su doble para las escenas de riesgo, además de amigo y asistente Cliff Booth (Brad Pitt). La dupla recorre sets y estudios filmando y cuando el actor no precisa de los servicios de Cliff, éste vuelve a la soledad de su humilde hogar, auto y perro, en contraposición a la mansión de su jefe y al auto lujoso que maneja para él. Vidas opuestas. En forma paralela llegan como vecinos de Rick Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y su mujer, la ascendente actriz Sharon Tate (Margot Robbie). La trama va mezclando las vidas de ambos, tanto las de Rick con su carrera, viajes a Italia a filmar los famosos spaghetti-westerns y decidir qué rumbo tomar con ella, y la de Cliff con su oscuro pasado (que no voy a develar) con la vida del matrimonio Polanski antes de la tragedia que tampoco spoilearé por si hay jóvenes que no conocen la historia aunque el Director haya decidido tomar otro camino. El guión se centra en el día a día de los personajes, en Los Angeles de 196, en su amistad y en la comunidad hippie que los rodea bajo la influencia de Charles Manson (Damon Herriman), con quienes terminan cruzándose en distintas oportunidades, al principio los cruces son entre Cliff y Pussycat (Margaret Qualley), luego los encuentros serán más violentos, y son lo mejor del film, especialmente la última media hora, muy Tarantino. El grupo de hippies vive en un lugar que supo ser set de filmación cuyo dueño, George Spahn (Bruce Dern) está ciego, con lo cual sacan provecho a cambio de favores sexuales de las jóvenes con el anciano. Hay algunas escenas adorables como la que tiene Dalton con la pequeña actriz Trudi Fraser (Julia Butters) en un set de filmación y otras graciosas como la de Booth con Bruce Lee (Mike Moh),también innumerables guiños para cinéfilos y elementos que sería una lástima mencionar porque rompería la magia, pero si hay algo para destacar son las actuaciones de todo el elenco. Además de los mencionados, que están brillantes, hay una breve participación de Al Pacino, (imposible no mencionarlo) excelente dirección de arte, increíble reconstrucción de época (lo mejor), banda de sonido y fotografía. Hay escenas post-créditos. ---> https://www.youtube.com/watch?v=bLqTt35GCA4 TITULO ORIGINAL: Once Upon a Time in Hollywood TITULO ALTERNATIVO: Untitled Quentin Tarantino Movie/1969 Project DIRECCIÓN: Quentin Tarantino. ACTORES: Leonardo DiCaprio, Margot Robbie, Brad Pitt. ACTORES SECUNDARIOS: Dakota Fanning, Al Pacino, James Marsden, Kurt Russell, Timothy Olyphant, Damian Lewis, Burt Reynolds, Emile Hirsch, Tim Roth. GUION: Quentin Tarantino. FOTOGRAFIA: Robert Richardson. GENERO: Drama , Comedia . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 161 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años PAGINA WEB: http://www.onceuponatimemag.com/ DISTRIBUIDORA: UIP - Sony FORMATOS: 2D. ESTRENO: 22 de Agosto de 2019 ESTRENO EN USA: 26 de Julio de 2019
Un Quentin de hadas El nombre Quentin Tarantino revoluciona al público cinéfilo cada vez que se hace conocer que el director de Pulp Fiction (1994) y Reservoir Dogs (1992) realizará una nueva película. Que serían solo diez (escritas y dirigidas por él), y que ésta sería la novena de la lista, generaba aún más ansiedad de la habitual. Por si fuera poco, todo se multiplicó con la novedad de resultar ser protagonizada por Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, dos de las estrellas más exitosas de los últimos veinte años. Y por fin la espera terminó. Llegó el día citado de su estreno, medio siglo después del asesinato de la actriz Sharon Tate en manos de la "familia" Manson. En Once Upon a Time... in Hollywood pareciera notarse que, por fin, Quentin hizo la película que siempre quiso realizar. Así como Cuarón con su preciada Roma, Almodóvar con su intimista Dolor y gloria, llegó el turno del cineasta más aclamado por el público cinéfilo -y no tan cinéfilo- de mostrar el mundo en el que creció: rodeado de filmes, en la época "dorada" de Hollywood y en la que prestigiosos directores comenzaban a constituir un nuevo escenario de cine estadounidense a nivel mundial. No es la primera vez que revisita el pasado -lo había hecho con Inglourious Basterds hace una década-, y en esta ocasión, el año 1969 fue el indicado para contar su historia, seleccionado como momento clave para Hollywood, ya que se produjo una ruptura por el brutal asesinato de Sharon Tate, en un contexto del creciente hippismo en Estados Unidos. Para contar la historia, presenta dos extraordinarios personajes que llevan adelante la cinta: Rick Dalton (DiCaprio) y Cliff Booth (Pitt). El primero es un reconocido actor -mayoritariamente de wésterns de TV- que observa la era de su devenimiento acercarse estrepitosamente, y el segundo, es su doble de riesgo. Como demostró en Pulp Fiction, la obra se relata de manera no lineal. Con absoluta maestría y sorprendente simpleza, va y viene de un tiempo a otro, entrelazando las historias, no solo de estos personajes, sino también de la vecina de Rick, la glamorosa Sharon Tate (Margot Robbie), quien promete ser la próxima estrella del cine y que, por si fuera poco, está casada con el prestigioso director Roman Polanski. Al revisionar la historia, claro estaba que Tarantino iba a traer a la pantalla viejas glorias relacionadas al séptimo arte. Y así sucedió. Toda la película es un desfile de famosos de la época, desde Steve McQueen hasta Bruce Lee, encarnados por un tremendo reparto que realiza un excelente trabajo. Sin embargo, la mayor protagonista es, tal y como pretendió Quentin, la ciudad de Los Ángeles. El trabajo de arte, iluminación y fotografía dieron fruto para poder realzar todos los condimentos propios de la ciudad en aquel entonces. El crecimiento de las corrientes hippies, la familia Manson, las fiestas de Playboy y los famosos, los colores, el cine. Sobre todo, el cine. Once Upon a Time... in Hollywood son películas dentro de una película. El director nos invita a explorar la industria desde adentro, para humanizar a los actores, directores, y hasta a los dobles de acción. Pero no solo eso. Las dos horas y cuarenta minutos de duración son un compendio de géneros chocando entre sí: comedia, drama, thriller, wéstern, road movie... Un cóctel embriagante para deleitarse de principio a fin. Y plagado de caprichos Tarantinianos, si se me permite la expresión. El soundtrack elegido vuelve a ser ideal, aunque sin tener tanta presencia como en otras cintas del director. Salvo en alguna que otra escena, la música no se adueña del film y nos embebe como así lo hace en sus primeras obras. De todos modos, cumple con creces su necesidad en cada momento. En cuanto a diálogos y guión, Tarantino vuelve a tener total control de los personajes y de la trama como nos tiene acostumbrados. Excepto que esta vez se enfoca más en mostrar un determinado contexto, en humanizar al actor y en retratar una era que marcó su vida, mucho más que en contarnos algo que nos vuele la cabeza con tanto giro o sorpresa. Pareciera que no le importara tanto el argumento, sino el recorrido de Rick y Cliff en la brillante, reluciente, pero atemorizante y terrorífica Los Ángeles. Quizá éste sea un motivo de crítica de muchos fanáticos, al esperar otro tipo de película más habitual en él. El cineasta aquí toma otro camino, tal vez más personal y maduro, retrospectivo. Tampoco hay que dejar de mencionar las desopilantes actuaciones del dúo dinámico del momento. DiCaprio demuestra que no hay papel que le quede chico y Pitt compra cada escena con absoluta naturalidad. Robbie, en un personaje con menos minutos en pantalla, brilla con cada aparición, con pequeños gestos, y con la presencia angelical que quiso el director plasmar en ella, como un homenaje a la añorada Sharon Tate. Por último, aunque toda la filmografía de Quentin esté retocada por su comedia, delineado con su humor negro, ésta es la que más nos transporta a este género. Mucha risa y entretenimiento de la mano de los personajes principales, y más de una escena que con el tiempo quedará en el recuerdo. Ah, y todavía no hablamos nada de la violencia. Bueno... Disfruten el final. En síntesis, Tarantino escribió y dirigió su película más personal, su carta a su preciada Hollywood y una pequeña maravilla dedicada al mundo cinéfilo. No todos los días se estrena la película de un director que por más que, como él dijo, obtenga ideas de todo lo que vio en su vida, siempre crea un producto nuevo, gratificante y repleto de pasión. Y esto es oro en polvo si tomamos en consideración la época de reboots, secuelas y remakes que estamos viviendo... Regocíjense. Puntuación: 9/10 Manuel Otero
Hay películas cargadas de cinefilia y películas que son verdaderas declaraciones de amor al cine. Esta última variante es la menos habitual.Quentin Tarantino vuelve a hacerlo en su novena película con tanta claridad que hasta podría valerse de ella para justificar o fundamentar un eventual cierre de su carrera como director. El tratado de referencias cinematográficas que Tarantino escribe en cada una de sus obras aquí tiene más páginas que nunca. Rebosa de citas a través de afiches, pósteres, trailers, extractos televisivos, audios radiofónicos, marcas, publicidades y objetos a granel. Esa suma inagotable no es pura acumulación. Nos ofrece el marco de una historia extraordinaria, en la que se funden de manera ideal realidad y ficción. Una realidad, de paso, que no podría tener otro instrumento que el lenguaje del cine (todas sus posibilidades) para ser representada. Como Tarantino ama profundamente al cine (al cine que tiene a Hollywood como palanca que pone en marcha al mundo) también lo hace con los tres grandes personajes de su nueva película. En ellos (trabajadores auténticos, en definitiva, de esa fábrica de sueños) queda bien a la vista ese enamoramiento, que instala en 1969. Un año clave. Allí está Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una estrella del cine de género (policial, western) en los años 50, consciente de su ocaso sin resignarse a ese destino. Está también Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de riesgo, chofer, confidente, amigo. Un cowboy moderno con problemas legales y una seguridad pasmosa para moverse en cualquier terreno. Y está Sharon Tate (Margot Robbie), la chica que vive el sueño de convertirse en estrella y ser reconocida como tal en un mundo que necesita esa clase de figuras aunque no lo reconozca. Lo que hacen los tres actores es extraordinario. Tarantino elige un esquema narrativo que al principio podría desconcertar, pero que alcanza la plenitud narrativa, visual y dramática cuando cada uno de ellos tiene el momento de demostrar lo que siente, que no es otra cosa que darle sentido, movimiento y goce a la experiencia cinematográfica más pura. El director los activa en un momento de la historia en que el Hollywood clásico se desvanece y otro empieza a ocupar su lugar. Un choque cultural que se expresa en las tensiones entre cine y TV, en el cruce entre Hollywood y las experiencias foráneas que adoptan sus formas (hay un gran homenaje aquí a Sergio Leone), entre placeres y estallidos de violencia. El reconocido virtuosismo narrativo de Tarantino se hace tierno y comprensivo en el cariño hacia sus personajes, que en el fondo son sus pares y que con tanta fortaleza hasta se sienten capaces de reescribir la historia.
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HABIA UNA VEZ EN HOLLYWOOD TITULO ORIGINAL: Once Upon a Time in Hollywood ACTORES PRINCIPALES: Brad Pitt, Margot Robbie, Leonardo DiCaprio. GENERO: Drama, Comedia. DIRECCION: Quentin Tarantino. ORIGEN: Estados Unidos. DISTRIBUIDORA: UIP - Sony ESTRENO: 22 de Agosto de 2019 161 Minutos Apta mayores de 16 años Un actor de televisión y su doble de riesgo, se embarcan en la odisea de convertirse en estrellas de la industria cinematográfica, en la misma época de los asesinatos de Charles Manson en 1969, en la ciudad de Los Ángeles.- VER CINES Y HORARIOS ¿YA LA VISTE? DEJÁ TU CRÍTICA RESUMEN CRITICAS Matías LértoraA LECTORES 0.0 VER CINES Y HORARIOS CRÍTICA DE MATÍAS LÉRTORA A Probablemente esta sea una de las críticas más difíciles que me toca escribir, y no porque sea muy complicado hablar de la película sin spoilear (porque lo es), sino por la inmensidad de la obra de arte que llega al cine. Es imposible hacerle justicia en unas pocas líneas, así como también es imposible desmenuzarla como corresponde con solo un visionado. Necesito, quiero y deseo poseer el bluray y mirarlo en loop. Asimismo, nobleza obliga, debo admitir que no soy la persona más idónea y con grandes conocimientos sobre cine y TV de la década del 60´ en Estados Unidos. Si bien he visto unos cuantos clásicos, lo que Tarantino plasma aquí requiere de un conocimiento muy grande para poder absorber bien y disfrutar todos los detalles. Estoy seguro de que muchos ensayistas y críticos académicos podrán abordar su review desde esa óptica. Y estoy ansioso por leerlos y escucharlos, y seguir aprendiendo. Lo que si puedo asegurarle a los lectores que pasan por aquí, es mi conocimiento sobre lo que pasaba en Hollywood en esa década, las personalidades, el Clan Manson y el asesinato de Sharon Tate. Y tras esta prolongada introducción no casual, quiero aplaudir de pie a Quentin Tarantino, su novena película es, tal vez, la mejor de toda su obra. Tiene infinitas capas para apreciar y analizar, de las que comentaré un poco sobre algunas superficiales. Ya que se trata de una película que, en sus controversias, rebusques y originalidades es donde sucede la magia, pero así también suceden los spoilers. Lo que hay que tener en cuenta y subrayar, es que esta no es una película para todo el mundo. Le exige mucho al espectador, y se disfrutará más o menos de acuerdo con el grado de cinefilia y admiración por el director que cada uno posea. Dicho esto, lo primero que destaco es la recreación perfecta del Hollywood de esa época, no solo en locaciones y vestuarios, sino en sus personajes. Si bien están exagerados, una de las tantas marcas registradas del director, su esencia es bien concreta: dos tipos atravesando una crisis existencial y de carrera dentro de un medio hostil que los exprimió. Cada uno a su manera. Leonardo DiCaprio y Brad Pitt componen una dupla perfecta y legendaria, dos íconos del cine moderno que se juntan por primera vez. Tal como sucedió en su momento con DeNiro y Pacino, estas dos mega estrellas no compiten por carisma en pantalla, sino que se complementan. El actor que quiere desencasillarse y sobrevivir y el doble de riesgo que la vida lo postergó. Ambos dentro de un ensamble magnifico, de actores consagrados tales como el ya nombrado Pacino en un rol menor, perfectos desconocidos en roles más grandes, y la siempre genial Margot Robbie como Sharon Tate. Ella es la otra gran parte de la película, toda la leyenda de aquella fatídica noche del 9 de agosto de 1969 y los días previos, son explorados (con giros, contra giros y obvias licencias artísticas) por Tarantino, pero de una forma muy particular. En varios puntos, Había una vez en Hollywood es una especie de carta de amor y declaración de intenciones que el director le escribe a una época, a un género y a sus fascinaciones. Otra vez aborda al Western, pero de dos maneras diferentes. Por un lado, a través de los personajes ficticios de DiCaprio. Incluso se da el lujo de hacer una especie de corto dentro del film. Y, por otro lado, lo aborda desde el lado de cineasta de esa época y la industria en sí misma. Es el homenaje definitivo, uno que arrancó hace un par de películas y que culmina acá. El final es épico, y digno de interminables debates, más que nada por la genialidad del realizador al igual que en todas sus cintas. Queda un film para que Tarantino llegue a las 10 películas que se autoimpuso. Queda una genial obra por descubrir que completará una obra aún mayor, de la cual este estreno es un punto muy importante. Había una vez en Hollywood es una de las mejores películas de los últimos tiempos.
De más está decir que para los admiradores de Tarantino, cada uno de sus estrenos, y más cuando el anuncia su retiro, es todo un acontecimiento. Y que cada uno de sus films siempre tendrá un nivel de originalidad, creatividad, tensión y fantasías propias que harán la felicidad del espectador cinéfilo. En ésta en particular se toma su tiempo para mostrar con una ambientación perfecta, con la entusiasta exhibición de todo lo que colecciona de una época que amo, el Hollywood que el vislumbraba desde el asiento del coche de su tío, cuando lo llevaba a pasear. Un tiempo de decadencia y transformación, del fin del cine de estrellas dominadas por los estudios, de la irrupción de jóvenes y creativos directores. Pero también el mundo de las series que idolatró y recrea en blanco y negro especialmente para el film. Un banquete de referencias, un recorrido por el parque de diversiones de su inocencia personal y la colectiva de ese tiempo, de una nostalgia primero brillosa que poco a poco se tiñe de angustia. Leonardo Di Caprio y Brad Pitt, ya grandes, pero con la madurez para mostrar su talento, son el actor y doble. El héroe de las series en decadencia que quiere pasar sin suerte al cine donde le dan el rol del villano y debe migrar a Italia, para ganar unos pesos con los spaghetti westerns. El doble que zafa de la acusación por la muerte de su esposa (referencia a Natalie Wood) que se transforma en chofer, el que arregla antenas, pero que también es su único y genuino amigo. Solo ellos pueden divertirse con pizza y cerveza mirando viejos capítulos de series en las que trabajaron. Pero hay secuencias memorables: Un Di Caprio alcohólico que falla en sus escenas y encuentra en la charla con una niña actriz el meollo de la actuación y sus lágrimas de felicidad. Pero también el encuentro de Pitt con una joven hippie a quien lleva en su auto hasta donde vive en comunidad, un lugar que l conoce porque filmo allí muchas escenas de series, ahora ocupado por los integrantes del clan siniestro. Un pequeño western en sí mismo. Otro momento memorable es cuando Margort Robbie en un cine ve a la verdadera Sharon Tate con una expresión angelical cuando el público celebra el film, Un encuentro de ficción y realidad cinematográfica lleno de magia. Algunos famosos aparecen como Steve McQueen personificado por Damien Lewis, Bruce Lee hecho por Mike Moh, y actuaciones de Al Pacino, Kurt Russell, Luke Perry, Dakota Fanning, Michael Madsen y siguen los nombres. Quien le dice que no a Tarantino?, lo aseguró Brad Pitt. Las referencias son muchas y Margot/Sharon es la encarnación de la belleza, la alegría, la despreocupación de un mundo que le sonríe. En la última hora llega la sorpresa, los cabos que se unen, la comprobación de que solo con creatividad, fantasía y talento, en el cine, se puede hacer real lo que deseamos. Nada menos.
El corte del boleto, el comentario del afiche, el olor del pochoclo y otra tantas cosas que no se pueden ver en pantalla pero sí sentir y que curiosamente no evocan tanto cuando uno recuerda verdaderos homenajes al séptimos arte. No soy el fan descarnado por la filmografía de Quentin Tarantino pero he visto absolutamente todas sus películas y participaciones en series de tv y tuve ese romance en el inicio de su carrera allá con Reservoir Dogs y todo el furor post Sundance. Hoy llega a todos los cines su novena película que suelta el intento (malogrado para mi gusto) del spaghetti western pero coqueteando desde otro lugar, un lugar que le sienta bien como constructor de relatos referentes a la cultura popular, siendo una especie de testigo del devenir de la carrera de estos protagonista que se encuentran sumidos en este mundillo que es Hollywood todo un ejercicio melómano acerca del cine. Ya desde la primera secuencia donde vemos a Marvin Schwarz (Al Pacino) en una charla con Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) hablar del futuro de su carrera y las implicancias de sus decisiones entendemos lo que el director quiere dejar plasmado; y no es otra cosa que sacarle el velo a Hollywood mostrar en constante maridaje la acción que envuelve los tres ejes centrales en un entorno de perpetuidad con el celuloide, casi que no hay fotograma que no emane cine y es eso lo más interesante de Once Upon a Time In Hollywood. El trabajo de Brad Pitt es muy bueno interpretando a Cliff Booth, un doble de riesgo abocado al rol de amigo entrañable de Rick Dalton, un hombre sin empleo ni lugar en esa industria que lo tiene relegado por causas de un hecho accidental del pasado y que será de alguna forma el nexo para transitar los momentos de acción más interesante. No recuerdo una coexistencia más romántica en el pasado filmográfico de Tarantino como el que logran Di Caprio y Pitt en escena. No es una simple muestra de caballerosidad: son dos hermanos que disfrutan momentos y tiene charlas exquisitas donde debaten temas sin caer en los extensos diálogos a los que el director nos tiene acostumbrados y que a veces no son necesarios. Una de las cosas que más polémicas trajo en su estreno en el festival de Cannes pasado es la presencia y relevancia del papel de Margot Robbie como Sharon Tate. Lo que puedo decir respecto a esto es que vamos a ver una Sharon Tate que seduce a la cámara; hay escenas donde la muestran en un letargo eterno como si se fundiera en una ficción de metalenguaje, y creo que Tarantino cuenta quizás por primera vez una historia donde el eje no es la ficción simple sino una historia donde el cine es inmortal a todo acecho y que no apunta a subyugarte de la cultura pop sino a envolverte en una época. De alguna forma la película se aparta de la frivolidad del caso criminal y pone en foco la esencia misma de algo mucho más poderoso que la venganza como podría ser a Hitler en Inglorious Basterds, la película enaltece a estas estrellas las pone a resguardo incluso de la faranduleria y egocentrismo desmedido. Vamos a ver infinidad de cameos de actores y su forma de relacionarse en esas pool party’s tan deseadas también habrá tiempo para el intertexto porque Quentin Tarantino necesita ese toque ególatra que ya es sello y empaquetado de su marca. Estamos ante una una gran oda al cine un punto y aparte para un tipo que se creía perdido en un discurso que se disolvía en la intención de hacer como si el cine fuera solo una cuestión simétrica. La deconstrucción de hitos y mitos, es una gambeta al estatus quo idílico que en la realidad ilumina más a los asesinos que a los que asesinan de mentira, y esa es la verdadera venganza, la venganza de un cine que se cree muchas veces moribundo. No me quiero despedir de esta review sin hablar del último plano y destacar que presten especial atención a la última escena que logra emocionar. Vayan a verla al cine, disfruten de la ceremonia del cine en su total vitalidad con este Quentin Tarantino desprovisto de egos y entregado a hacer una película acerca de hacer películas.
Tarantino seduce pero no brilla En su novena película, el director de Bastardos sin gloria vuelve a corregir la Historia por vía de la ficción, pero se dispersa en personajes y líneas narrativas. Mala noticia: la película más esperada del año es un ejercicio de estilo desparejo y estirado. Seductor de a ratos, agradable siempre, vacuo en líneas generales y singular sólo en la última secuencia, uno de esos tours de force tarantinianos, sangrientos hasta la carcajada. PeroÉrase una vez en… Hollywood no es un ejercicio brillante. Hasta el propio título promete lo que no cumple. Se supone que anuncia alguna clase de diálogo con la serie inaugurada por Sergio Leone con Érase una vez en el oeste y Érase una vez en América, y no hay nada de eso. Además, ¿por qué esos puntos suspensivos, que crean una expectativa sin rumbo? Como tantas cosas de la película, un recorte lo hubiera beneficiado. En su noveno largometraje Quentin Tarantino se sumerge en el Hollywood de los años 60 como quien desembarca en un planeta en el que todo son marquesinas con títulos de películas (reales), posters de otras películas en interiores, encuentros en los que se habla de películas y rodajes de películas. O series, porque ambas cosas aparecen indiferenciadas en Érase una vez en… Hollywood. El año es 1969. Es el fin de la década, y el realizador de Tiempos violentosasiste a una utopía hippie a punto de caer. La va a ahogar en sangre el tipo que orquesta la masacre final, a quien se ve una sola vez. Pero esa carnicería no tendrá la repercusión que en realidad tuvo. Como Bastardos sin gloria, Érase una vez…corrige la Historia por vía de la ficción. Lo que también parece a punto de terminar es la carrera de la estrella de televisión Rick Dalton (Leonardo DiCaprio). El show que lo hizo famoso entre fines de los 50 y los primeros 60, la serie western La ley de la recompensa, ya no está en el aire, y ahora lo único que le queda es hacer de villano invitado en series de terceros. Su fiel escudero y doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt), está siempre con él. Un tipo de la industria llamado Marvin Schwarz (Al Pacino), cuyo rol preciso Tarantino no se ocupa de aclarar (así como tampoco se sabe de quién es la voz en off que narra de a ratos), le aconseja volar a Roma para actuar en spaghetti westerns. El plan no entusiasma a Rick. En paralelo el realizador de Kill Billsigue a la nueva vecina de colina de Dalton, no otra que la rubísima Sharon Tate (la australiana Margot Robbie). A su vez, en algún momento los pasos de Cliff se cruzarán con una chica que resulta ser miembro de La Familia. No su familia biológica, tampoco la mafia, sino La Familia de Charles Manson. Las líneas convergen fatalmente. Érase una vez… es tan expansiva --en duración, en líneas narrativas, en personajes-- como todas las películas de Tarantino. Tanto como para darse un gusto, el realizador de Perros de la calle invierte buena parte del metraje en filmar escenas de series reales, como El FBI en acción, y de otras que no lo son. Entre la multitud de personajes hay lugar para cameos “reales” (Steve McQueen, Michelle Philips y Mama Cass en una fiesta en la mansión de Hugh Heffner, Bruce Lee y Polansky fuera de ella) y actorales, a cargo de de Kurt Russell, Clu Gulager, Michael Madsen y Zoë Bell, la doble de riesgo de Death Proof. En una película tan pletórica en personajes, en términos dramáticos hay un único personaje, Rick Dalton. A Rick le pasan cosas: tiene pánico al fracaso y por eso toma de más, tartamudea y anda llorando en público. Hay, quizás, un segundo personaje, el ciego (o no) que en una única escena interpreta el veterano Bruce Dern, a quien una chica de La Familia le hace vivir una tardía vida sexual. Los demás, incluidos el Cliff Booth de Brad Pitt y la Sharon Tate de Margot Robbie, tienen tanta entidad como la figura de cartón que aparece en la escena de créditos finales. Escena absolutamente innecesaria, por cierto. La cámara que empuña el brillante Robert Richardson (DF estable de Tarantino, desde Kill Billpara acá) se mueve con elegancia, pero en ocasiones no va a ninguna parte. Como la película misma. La secuencia final, pacientemente construida, es una orgía de sangre, sorpresas (un pitbull participa activamente) y montaje. Dura unos cuarenta minutos. Da la sensación de que las dos horas previas sirven de preparación para llegar hasta ese punto.
La nueva película de Quentin Tarantino, "Había una vez… en Hollywood", es un homenaje, muy a su estilo, al corazón de la industria cinematográfica, y el estilo de vida que la rodea. Su desparpajo, y su deleite visual y actoral, se reciente por una desbalanceada y extensa duración. ¿Cuántas anécdotas se esconden detrás de las puertas de un set de filmación? ¿Cuán rico es el mundo en el que se mueven las más rutilantes estrellas? Hollywood no es solo la meca del cine industrial, el polo cinematográfico mundial más grande del planeta (por más que haya otros países como India y Nigeria que produzca más en cantidad, la importancia como industria no resiste comparación con nadie); es un estilo de vida, un modo de hacer las cosas, unos lentes con los que ver la realidad. ¿Qué mejor que un director como Quentin Tarantino para transmitir ese estilo de vida? El director de "Tiempos violentos" hizo de la cinefilia su razón de ser. Toda su filmografía se basa en su amor por el cine, revisitado en diferentes homenajes a géneros y estilos particulares. Tarantino ama el cine de género, tiene conocimiento de cine estilo Clase B, y puede hablar de películas desconocidas por un público mayoritario. Pero esta vez, con algunos matices, el homenaje es al corazón de Hollywood, y en los años en los que ese estilo de vida estaba en su apogeo, y a punto de recibir su tiro de gracia. Son los años ’60, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es una ¿ex? estrella televisiva de los años ’50 que protagonizó su propia serie de western con muchísimo éxito. Pero la arruinó cuando quiso probar sin suerte una carrera en el mundo cinematográfico. Descuidó la serie, y se quedó sin el pan y sin la torta. Rick vive en Hollywood junto a su doble de riesgo personal, Cliff Booth (Brad Pitt) con el que mantiene una relación de camaradería y cuasi hermandad, pese a tratarlo más de una vez como un lacayo. Ambos gozaron de las mieles de Hollywood y aún lo hacen gastando los últimos cartuchos. Rick recibe la visita de un productor ítalo judío (Al Pacino) que le propone pegar el salto y aceptar protagonizar una serie de películas estilo B para la industria italiana. Spaguetti Westerns, imitaciones de taquillazos como los films de espionajes de James Bond, y otros proyectos que no tienen ni el glamour, ni el presupuesto, ni la fama de las grandes películas de Hollywood... Pero es trabajo asegurado, y no pagan mal, aunque las exigencias sean otras. Rick y ¿Cliff también? entran al ruedo otra vez. Paralelamente, transcurre lo que más llamó la atención desde que se anunció la realización de "Habia una vez… en Hollywood". Rick y Cliff son vecinos de dos personalidades muy particulares, Bruce Lee (Mike Moh), y Roman Polanski junto a su mujer, la incipiente actriz, Sharon Tate (Rafal Zawierucha y Margot Robbie); y por la zona se corre el rumor de una comunidad hippie muy llamativa, liderada por un tal Charles Manson (Damon Herriman). "Había una vez… en Hollywood" tiene una duración de 161 minutos, algo usual para el director de "Los ocho más odiados", pasarse de las dos horas. En esas más de dos horas y media, la narración pareciera estar bien diagramada, el asunto es que no todo tiene el mismo peso e interés. Su primera hora y media (una película promedio entera) se dedica a presentar personajes y homenajear al estilo de vida de Hollywood con luces y sombras, con glamour y con miserias del estilo Clase B, siempre en el tono paródico burlón del director. Comienza con vigor y brillo, para luego perderse. Recién en su última hora, a partir de que ocurre un hecho trascendental en el argumento, la historia toma forma definitiva, y cuenta una historia concreta más relacionada con el clan Manson y su contacto con los dos protagonistas. En este punto, "Había una vez… en Hollywwod" alcanza una ferocidad increíble y se convierte en un verdadero festín, pero para eso, debemos atravesar un camino disperso, con varias historias que no se unen y sólo se mezclan con el propósito de mostrar un estilo de vida de la época y homenajear a modo de onanismo al mundo de la cinefilia con códigos internos de todo tipo. Como ya es usual en el universo Tarantino, el publico cinéfilo tiene carta blanca, es más considerado, y tiene más juguetes, que aquel que llega lateralmente. Tarantino tiene una necesidad de demostrarnos cuánto sabe del mundo del cine, más que nosotros, simples espectadores, y se regodea en eso; como el nene al que sus padres le compraron el juguete que todos en el barrio quieren pero no tienen… y ya se sabe lo odioso que son esos nenes presumidos. Hollywood se rinde ante los pies suyos, cuenta con el mejor equipo para entregar una banda sonora que es un lujo, y un trabajo en fotografía, montaje, vestuario, escenario, y composición de cuadro, de una exquisitez absoluta. También se da el privilegio de poblar la película de cameos varios, y no solo le alcanza con un elenco principal que es un lujo, ofrece participaciones pequeñas a gente como Kurt Russell, Michael Madsen, Bruce Dern, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Rummer Willis, Danielle Harris, Maya Hawke, Rebeca Gayheart, Luke Perry, y sigue la lista de firmas. Di Caprio y Pitt se divierten y orecen ambos trabajos interpretativos enormes. Simplemente se luce más DiCaprio, porque durante gran parte, su personaje está más tiempo en pantalla, y pareciera ser el que mueve la película. Pero ambos merecen fuertes aplausos. Margot Robbie logra demostrar su talento como actriz, más allá de que Sharon Tate está lejos de ser un personaje protagónico en la película, y durante gran parte su historia es un adorno que no se integra. Todo se ve hermoso y enorme en "Había una vez… en Hollywood", pero la historia no siempre acompaña. Tarantino vuelve a demostrar ser ese director desbordado, excesivo, con una necesidad de exponer más de lo necesario. Cuando adquiere un tono más concreto, cuando el homenaje al cine de género deja de ser sólo en datos y se vuelca en la narración y en la ferocidad de las escenas, "Había una vez… en Hollywood" se convierte en la gran película que pudo ser. Pero para eso tuvimos que recorrer un largo camino.
Tributo al Séptimo Arte. Crítica de “Había una Vez en Hollywood” de Quentin Tarantino.InicioEstrenosTributo al Séptimo Arte. Crítica de “Había una Vez en Hollywood” de Quentin Tarantino. 21 agosto, 2019 Bruno Calabrese Un actor de televisión y su doble de riesgo, se embarcan en la odisea de convertirse en estrellas de la industria cinematográfica, en la misma época de los asesinatos de Charles Manson en 1969, en la ciudad de Los Ángeles. Por Bruno Calabrese. Cuesta mucho ser objetivo con Tarantino, cuando uno recorre su filmografía y vuelve a ver sus películas, no puede más que esperar con ansias ver su próximo proyecto. El universo del cineasta tiene un vasto recorrido por todos los géneros, desde el bélico hasta el western, historias de mafiosos y pandillas, venganza y slasher. Un repertorio variado y para todos los gustos de una mente maestra que hace que cada vez que estrene vayamos con la expectativa por las nubes y la exigencia aumente. Muchas veces, cuando las expectativas están arriba uno sale insatisfecho o con una sensación de poco, pero en el caso de Tarantino esas expectativas son cumplidas casi siempre, dejándonos con ganas de que eso que estamos viendo no termine más. Lo mismo vuelve a pasar en su novena película, “Once upon a time… in Hollywood”: esta cinta nos presenta la historia de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) una estrella en el ocaso de su carrera televisiva y que busca hacerse de un nombre como protagonista en el cine, y su peculiar amistad con Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de acción. A la vez que nos cuenta y de alguna forma que no puedo mencionar del todo, como Sharon Tate (Margot Robbie) y su trágica historia con la familia Manson, se cruza con este dúo de inadaptados Hollywoodenses. El guion de Tarantino es una joya en toda la extensión de la palabra. Al igual que “Inglorious Bastards”, el director toma un hecho histórico y lo reinventa, generando en el espectador la tensión necesaria para lo que va a ser el momento final, el crimen de Sharon Tate por parte del Clan Manson. Quentin juega con eso y construye el suspenso a partir de nuestro conocimiento sobre el tema. De esta manera se evita tener que presentar a los siniestros personajes que formaban parte de la secta, o mostrar el sadismo con el cual asesinaban a sus víctimas. Este elemento sirve para imprimirnos terror en una de las mejores escenas, cuando Cliff concurre al Rancho Spahn, donde se hospeda el clan, una suerte de mini película de terror al puro estilo “La Masacre de Texas” del año 1974. La ambigüedad que produce en nosotros los tiernos hippies en esa escena es lograda gracias a lo que uno sabe sobre “La Familia”, y esa es la clave sobre lo que se apoya el director para trasladarnos a esa momento y provocarnos miedo. Todo ese tiempo ahorrado en la presentación de los personajes el director lo utiliza para rendir homenajes al cine, de todos los tiempos, ya sea el western como el bélico y el cine de terror, así como también a grandes series de finales de los sesenta como “Mannix” y muchas más que no vale decir para no arruinar el efecto sorpresa. Por el lado de las actuaciones, cada personaje tiene su razón de ser. Incluso los cameos inesperados de sus actores fetiche, así como la nueva generación, con la incorporación de la hija de Uma Thurman, Maya Ray y de Sarah Margaret Qualley (brillante en ese juego de seducción permanente con Cliff). Todo junto logra hacer que todas las piezas funcionen como un reloj mecánico, haciendo destacar a los personajes de DiCaprio y Brad Pitt, los más entrañables de su carrera. Pero nada de eso sería posible de no ser por la mano mágica de Tarantino, este deja que la cinta se tome su tiempo y que, de forma inesperada, nos mantenga atentos a una trama en la que parece que no sucede nada, al contrario, es como si hiciera un tratamiento ensayístico sobre sus personajes y su contexto, un Hollywood nostálgico y mágico, que culmina en un suceso muy oscuro y que aquí el cineasta nos ofrece un final violento que puede resultar polémico para quien conoce los hechos pero que se ajusta al discurso imperante en todo el film, “Vamos a darle a Hollywood lo que Hollywood quiere”. La música es otra de las estrellas en esta película, siendo probablemente uno de los mejores soundtrack en la carrera de Quentin, presentada de manera muy natural, a través de una emisión radial refleja justo un salto al pasado donde la radio, el cine y la televisión eran los reyes de la cultura pop. Como dijo Brad Pitt: “Erase una vez en… Hollywood” es una carta de amor a una industria que amamos, odiamos y adoramos. Y a una ciudad que amamos, odiamos y adoramos”. Una joya para ser analizada y revisionada una y mil veces, como todas las películas de Tarantino, el genio que logra plasmar en la pantalla el tremendo bagaje cinéfilo que ronda en su cabeza. ¿Es la mejor de su carrera? A primera vista es difícil saberlo, sus films merecen una relectura o ver varias veces para darnos cuenta. Lo que si podemos saber es que es una de las mejores películas del año y candidata firme para los premios Óscar. Puntaje: 100/100.
Había una vez en Hollywood: una necesaria irreverencia para la cinematografía actual En algún momento de Había una vez en Hollywood, no diremos cuál, se enuncia el nombre de Antonio Margheriti. Una mención que generará sonrisas y risas. Sonrisas, por el contexto en donde aparece y donde aquellos que saben entienden quién es este hombre en la vida real. Las risas, por otro lado, puede que vengan de aquellos que recuerdan Bastardos sin Gloria y a los tres soldados tratando de pasar, infructuosa y humorísticamente, como italianos en una premiere nazi. Ese momento hermanará a todos los espectadores, un momento que es la prueba más clara (como si hiciera falta) de que Quentin Tarantino sabe de cine. Una obviedad, sí, pero es necesario traerla a cuenta. En una época donde el cine parece ser reducido a imágenes con historias, Quentin Tarantino nos recuerda que el verdadero poder del séptimo arte, empieza allí pero debe ir más lejos. Donde está ese poder que cautiva. Ese poder que enamora. Que te mete en un mundo. Rick F*cking Dalton Si esta crítica tuviera que definir a Había una vez en Hollywood en una palabra sería “irreverencia”. Una necesaria irreverencia tanto a nivel narrativo como cinematográfico. Decimos irreverencia a nivel narrativo, porque en tiempos donde tenemos asimilada la estructura de tres actos propuesta por varios gurúes del guion (cada uno con su solidez y cuestionamientos), Quentin Tarantino escribe una historia como se concebían a fines de los 60s y principios de los 70s. Cuando un guionista nos hacía pasar la mitad del metraje con un personaje, conocer sus virtudes y defectos, con objetivos escénicos tan claros que en cualquier otro contexto (sobre todo uno moderno) se considerarían tediosos y que la película estaría mejor sin ellos. En definitiva, conocerlo de arriba abajo, para ver cómo lidia con un conflicto concreto en la segunda mitad. Un estudio de personaje. Decimos irreverencia a nivel cinematográfico en estrictos términos comerciales. En una época donde gobiernan reciclajes de propiedades intelectuales preexistentes, donde los estudios no se arriesgan con historias originales, y donde la corrección política está adquiriendo una prioridad tan peligrosa como excesiva por sobre la historia, resulta un acto de valor el que uno de estos estudios decida albergar una película de Quentin Tarantino con todas las libertades que exige. Al decir «libertades» decimos una incorrección política no solo propia de la época en la que transcurre, sino una clara rebelión de su realizador a la corrección política imperante, ante la cual no se va a arrodillar bajo ningún concepto. Esa rebelión, esa irreverencia, esa protesta -si se quiere- en crítica de la realización actual, así como la añoranza por un tiempo pasado y mejor, es expresada a través de la dicotomía que manifiesta la película entre la fama y el olvido. El ego y la inseguridad. El olvido enfrentado como la etapa de ira (el Rick Dalton de Leonardo DiCaprio) y la etapa de aceptación (el Cliff Booth de Brad Pitt). Por otro lado, Margot Robbie, encarnando a una feliz y dinámica Sharon Tate, posee un tiempo limitado de metraje, pero no sin un por qué. La vida de Tate, su historia, es algo que pasa al costado de la narrativa. Porque ella no es un personaje: ella es un mundo, ella es un clima. Ella, dentro de esta fábula, representa al Hollywood como ideal, como objetivo de éxito, en apariencia sencillo y de un día para otro, mientras que DiCaprio y Pitt representan al Hollywood como verdaderamente es. La película es una carta de amor al cine en general. Sí, esta crítica es consciente que está repitiendo como loro ese elogio que tiene adosado la película desde su premiere en Cannes, pero no hay otra manera de definirlo. Sin embargo, hay un género específicamente que recibe más cariño que otros, tanto a nivel estético como interpretativo y narrativo: el western. Es a través de este género donde se presenta una dicotomía más interesante aún entre los personajes de Leonardo DiCaprio y Brad Pitt. Si bien cuando comparten cámara la suya puede ser una buddy movie, cuando están separados se presenta la división entre alguien que actúa de vaquero y alguien que se comporta como uno. Una diferenciación que empieza con la sonoridad de sus nombres. El nombre del personaje de DiCaprio, Rick Dalton, suena a un nombre genérico de personaje de Western. Tanto en parodias como en exponentes puros y duros, se ha escuchado por lo menos una instancia del nombre Dalton, casi siempre como un grupo de hermanos. El nombre del personaje de Brad Pitt, Cliff Booth, es un poco menos frecuente pero suena a Western, o por lo menos de la época en donde se suele enmarcar el género. Un personaje incluso hace la asociación con John Wilkes Booth, el asesino del Presidente Estadounidense. Continuemos con la imagen y la actitud: al personaje de DiCaprio lo vemos en diversos vestuarios en sendos sets del oeste, pero su actuación y la iluminación de la escena denotan un claro trabajo de personaje dentro de personaje. DiCaprio debe interpretar a Rick Dalton interpretando a un forajido. Tiene delante de sí la difícil tarea de ilustrar la inseguridad de su personaje, pero también las emociones del personaje que su personaje interpreta. La puesta en escena de esa “película” es palpable. Autoconsciente. Mientras tanto, Brad Pitt es quien se comporta a lo largo de toda la película como un verdadero vaquero del Spaghetti Western. De ribetes antiheroicos y con códigos propios que no quebranta ante nadie. Cuando llega al Rancho Spahn donde se rodaban películas de vaqueros (e incluso la serie donde el personaje de DiCaprio cosechó su fama), llevado allí por una Hippie del Clan Manson, es donde tenemos desde todos los elementos de la puesta en escena al western más puro que tiene toda la película. Había una vez en Hollywoodtrabaja mucho en capas, no solo en el sentido del metalenguaje, ejemplificado por el recorrido actoral del personaje de DiCaprio arriba mencionado, sino que también utiliza esas capas para describir la memoria, que es el caso de cómo Brad Pitt recuerda el por qué de su alicaída situación laboral. Llegado el desenlace (no se preocupe, lector, no daremos spoilers), el western queda atrás y es cuando la película adopta una estructura definitivamente más clásica, la que definitivamente cualquier espectador, cinéfilo o no, podrá asimilar. Una estructura con una fluidez que no podría ser apreciada sin la información, sin las vivencias atravesadas por los personajes, provistas durante las dos horas anteriores. Una estructura donde abraza desvergonzadamente y con orgullo un espíritu de serie B, de una superficialidad tan deliciosa que es la de nuestras fantasías más crudas y sin filtrar.
Había una vez en Hollywood un cinéfilo, cuyo amor por las películas lo llevó a hacer las suyas propias y se convirtió en uno de los grandes autores de esta generación. A casi cuatro años de su último trabajo, Quentin Tarantino está de regreso con Once Upon a Time in Hollywood, un film que lleva su pasión a otro nivel. Una oda al cine, a la televisión y a la industria en general, su homenaje no se limita a un género en particular como en trabajos previos, sea el de artes marciales (Kill Bill), el exploitation (Death Proof) o el western (Django Unchained, The Hateful Eight). No, se trata de una celebración del arte de hacer arte.
La fugacidad del éxito Había una vez en… Hollywood (Once Upon a Time in… Hollywood, 2019) es una comedia dramática que constituye la novena película dentro de la filmografía de Quentin Tarantino. Coproducida entre Estados Unidos y Reino Unido, la cinta está protagonizada por Leonardo DiCaprio y Brad Pitt. Completan el reparto Margot Robbie (Yo Soy Tonya), Al Pacino, Austin Butler, Margaret Qualley (Novitiate), Rafal Zawierucha, Damon Herriman, Dakota Fanning (Now is Good), Maya Hawke (Stranger Things), Julia Butters, Bruce Dern, Timothy Olyphant, Mike Moh, entre otros. Los Ángeles, febrero de 1969. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), actor de series de televisión y películas de vaqueros, siente que su carrera decayó completamente al juntarse con el agente de casting Marvin Schwarz (Al Pacino) y recibir la recomendación de interpretar nuevos roles dentro de producciones italianas western. Vecino de Sharon Tate (Margot Robbie) y del prestigioso director Roman Polanski (Rafal Zawierucha), Rick le contará sus preocupaciones más personales a su mejor amigo Cliff Booth (Brad Pitt), el cual aparte de ser su doble de acción en el trabajo también se encarga de las peticiones del artista. A su vez, Cliff se vinculará con Pussycat (Margaret Qualley), una joven hippie que lo llevará a conocer el rancho Spahn, lugar donde vive con las demás personas que comparten ese estilo de vida. El noveno filme dirigido y escrito por Tarantino funciona como una carta de amor a la manera de hacer cine en la década del 60. El vestuario, los autos, el set de rodaje y los planos de carretera estéticamente lucen espectaculares, generando una nostalgia genuina al darnos cuenta que películas de este estilo ya no se realizan en la actualidad. Con Había una vez en… Hollywood el espectador se convierte en testigo del detrás de escenas, en especial porque la cinta cuenta con un montón de secuencias de Rick Dalton en diversas series de tv y filmes de cowboys. Como una película dentro de otra película, los más cinéfilos disfrutarán al ver cómo Dalton se transforma en su respectivo personaje, otorga a sus líneas de diálogo toda la emoción posible, improvisa o incluso se olvida lo que tenía que decir. Tarantino se toma su tiempo para presentar a sus dos protagonistas, los cuales comparten una camaradería increíble en pantalla. Mientras que el Cliff de Brad Pitt deja un halo de misterio durante todo el metraje con respecto a sus años pasados, el Rick de DiCaprio consigue generar mayor empatía gracias a que sabemos exactamente lo que siente: una inutilidad que se acrecienta cada vez más al estar encasillado en el rol de villano y no tener oportunidades laborales de más renombre. Las escenas en las que Rick habla consigo mismo alentándose para dar una buena interpretación resultan las mejores del filme, así como también los momentos que Rick comparte con una niña actriz. Llenísima de referencias culturales, la película puede tornarse relativamente extensa ya que no tiene un conflicto definido. Más que una trama con comienzo, problema y desenlace Había una vez en… Hollywood es una recopilación de situaciones que homenajean a Los Ángeles. Por lo que si vas a ver este filme esperando que se profundice sobre el asesinato de Sharon Tate vas a salir muy decepcionado. No solo los hechos verídicos no se muestran como sucedieron sino que nunca llegamos a conocer bien quién era esta actriz. A Margot Robbie el guión no la ayuda ni un poco ya que sus escenas se limitan a mostrarla bailando, invitando a amigos a su casa o yendo al cine a verse a ella misma en la pantalla grande. Nunca se nos da la chance de conocer qué es lo que piensa o si está contenta con su matrimonio. En conclusión, Había una vez en… Hollywood cuenta con buenísimas actuaciones protagónicas, una fotografía deslumbrante y un diseño de producción glorioso. Los fanáticos de Tarantino sabrán apreciarla más, sin embargo los que no están tan familiarizados con el tipo de cine que realiza este director se encontrarán con un filme que carece de un hilo conductor. Con escenas de suspenso bien construidas pero que no llevan a nada, el desenlace será amado por algunos como odiado por muchos otros.
Novena película de un creador. Quentin Tarantino construye un filme diferente y sin embargo, absolutamente personal. "Perros de la calle", "Kill Bill", "Pulp Fiction", "Bastardos sin gloria", "Django sin cadenas", "Los ocho más odiados" son quizás los más exitosos de su geografía cinematográfica. Un mapa en que se mezcla la violencia, el humor, la locura y la imaginación desbocada. Un poco de todo esto tiene "Había una vez...en Hollywood", con ciertas luminosidades no tan habituales en el estilo del director. Aquí la evocación se llama Los Angeles 1969, con un Hollywood donde los sistemas industriales cinematográficos están listos para cambiar, la Edad Dorada se está oxidando y sus protagonistas, actores, directores están dejando de ser. Así, Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), un exitoso actor televisivo, hasta ahora "el héroe" de las series de moda inicia la carrera al descenso y su doble Cliff Booth, "demasiado buen mozo para ser doble", como dice alguien y con el halo siniestro de haber matado a su mujer, indudablemente deberá desaparecer. Tiempo de hippies en el que Dalton no parece acomodarse en la feria del western con sus protagónicos clase B. Con ese desparpajo visual y su tarantinesco entusiasmo musical, "Había una vez...en Hollywood" brilla al compás de "California Dreaming" y es capaz de desbordar emoción con la famosa vecina de Dalton y Booth, Sharon Stone (la expresiva Margot Robbie). La modelo y actriz, esposa del director de "El bebé de Rosemary", Roman Polanski, tendrá una fama que sólo la necrofilia pudo imaginar, lograr una publicidad infinita como una de las víctimas del "Clan Manson", esa aberración que nace en el momento de la "la paz y de la flor". INGENUIDAD Mixtura de estilos, con antinomias imposibles, como las escenas en el cine y la llegada de parte del clan Manson. Pocas veces una secuencia de emoción e ingenuidad, donde la Stone se ama tiernamente al verse en una película, contrasta tanto con el salvajismo apocalíptico de la secuencia de la llegada del "clan Manson" a la casa de Rick Dalton. Pisadas de estilo de un director original, capaz de desencadenar la carcajada y la violencia, como la pelea de Bruce Lee (escena de Mike Moh) y el doble de riesgo. O hacer aparecer y desaparecer homenajes a series ("El FBI", "Mannix") con personajes típicos, el agente de prensa Schwarz (notable Al Pacino) o su esposa, la Brenda Vaccaro que conocimos en "Perdidos en la noche" de John Schlesinger. Aquí hay que detenerse. "Había una vez...en Hollywood" es un filme sobre la memoria y "Perdidos en la noche" ("Midnight Cowboy") de John Schlesinger es indudablemente un referente directo del recuerdo de Tarantino, porque Joe Buck (Jon Voight), uno de sus protagonistas es un antecedente de Rick Dalton. Aquél era un vaquero texano que llegaba a Nueva York a triunfar como gigoló, Dalton llega a Los Angeles para vivir para siempre como "héroe inexpugnable" del micromundo de las series. Uno y otro se dan cuenta que todo es diferente, que nada es para siempre. Arriesgada película en los 55 años de un creador. Una inmersión en profundidad con los fantasmas de toda la vida. Esta vez con la revelación como pareja de los increíbles Brad Pitt y Leonardo di Caprio, mágica unión de dorados conductores de un mundo de fantasía.
El brillo de una época… en un film poco brillante. El noveno film de Quentin Tarantino, y el penúltimo de su carrera si cumple su promesa de retirarse, revisita el final de una era en la ciudad de Los Ángeles de 1969. El director recrea esa época soñada a través de la nostalgia de su infancia y su siempre desbordante pasión por el cine. Y si bien está presente esa pasión por el séptimo arte y la ocurrente manera de crear divertidas piezas cinematográficas de aquellos años, es la escasa sustancia en lo que tiene para contar lo que hace que se trate tal vez del film menos logrado de Tarantino; retazos de una hermosa era pasada, del fin de la contracultura, que en su conjunto se pierde a sí mismo en medio del estilismo y el dinamismo referencial de su director. La historia sigue los pasos de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt), el alguna vez héroe del género western en la ficticia serie Bounty Law y su doble de riesgo. Ambos personajes se encuentran perdidos en un tiempo donde la popularidad y el reconocimiento de lo que alguna vez fueron quedó en el pasado, haciendo que Rick acepte pequeños papeles de villano en distintas series televisivas y Cliff sea su chofer y asistente. El film se estructura en torno al ocaso de estas estrellas a la vez que toma a la figura de Sharon Tate (Margot Robbie) como representación del ascenso de una actriz de la futura generación, alejándola del estigma de su trágico final a manos del clan Manson para centrarse en parte de la inocencia y pureza que se extinguiría con el fin de la década. El film cuenta con grandes pasajes memorables, allí se encuentra el hilarante enfrentamiento entre Cliff y Bruce Lee (Mike Moh) o la terrorífica secuencia en el rancho Spahn con los acólitos del clan Manson. La narrativa se conforma en la estructura de un día en la vida (o dos días en este caso), algo representativo de varios de los films de la década del 60. Y si bien muchas de las situaciones que presenta Tarantino resultan entretenidas o dignas de ser apreciadas por la grandeza en su dirección, es en el conjunto donde termina fallando, ya que dichas situaciones funcionan como fragmentos independientes pero no dentro de la totalidad de la obra, algo que se percibe mayormente con el personaje de Sharon Tate, el cual no tiene mayor valor que en la reescritura de su final con lo cual vuelve obsoletas a la mayoría de las breves escenas en las que aparece. Si se toma de ejemplo a Rick como el protagonista principal de la historia, es interesante ver los conflictos de un personaje que pone en dudas sus cualidades actorales a la vez que es consciente de que su momento de fama quedó atrás. Todo ello representado en su mejor forma en la magnífica escena donde comparte diálogo con su compañera de elenco, una niña de ocho años con mayor profesionalismo que él. Pero si bien Tarantino se sirve de la excelente interpretación de DiCaprio para que cada aparición suya valga su tiempo en pantalla, nunca dejan de ser momentos que dan vueltas sobre el mismo tema, sin cambio o crecimiento drástico para el personaje. A su vez, la amistad entre Rick y Cliff, que posee maravillosos momentos, se ve afectada por la separación narrativa que pone a ambos personajes en puntos distintos en la mayor parte del film, resultante del fragmentado desarrollo con el que el director escoge contar su historia. Así, es innegable el amor que Quentin Tarantino tiene por el cine, y siendo que esta es la primera vez que realiza un film que dialoga sobre el mundo del cine, se percibe dicha pasión en cada momento. Es una carta de amor a un tiempo pasado, al cual no se puede regresar, así como el personaje de Rick sufre con triste nostalgia sus momentos de gloria. Con esa búsqueda como eje central, el director retrata el esplendor de la época con humor y emotividad, dejando entrever los factores importantes que marcarían, entre tantos otros, el fin de una forma de hacer cine, el fin de la contracultura del movimiento hippie y de los valores de una sociedad que cambiaría para siempre. Es por ello que el director escoge centrarse en los buenos aspectos —los más esperanzadores— al mismo tiempo que juega rozando a la oscuridad que atentaría contra todo ello. De esta manera, la elipsis temporal que se plantea en el film acerca al espectador a los eventos de la fatídica noche del 9 de agosto de 1969, y así como en Bastardos sin gloria Tarantino castigaba los actos de Hitler asesinándolo de la manera más brutal, aquí vuelve a cambiar la historia dándole su merecido a los miembros del clan Manson. Y es que Había una vez… en Hollywood es el registro cinematográfico de alguien que añora con cariño un tiempo que, tal vez no haya sido mejor, pero que se lo rememora con todos los aspectos buenos de la época. Es el cine cambiando la historia ya que es el medio que puede revivir un tiempo pasado, y si con ello se pueden alterar los hechos para bien… entonces por qué no. La búsqueda de Tarantino resulta entretenida y, cuando es necesario, conmovedora. Una de las mejores secuencias del film es aquella que, al son de Out of Time de los Rolling Stones, la voz de Kurt Russell nos narra los eventos del 9 de agosto, dando una sensación de cierre que resulta sincera, melancólica y que, junto al virtuosismo en la dirección de Tarantino, subraya de manera hermosa la idea del fin. La despedida de unos amigos, la transformación de la industria cinematográfica y los cambios de los tiempos por venir, todo ello a medida que Los Angeles se ilumina al caer la noche con el brillo especial de lo que alguna vez fue. Es en esos momentos cuando el film pareciera resaltar todo su verdadero potencial, pero gracias a su narrativa fragmentada no llega a ser explorado del todo con mayor profundidad. Había una vez… en Hollywood es una sentida oda al cine de la época y a los días en la vida que se describen mucho más simples que los tiempos que corren. Tarantino es fiel en su búsqueda y en lo que le quiere brindar a su espectador, sin importar que sea el guion el que sufre más las consecuencias de sus elecciones narrativas. Tal vez sea mejor quedarse con el recuerdo y la imaginación de cómo se recrea el pasado, con la magia propia del cine, y no ahondar demasiado. Si lo hiciéramos, nos encontraríamos una vez más con la cruda verdad y aunque eso signifique tener a un Tarantino menos inspirado en la escritura, siempre tendremos cine.
La inocencia, hermana de la confianza, puede ponerse en imágenes. Casas sin rejas, puertas abiertas, risas comunes en una sala de cine, conversaciones con desconocidos o viajes de autostop en autos ajenos. Verano, Los Ángeles, 1969. El año en que Peter Fonda y Dennis Hopper presentaron Easy Rider, uno de los más contundentes retratos de inocencia rota de la historia del cine. O sobre el asesinato de la libertad, otra parienta. Había una vez en Hollywood, la bella, extraña, extraordinaria novena película de Quentin Tarantino, el director cinéfilo nerd, es acaso la mejor de su carrera. Y probablemente, la menos canchera y cool, la más cargada de ternura genuina. Con dos personajes entrañables a su manera, un actor y su doble, empleado y patrón, pero básicamente amigos, de los que se conocen mucho y se adivinan todo. Dobles: el backstage humano del backstage para una película que, bien se ha dicho y repetido, funciona como una carta de amor a la fábrica de sueños. Y a sus segundones. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es un actor de series que empieza a notar, con horror, los primeros signos de decadencia. Le ofrecen papeles de villano y aparecen nuevos y más jóvenes protagonistas. Cliff Booth (Brad Pitt) es su doble de riesgo. Pero además su chofer a tiempo completo, su asistente general, su compinche. Aunque el primero vive en una linda casa en las colinas de LA y el segundo, en un trailer cucarachesco. El inspirado libro de Tarantino plantea, como otra capa del relato (la que se cruza con la realidad), la llegada de nuevos vecinos a la casa de Rick: el director polaco Roman Polanski, que es una celebridad mundial, y su bella mujer americana, la modelo y actriz Sharon Tate (Margot Robbie). Unos y otros se ven apenas, como de paso: nosotros, los espectadores, vemos algo más. Y aunque seguimos a sus protagonistas en sus idas y vueltas, con Rick en plena crisis existencial, la sombra de Manson estará ahí todo el tiempo, guiando los destinos del relato. Una agazapada amenaza a la inocencia. Tarantino adora a sus personajes: los decadentes, los nadies o los aspirantes de la industria. Y desde ese roce de caminos, sus problemas adquieren la candidez de lo bueno, y de lo humano, cuando se lo opone al mal inexplicable. El lobo vestido de cordero hippie. Sus idas y vueltas tienen mucha música; no hay viaje en auto sin ella. Aunque en vinilos o radios con largos cables, la música suena todo el tiempo. Mercería una nota aparte, pero vale decir que el surtido de éxitos pop y temas instrumentales de la segunda mitad de los sesenta, arropa la trama tanto como el diseño de vestuario y la producción. Además, está llena de sorpresas y, claro, de guiños cinéfilos. Marcas de estilo, la película se permite largas y caprichosas escenas de diálogos y bruscos cambios de tono, que llevan a preguntarse hacia dónde va eso, especialmente en el último acto. Hay por lo menos tres secuencias que se perciben como instantáneos clásicos del futuro. La más luminosa, con Robbie en una sala de cine, descalza y feliz, viéndose en una pantalla: mirando, junto a otros, a Sharon Tate. Ha pedido que la dejen pasar sin pagar entrada porque ella está en la película. No lo hizo por vanidad, sino porque quiere disfrutar de cada detalle de lo que le está pasando. Es una mujer enamorada, libre y hermosa, que se ríe cuando la sala festeja sus chistes en la proyección. Y una escena de puro cine, con apenas diálogo: una imagen de la felicidad. La segunda, aún con ironía, es terrorífica. Cliff, con su usada camisa hawaiana, llega al rancho Spahn de la mano de una chica hippie que se le aparece, como una especie de ángel cándido, pero de raro augurio; responde al nombre de Pussycat. El rancho es uno de esos lugares que (no) habría que inventar si no hubiera existido: utilizado como set para la filmación de westerns, donde se instaló la familia Manson. Una comunidad que se sostenía paseando turistas a caballo entre sus colinas. La atmósfera es tan tensa que de ella podría colgarse un sombrero, citando a Chandler. Como el chapter one de Bastardos sin gloria que, por cierto, con encuadres de western también abría con un “Había una vez”. Cliff se hace el tonto testarudo hasta que logra ver a Mr Spahn, atravesando de miradas lisérgicas amenazantes de niñas y niños flower power. ¿No eran ellos el bien y la libertad? La tercera, el desenlace. Tarantino y su fantástico elenco disponen un climax con los personajes totalmente puestos, pasados. De rosca, de drogas, de alcohol, de cigarrillos. Y, de nuevo como en Bastardos, también como Django (se ha dicho, y es cierto, que esta película parece reunir todo su cine) al servicio de ese ejercicio conmovedor, dulce y melancólico, de meterse con la historia pero no exactamente tal como fue. Es una secuencia tarantinesca, en la que lo brutal y el humor van juntos y combinados. En tiempos de tanques cortados por la misma tijera, Tarantino tiene el atrevimiento de presentar una obra original, y poética, sin reaseguro. Porque la protagonizan dos estrellas, sí, pero que ya no son tan jóvenes: y uno de sus temas es el efecto del paso del tiempo. Porque habla de un episodio siniestro, en la nutrida historia de la violencia americana: de un hecho y un tiempo que se ubica más allá del horizonte del público millenial. Con sus muchas referencias -es Tarantino-, del spaghetti western de Sergio Corbucci (63 películas), a Paul Revere & The Raiders. Había una vez es una de esas películas que van decantando después de verlas. Con tantos detalles, situaciones, personajes, referencias que invita a verla más de una vez. Casi el ejercicio inverso de la manera en que se consumen las series enlatadas, como si nos recordara que, desde el Hollywood de antes y el de ahora, todavía hay lugar para espectadores de un cine no estandarizado. Porque, además, es de una belleza visual extraordinaria, con la fotografía de Robert Richardson, colaborador habitual de Tarantino y ganador del Oscar, y el espectacular diseño de producción, a cargo de Barbara Ling. Pequeño acontecimiento para el insípido panorama del cine mainstream, se ve con ese placer agradecido por los que hacen lo que quieren. Y por su contagioso amor al cine.
Leonardo DiCaprio y Brad Pitt se ponen al frente de la novena (¿y penúltima?) pelicula de Quentin Tarantino, con una historia que recorta el Hollywood de los 60s como sólo Tarantino podría hacerlo.
Cuentan que cuando Tarantino presentó Había una vez… en Hollywood en Cannes, pidió que no se hablara de ella para no arruinarle el placer a los futuros espectadores. No sé si alguien siguió el consejo, pero dio la casualidad de que el martes pasado llegué a la función de prensa porteña (¡había una multitud!) sin saber nada de la película. Bueno, solo sabía que la había dirigido Tarantino y que tenía algo que ver con los crímenes del clan Manson. Es decir, la vi exactamente en las condiciones que el director pretendía. Pero por eso me pasé toda la película temiendo que Sharon Tate fuera asesinada en pantalla. Y temía terminar viendo eso. Si hubiera sabido que la muy bella Sharon, interpretada por la muy bella Margot Robbie no muere porque la película toma otro camino y construye una realidad paralela como si fuera una secuela de Volver al futuro, la habría disfrutado más. Lo curioso es que, una vez que la película establece su propia narrativa y pone en el centro a los ficticios vecinos del matrimonio Polanski en lugar de a las malhadadas víctimas y a sus siniestros verdugos, el final es lógico y tampoco es importante si se revela o no. Sin embargo hay algo que sí conviene revelar, para que el espectador no se prive de un momento importante del film. Es algo que ocurre durante los títulos que no vieron los amigos con los que me senté el martes porque huyeron sin prever que Tarantino les tenía preparado un mensaje. Yo me quedé como hago siempre para ver la lista de las canciones, que en una película de Tarantino son siempre muchas e importantes. Pero no pude leerla ya que pasaban muy rápido y ocupaban solo la parte izquierda de la pantalla. A la derecha Rick Dalton (el personaje que interpreta Leonardo DiCaprio) filmaba un comercial de cigarrillos. Al final, tira el que está fumando, dice que es una mierda, critica el poster con su imagen y maltrata a los integrantes de la producción. Hay una vieja leyenda urbana que también circuló en la Argentina, sobre un conocido locutor que hacía una propaganda de pastillas en televisión en directo y, cuando creía que el director había cortado, tiraba la pastilla y emitía un sonoro ¡Puaj! que salía al aire. Pero ustedes son muy chicos y no deben haber escuchado hablar de la época en la que los avisos se hacían en directo. En realidad, es posible que Tarantino tampoco haya sido testigo de esa época, por más que la televisión juegue un papel importante en Había una vez… en Hollywood, ya que la película está ambientada en un momento en la que la industria del cine estaba muy vinculada con las series televisivas y los profesionales (en particular los de segunda línea como Rick Dalton), pasaban continuamente de un medio a otro (algo parecido ocurre ahora). De todos modos, esa escena del comercial es más que uno de esos gags que se suelen incluir como bonus track en medio de los títulos. Es más bien un comentario sobre la relación de la propia película con el mundo exterior: en la ficción del aviso, los cigarrillos Green Apple son fabulosos, mientras que en la realidad dejan una sensación terriblemente desagradable, como la que dejan los crímenes de la banda de Charles Manson. Pero hay aquí algo más profundo, que tiene que ver con el planteo moral de la película. Es algo que me va quedando claro a medida en que escribo. Tal vez una buena película sea aquella en la que el virtuosismo de la realización deja entrever una moral que no está establecida previamente sino que surge de su propia materialidad. No hay duda de que esta es una película virtuosa, llena de momentos deliciosos y de escenas divertidísimas. Y que, además, logra una reconstrucción de Los Angeles en los sesenta que pone en evidencia el fracaso de Paul Thomas Anderson en la adaptación de Inherent Vice, la novela de Thomas Pynchon. Tarantino consigue el milagro de recrear un momento único de la historia americana aunque su preocupación no sea la historia sino la historia del cine. Los protagonistas de Había una vez son dos tarambanas encantadores. Rick Dalton es un actor en decadencia, alcohólico, vano, histérico, cobarde en un sentido físico, pero también en relación con su carrera, ya que el tipo tiene talento, como se lo hacen notar tanto el representante que interpreta con mucha gracia Al Pacino, como la niña prodigio que es compañera suya en el set. Dalton prefiere hundirse en papeles de villano cada vez más secundarios porque no le da la cabeza para salir de su provincianismo. Su media naranja, Cliff Booth (un brillante Brad Pitt), es su doble de acción, su chofer y su niñera. No es su amante porque la camaradería masculina tiene sus códigos (como bien lo explica José Miccio en su revisión de Perros de la calle para este dossier). Pero, sobre todo, es la parte que le falta a Dalton: Cliff es valiente y le da lo mismo el triunfo que el fracaso. Si bien es un bravucón, tiene la ética del héroe de western de la que carece Dalton y no se equivoca cuando elige sus adversarios. Aquí hay que dar un clásico salto de la crítica, acompañando la puesta en abismo que siempre aparece cuando una película trata sobre películas. Sabemos, porque Tarantino nos lo dice todo el tiempo y lo subraya al final, que Dalton no debe confundirse con los personajes que interpreta (aunque la gente, casi para su sorpresa, lo admira por ellos). Pero también hay que distinguir a Dalton y Booth, los personajes de una ficción particular, de su lugar como arquetipos de la comedia humana que Tarantino siempre quiere describir aunque no siempre lo consiga. Pero esta vez logra que su descripción del mundo sea más articulada y más nítida ya que apunta a otro escenario, que es el del cine en la era de la corrección política. Tarantino venía haciendo una serie de películas que podrían denominarse “la venganza de las víctimas”. Tomaba una minoría perseguida y la dotaba de los elementos para defenderse de sus opresores: mujeres contra los machistas, judíos contra los nazis, negros contra los esclavistas sureños. Sin embargo, su película anterior, The Hateful Eight, era menos maniquea y la línea se quebraba: todos los personajes eran malos a su manera y hasta quienes se proclamaban como víctimas podían ser verdugos. Pero ahora, Tarantino encuentra una síntesis que resulta más honesta: las víctimas a las que Había una vez se propone reivindicar son sus compañeros de profesión. En Había una vez.. en Hollywood, los buenos son los actores, los directores, los productores, los agentes, los técnicos, los dobles. No es que sean perfectos. Muy lejos de ello, son grandes tontos y grandes frívolos. Son capaces incluso de tremendas villanías, como la que probablemente haya cometido Cliff asesinando a su ex mujer. En un flashback que me hizo pensar en la muerte de Natalie Wood (tal vez asesinada por Robert Wagner), se ve al personaje discutiendo con su ex arriba de una embarcación. La mujer es una arpía y luego nos enteramos de que sus colegas creen que Cliff la mató aunque no fue condenado. No hay una ofensa más grande a la causa del mee too que esa escena y el hecho de que el presunto femicida sea el gran héroe del film. Pero el mal que puede cometer un individuo, parece decir Tarantino, será siempre menos infame que el mal cometido por un grupo. En particular, la secta de Charles Manson, los hippies que abandonaron el Flower Power para asesinar a Sharon Tate y a sus amigos. En el final de Había una vez… en Hollywood, un oscuro doble y sus amigos (que ni siquiera entienden la causa del ataque) se defienden contra una banda que se adjudica el derecho de exterminarlos (como dice una de sus integrantes), “porque nos ensañaron a matar en cada serie de televisión que no fuera Yo quiero a Lucy”. Creo que subyace al planteo de Tarantino la idea de que esa moral apocalíptica y sectaria es la que ha terminado por regir hoy en Hollywood. En ese punto interviene la cinefilia del director o, mejor dicho, alcanza su dimensión utópica, y reclama ser entendedida como algo mucho más importante que un pasatiempo o un acumulación enciclopédica. Porque el cine, nos dice Tarantino, incluso ese cine de segunda mano que es la televisión, es capaz de producir belleza. Y eso redime a quienes colaboran para que la belleza sea producida. El mundo de la farándula, el mundo de los dos tontos encantadores que protagonizan la película, puede ser fatuo, grotesco, cruel, reaccionario, innoble. Es el mundo en el que Polanski seducía a Sharon Tate (y a algunas menores de edad) como ocurrió en Hollywood desde Charles Chaplin y Fatty Arbuckle. Ese mundo fútil y pecador, tan bien representado en la fiesta de la mansión Playboy a la que Sharon Tate está tan contenta de ser invitada. Tarantino muestra a Margot Robbie como un ángel, disfrutando de su propia película en un cine. Su deslumbrante belleza, su perfecta ingenuidad son la cinefilia misma, porque el cinéfilo vive para atesorar esos momentos que solo acontecieron en la pantalla. Esos momentos que están completamente fuera del alcance de los miembros del clan Manson, tan drogadictos y promiscuos como la contrapartida de las estrellas de cine a las que odian. A falta de esa comprensión, están convencidos de que tienen derecho a exterminar a “esos cerdos” por razones ideológicas. Contra ellos, contra su estupidez, su fealdad y su maldad superlativa se dirige la violencia de la película. Pero a diferencia de los nazis y los confederados, que en definitiva fueron derrotados por la historia, es posible que los discípulos de Manson se hayan salido con la suya y el cine sea condenado en su conjunto como un arte demoníaco en una era en la que el mundo ha dejado de creer en el diablo. Es posible que Tarantino se haya propuesto dejar un testimonio de que una pantalla todavía puede articular la libertad y la belleza. Pero hacerlo conlleva sus riesgos, algo que nadie entendió cuando Sharon Tate y sus amigos fueros asesinados en la casa de Roman Polanski. Entonces, el mundo todavía era joven.
Es el final de la década de los 60’s y Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y su mejor amigo – y doble de riesgo – Cliff Booth (Brad Pitt) buscan la manera de mantenerse a flote en la industria del cine. Entre el calor de la ciudad, el interior de salas de cine, los sets de filmacion, fiestas y entre casas de famosos nos encontramos con la novena película de Quentin Tarantino,Once Upon a Time… In Hollywood. Estamos ante la película más personal de Tarantino, aquella que se nota que está escrita por amor a lo que hace, no solo para complacer al público. Cada fotograma se contempla con cariño al ver los pequeños detalles de una época en que el cine daba lo mejor y estaba formando – o ya presentaba – a los actores más grandes de toda la historia del cine… Dos hombres y un destino … Y después está Rick Dalton, un alcohólico que lucha por mantenerse a flote en un mundo que poco a poco le suelta la mano. Dalton no quiere estar en primera plana, no busca ganar premios ni tampoco quiere pertenecer a la créme de la créme de la industria, él solo quiere ser reconocido por sus pares y vivir tranquilo, en resumen: Dalton es un superviviente. Por el otro lado de la moneda se encuentra Cliff Booth, un veterano de la segunda guerra mundial, que lleva un estilo de vida relajado – zen – y que siempre encuentra el lado positivo de las cosas, pero a no engañarse: Booth lleva un aura de misterio a cada lugar que va por que se sospecha que asesinó a su esposa y plus: es uno de los hombres más mortíferos en la tierra. El personaje de Pitt es un lobo alpha cool entre corderos. Tarantino pone a estos dos personajes en cada dirección de esta película ellos dos conducen la acción en cada escenario y Once Upon a Time…In Hollywood se encarga de hacernos saber que estos dos individuos son los personajes principales indiscutidos en esta odisea de tres días por aquel brillante – por afuera – distrito de Los Angeles. Ah sí, Rick Dalton es el vecino de director más convocado de aquella época Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y de su preciosa esposa – también actriz – Sharon Tate (Margot Robbie). Todo esto es simplemente un dato menor… pero tenemos el año, el mes y el día. El celebrado director crea una historia dentro de un ambiente íconico rodeado de secretos legendarios, de historias que van de boca en boca y no terminan nunca de confirmarse, pero más allá de eso vemos una película realizada con extremo cuidado en detalles que confirman que estamos ante un director perfeccionista – no es ninguna novedad en Quentin – que ama sus historias, ama las calles y ama el cine. La película es un viaje para acompañar a Dalton y Booth, y es imposible no querer a estos dos protagonistas. En cada momento estamos atentos a lo que puede llegar a pasar – Dalton está al borde del abismo y Booth se mueve con una furia interior secreta que se ve minimamente oculta bajo una superficie de autocontrol – todo esto acompañado de temones musicales que quedan grabados por sonar en el momento exacto, en el lugar exacto. El timing de Once Upon a Time… In Hollywood es perfecto. Además también la película cuenta con personajes ficticios y otros que alguna vez estuvieron dando vueltas por las calles de Hollywood. A destacar (en una de esas joyitas minuteras que nos ofrece esta genialidad) se encuentra Steve McQueen (Damian Lewis) dando vueltas por la mansión de Playboy chismeando sobre como Jay Sebring (estilista y amigo de Sharon Tate, interpretado por Emile Hirsch) espera que Polanski la pifie para quedarse con Tate. Todo esto es una genialidad de varios minutos que introducen la vida y el ambiente que estamos viviendo en estos deslumbrantes 160 minutos. Quentin se permite explorar géneros diversos en escenas críticas posiblemente la que más se destaca tiene que ver con el personaje de Booth ingresando a una colonia hippie y donde simplemente la tensión se apodera de cada uno de nosotros y nadie sabe donde va a parar todo, ahora bien, en ese momento estamos ya acostumbrados al estilo del personaje de Pitt y cada minutos en el Rancho Spahn es una locura espectacular que merece ser vista en la pantalla de cine más grande que se disponga. Once Upon a Time… in Hollywood es una experiencia; es de aquellas películas que necesitan tener un lugar especial en nuestra memoria, también es una película larga y para los acostumbrados al cine «Tarantinesco» no es episodica; es una película que relata a gente agraciada por las circunstancias al igual que gente dañada por las mismas. Es una película que muestra días extraordinarios en una época – y también situaciones – decisivos para la cultura; pero por sobretodo es una película que merece ser vista en cines, no los va a defraudar. Valoración: Excelente.
El aclamado director norteamericano vuelve con su novena película, la que cuenta con un elenco de estrellas de Hollywood.
LA NOVENA QUE MEJOR SUENA Si tuviese que definir en una sola palabra a la novena producción escrita y dirigida por Quentin Tarantino, esta sería evolución. Y no con esto me atrevo a decir que el director demuestra en Había una vez en… Hollywood una suerte de aprendizaje, sino que pareciera que ha decidido hacer una película que deja un poco de lado el ego para entrar en ciertas convenciones que evitan perder espectadores. Me refiero puntualmente a lo que, en lo personal, más me incomoda en sus películas, como lo son esos diálogos interminables y muchas veces triviales y absurdos, que si bien naturalizan situaciones y le dan credibilidad y humanidad a sus personajes, a la larga se hacen tediosos. Los descubrí y aprendí a disfrutar en Tiempos violentos, los padecí un poco en A prueba de muerte y casi me hacen caer dormido en Los 8 más odiados, en la cual también me molestó la duración de planos y escenas en general. Claro que entiendo que los excesos y licencias que se toma Tarantino se deben simplemente a que puede hacerlo y sus fans lo celebran de modo incondicional. Podría estrenar una película de ocho horas sin cortes y estoy seguro de que llenaría salas con gente que no se despegaría un minuto de la butaca. Y lo sabe. Por eso tengo la impresión de que con Había una vez en… Hollywood va por un espectador más clásico, más convencional, de menos paciencia y también menos complaciente. Y su habilidad radica en que para ello no tiene que descuidar a su audiencia más ortodoxa, porque funciona para todos como un mecanismo de relojería. Había una vez en… Hollywood cuenta algunos años en la vida de Rick Dalton (Leonardo Dicaprio) un actor de cine y series de TV que comienza, quizás, a declinar en su carrera y aún no ha logrado una posición de privilegio que lo haga ser considerado como un ícono de la industria. De hecho el productor Marvin Schwarz (Al Pacino) le ofrece la oportunidad de filmar en Italia una serie de westerns spaguettis para desencasillarse de un rol de villano que comienza a serle cada vez más familiar. Pegado a él está su amigo y compañero Cliff Booth (Brad Pitt), cuya vida transcurre en los lapsos en los que Rick no lo necesita como doble de riesgo, sin que por ello se sienta menos ni le quite personalidad. Mientras Rick decide qué hacer con su futuro y cómo comunicarlo a su empleado, una pandilla de jóvenes reclutados por el clan de Charles Manson pulula por allí sin tener una real conexión con la dupla, ni con sus vecinos, a pesar de habitar en la misma villa. Será la dulce, sexy y desenfadada Pussycat (Margaret Qualley) la que, intento de seducción mediante con Cliff, y exhibición de pies desnudos en alto como podemos anticiparlo en el trailer, traiga el primer atisbo de cruce de historias, entre el ancla de la realidad de los sucesos de aquellos años y la fantasía de la introducción de estos nuevos personajes. Eso mismo y el deambular de la hermosa y Sharon Tate (Margot Robbie), fascinada por su participación en la nueva película del agente Matt Helm a cuya proyección asiste sola, es lo que nos mantiene en suspenso a lo largo de toda la historia esperando lo prometido, sin que en ningún momento aparente ser lo más apasionante del relato. Porque Había una vez en… Hollywood aprovecha para hacer hablar a los próceres de aquellos años, por boca propia y de terceros, como en el cameo de Steve McQueen (Damian Lewis) o las apariciones casi furtivas del director Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y Sam Wanamaker (con la perlita de ser interpretado por Nicholas Hammond, el primero que diera vida a Spiderman en la TV). En esas voces Tarantino expone cómo funciona la industria, para dónde va y las incertidumbres de los actores de fama volátil y múltiples inseguridades como Rick. Dalton es un tipo hipersensibilizado, esclavo de su baja autoestima que necesita del reconocimiento para funcionar paso a paso, casi una caricatura de lo que debe ser un actor sin una base emocional que lo contenga de aquellos tiempos y probablemente también de hoy. Cliff, por el contrario, es alguien que deja que la vida lo lleve, que tiene una fortaleza física tan grande como su seguridad y también poca paciencia para aguantar lo que le moleste (la escena que tiene con un Bruce Lee petulante es antológica). En ese punto y en la manera en que se define a ambos personajes, la película cumple en lo que debe tener una buddy movie aunque no lo sea. Incluso coquetea permanentemente con el western, mostrándonos escenas completas del rodaje de uno y, a modo de cajas chinas, sin tampoco serlo, para terminar coronando todo con elementos típicos de un slayer, aunque, desde ya tampoco lo sea. Pero en medio de todo eso, para cuando nos acostumbramos a las desventuras de Rick y Cliff, juntos o por separado, casi que ni esperamos que vaya a suceder lo que históricamente sabemos, porque ya todo es interesante en ese Hollywood de fines de los 60 tan preciso y detallado que nos pintó el director. No será mi función delatar qué tan apegado es a la realidad de lo elegido como anécdota, pero bastará con recordar lo que hizo con Bastardos sin gloria como para saber que todo es posible en las implicancias (hasta verlo a Dalton quemando nazis con un lanzallamas en una auto-referencia brutal de la nombrada película). Había una vez en… Hollywood no es épica en el sentido estricto de la palabra, ni siquiera completa un “camino del héroe” que sirva para pintar el aprendizaje de un personaje heroico o falto de heroicidad, es una aventura pequeña en un marco inmenso y con un desenlace que no decepciona en absoluto. Lo importante, lo esencial, es que de ninguna manera es una más de la filmografía tarantinesca. Tiene todo para serlo, pero no le sobra nada, lo cual a veces parece el resultado de un corte de productor para que “funcione” en todos los targets. Y curiosamente y como pocas veces ocurre cuando se aplica, lo hace de maravillas. Y si esta no es la cereza del postre en la filmografía de Quentin Tarantino, no puedo imaginar qué nos espera en la décima (prometida como la última), que no puede dejar de serlo elevando la expectativa como solo sabe hacerlo el director.
Quentin Tarantino está de vuelta. Esto siempre es motivo de algarabía, de nervios, de fanáticxs haciendo F5 en la página de los cines para conseguir su entrada. Volver a ver a uno de los autores de nuestra generación siempre es para festejar, pero a la vez el reloj sigue sonando y el tan mentado “hago diez películas y dejo el cine” se encuentra cada vez más cerca. “Había una vez en Hollywood” es la novena película, y ya falta poco… Caída en desgracia Rick Dalton (un gigante Leonardo DiCaprio) no está feliz, su carrera se ve empantanada, y su agente Marvin Schwarz (Al Pacino) le dice que sería mejor viajar a Italia a participar de Spaghetti Westerns en lugar de seguir siendo el villano que siempre perece en las series de moda televisiva. Pero Rick no se encuentra solo, junto a él cual sombra se encuentra Cliff Booth (Brad Pitt), un doble de acción con un pasado algo turbio, que es una suerte de sidekick del héroe y que parece ser metódico y pragmático. En Los Angeles, y junto a la casa de Dalton se muda la pareja de Roman Polanski y Sharon Tate (Margot Robbie), junto a Jay Sebring (Emile Hirsch), ex pareja de ella y compañero de la vida ahora de ambos. Mientras conocemos más sobre la vida de Rick y su relación con el ambiente del cine, nos metemos en la privacidad (muy seca y desaliñada) de Cliff y en el nuevo mundo de Sharon Tate convirtiéndose de a poco en estrella. Amor por el cine La película es un poco confusa en su conflicto. Tiene mucho de “Bastardos sin gloria” ya que mezcla historia real con fantasía, y de “Death Proof” en los diálogos que esconden una tensión que termina explotando hacia el final. Pero lo cierto es que el largo del metraje (2 horas 40 minutos) conspira en contra, cayendo en repeticiones de fórmulas ya conocidas del director (por favor, que no caiga en el virus Burton…) y mareando un poco sobre el curso de lo que quiere contar. Pero claro, son tan bellos los planos, son tan nítidos y estridentes los colores, y es tan mágica y movediza la música, que no es difícil caer encantados ante la sabia música de este flautista de Hamelin que es Tarantino. No tan parejo La tensión y la historia son un poco desparejas, cómo así también el tiempo en pantalla de lxs tres protagonistas, Leo DiCaprio se lleva la mayor cantidad de minutos en pantalla, demostrando su calidad actoral y haciéndonos aplaudir de pie en algunas secuencias preciosas que van desde el drama a la comedia. Brad Pitt liga menos, pero todas sus escenas son importantes, incluso a nivel tensión, dramatismo e importancia narrativa casi todas sus escenas son imprescindibles para la historia, y todo esto se hace carne en el clímax. Margot Robbie es la mas desdibujada ya que no comparte casi tiempo con los otros dos protagonistas, tiene muchos menos minutos, pero no deja de hacer brillar su ángel y belleza en cada plano que le toca. La cantidad exacerbada de cameos es gigantesca, y es casi un “Buscando a Wally” meterse en el cine y tratar de encontrar a su actor o actriz favoritx. Algunxs pasan muy desapercibidxs, y otrxs incluso quedaron fuera del corte final. También es muy importante todo “el temita” del Clan Manson, y el ideal hippie de la época. Cine al cuadrado “Había una vez en Hollywood” se pierde un poco en sí misma, o en el onanismo de un director que ya se conoce y reconoce, claro que no deja de ser un espectáculo cinematográfico gigantesco para todxs lxs que amamos el cine y su cine. Podría ser su película más fallida si no fuese por la última media hora, y un par de secuencias donde destaca Brad Pitt (por favor que genial la pelea con Bruce Lee). Esperemos que la próxima película de Quentin Tarantino (¿será la última?) lo encuentre en una zona de no confort, y pueda seguir encontrando esa chispa cinéfila y de autor que sólo un talento verborrágico como él nos puede ofrecer.
“Había una vez… en Hollywood”, de Quentin Tarantino Por Jorge Bernárdez Desde hace un tiempo distintos diccionarios han aceptado el vocablo “Tarantinesque”, para nombrar aquello que en el mundo de lo cinematográfico refiere al cine de Quentin Tarantino en lo que hace a su estilo o a su mundo de referencias. La nueva película del director estadounidense, que si vamos a creerle es su anteúltima obra, es lo más “Tarantinesque” que se consigue en el mercado y a la vez abre nuevos caminos, porque en sus dos horas cuarenta se pierden por momento en un territorio incierto. En estos tiempos en que las películas son creadas por comisiones o estudiosos de mercado y suelen ser artefactos pensados para alegrar al espectador o directamente adularlo haciendo lo que se espera, ver filmar algo como “Erase una vez en el oeste” resulta contracíclico. Estamos en 1969 y Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) fue una estrella de la televisión pero le avisan que está en picada y que la única forma de salvarse es viajar a Italia para probar suerte con lo que se conoce como Western Spaghetti. El que le da noticia es un representante de estrellas llamado Marvin Shwarz (Al Pacino), que le hace una radiografía del momento en que se encuentra su carrera y lo que le espera. Schwarz le promete hacer todo lo posible para organizarle un final de carrera en territorio europeo. Lo cierto es que Rick anda acompañado por su doble de riesgo llamado Cliff Booth (Brad Pitt), que es todo lo contrario a la estrella en caída. Mientras el actor es inseguro y necesita todo el tiempo de la bondad de los otros, Cliff camina llevándose por delante al mundo. La casa de Rick está al lado de la casa de una pareja famosa de la época, Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polansky. Unos kilómetros más allá unos hippies extraños comandados por un tipo estrafalario llamado Charles Manson rondan todo el tiempo la zona, se cruzan con los personajes de la película y crean una sensación de miedo, de acechanza y de drama a punto de desencadenarse. Mientras Cliff participa de la filmación de un capítulo de El avispón verde, Rick trabaja como “Villano invitado” de un capítulo de El FBI en Acción y Sharon se mete en en el cine para verse a si misma compartiendo pantalla en una de las aventuras de Matt Helm que protagonizó Dean Martin. Por ahí andan los hippies de Manson que engatusan a un viejo ciego (Bruce Dern), a través de una de las jóvenes seguidoras del clan que tiene sexo con el anciano y lo reduce prácticamente a una piltrafa humana. Mientras todo eso pasa, Tarantino se regodea mostrándonos lo bueno que puede ser y lo mucho que sabe sobre cine. Sabe tanto Quentin que pone a Robert Richardson detrás de la cámara, saber elegir también es un arte y la película adopta los formatos que se necesitan, ya sea el de una serie de los cincuenta o el de una película italiana de los setenta. Después de casi dos horas de fresco sobre Hollywood, llegan los cuarenta minutos finales y entran en escena los hippies asesinos que llevaron adelante los famosos crímenes del clan Manson y empieza otra película. Hasta ese momento Tarantino nos hizo ver la vida despreocupada de todo ese mundillo y sin necesidad de mucho diálogo, nos enamoró de esa bomba que era Sharon Tate. Después ocurre la magia de Tarantino y las escenas sangrientas, tan “Tarantinesques” de las que hablan los diccionarios, aparecen en pantalla. Había una vez… en Hollywood te lleva de viaje durante casi tres horas, hace que se luzcan Di Caprio y Pitt cada cual en su estilo y sobre el final propone algo sorpresivo. Todo esto, todas los trucos y la mirada del director sobre el mundo hace que los hater lo acusen de banal, de vende humo, de amigo de Harvey Weinstein, en fin, de insustancial. Para cualquier cinéfilo las películas de Tarantino son una fiesta y a la vez una invitación a pelearse, nunca pasan inadvertidas ni se olvidan dos minutos de salir de la sala, que es lo que ocurre con el 90 por ciento de las películas que se estrenan en salas comerciales. HABÍA UNA VEZ… EN HOLLYWOOD Once Upon a Time… in Hollywood. Estados Unidos, 2019. Guión y dirección: Quentin Tarantino. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margott Robbie, Al Pacino, Emile Hirsch, Margaret Qualley, Timothy Olyphant, Julia Butters, Austin Butler, Dakota Fanning, Bruce Dern, Mike Moh, Luke Perry, Damon Herriman, Damian Lewis y Lena Dunham. Fotografía: Robert Richardson. Edición: Fred Raskin. Diseño de producción: Barbara Ling. Distribuidora: UIP (Sony). Duración: 165 minutos.
La novena película de Quentin Tarantino tiene un título a todas luces pertinente. Por un lado, es un relato que habla sobre una etapa única en la historia de Hollywood, la de fines de los '60. Una era en la que proliferaban todo tipo de producciones, desde películas sombrías y cuestionadoras, la mayoría de ellas dirigidas por realizadores llegados desde Europa, hasta los más bizarros experimentos clase B destinados a alimentar las carteleras de los autocines. Una época en la que podían convivir el cine ultra violento de Sam Peckinpah, con las vibrantes propuestas de artes marciales estelarizadas por Bruce Lee. La televisión también vivía en aquel entonces un inédito boom de diversidad, mientras como telón de fondo Estados Unidos se encaminaba a una fulminante derrota en Vietnam y la utopía hippie se caía a pedazos. Por otro costado, el "Había una vez...", responde a la conocida fórmula de todo cuento de hadas, aquí cristalizada en una resolución que obviamente no vamos a anticipar. Corre el año 1969 en la ciudad de Los Ángeles y los protagonistas de esta historia son Rick Dalton (majestuoso Leonardo DiCaprio), en la piel de un actor que transita su declive tras la cancelación de una serie de televisión que lo transformó en estrella algún tiempo atrás, y Cliff Booth (correcto Brad Pitt) interpretando al doble de riesgo, chofer y eterno sostén psicológico de Rick. Trazada esencialmente como una buddy movie que sigue el derrotero de estos dos amigos al borde de la debacle, la nueva película de Quentin Tarantino vuelve a a echar mano a la nostalgia y a la cita cinéfila como materia prima del relato. Con una duración que alcanza los 161 minutos, Había una vez... en Hollywood se ubica en las antípodas del vertiginoso ritmo narrativo que predomina tanto en cualquier exponente del cine industrial norteamericano, como en toda propuesta disponible en el universo del streaming televisivo. Es necesario destacar que esta no es una historia repleta de sucesos y múltiples giros en la trama, sino más bien un retrato detallado de esa mezcla de tristeza, desesperación e incertidumbre; que envuelve a la dupla protagónica. En este sentido, para quienes se acerquen a este film con ansias de encontrar una suerte de Wikipedia ilustrada sobre el asesinato de Sharon Tate, saldrán invariablemente defraudados. La exploración en el universo de la secta liderada por Charles Manson, ocupa una porción ínfima en este extenso relato, aunque sin lugar a dudas contiene la escena con mayor tensión dramática, la de Cliff ingresando con Pussycat, una de las chicas del clan Manson (magnética Margaret Qualley) en el rancho Spahn, un recinto que fue construido como set para rodar westerns, y que más tarde se transformó en el refugio del líder criminal y sus seguidores. Si la existencia de Rick y Cliff está dominada por un tono crepuscular, la de sus vecinos de barrio Roman Polanski y Sharon Tate está impregnada de un brillo promisorio. Él era por aquel entonces uno de los directores europeos más aclamados, tras un rutilante debut en Hollywood con la icónica El bebé de Rosemary. Mientras que ella, interpretada en este film por una espléndida Margot Robbie, representaba el glamour de las chichas go-go de los '60, una estrella en ascenso que venía de participar en roles secundarios en cine y televisión. Frente a esta disyuntiva, y con todas las cartas en su manga disponibles para despachar un crudo tour de force sobre la masacre que se vivió en la casa que alquilaban Polanski y Tate, Tarantino practica una jugada similar a la de Bastardos sin gloria para reescribir a su manera la historia oficial con mayor nobleza. Algunos podrán sostener que Había una vez... en Hollywood se estira más de la cuenta, y hay algo de cierto en esa sentencia. Sin embargo, en un contexto en el que los directores de la gran industria son meros operarios regidos por directorios de ejecutivos a quienes les importa mucho más el dinero que el cine, la supervivencia de un Quentin Tarantino aferrado sin concesiones a su pasión cinéfila y al amor por la cultura pop, resulta una bienvenida anomalía del sistema. También es pertinente destacar que Tarantino, en espejo con su creación de Rick Dalton, se anuncia a sí mismo como una suerte de héroe en retirada. Su nueva película puede ser vista por todos, pero solo ser profundamente disfrutada por su núcleo duro de seguidores. El regodeo en las citas cinéfilas y televisivas, por más caprichosas que puedan resultar para un sector de la platea, constituyen el vehículo esencial para que Rick pueda tener un diálogo con una niña actriz en pleno set de rodaje, y acto seguido largarse a llorar de la manera más desconsolada. A diferencia de otros cineastas prestigiosos con larga trayectoria, Quentin Tarantino parece no estar interesado en labrar una nueva generación de fans. Si este es el preludio de su despedida, estamos frente al canto de cisne de un artista que hizo del homenaje un estilo tan personal como distintivo. Un cineasta al que muchos le colgaron el mote de arrogante, cuando cada fotograma de sus películas es un gesto de amor por las variopintas producciones que consumió desde pequeño, sin perder ni un ápice de devoción por aquellas imágenes que lo marcaron para siempre. Once upon a time... in Hollywood / Estados Unidos / 2019 / 161 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Quentin Tarantino / Con: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Al Pacino, Emile Hirsch, Margaret Qualley, Dakota Fanning, Bruce Darn, Lena Dunham.
Es el gusto por el detalle y el cariño por las series televisivas y referentes de una época que determinaron parte de su formación cinéfila, junto con su capacidad para la reapropiación, el homenaje y jugar con esas referencias pero dándoles la vuelta con su espectacular talento lo que determina la inigualable marca de estilo de Tarantino. Y esta vez se dio el gusto de juntar a todas en Érase una vez… en Hollywood. Titulo que Tarantino aprovecha, como si de una fabula se tratase, para rendir tributo a esa gran fábrica de sueños que a finales de los años 60 asistía a la transformación de los grandes estudios con el cine de acción de serie B, las series de televisión del FBI que crearon nuevos héroes y formas de justicia y de violencia, las coproducciones europeas y el spaghetti western -con el periplo europeo del personaje de Di Caprio que solo vale para encadenar citas y homenajes explícitos al genero-. En un contexto de cambio social con el espectro acechante del movimiento hippie y la violencia que inundaba las ficciones, pero también se encontraba tras las lujosas mansiones de las estrellas. La película esta estructurada alrededor del asesinato de la actriz Sharon Tate y sus amigos que fueron masacrados por la banda satánica de aquel demente llamado Charles Mason, Pero Tarantino propone una nueva versión de ese fatídico verano del 69 en la que pareciera querer exorcizar los demonios de aquella fabrica de sueños tocada por el escándalo y la impureza. Centrado en Rick Dalton -Leonardo DiCaprio-, un actor de televisión que está pasando de moda en Hollywood y que necesita reinventar su carrera, y su amigo y doble de riesgo Cliff Booth -Brad Pitt- que sufre su propia crisis existencial sutil, describe con esa mezcla de banalidad y sustancia la relación de estos dos personajes y su entorno, a la que se suma sus vecinos el director Polanski y sujoven actriz y esposa Sharon Tate -Margot Robbie-. Brad Pitt, en funciones de tipo duro y enigmático -como el momento en que rechaza las insinuaciones sexuales de una menor de edad, mostrando una integridad que no cabía esperar del personaje-, y Leonardo DiCaprio poniendo su histrionismo a un egocentrista pero con la autoestima baja, son el centro de esta historia que debería tener a Margot Robbie como protagonista.Pero mas allá de simbolizar todo lo bello y bueno que pudo ofrecer la Meca del Cine,Margot Robbie interpreta a un personaje al que curiosamente Tarantino dota de poca profundidad y termina funcionando más como artefacto narrativo que el de un personaje, siendo casi la única secuencia significativa aquella de Margot Robbie en el cine mientras se ve a sí misma como Sharon Tate en la cinta de Phil Karlson "La mansión de los siete placeres". Se concede algo al grupo de "chicas Manson", en su mayoría indiferenciadas, que incluyen a Margaret Qualley, Dakota Fanningy cameo incluido de Lena Dunham. Hay lugar para burlarse de Bruce Lee así como una larga lista de buenos actores desperdiciados en papeles incidentales, desde Al Pacino, Kurt Russell, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Bruce Dern y Damian Lewis, entre otros. Aunque hay una secuencia cargada de señales, amenazas y suspenso cuando el doble de riesgo visita el set de película abandonado que los seguidores de Manson usurparon, la figura del mismo Manson está casi ausente y Tarantino se ocupa de ridiculizarlo hábilmente e incluso aprovecha para insertar el cameo de Bruce Dern como el propietario senil del rancho. Con actuaciones estelares y una magnífica y divertida ambientación de Los Angeles a finales de los años sesenta, durante casi dos horas el relato se pasea por los estudios con un meritorio rastreo de lugares, ambientes y todo un universo de referencias y citas musicales, cinematográficas, televisivas y hasta publicitarias -que son inacabables- colocadas meticulosamente con su cartel correspondiente. Muchas de las canciones arrancan con la idea de soportar, subrayar o contradecir lo que se ve y acaban sonando en la radio del coche. Incluso vemos parodias en el estilo visual de noticieros, programas y películas y abundan las escenas de western. Aunque técnicamente prodigiosa y nostálgica para algunos, la historia se torna larga y por momentos dispersa y aburrida. Incluso sorprende muchos de sus diálogos insustanciales y carentes de ingenio -algo inaudito en uno de los más originales directores del cine moderno-. El relato cobra fuerza en sus 40 minutos finales cuando la verdadera acción aparece. Tarantino no olvidó cómo narrar una historia de la forma brutal que solía hacerlo pero lo hace recién al final en un enfrentamiento sangriento sin restricciones.
Capítulo 9: Hollywood bajo el caleidoscopio de Tarantino. Situada en Los Ángeles de 1969. Entre otras historias entrecruzadas vemos a la Estrella de TV Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y quién ha sido su doble por muchos años, Cliff Booth (Brad Pitt) enfrentarse a los cambios en una industria que cada día reconocen menos. “Tarantinesco” es un término que podemos encontrar en el diccionario de la lengua inglesa. Así de fuerte es el impacto de este director en nuestra cultura popular. Marcó un antes y un después en el cine moderno y es sin dudas uno de los grandes cines de autor. En esta película se encuentra todo el sello de sus trabajos: La peculiar narrativa, las historias entrecruzadas, la crudeza, el lenguaje, los personajes políticamente incorrectos y su elección musical. Todo el paradigma tarantinesco está presente. Tampoco falta su particular humor que, de conocer más a fondo el contexto y cine de la época en que transcurre la historia hará que disfrutes aún más una tonelada de chistes y guiños. “HABÍA UNA VEZ EN HOLLYWOOD” es una gran oda a la industria, el cine y la ciudad de Los Ángeles. Todos los recursos que el director acostumbra utilizar están al servicio del homenaje. Con referencias a montones. Desde personalidades reconocidas como Bruce Lee y Charles Manson entre las más obvias, películas como “El Gran Escape”, apariciones como la real Sharon Tate, escenografías y hasta elementos emblemáticos del cine. También la mezcla de recursos cinematográficos, la propia historia y por supuesto el descomunal e impecable trabajo de arte y producción. Todo al servicio de rendir homenaje. Y cabe mencionar que el homenaje también es un sello tarantinesco. La mayoría de sus películas previas (por no decir todas) son tributos a un género en particular. El interminable y estelar elenco encabezado por Leonardo Di Caprio, Brad Pitt y Margot Robbie brinda grandes actuaciones. Especial mención al trabajo de Leonardo Di Caprio. Despliega un personaje complejo y lleno de matices. Un actor que actúa por momentos bien y por momentos mal, que está en plena crisis, con un ego inmenso, pero con una fragilidad inmensa y lleno de contradicciones. Siento que al igual que sucedió con su personaje Jordan Belfort (“WOLF OF WALL STREET”) no tendrá el reconocimiento que se merece por ser un personaje principalmente cómico y no un rol dramático en un film dramático. Por otro lado, el film es largo y se siente. Con algunas escenas innecesariamente extensas y otras con una excesiva cantidad de planos que no cuentan demasiado. Pero hasta incluso la impulsiva necesidad de compararla y ranquearla con sus otras películas opaca el enorme trabajo. Y mi consejo final es: Disfrutémoslo que, como ha dicho reiteradas veces, le queda sólo una película más por hacer. Por Matías Asenjo
El director Quentin Tarantino ha dicho en más de una ocasión que si la crítica y el público lo acompañaba, el noveno film de su trayectoria —Había una vez…en Hollywood (2019) — sería el último. Luego de eso —retirándose en el pináculo de la gloria, como corresponde— se dedicaría a escribir novelas, producir algunos seriales on streamming y a criar a su futuro hijo. Ahora bien, si bien el público respondió favorablemente a su última obra, la crítica se dividió en dos vertientes opuestas: las que se entusiasmaron otra vez con su cinefilia e irreverencia y las que le cuestionan su falta de trama y sus largos diálogos intrascendentes. Este estado de cosas, ¿provocará un décimo film? Aún no lo sabemos, pero conociendo a este amante de las películas de género, ¿por qué no apostar en el futuro a una de terror o de ciencia ficción? - Publicidad - Lo de la cinefilia es una marca registrada de Tarantino. Toda su obra se basa en el homenaje puro hacia las películas de género. Las artes marciales (Kill Bill, Volumen I y Volumen II, 2003 y 2004, respectivamente), el western (Django Sin Cadenas, 2012), el policial negro (Pulp Fiction, 1994), la guerra (Bastardos sin Gloria, 2009), el misterio (Jackie Brown, 1997) por nombrar las más representativas, sin olvidar su opera prima (Perros de la Calle, 1992) que lo elevó, ya deesde el vamos, al panteón de los directores considerados de culto. Es así que su cinefilia —Tarantino abrevó en todos los VHS de la época dorada de los videoclubs cuando trabajaba de vendedor— es una marca indeleble que apunta con sutil maestría a todos los que logran captar sus innumerables guiños. Y así como Steven Spielberg logró homenajear a la década de los ´80 con su película Ready Player One (2018) a través de una iconografía exuberante y múltiple, Tarantino, más terrenal y prosaico, logra hacer su propio homenaje al cine de los ´60 con otros tantos iconos que aparecen desparramados en todo el film. El logo original de la Columbia Pictures al principio de la película, Steve McQuenn hablando en una fiesta organizada en la Mansión Playboy por Hugh Hefner, Bruce Lee luciendo sus dotes de karateka y su insufrible personalidad, las intérpretes femeninas de The Mamas and The Papas bailando en la misma fiesta, los paneos televisivos de seriales de la época como Mannix, El Avispón Verde, El FBI en Acción y Combate, afiches de películas por doquier, marquesinas, el backstage de los protagonistas —la escena de Di Caprio olvidándose la letra y luego su furia contra sí mismo en el camarín, es magistral—, y una ambientación tan realista y puntillosa, parece llevarnos a esas amplias y desoladoras playas de estacionamiento, a esas estaciones de servicio al costado de las rutas —no podía faltar el cartel de Ruta 66— y tantos otros sitios calurosos y desiertos que se nos antojan tan lejanos como melancólicos. Otra de sus marcas registradas son sus diálogos. Intrascendentes algunos, brillantes otros, tensos al punto de saber que algo va a suceder, los muchos. Tarantino logra hacernos caer en la cuenta de que la vida no está compuesta por intercambios de palabras eruditas y filosóficas, nada más alejado de esa presunción. Sus criaturas pueden hablar de cómo se llama el cuarto de libra con queso en Francia en Pulp Fiction, o de por qué el libro que está leyendo le resulta una buena historia (magnífica escena de Leonardo Di Caprio con una pequeña aspirante a actriz en Había una vez…en Hollywood), es decir, de la vida tal cual se desarrolla en el día a día, sin grandes aspavientos y sin pátina alguna de grandilocuencia, dicho sea de paso, utilizado hasta el hartazgo en la mayoría de los filmes. Por eso los personajes de Tarantino poseen una factura tal que bien podríamos encontrarnos con ellos a la vuelta de la esquina. La otra marca indiscutible son sus bandas musicales. En Había una vez…en Hollywood es tan importante como sus mismos personajes. Desfilan en todo el metraje —casi tres horas de duración— Roy Head and The Traits, Deep Purple, Los Bravos, Simon and Garfunkel, The Box Tops, José Feliciano, Neil Diamond y sigue una enumeración increíble. Un majestuoso soundtrack que vale por sí mismo, como sucede con Pulp Fiction o Kill Bill. Y llegamos a la historia propiamente dicha que es tan básica y simple que casi no existe. A no ser que acompañemos a un actor en declive (Rick Dalton) que lleva también a la decadencia a Cliff Booth, por ser nada más ni nada menos que su doble de riesgo, además de su chofer, su asistente todo terreno y, por sobre todo, su mejor amigo. Rick (un extraordinario Leonardo Di Caprio) consigue antes de su eclipse total como actor, protagonizar, gracias a su agente Marvin Schwarz (Al Pacino) un par de de spaghettis westerns en la Vieja Italia. Un género que estaba en auge en esos momentos de la mano de Sergio Leone y Sergio Corbucci. Es así que la trama principal trata sobre la supervivencia en un medio tan hostil para los actores en declive. Pero es aquí es donde es preciso detenerse, porque la trama que subyace como un sedimento ominoso y oscuro es la que tensa todas las cuerdas del film: la masacre en la casa de Sharon Tate, esposa de Roman Polanski (una actuación totalmente naif e inocente de Margot Robbie, muy lejos de su papel explosivo como Harley Quinn en Escuadrón Suicida, 2016) sucedida a finales de la década del 70. Es así que la vemos sobrevolando toda la historia como un ángel que lleva el sello de la muerte en cada paso que da, solo deteniéndose en algunas escenas —en el cine viéndose a sí misma en una película en la que actúa con Dennis Martin —Las Demoledoras, 1969— y posando como una nueva celebridad, que intuimos no va a ser por mucho tiempo. Claro que aquí es donde Tarantino hace gala de su picardía y nos engaña inmisericordemente. Lo que el director propone es una especie de multiverso en donde todo puede ser posible, una ucronia en que nada de lo que pasó en la realidad histórica sucede tal como sabemos. A pesar de ver a los mismos personajes, a pesar de estar en el lugar indicado —Heaven Drive—, a pesar de la existencia de una secta de fanáticos que viven en una apartada comunidad hippie liderado por Charles Manson; a pesar de todo ese contexto calcado de la realidad, Tarantino lo tergiversa y lo reconstruye de manera maravillosa y sorpresiva. Y, obviamente, Rick y Cliff, sus omnipresentes protagonistas, no podían estar ajenos y ser partícipes necesarios de ese final totalmente irreal, gore y paródico. Pero más allá de esto, Había una vez…en Hollywood es un claro homenaje a una década maravillosa que terminó de la peor manera: desangelada, sin encanto y que abriría las puertas al cine de los ´70: oscuro, denso y filoso. Lo que sucedió con Sharon Tate —con la guerra de Vietnam como telón de fondo— es solo un ejemplo emblemático. Y es a eso a lo que apunta esta última película de Tarantino, a desarmar un conjunto de piezas unívocas de esa década, mezclarlas con grandes dosis de melancólica añoranza y ofrecernos un nuevo estado de cosas, más promisorio, si se quiere. Y para ello se valió de dos personajes tan ordinarios y queribles que su historia es la historia de todos. De hecho esta parece ser su película más humana y sentimental, con un Rick Dalton que llora cada vez que se pone sensible y un Cliff Booth que desea ver a toda costa, y sin importarle las consecuencias, a un viejo amigo con quien trabajó en varias películas de antaño. Mini flashbacks, imágenes congeladas, voz en off en algunas secuencias, títulos sobreimpresos, escenas en blanco y negro o con la saturación colorida y granulosa de las películas de esa época, autocines, rock furioso, autos kilométricos, desiertos que contrasta con las mansiones de las estrellas de Hollywood, fiestas atiborradas de alcohol, drogas y tabaco, todo esto y mucho más —con el símbolo de la paz como saludo entre los integrantes de una cofradía a punto de desaparecer— es la última apuesta de un director que nació mito. La última obra de un director siempre polémico, como debe ser para todo genio que se precie, es un canto a lo políticamente incorrecto, tanto a la historia que se cuenta como a los personajes que la representan. Y esto, hoy en día es un mérito para tener en cuenta.
Se puede afirmar que en la actualidad hay muy pocos cineastas que, estando fuera del sistema de blockbusters que está fagocitando la industria cinematográfica de a poco, tienen piedra libre para hacer lo que quieran. Uno de ellos sin duda es Quentin Tarantino, cuyo horizonte profesional autoimpuesto de dirigir diez películas ha llegado casi a su final con su nueva obra Había una vez… en Hollywood, donde -una vez más- echamos un vistazo a su amor incondicional por el cine y por sí mismo. Había una vez… en Hollywood cuenta la historia de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una estrella de televisión de los años 50 que se encuentra en la curva descendiente de su carrera e intenta hacer su gran salto a la pantalla grande, siempre acompañado por su doble de riesgo y empleado Cliff Booth (Brad Pitt). Como historia paralela, nos encontramos con la actriz Sharon Tate (Margot Robbie), vecina de Dalton en su mansión de Cielo Drive, donde fue asesinada en 1969 por el clan Manson, mezclando así en este peculiar largometraje lo verídico con lo ficticio. Así como su título lo indica, la película está presentada como un cuento de hadas, en el que se hace un recorte de una época que para Tarantino evidentemente tiene una magia intrínseca, ubicada entre la era dorada de Hollywood y el fin del Verano del amor. Escrita como una carta en la que se amalgaman la nostalgia, el cariño y el deseo por volver a tiempos más simples, Había una vez… tiene una estructura distinta a lo que el director acostumbra, lo cual posiblemente desconcierte podría a parte de su público fiel. La estructura narrativa de este film está dispuesta como una serie de viñetas, situaciones cotidianas en donde ambos protagonistas pasan el rato y hablan de sus cosas, sin ahondar demasiado en esos diálogos ingeniosos y citables que tomaron por sorpresa al mundo cuando Perros de la calle salió en 1992, pero con una madurez que se traslada a la totalidad de la obra. Esa madurez sin embargo se ve algo desteñida cuando Tarantino inserta sus inevitables auto referencias y llamadas a su propia filmografía, incluyendo escenas que no aportan mucho a una trama que ya de por sí se siente inconexa (aunque no por eso aburrida). Todo esto da como resultado que la película tenga una extensión titánica de casi tres horas, algo que también es característico en su obra tardía (desde Bastardos sin gloria que todas sus películas tienen una duración de más de dos horas y media), dejando en evidencia el exceso de confianza que los grandes estudios tienen en Tarantino, junto a su megalomanía y sus delirios de grandeza. En cuanto a las actuaciones, es difícil abordar esta película, puesto que dispone de dos papeles protagónicos (DiCaprio y Pitt), un rol secundario (Robbie) y un arsenal de cameos y apariciones muy breves de actores reconocidos como Kurt Russell, Al Pacino o Bruce Dern, quienes tienen para brillar solamente una o dos escenas. La dinámica al estilo bromance entre Rick y Cliff está muy bien aceitada, en parte gracias a la química entre ambos actores y al hecho de que sus personalidades son antagónicas a la vez que complementarias. Rick es millonario y famoso, pero lleno de inseguridades, mientras que Cliff, quien vive en un trailer y a menudo no logra conseguir trabajo de lo suyo, siempre se muestra confiado y disfruta de la paz interior que a su jefe tanto le falta. Por otro lado, la protagonista femenina parece escasear en escenas que le den un peso real, teniendo en cuenta que se trata de una persona que realmente existió. La belleza de Margot Robbie por momentos resulta ornamental en la piel de Sharon Tate, lo cual fácilmente podría ser adjudicado a la supuesta desatención histórica de Tarantino por sus personajes femeninos (algo que puede ser desestimado si recordamos a La Novia, Jackie Brown o Shoshanna). Sin embargo, con el correr de los días es posible llegar a la conclusión de que la figura de Tate funciona para insinuar, para generar expectativa en el público sobre lo que podría llegar a pasar. Si este personaje no tiene grandes diálogos ni escenas memorables (aunque la puesta en abismo de ella viéndose en su propia película emociona) es simplemente porque esa “vaciedad” debe ser llenada por los espectadores, y a medida que avanza la trama se va creando una atmósfera de tensión y duda que hacia el final termina estallando como pocas veces hemos visto en la filmografía de Tarantino. Si bien es cuestionable que esta construcción tome casi tres cuartos del total de la película, el resultado es sin duda memorable. Había una vez… en Hollywood es un viraje hacia otra dirección en la carrera de Tarantino, una que -finalmente- lo aleja del western y lo lleva hacia nuevos horizontes, no sin ser la obra que más dividirá las aguas desde Death Proof en el proceso, pues muchas de las facetas de su sello autoral no están tan presentes en esta ocasión. Es una película que apela al humor, al absurdo, a la búsqueda de un pasado ya extinto y cuyos intentos de recuperarlo resultan patéticos. La madurez que el cineasta norteamericano ha alcanzado con esta historia permitirá que pueda ser revisitada desde muchas otras perspectivas con el paso del tiempo.
El maestro Quentin Tarantino regresa luego de 4 años de ausencia con “Había una vez… en Hollywood”, la película más esperada del 2019. Y con ella, continua el sendero que ha marcado esta recta final de su carrera: el revisionismo histórico. La reescritura de acontecimientos del pasado bajo la visión y la inventiva del director. En el 2009, con “Bastardos sin gloria” se apropiaba de la ocupación Nazi en Francia, para contar una historia de venganza en la que al final acababa haciendo justicia poética contra Hitler. Luego, en “Django”, uso la esclavitud del siglo XIX para narrar un western sostenido por otra venganza, y en “Los 8 más odiados” se instalaba en el período de la Guerra de Secesión. Ahora con “Había una vez… en Hollywood” recrea un período que a Tarantino siempre le ha fascinado, el Hollywood de los años 60’, ese el de las estrellas y el que definió el traspaso de la antigua industria a la nueva. Estamos, sin dudas, ante la película más libre y personal de Quentin Tarantino. Y en cierta manera, también la más extraña y poco habitual. “Había una vez… en Hollywood” constituye toda una experiencia fuera de lo común en esta actualidad cinematográfica. Es totalmente comprensible que divida aguas ya que rompe con mucho de lo que podríamos esperar de una película de Tarantino: no tenemos la violencia ni la venganza como ejes principales, al contrario, se trata de uno de los films más densos, amables, graciosos, sensibles y humanos que ha rodado hasta la fecha. Quentin Tarantino filmó una película a la vieja usanza, alejada del ritmo y los estándares actuales. La estructura del film se sostiene con tres patas que se van moviendo en paralelo. Una es la de Rick Dalton (DiCaprio), una vieja estrella de westerns de televisión que atraviesa los cambios de paradigma de los estudios y la escasez de trabajo. La otra es la de Cliff (Pitt), el doble de acción y mejor amigo de Rick Dalton. La última trama es la de Sharon Tate (Robbie), la actriz y esposa de Roman Polanski, que fue brutalmente asesinada por la secta de Charles Manson en los años 60’. Todas ellas se van tejiendo y desarrollando en simultáneo a lo largo de un día. La cámara se mueve en torno a esta triada de personajes, los vemos en sus rutinas diarias, y dentro de esas rutinas se introducen pequeños pasajes de flashbacks al pasado que rompen la temporalidad lineal y le dan nuevos matices a la historia. ONCE UPON A TIME IN HOLLYWOOD Brad Pitt (L) and Leonardo DiCaprio credit: Andrew Cooper/Sony Pictures “Había una vez… en Hollywood” se constituye de la gratuidad. A Tarantino le atrae más bien hacer de esas tres tramas una excusa para mostrarnos la radiografía de ese Hollywood de los 60’ que estaba atravesando grandes cambios: Los Ángeles, las películas, las series, el proceso de rodaje, la decadencia del western en Estados Unidos y el trabajo de los dobles. Tarantino se mueve por todos esos lados sin presentar un conflicto realmente nítido, nada que tensiona los hilos, y allí reside el principal ‘problema’ que muchos espectadores puedan llegar a tener. La industria del s.XXI nos acostumbró a esperar un bombardeo de estímulos y de ritmo frenético, lo que está claro que acá no interesa en lo más mínimo. Quentin Tarantino goza de la máxima libertad creativa para mostrarnos una radiografía de la época y escribir una carta de amor a ese viejo Hollywood que se movía con otro ritmo. Sus 165 minutos no son más que un festín de gratuidad que le permite experimentar y darse el gusto de probar todo lo que se le antoja. Filma con todas las texturas y formatos posibles: blanco y negro, color, todas las relaciones de aspecto, todas las cámaras, formatos en 8mm, 16mm, 35mm, y hasta incluso se atreve a filmar una escena de terror extraordinaria. No hay razón de enojo en la representación de esta Sharon Tate. Si bien se trata de un personaje con poco peso dramático y sin apenas diálogos, se le rinde un homenaje de una belleza enorme. La Tate de Margot Robbie es una figura magnética, alegre y de una bondad descomunal. Ese ingreso de Tate en el argumento le permite introducir el tema de Manson, acontecimiento fundamental a fines de los sesenta. Obviamente que a Tarantino no le interesa retratar fielmente todo eso, si no reescribir el mito para forjar algo nuevo. La parte más tarantinesca del asunto aparece en la media hora final. La serenidad del film se quiebra con un explosivo desenlace un tanto abrupto. Aparece todo lo que hace al cine del director: la plasticidad, el humor y la violencia. Un quiebre extraño predispuesto a terminar contentando a los fervientes admiradores, pero también la chance de ejercer otra de esas justicias poéticas que tanto le encantan al realizador. Del otro lado, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt probablemente sean la mejor dupla que nos dio el cine en los últimos años. Simplemente monstruoso lo que hacen en la pantalla. DiCaprio absolutamente multifacético, ofrece todos los matices posibles de una actuación tan gloriosa como inolvidable, mientras que Pitt interpreta a un hermoso personaje perfectamente desarrollado. Quentin Tarantino recupera algo que parecía perdido: el poder de la gratuidad, aquel concepto tan ligado a lo que era el cine clásico. Esas escenas colocadas por y para el disfrute del público, aún a pesar de que parezcan no conducir a nada. Estamos acostumbrados, en la mecánica de la cinematografía actual, a pensar en que cada escena debe llegar a algo, y si no llega a algo es porque es fallida o mala. Esta obra rebosa libertad. Un film que sale desde el corazón y en donde básicamente Tarantino hace lo que se le antoja. Extraña pero preciosa, Tarantino sigue siendo la máxima expresión de lo que es el cine. Un gran que con las horas se agiganta cada vez más.
Debido a que no llegué a cubrir la función de prensa, el jueves vi esta película en una de las primeras funciones en una sala del barrio de Belgrano. Antes que Había una vez en Hollywood completara su primera hora tres personas, sentadas en diferentes lugares, se levantaron de sus butacas y se retiraron. Si uno tiene en cuenta el costo que tienen actualmente las entradas de cine esta obra debe generar un fastidio notable en algunos espectadores para que tengan ese tipo de reacción. En última instancia si la película te parece mala a veces no queda otra que fumarte el garrón y después protestás por alguna vía. Ahora levantarse de la butaca habla de una sensación de rechazo diferente y en un punto entiendo también a estas personas porque es un estreno que claramente dividirá las opiniones. Dentro de la obra de Quentin Tarantino, quien para mi ofrece uno de los mejores estrenos del 2019, es una propuesta complicada por la manera en que concibió su relato. Nos encontramos ante un film que a simple vista plantea una historia donde no sucede nada en el sentido más literal del término. Podés salir en cualquier momento de la sala para tomarte un café y volver que no te perdiste nada relevante si esperás ver un espectáculo con una estructura de argumento tradicional. El relato está construido con viñetas de la vida cotidiana de un actor en decadencia (Leonardo DiCaprio) y su doble de riesgo (Brad Pitt) durante tres días. Luego hay un salto temporal de seis meses en la que estos personajes se desenvuelven en el clímax, donde intervienen los miembros de la familia Manson. La parte del film en la que aparece el Tarantino más grotesco y tradicional de los últimos años. Había una vez en Hollywood es una obra complicada que le demanda al espectador tener un determinado bagaje cultural sobre los temas que se abordan, ya que de otro modo te quedás afuera de esta propuesta. Por eso entiendo que a otras personas les pueda resultar un bodrio infumable y me parece una reacción válida. Ahora si sos un apasionado de la historia del cine y muy especialmente de la cultura de los años ´60 este film se vive de una manera muy diferente. En lo personal la disfruté muchísimo por la experiencia inmersiva del viaje en el tiempo que propone y el modo en que explora diversos géneros cinematográficos a través del metalenguaje. Tarantino nos transporta a 1969 un período muy especial de Hollywood en la que la industria del entretenimiento se encontraba en una etapa de transición e incertidumbre. Se trata de esa franja de tiempo cultural que tuvo lugar antes de la aparición de aquella camada de cineastas que integrarían el denominado “nuevo Hollywood” de los años 70, conformada por Peter Bognadovich, Monte Hellman, Sam Peckinpah, Martin Scorsese, Spielberg, Francis Ford Coppola, y Robert Altman, entre tantos otros. Una generación que de alguna manera fue eco también del nuevo cine de autor europeo que había cobrado fuerza en Francia con la Novelle Vague y aparecían para plantear una revisión ideológica (junto con una renovación estética) de los géneros tradicionales de Hollywood. 1969 es el año en que apareció Easy Rider, de Dennis Hopper, que representó a la contracultura de ese momento que no tenía referentes en las producciones de los grandes estudios. A través de las vivencias de Rick Dalton (DiCaprio) y Cliff Booth el director nos transporta al ocaso de la era dorada de Hollywood y del sueño hippie del Flower Power, que sería distorsionado por los psicópatas de la familia Manson. Tarantino utiliza elementos de la fábula y el cuento de hadas para explorar diversos géneros dentro de un mismo relato (en ocasiones en una misma escena) de un modo apasionante. Desde el spaguetti western al cine bélico europeo que son abordados de un modo diferente a lo que fueron sus trabajos previos, ya que esta vez se concentra en la cocina detrás del cine. Todo a esto a través de un relato plagado de referencias culturales que están interconectadas entre sí. Por ejemplo, en un momento hay una escena que tiene lugar en el departamento de Brad Pitt donde se puede ver un afiche con la imagen de la actriz Anne Francis. Recordada figura de la serie Honey West, la icónica detective de las novelas pulp de fines de los años ´50 que es el material con el que se cultiva el personaje de DiCaprio. Aparecen también los cómics westerns de Marvel de ese período, como Kid Colt, que explotaban el estilo de serie de televisión que se hacía en aquellos años, que convirtió en una figura popular a Rick Dalton. Las referencias conectadas son permanentes dentro de una extraordinaria puesta en escena, donde los años ´60 cobran vida con un realismo impactante. Estas es una película que la podés ver más de una vez y le vas a encontrar detalles en los escenarios que se te pasaron por alto en el primer visionado. Tate es una figura que a nivel popular está asociada con la muerte y en este film Tarantino opta por celebrarla en vida con un tratamiento bastante emotivo para lo que suelen ser los trabajos de su filmografía. Margo Robbie ofrece una muy buena labor en este rol, pese a que el papel es limitado porque el foco de la narración no está puesto en Sharon. Dentro del reparto la dupla que integran DiCaprio y Pitt es estupenda y genera un enorme atractivo por esa amista y el particular vínculo laboral que los une. Por otra parte, resulta muy interesante el tratamiento que le dio a los miembros de la secta Manson que llegan a ser completamente aterradores. Dentro de la fabula que se narra los personajes son trabajados correctamente como el lado más oscuro y perverso del sueño hippie. Impecable le casting de Susan “Sadie” Atkins. No obstante, esta no es una película sobre ellos ni los crímenes que cometieron en 1969 si bien hay referencias al respecto. De hecho, el personaje de Manson apenas tiene un cameo. En este viaje en el tiempo que nos propone Tarantino no faltan obviamente los vicios que son parte del ADN de su cine, como el fetichismo de pies (que alcanza un nivel épico de un modo obsceno) la violencia extrema brutal y la musicalización del relato que para variar es extraordinaria. El modo en que usa el tema de los Rolling Stones, Out Of Time, para tejer un enlace en el acto final, entre la dupla de Rick Dalton y Cliff Booth con Sharon Tate es una genialidad absoluta. El mismo término se puede aplicar a la visita que hace el personaje de Pitt al rancho donde habitan los seguidores de Manson, en una escena que evoca el mejor cine de terror de los años 70 y encima lo consigue a través de una secuencia diurna. Mi única objeción hacia este film pasa por el tratamiento que se le dio al personaje de Bruce Lee que es presentado como un imbécil arrogante. Creo que fue una humorada de Tarantino que no terminó de salir bien y se podía haber evitado. Ahora tampoco me parece que sea un hecho para desgarrarse las vestiduras como lo hicieron los familiares y amigos del artista marcial en los medios. En defensa de Quentin es menester recordar que la imagen de Bruce Lee fue mucho más bastardeada en el cine asiático de los años ´70, que explotó su muerte de un modo repudiable a tal punto que dio origen a un subgénero cinematográfico, como el Bruceploitation. No estuvo bueno el tratamiento que le dio el director en esta película pero tampoco es para hacer un escándalo. Vuelvo a reiterar, esta no es una propuesta para todo el mundo pero quienes se conecten con la experiencia que propone el director y las referencias culturales pueden encontrar un espectáculo fascinante. En estos días donde Hollywood se limita a ofrecer películas de superhéroes, remakes y el cine de mierda de Disney, defendido por los cabezas de funko, las obras de este tipo al menos nos regala una bocanada de arte puro en su mejor expresión. El día que la frase en letras amarillas, A film by Quentin Tarantino, deje de aparecer en las salas se lo va extrañar muchísimo, por eso hay que disfrutarlo mientras sigue activo. Tal vez no te conectes con la propuesta como lo hiciste con sus trabajos previos pero al menos es una alternativa diferente en un momento donde nos acostumbramos a ver más de lo mismo.
Rodeos en torno al Hollywood de 1969. "Recreación" es la palabra que mejor define el noveno largometraje de Quentin Tarantino: reconstruir artísticamente lugares y personajes para que un momento histórico cobre vida, por un lado, y proporcionar diversión o distracción, por el otro, son los objetivos que, claramente, lo alentaron a materializar este film ambicioso e irregular. Tres líneas narrativas se alternan en el transcurso de los 165 minutos de Había una vez… en Hollywood, cruzándose y relacionándose no tanto en función de un relato de progresivo interés sino para plasmar un clima de época, jugar con sus seres de ficción y rendir un homenaje al Hollywood de fines de los ’60. Lo más convincente está en Rick Dalton, actor que sufre ante la declinación de buenos papeles y el paso del tiempo. Aunque los rasgos persistentemente aniñados de Leonardo Di Caprio (además de cierta tendencia suya a la sobreactuación) limitan la imagen de un hombre con experiencia de vida, sus traspiés y caprichos divierten, transmiten nerviosismo y hablan del estado de tensión que suele rodear a los actores secundarios o de mediana edad, más aún en esos tiempos en los que el cine clásico atravesaba una profunda crisis, mutando en series de TV y producciones clase B. Tarantino también acierta en la descripción de la cultura pop en la ciudad de Los Ángeles en 1969: marquesinas, afiches, canciones, fragmentos de películas y de programas televisivos o radiales, avisos publicitarios, ropas, peinados, automóviles y muebles se integran con autenticidad mientras las cámaras sobrevuelan los estudios de filmación y los chalets con piscina. Las referencias cinéfilas –que van desde un caricaturesco Bruce Lee hasta la reproducción de tópicos del western– completan el friso. Doble de acción y amigo de Rick, Cliff, en tanto, es un personaje más interesante por las características determinadas por el guión (solitario, fiel, sospechoso de un crimen en el pasado) que por lo que logra hacer con el mismo Brad Pitt. Ciertamente, la elección del actor para Cliff parece una concesión al divismo (con sus lentes, su sonrisa ganadora y su aspecto despreocupado recuerda, por momentos, al cowboy que encarnó para Thelma & Louise veinticinco años atrás), de la misma manera que Margot Robbie termina siendo una figura apenas decorativa. Sharon Tate, a quien encarna, era, más allá de su transparente belleza, una actriz en ascenso, además de esposa de Roman Polanski (con quien había trabajado en La danza de los vampiros), pero aquí se la ve únicamente bailando como lo haría una modelo en un aviso publicitario y, más tarde, presenciando una película suya en una sala de cine con inocencia de principiante. Tarantino sumerge su film en una dispersión general que funciona si se trata de hacer partícipe al espectador de las idas y venidas por calles iluminadas por luces de neón y caminos que atraviesan las montañas, confundiéndose deliberadamente las mansiones de las estrellas y sus glamorosas fiestas con los sets de filmación y las casas rodantes en polvorientos recodos. Al mismo tiempo, resulta grotesca la caracterización de varios personajes (el productor que interpreta sin esfuerzo Al Pacino, la joven hippie, la esposa italiana de Rick), hay un perro aparentemente inofensivo haciendo monerías que parecen salidas de una comedia del montón, el clima de libertad de la época se expresa a medias (se fuma y se bebe mucho pero el sexo es eludido), de vez en cuando aparecen intempestivamente datos informativos (a través de una voz en off o textos sobreimpresos) y las referencias a la contracultura (la oposición a la guerra de Vietnam y a la violencia de las series estadounidenses, por ejemplo) asoman livianamente. Como en Bastardos sin gloria (2009), algunos hechos históricos son cambiados, demostrando hasta dónde pueden llegar las posibilidades de la ficción. Sin embargo, queda la sensación de que Tarantino se vale de la perversidad intrínseca de los nazis o del clan Manson para darse el gusto de desatar sin culpa una explosión de violencia, dejando a salvo –como en tantas películas de acción y westerns estadounidenses que admira– la imagen del (anti)héroe implacable (Cliff, recordemos, se dice que es “héroe de guerra” y odia a los hippies). Finalmente: está claro que la intertextualidad, las citas, el metacine, son plus que el público cinéfilo agradece y disfruta. Pero cabe preguntarse hasta qué punto agiganta una película, o la convierte en buena, el hecho de que su acción transcurra en el ámbito del cine o que despliegue con profusión links a films preexistentes.
Un cálido beso a los fantasmas En la escena que inaugura el clímax, una de las hippies del clan Manson le dice a los otros tres que la acompañan en un auto que su generación se crió viendo asesinatos en la tele y que es hora de devolverle la violencia a los que la interpretaron en la ficción. “Qué buena idea”, o algo así responde el grupito, seguramente con ácido hasta la médula y cargados con gracia amateur con un revolver viejo y unos cuchillos que parecen de cocina, listos para mandarse a acribillar a quien se crucen por Cielo Drive, asfalto de Beverly Hills y hogar dulce hogar de la verdadera y de la ficticia Sharon Tate (acá Margot Robbie), además de la calle donde también vive Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), el protagonista de este cuento cargado de verdades cinematográficas y al que la realidad lo tiene sin cuidado, tal como pasaba en Bastardos Sin Gloria (Inglourious Basterds, 2009), donde Tarantino recreaba los hechos a gusto y piacere. Esa hippie que quiere sangre es también la voz de los detractores de Tarantino, una representación de los que se quejaron de su estilización de la violencia durante toda su carrera. Tarantino los aglutina en la carne de una histérica desquiciada a la que achicharra con un lanzallamas en una escena que se permite el slapstick y una resolución de explotación. Palo para sus críticos y para la corrección política en general; sobre todo para el discurso biempensante que pareciera dominar una industria que hasta pretende eliminar las escenas en las que los personajes fuman, de todo audiovisual que ande dando vueltas. Fachoprogresismo que Tarantino esquiva metiéndole un cigarrillo tras otro a los pulmones de su Rick Dalton. Lo paradójico de estos tiempos es que el cine mainstream que menos le cede al statu quo proviene de directores que hacen películas que se paran más cerca de la derecha que de la izquierda (podríamos también encasillar en esta cruzada anti-lugares comunes del progresismo shampoo al neonihilista S. Craig Zahler o a ese otro genial historiador deforme de Mel Gibson). Por eso al New Yorker -que todavía extraña a Pauline Kael, o debería- este cuento le pareció regresivo y reaccionario. Sobre todo porque la película no se posa sobre el hippie romantizable; el que se ponía el disfraz y pedía amor y paz desde su posición pequeñoburguesa, sino que se articula con el hippie lumpen; ese que retrató Joan Didion para las escuelas de nuevo periodismo y que Tarantino muestra revolviendo la basura; que se la daba en la pera como estilo de vida y no como jueguito de fin de semana, y que transformó el símbolo de la paz en un cuchillo o un fierro cargado, más como gesto religioso que político. De todas maneras, lo hippie es lateral y accesorio; la película no es tanto un retrato de un incidente (el fin del hippismo americano, aquel 9 de agosto de 1969) sino una ópera pop autoconsciente que ensaya un adiós lejano a una industria que mutó hace rato. En ese homenaje en el que Tarantino musicaliza ya literalmente como DJ radial y en el que sus personajes se mueven todo el tiempo en cuatro ruedas que podrían pertenecer a Russ Meyer como las de su “prueba de muerte” del 2007, el verdadero héroe no es Rick Dalton sino su doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt); el héroe estoico que lleva la antorcha del mito y que además de ser su costado maldito, podría ser mudo o sólo guiñar un ojo, como los héroes de Walter Hill, de Don Siegel, o de Leone. De hecho, Dalton representa al héroe del western clásico (más allá de que durante la ficción se vaya a Italia a filmar con Corbucci y los capos del spaghetti), a la moral completa, al que busca y encuentra redención; un personaje que incluso podría ser (o lo es) el protagonista de un drama existencialista. Personaje especular de Jackie Brown (la enorme Pam Grier), otra a la que las cosas no le salieron como esperaba y que también caminaba por un Los Ángeles del pasado salido de los recuerdos del director. Cliff Booth, por el contrario, es un personaje más ambiguo y misántropo como podría serlo un héroe del western europeo. Antihéroe al que Tarantino le escribió un pasado femicida, una de las máximas escupidas de la película al ojo de la tensa coyuntura, y que no respeta ni a Bruce Lee. Tarantino filma un cuento de hadas que es tan feel good como angustiante, y que es también una síntesis de su carrera como ya había pasado con Los 8 Más Odiados (The Hatefull Eight, 2015), una propia relectura de Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) a la que le sumaba veintipico de años de experiencia. Había una Vez…en Hollywood es un beso en la frente fría del cadáver del fílmico que ya no vemos, y del laburo de una industria que cambió las salas por el living o el subte. Una despedida a un tipo de cine que se va llenando de fantasmas, como el de Sharon Tate mirando su propia película y cargándose de felicidad con las reacciones del público; premio que, según Tarantino, es el más gratificante de todos, y que se puede recibir en patas, sin smoking ni frivolidades.
La patota Érase una vez en Hollywood es la película más luminosa de Tarantino. Lo es, claro, en términos de luz: la historia transcurre mayormente en una Los Angeles de casas bajas que absorbe y duplica el brillo del Sol hasta llenar los planos. Pero también lo es en un sentido afectivo: Tarantino está visiblemente fascinado con la ciudad y su tiempo, unas coordenadas que son menos cronológicas que sentimentales, biográficas incluso. Hollywood aparece como una utopía perdida que la película se esfuerza por recuperar. Cuando empieza la historia, lo que se ve es un ecosistema humano que atraviesa transformaciones profundas: el protagonista, Rick Dalton, es una estrella de televisión que fracasó en su salto al cine y ahora sostiene como puede una carrera que languidece. Para Dalton y para Cliff Booth, un doble igualmente caído en desgracia, el cine es una meta inalcanzable o un recuerdo. Su vida y la de los habitantes de la zona gira ahora en torno de la televisión, como se establece en cada uno de los muchos planos que muestran a personajes fijando la atención en televisores con imágenes afantasmadas y sin colores (salvo el de Dalton, todos los otros aparatos son en blanco y negro). La narración de Érase una vez…, entonces, transcurre bien lejos del cine: trabajar en una película es algo que hace un extranjero recién llegado como Polanski; a su vez, el cine que efectivamente se ve se proyecta en una sala de mala muerte, casi vacía, con un Dean Martin viejo y desmejorado. Pero incluso en esa decadencia ligeramente crepuscular, Hollywood resulta todavía una fantasía deseable, conserva a pesar de todo algo de la promesa formulada décadas atrás en su época dorada. Ya no una utopía, pero sí un lugar segur:, una casa o una familia a la que se puede regresar (como lo hace Dalton después de terminar su ciclo de spaghetti westerns en Italia). Tarantino introduce una novedad: el universo de referencias incluye al cine pero también a la televisión, es decir, a los programas y a las series con los que creció su generación. Las remisiones a la cultura popular americana incorporan ahora a la televisión y le insuflan el mismo aire de leyenda nostálgica que en otras películas se le dio al cine. En el fondo, a fin de cuentas, se trata de un asunto de imágenes en movimiento y de las historias que cuentan: a lo sumo cambian las pantallas y los hábitos, pero el placer se mantiene, se desplaza siguiendo los cambios técnicos y estéticos del momento. Hollywood se transforma pero retiene su estatuto mítico de fábrica de sueños. Una escena condensa esta extraña aleación entre televisión y cine: Dalton hace a un villano como actor invitado en una serie western. El papel representa para él un trabajo exiguo pero decisivo que le permitiría dotarse de una nueva imagen de actor reputado. Dalton parece dar la talla del personaje pero no se encuentra en forma y previsiblemente equivoca las líneas. Esto, que en cualquier otra película se hubiera resuelto con una típica escena de cine dentro del cine, en Érase una vez… tiene un tratamiento notable: Tarantino muestra sin cortes el rodaje otorgándole la misma importancia a la ficción tanto como a los cortes y a los errores de Dalton. En apenas unos minutos, el director filma una escena impresionante que nos sumerge de lleno en el relato de la serie y nos hace olvidar todo lo visto hasta ahora: la película nos instala completamente en los códigos ásperos del western, en el intercambio de palabras y gestos rudos, y uno quisiera quedarse allí más tiempo, seguir la historia como un espectador cualquiera frente a un televisor. Una magia que Tarantino madura con discreción de maestro. La trama avanza y los conflictos parecen más bien tenues. De hecho, diríase que solo hay dos: los que hacen a la carrera en declive de Dalton y, en un muy segundo plano, los intentos de Cliff de conseguir trabajo como doble de riesgo. Faltan los villanos: ¿es esto una película de Tarantino? En realidad no faltan, sino que emergen de a poco, su presencia se anuncia varias veces pero sin que se devele del todo el peligro; a diferencia de otros villanos, ya fueran nazis o gángsters, estos conforman un grupo que parece haberse hecho un lugar en Hollywood sin que nadie se percatara de la amenaza. Son hippies, pero la película no se refiere al movimiento sino solo a los que integran la pequeña comunidad dirigida por el clan Manson. Nadie se percata de la amenaza, entonces: como el viejo ciego al que engañan para apropiarse de sus tierras. Están ahí, frente a todos, pidiendo aventones y hurgando en la basura, pero nadie los ve. Predican el amor pero son violentos y se envalentonan en grupo. Cliff se cruza a una de ellos varias veces: esos encuentros reiterados generan una sospecha creciente, hacen pensar en la chica como un emisario del mal que no ceja en su misión de corromper al héroe. La película no les da demasiado tiempo en pantalla, con mostrar sus formas en una o dos escenas ya es suficiente: algunos diálogos escuchados al pasar permiten reconstruir algo parecido a una filosofía antisistema que rechaza con furia todo lo que representa Hollywood. Eso incluye, antes que nada, su bien más preciado: sus ficciones, presuntos responsables de instilar violencia y de educar en la muerte, según reza la teoría delirante de una de las integrantes. La utopía en descomposición de Tarantino acaba de encontrar a los villanos perfectos: una secta que odia las imágenes, unos iconoclastas de pacotilla dispuestos al asesinato en nombre de crímenes incomprobables. Esos brutos entienden que el vínculo entre las imágenes y el mundo es lineal y unidireccional, sin ninguna clase de accidente o de retroalimentación, como si las obras de ficción fueran un rayo que atraviesa las mentes inertes de espectadores desarmados incapaces de elaboración alguna. Un argumento parecido esgrimen los que hace poco llamaron a “cancelar” a Tarantino bajo los cargos de no sé qué misoginia imaginaria. Desde el principio, cuando se ve a Charles Manson hablando con Jay Sebring y saludando de lejos a Sharon Tate, queda establecido que el mal vive en el corazón mismo de Hollywood. De ahí en más, la historia de Sharon estará envenenada: su visita a fiestas y a cines, la calma que la rodea una vez que Polanski la deja con sus amigos, todo sugiere la tragedia inminente. En verdad, las escenas con Sharon son de una plenitud absoluta, como si el personaje fuera un ángel perdido en el mundo imperfecto de los hombres. Fui al cine después de haber leído la crítica extraordinaria de Quintín. Quintín cuenta que sufrió mucho creyendo que Sharon iba a ser asesinada en algún momento, y que el desenlace lo alivió. Vi la película sabiendo que Sharon no moría, pero eso no disipó la angustia que la película genera alrededor del personaje: el aire libre y frágil que le da Margot Robbie, de una inocencia etérea y despreocupada, conmueve por sí solo, incluso si Tarantino se sirve del relato para torcer el destino terrible de la Sharon Tate real. Sharon sale a comer con amigos y la voz en off explica que el calor la sofocaba esa noche. La banda sonora es tal vez la más triste que se haya escuchado en una película de Tarantino: de fondo suena, como un presagio, “Out of Time”, de los Stones. El estribillo repite “baby, baby, you are out of time”, que no sugiere tanto el estar fuera de época como el haberse quedado sin tiempo. Esa ambigüedad semántica funciona como un puente que habilita un desenlace impensado: si el tiempo falta, si ya se terminó, bien puede hacérselo saltar por los aires, colocarse por fuera de él. Una vez más, el cine se vuelve para el director el dispositivo que permite pensar y comentar el mundo. Esta vez se trata de salvar a Sharon de una banda de asesinos despiadados justo cuando el espectador espera que suceda algo horrible. Rescate de último minuto, como en los western que se filman para televisión en los estudios en crisis de Hollywood. Pero rescate ficcional, sobre todo, intento de enmendar la Historia a la manera de Escape a la victoria, cuya nobleza se respira y siente todo el tiempo en Érase una vez… (más allá de las referencias explícitas); insumo narrativo o suplemento que ayuda a imaginar un mundo mejor del que nos toca en suerte. Al final, cuando lo peor ya pasó y la patota fue ajusticiada, Sharon habla desde un portero y es como si se escuchara desde lejos a un ser divino; unas puertas se abren y se invita a Dalton a entrar. La cámara lo sigue y observa el encuentro final con un plano cenital; el ángulo no debe entenderse como un gesto de distancia, un tic de realizador que posa de entomólogo, sino como la mirada de un director que juega a ser un demiurgo bondadoso. La escena transcurre de noche pero parece tocada por el mismo brillo y la misma calidez solar de los momentos diurnos.
Érase una vez en Hollywood Por Denise Pieniazek Es sabido que Quentin Tarantino es un cinéfilo exhaustivo y en consecuencia, Once upon a time in…Hollywood (2019) posee una cantidad significativa de relaciones intertextuales, no solo del ámbito del cine sino también de la cultura pop y de la historia en términos generales. Ya desde su título Había una vez… en Hollywood (Once upon a time in…Hollywood, 2019) dialoga distanciadamente con otros largometrajes: Once Upon a time in… the West (C'era una volta il West, 1968) el spaghetti western coproducido entre Italia y Estados Unidos, y Once Upon a Time in America (1984), ambos de Sergio Leone, uno de sus directores favoritos junto con Sergio Corbucci, director que también es mencionado en el filme. La película además de ser intertextual, es metadiscursiva, puesto que reflexiona sobre la industria cinematográfica mostrando el clima cultural y el detrás de escena de Hollywood hacia fines de la década del ´60, centrándose en 1969, el ocaso de la era dorada de Hollywood. Once upon a time in…Hollywood posee dos líneas de acción principales, incluso en un momento, una de ellas se divide produciendo entonces en total tres líneas de acción simultaneas. En primer lugar, hay una línea de acción que tiene como protagonistas a los personajes de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor cuyo texto-estrella funciona regularmente como villano de las películas y series televisivas, principalmente del género del western, y a su amigo y doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt), un ex combatiente de guerra con un pasado misterioso. Ambos personajes masculinos no pertenecen a actores de la realidad, sino que son totalmente ficticios, aunque para su creación Tarantino se inspiró en algunas estrellas de cine famosas. En el caso de Dalton el director tomó algunas características de actores como Ty Hardin, Tab Hunter, Burt Reynolds, Clint Eastwood y Steve McQueen (éste último tiene su propio personaje dentro del filme), y en el caso, de Booth Tarantino se inspiró en Hal Needham, mejor amigo y el doble de riesgo de Burt Reynolds (Reynolds iba a aparecer originalmente en la película, pero falleció el 6 de septiembre de 2018). El personaje de Dalton reflexiona sobre el trabajo del actor y el delgado linde entre el éxito y el fracaso, interpretado maravillosamente por Leonardo DiCaprio quien le aporta emotividad, luciéndose especialmente en dos escenas conmovedoras y brillantes del filme. Una de ellas al asumir su complicado presente actoral, después del brillante análisis de su carrera que realiza su manager Marvin Schwartz (Al Pacino), quien realmente fue agente de actores como Kirk Douglas, Burt Reynolds y Rock Hudson. Asimismo, de igual inteligencia es el dialogo es la escena en la que Dalton comparte el set con una niña prodigio de la cual no se dirá más porque merece ser vista por sí misma, pero que sin dudas reafirma la excelencia actoral de DiCaprio. En contraposición el personaje de Booth, encarna los mayores momentos de distención a través del humor mediante la intrépida y cómica interpretación de Brad Pitt, pero al mismo tiempo en otras ocasiones está en el centro de la acción y tensión dramática del relato en términos generales. En consecuencia, ambos actores son más que efectivos y convincentes en sus interpretaciones logrando producir empatía con el público. Solo directores como Tarantino y Scorsese pueden generar empatía en el espectador a través de personajes como el de Booth, quien es sospechado de matar a su esposa (acontecimiento que remite lejanamente a la pareja de la actriz Natalie Wood y Robert Wagner). No es casual que tanto Pitt como DiCaprio se encuentren en la cima de su carrera con una madurez y trayectoria que les ha permitido seguir vigentes y constantes en su estrellato, y que en esta ocasión hayan sido seleccionados, por el director y guionista del filme, para reflexionar justamente sobre el star-system. Por ende, la figura del doble resulta dualmente significativa en el filme. No solo el doble respecto a dos personajes sino de la dualidad dentro de cada personaje, un ejemplo de ello es cuando la enunciación desmiente algo dicho por Dalton. Éste es sin dudas un estilema de Tarantino, presentar personajes que presentan algo falso de sí mismos. En segundo lugar, la segunda línea de acción tiene como protagonista a la actriz y modelo Sharon Tate (Margot Robbie), pareja en aquel entonces del director Roman Polanski, quien fue brutalmente asesinada por el clan Manson en 1969. Se aconseja al espectador intentar disociarse de los acontecimientos reales para poder zambullirse en la propuesta del universo diegético de Tarantino, la cual, si bien toma algunos datos verídicos de Tate y su entorno, y del llamado clan Manson, se distancia una vez más de los acontecimientos reales para contar otra historia. Algo notable es que en este humilde homenaje a Tate en una hermosa escena en que el personaje se inmiscuye en una sala de cine para verse a sí misma en The Wrecking Crew (1968), las escenas que se ven en la pantalla del cine son realmente las de la película original interpretadas por la verdadera Tate y representa un bello gesto que no haya decidido recrearlas con Robbie, quien logra una conmovedora escena, donde nuevamente funciona la figura del doble. Retomando la cuestión de las líneas narrativas algunos podrán pensar que es extraño que, si bien se desea homenajear a Tate, esa línea de acción es menos desarrollada que la otra quedando ésta en un segundo plano. Sin embargo, se ha encontrado una posible justificación para ello. La línea de acción principal es la de los protagonistas masculinos, a través de los cuales se genera empatía en el público adrede. ¿Por qué? Sencillo, puesto que, si el espectador promedio conoce la brutalidad del asesinato de Tate y su entorno afectivo, quizás la tensión y angustia sería insoportable para el espectador, pues si se la mostrase más a ella, el espectador se identificaría tanto con el personaje que la tensión seria insoportable. Aun así, otros han adjudicado de machista el tratamiento de las mujeres en la película, a todos ellos se les recuerda el “feminist power” presente en las protagonistas de otros largometrajes del autor como Jackie Brown, Kill Bill y Death Proof, como así también el personaje de “Shoshanna” en Inglourious Basterds. Asimismo, en una primera instancia el tratamiento de las mujeres en Once upon a time in…Hollywood puede parecer desfavorable pues se muestra a las mujeres roncando mientras duermen, y hay constantes planos de sus pies (lo cual es una constante fetichista en Tarantino), los cuales no son para nada estéticos. Sin embargo, una lectura posible y reivindicadora es que justamente en este gesto el director representa mujeres más reales, bellas pero no perfectas, que roncan, que pueden ser sensuales y tener bello en las axilas al mismo tiempo. Lo cual se opone por completo a la belleza publicitaria que se les suele exigir, y se acerca más al spaghetti western, el cual resaltaba los “feísmos” de los personajes. Enfatizando la cuestión de las líneas narrativas simultaneas, otro rasgo interesante de la película es que indirectamente se construye una cuarta línea narrativa la cual parece estar en otro plano estructural, puesto que aparece sutilmente a través del personaje casi fantasmagórico de Charles Manson, y mediante los distintos hippies que componen esa comunidad, los cuales se inmiscuyen sutilmente en la línea narrativa principal. Como suele hacer Tarantino en sus películas las líneas narrativas confluyen recién hacia el final del filme. De modo tal que, Tarantino una vez más, tal como lo hizo en Inglourious Basterds (2009), Django Unchained (2012) y salvando las distancias en The Hateful Eight (2015), realiza una especie de “revisionismo histórico y cultural” con el objetivo de reescribir los hechos. Pues para él la venganza es siempre poética, y la “justicia” cinematográfica, y ambas son políticamente incorrectas, porque el autor respeta la siguiente premisa: sin venganza no hay western, y ésta es una temática presente en el cine de Tarantino desde Kill Bill (2003) en adelante. Porque tal como he planteado hace algunos años en el análisis de The Hateful Eight, puede “(…) dividirse a grandes rasgos la filmografía de Tarantino en tres periodos: un periodo inicial compuesto por una “violencia urbana y contemporánea” y cuyos largometrajes representantes son Reservoir Dogs (1992), Pulp Fiction (1994) y Jackie Brown (1997). Seguido de un segundo periodo cuyos filmes pueden enmarcarse temáticamente por la venganza: Kill Bill volumen I y II (2003-4), y Death Proof (2007). Este segundo periodo a su vez establece una transición hacia un nuevo estilo dentro de su cine, en el cual la venganza seguirá presente pero no desde lo personal, sino desde las diferencias culturales y la xenofobia. En esta tercera fase se encuentran Inglourious Basterds (2009), Django Unchained (2012) y The Hateful Eight, en todos ellos el género del western estará presente desde distintos aspectos”. Curiosamente Once upon a time in…Hollywood parece fusionar el primer y el tercer periodo con un amor pronunciado hacia el cine y la cultura de la época. Pues es pertinente mencionar que Tarantino ha declarado que esta película posee mucho de su niñez en el condado de Los Ángeles en 1969, por eso la música tiene un protagonismo especial, y por esa misma razón lo que en un western era sobre un caballo aquí se desarrolla dentro de un automóvil. Así es como Once upon a time in…Hollywood ofrece una reconstrucción de época que no es solo visual, sino que va más allá, hacia lo intangible del clima de una época, por supuesto filtrado por la óptica del peculiar y única de Tarantino. En adición, hay referencias y vínculos poéticos constantes con Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds) encarnadas principalmente en el personaje de Dalton y su filmografía. En sumatoria, Once upon a time in…Hollywood es un relato entretenido, pero que va dosificando minuciosamente la información logrando un crescendo contrastante, consiguiendo mantener intrigado al espectador que se preguntará hacia dónde apunta el relato. Sin embargo, Tarantino sabe exactamente a dónde se dirige con un sorpresivo final, en el cual sus más característicos estilemas como director emergen y explotan sorpresivamente para el espectador, incluso para el más entrenado de ellos. Ese final hace que todo lo anterior tenga sentido tanto a nivel semántico como formal y estructural. Sin duda pese a las dificultades del cine actual Tarantino una vez más demuestra que sabe cómo cerrar audazmente sus historias. Como corolario, en dicha película Tarantino reflexiona una vez más sobre un elemento fundamental de la historia norteamericana. Mientras que en Django Unchained repensaba la esclavitud y el racismo, y en The Hateful Eight la fundación del estado norteamericano sobre las bases de las guerras civiles y la xenofobia, en Once upon a time in…Hollywood analiza el funcionamiento del epicentro del mundo del espectáculo, pensando nuevamente las diferencias étnicas sociales e ideológicas, y los resentimientos, hasta llegar a la construcción del American Dream, pues no es casual que la calle en la que viven los protagonistas se llame Cielo Drive y esté en Los Ángeles. Además de exponer específicamente cuestiones artísticas como el funcionamiento del texto-estrella de un actor, sus inseguridades y necesidad aprobación ajena y el ocaso de las estrellas. Así como en Cantando bajo la lluvia (Singin' In The Rain, 1952) o en El artista (The Artist, 2011) se reflexionaba sobre el pasaje del cine silente al sonoro, aquí se piensa el pasaje del cine al crecimiento galopante del consumo televisivo. Once upon a time in…Hollywood es una película sin dudas para disfrutar, pero que también nos dejará pensando. Incluso puede producir tal efecto, que cuando volvamos a verla la disfrutemos aún más y sigamos reflexionando sobre algunas cuestiones. En conclusión, es sin dudas una película que no le es indiferente al espectador y su gesto de originalidad merece celebrarse dentro de la producción actual.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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Un mundo perfecto El último filme del director de la premiada “Tiempos violentos” (1994) (entre otras joyitas), plantea un doble problema, una eventualidad sería dejarse seducir por la excelencia de su estilo narrativo, otra empezar a despegarse desde la crudeza que se establece a mitad de la supuesta fábula. Claro que en ambos casos lo que queda impregnado es el amor, más acertadamente hablando, el homenaje al Hollywood que supo ser o al cine en general. Sin dejar de lado el efecto de la televisión que parece haber anclado en su persona desde niño. Desde su estructura la película juega con los tiempos como ya dio muestras de saber hacerlo, aquí al manejo de las analepsis de manera brillante, le agrega trabajar la variable temporal desde la música, en varias oportunidades las canciones van dando lugar al establecimiento del paso del tiempo, poco o mucho, según lo acompañe con la imagen, las acciones de los personajes, o el simple uso de la luz. Esta posibilidad subyuga pues, si bien el cuento en sí mismo no parecería importarle, si lo son los personajes en los que se sostiene el relato, dos son claras invenciones de su mente, pero arraigados en la historia misma de la meca del cine, sintetizando en ellos dos a muchos personajes reales. En este sentido es que lo narrado empieza a desdibujarse, sino sucede de forma fehaciente se debe a los actores protagonistas, tanto Leonardo Di Caprio y Brad Pitt componen sus personaje de manera magistral, le dan los tonos necesarios, los momentos justos a sus devenir. La tercera es una vida real, nada menos que la malograda Sharon Tate, esposa de Roman Polansky. Su vida poco conocida, con su trágico final, dio lugar a muchas películas. Estos tres personajes constituyen otras tantas tramas, líneas que en algún momento se entrecruzaran. En medio el director dispone de una andanada de municiones para poner su mirada sobre los recuerdos encubridores, los suyos y de los espectadores, cinéfilos o no. Para llegar al clímax de una historia que fue. Como si dijera que hubo un antes y un después de esos sucesos que enlutaron al cine, a Los Ángeles, a Hollywood, y lo siguen haciendo. La historia nos ubica en enero de 1969, nos encontramos en Hollywood. La estrella de un western televisivo, Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), intenta mantenerse en el estrellato, aunque su estrella se fue apagando sin que él lo pueda registrar, lo hace tratando de adaptarse a los cambios del medio, al mismo tiempo que su doble Cliff Booth (Brad Pitt) sigue fiel a su compañero de set, porque su vida está totalmente atada a él, por amistad, o necesidad. Mientras que la vida de Dalton está ligada completamente a Hollywood, es vecino de la joven y prometedora actriz y modelo Sharon Tate (Margot Robbie), quien acaba de casarse con el prestigioso director Román Polanski, a quien admira casi en secreto. Planteado como un juego, el filme se va deslizando en tono de comedia, hasta que se produce una ruptura en el desarrollo de la historia, posiblemente la escena de mayor tensión de toda la producción, mostrando las mejores herramientas que posee el realizador. Realmente nada va sucediendo, pero toda está en situación como barril de pólvora, la secuencia transcurre en un viejo rancho en el que está establecido Charles Manson y sus seguidores, En este cambio de tono que propone es que se produce la ruptura con la empatía de ligereza y juego producida a lo largo de lo que se fue desarrollando, desde mostrar a un Steve McQuenn celoso o presentar a Bruce Lee de forma casi caricaturesca. El filme se vuelve, a partir de ese quiebre más sombrío, más violento si se quiere, ¿Mas Tarantino? Se anticipa desde ese cambio y de las sensaciones que van surgiendo en el espectador que va aplicando sobre el “Había una vez…” del titulo. Posiblemente no sea lo mejor de Quentin, lejos de “Bastardos sin gloria” (2009), una realización que destilaba un deseo profundo de gran parte de la humanidad, o “Los 8 más odiados” donde pone en tela de juicio la constitución de su propio país. Esta parece una conjunción de ambas ideas, la ficción plantea otra posibilidad donde la realidad estipulo un cambio en la forma de vivir en esa parte de la ciudad. Es por esto que se puede enunciar como una película compleja y simultáneamente portentosa que se mece entre las variables de una quimera y una esperanza, establecida desde la nobleza y labilidad de los mismos personajes, no todos claro, reales o ficticios que, realidad mediante, han sido prematuramente desalojados de un sueño que se destruyó en una noche fatídica.
Una película imperfecta, de esas que logran quedar en la memoria, hecha con placer por la pantalla grande. Con una mano en el corazón, ¿de cuántos directores de cine, hoy, espera una película? ¿Allen, Almodóvar, Spielberg? Seguramente los nombres son pocos y seguramente uno de ellos es Tarantino. El estadounidense, como los anteriores, es un autor que establece con su público un diálogo doble: por un lado, contarle una serie de cuentos (sus películas tienen mucho más que una historia, están llenas de pequeños cuentos engarzados) y, por otro, compartir con nosotros qué le gusta –y por qué– del cine. Lo hace subrayando lo que hay de bello en un plano, o recurriendo a un artificio luminoso. Y al mismo tiempo, llena las películas de conversaciones que queremos escuchar. (Te puede interesar: Exclusivo: Tarantino, DiCaprio, Pitt y Robbie con NOTICIAS) “Había una vez…” es la historia de un actor de TV al filo de terminar su carrera (Di Caprio), de su doble y mejor amigo (Pitt), de Sharon Tate gozando de verse en el cine (Robbie), y del final de los años sesenta, el momento en el que el cine tomó conciencia de que la era de oro tenía veinte años muerta y enterrada y era libre para ser violento, ser sexy, ser sangriento, ser veloz. Todo eso es “Había una vez en Hollywood”, una película imperfecta (solamente las películas imperfectas logran quedar en la memoria, pero no nos vamos a detener a desarrollar la demostración aquí) hecha con placer por la pantalla grande. Sí, también es algo así como una elegía, como si el cine ya no existiera más, y de allí que el conflicto central sea cine vs. televisión. Pero al menos es, paradójicamente, una elegía feliz.
DiCaprio y Brad Pitt se sacan chispas, bajo el sello de Tarantino La novena película del director es un magistral retrato sobre el precio de la fama y el fin del "Flower Power" Los Ángeles, 1969. Un año marcado por la guerra fría, Richard Nixon, el movimiento hippie, Woodstock, la llegada del hombre a la luna y la sangrienta irrupción de Charles Manson y su secta. En este contexto, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor de series de cowboys venido a menos, junto a Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de riesgo y mejor amigo intentan conseguir un lugar en una industria que está mutando. En este camino cruzarán destinos con Sharon Tate (Margot Robbie), una cara fresca de Hollywood, esposa del director del momento Roman Polanski y futura víctima del clan Manson. Quentin Tarantino apela a todo su bagaje cinéfilo e intelectual para rendir con este largometraje un sentido homenaje al cine y la televisión que lo formó como artista. Con una dirección de arte inundada de neones y una recreación de época prodigiosa, el filme luce como si hubiera sido rodado a fines de los sesenta. El vestuario, los automóviles, las calles, los grandes estudios, las salas de cine y también la radio (que se escucha como parte de una lograda banda de sonido) ayudan a la experiencia cinematográfica en la que el espectador vivirá un efectivo viaje en el tiempo. Brad Pitt y Leonardo DiCaprio Brad Pitt y Leonardo DiCaprio Los diálogos (una de las especialidades de Tarantino) suenan creíbles aunque sean parte de la escena más delirante. Leonardo DiCaprio es el protagonista absoluto de la historia. Su personaje es quien debe vivir "el ocaso de una estrella" a lo largo del metraje, para mostrar su evolución, el director se toma su tiempo y lo hace con convicción. Pero Brad Pitt es la columna vertebral del libreto, es quien sirve de guía para comprender el nuevo mundo que allí se está gestando. Margot Robbie es la inocencia a punto de ser corrompida. Su trabajo en el filme es mágico. Con muy poco diálogo, logra cautivar y empatizar. Quienes conocemos el sangriento final de tan joven y bella persona no podemos dejar de sentir un nudo en la garganta al verla protagonizar algunas de las secuencias más conmovedoras del largometraje. Pese a lo que se podría esperar, Charles Manson tiene muy poca participación en la cinta, apenas una secuencia. Pero su presencia se percibe, se huele, a lo largo de los 200 minutos de duración. El mal que representa sobrevuela las calles de Los Ángeles, el infame rancho Spahn y la mansión de Cielo Drive. Además de los homenajes, las referencias y guiños, Tarantino se reserva su propia reinvención de la historia verídica, en un clímax que puede causar controversia, pero que no dejará a nadie indiferente. Había una vez… en Hollywood es un tipo de cine cada vez más difícil de encontrar en las carteleras. Una película que no está pensada para millenials ni zombies consumidores de franquicias. Un deleite para los que amamos el género, las series B, la cultura pop y los clásicos. Larga vida a Tarantino.
Tarantino en estado puro La esperadísima novena película de Quentin Tarantino llega a los cines locales y no todo es color de rosa para el realizador y la historia de este actor y su doble que buscan un lugarcito en un Hollywood cambiante. El estreno de una nueva película de Quentin Tarantino siempre es motivo de celebración cinéfila, y momento de debate, porque este niño maldito (y prodigio) de Hollywood siempre da qué hablar con sus historias recargadas de violencia, diálogos verborrágicos, humor negro, ironía, narrativa no-lineal y múltiples referencias a la cultura pop, entre tantas cosas. Curiosamente, “Había una Vez… en Hollywood” (Once Upon a Time in... Hollywood, 2019) se saltea varias de estas normas, aunque no por ello deja de ser un producto 100% Quentin. Pero, en este caso, la pregunta es: ¿a quién intenta satisfacer con esta oda sobre los entretelones de la meca del cine? ¿A su público, o a su propio ego? Nos inclinamos un poco más por la segunda opción, ya que “la novena película de Tarantino” celebra a la mayoría de sus ídolos y varios de sus berretines, pero muchas veces se pierde en su propia narrativa, alargando momentos que no siempre encuentran los mejores desenlaces. Esta primera producción alejado -por obvias razones- del ala protectora de Harvey Weinstein y The Weinstein Company (productor y compañía ligados estrechamente a su carrera y su éxito), nos lleva al Hollywood de 1969, más precisamente al mes de febrero, donde el actor Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), una vieja estrella de los westerns televisivos de la década del cincuenta, intenta mantener su carrera a flote agarrando cualquier papelito que se le presente, siempre arrastrando a su doble de acción (amigo y confidente) Cliff Booth (Brad Pitt), un ex veterano de guerra con un oscuro pasado. Para Dalton, las glorias quedaron atrás y ahora sus opciones son cada vez más escasas. Creyendo que su imagen se está viendo afectada por una seguidilla de interpretaciones villanescas, el productor Marvin Schwarz (Al Pacino) le ofrece una salida: viajar a Europa y sumarse a la fiebre de los Spaghetti Westerns, una oferta que Rick no duda en rechazar, asegurando que no están a su altura. Y sí, el ego juega un papel fundamental en esta historia, aunque Dalton no parece darse cuenta. Su vida sigue siendo la de una estrella, rodeado de pequeños lujos, una mansión en Cielo Drive y Cliff como compinche y compañero de copas, que también hace las veces de chofer y mandadero, siempre que su amigo (y empleador) lo necesite. Al margen de sus desventuras, Tarantino suma un componente más cuando la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y su marido Roman Polanski (Rafał Zawierucha) se mudan a la casa contigua, meses antes de que los seguidores de Charles Manson (Damon Herriman) cambien el curso de su historia. El sueño de Rick, sin dudas, es fraternizar con sus nuevos vecinos y, con suerte, cambiar un poquito su estatus laboral. A pesar de lo que pudiéramos creer, estas dos historias toman caminos separados y es ahí donde “Había una Vez… en Hollywood” sufre uno de sus tantos reveses en la trama. La historia de Tate/Robbie resulta sólo una excusa (¿un Macguffin?) para los caprichos narrativos de Taranta que, sabemos (y somos cómplices de ello), tiene sus propias fantasías y sus giros bajo la manga. No vamos a entrar en detalle porque estaríamos revelando momentos fundamentales de la película, pero esta vez, su “visión de los hechos” puede dividir las aguas. Sharon Tate versión Margot Robbie La relación Rick/Cliff es lo más entretenido de este estrambótico detrás de escena hollywoodense que nos presenta su peculiar versión de celebridades como Bruce Lee (Mike Moh), Steve McQueen (Damian Lewis) o James Stacy (Timothy Olyphant), personajes que atraviesan el día a día de esta dupla, así también como muchos de los miembros de la familia Manson. Ahí es donde entran en juego, casi azarosamente, “Pussycat” (Margaret Qualley), Charles ‘Tex’ Watson (Austin Butler), Lynette ‘Squeaky’ Fromme (Dakota Fanning) y Catherine ‘Gypsy’ Share (Lena Dunham), entre otros, los “hippies” tan odiados por Dalton y con los que Booth tendrá un extraño encuentro en el rancho Spahn. La historia de Tarantino resulta más una anécdota de la época que una película con principio, nudo y fin. El realizador rompe varias de sus estructuras preferidas para contarnos el “fin de esta era dorada del cine norteamericano”, siempre a través de su mirada nostálgica, sus pasiones y sus fetiches. Acá, incluso más que en “Los 8 Más Odiados” (The Hateful Eight, 2015), Quentin hace lo que quiere porque sabe que se puede salir con la suya, aunque esto también implique su complicidad con el espectador. “Había una Vez… en Hollywood” tiene demasiados momentos contemplativos (no para el director, claro) que afectan al ritmo y al conjunto de la trama. Si bien, DiCaprio nos da una nueva clase de actuación y nos cautiva con su encanto y patetismo, es el personaje de Pitt el que se lleva los laureles cada vez que aparece en la pantalla. No podemos decir lo mismo de Robbie, un lindo adorno dentro de la narración que, en la mayoría de los casos, no aporta absolutamente nada. ¿Una autocensura en la era del #MeToo para no herir susceptibilidades? Así de canchero es Cliff Booth Igual, el poder cinematográfico de Tarantino está intacto. Nos alcanza con ver cuantos actores se prestan a pequeños cameos por el sólo deleite de hacerle el aguante a su amigo y continuar esta tradición con “la pandilla”. Lamentablemente, su carrera nos entregó hitos más interesantes, donde la provocación no se ponía al frente del relato, e incluso, dentro de sus tramas no-lineales, la desprolijidad no resultaba un problema. “Había una Vez… en Hollywood” se desborda en el peor de los sentidos: no el del joven y posmoderno realizador que hizo de la democratización un arte y un espectáculo visual, sino la de un cinéfilo que está queriendo ponerle fin a su carrera, como él mismo declaró, tras el estreno de su décima película.
Cuando un director como Quentin Tarantino estrena una película, sabemos que estamos frente a un verdadero acontecimiento cinematográfico. El resultado podrá gustar más o menos tanto a la crítica como al público en general pero lo cierto es que una obra del calibre de “Once Upon a Time in Hollywood” merece ser vista y estudiada en profundidad. La película en cuestión es una carta de amor del director al Hollywood de 1969, esa época que el mismo Tarantino recuerda con nostalgia y que rememora a través de su experiencia como ciudadano de Los Ángeles cuando era tan solo un niño. Quentin mismo dijo que este, su noveno film, es su “Roma” (en alusión a la extremadamente personal obra de Alfonso Cuarón). Otro signo de esto es su propio título que no solo hace alusión a la cinta de Sergio Leone “Once Upon a Time in the West”, un spaghetti western considerado como uno de los grandes exponentes del género y que podría ir en consonancia con las películas que terminó haciendo el personaje de DiCaprio, sino que también hace referencia a la frase con la que comienzan infinidad de cuentos, fábulas y obras de ficción. He aquí un dato no menor, si bien Quentin decide colocarnos en un contexto muy particular y atribulado en Hollywood con referencias y personajes reales como Steve McQueen, Roman Polanski, Sharon Tate y Charles Manson, entre otros, nos encontramos ante una obra de ficción que sirve como un derrotero que propone Tarantino para hacernos pasar 165 minutos de puro cine. Lo interesante de este nuevo opus del director de “Pulp Fiction” radica en que no se parece a sus films anteriores. La estructura narrativa de este largometraje está bastante escondida y casi durante la primera hora el espectador no sabe en qué va a desembocar todo eso que se le está contando. Es como que al igual que el personaje de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), nos vemos abrumados por los pormenores de la industria y las cuestiones que se van presentando en el camino de los personajes que no nos daremos cuenta de qué trata la película hasta estar bien sumergidos en la narración. La cinta nos narra cómo una estrella de un western televisivo, Rick Dalton, intenta amoldarse a los cambios que comienzan a producirse en el ambiente artístico, al mismo tiempo que su doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt). La vida de Dalton está ligada completamente a Hollywood, y es vecino de la joven y prometedora actriz y modelo Sharon Tate (Margot Robbie), que acaba de casarse con el prestigioso director Roman Polanski. Lo que no saben es que residen bajo un halo oscuro representado por el Clan Manson que acecha a la ciudad de Los Ángeles. A grandes rasgos este sería el argumento del film pero la realidad es que nuevamente la estructura no se presenta de manera clara, uno de los grandes logros del guion de Tarantino, al mismo tiempo que juega con la diferencia entre la realidad/ficción y las expectativas y el conocimiento previo del espectador. El director se desenvuelve en un terreno que le calza a la perfección. Cine que habla de cine. Resulta realmente cautivante ver cómo se realizaban las películas y las series de televisión de la época, al igual que cómo funcionaba la relación entre los actores y sus dobles de riesgo. Un momento donde cada actor tenía un doble en particular y donde se los conocía, no como hoy en día donde hay grupos y coordinadores de stuntmen. En esta oportunidad, nos encontramos con un Tarantino más maduro, que decide tomarse el tiempo para que la historia se asiente en el espectador, esto último justifica que el ritmo sea más pausado y también brinda el contexto adecuado para mostrarnos y jugar con esa sensación de peligro inminente y/o amenaza latente. En todo momento estamos esperando que suceda algo ya que reconocemos los instantes y la peligrosidad del entorno. La figura de Sharon Tate se muestra optimista e impoluta y por eso se acrecienta el suspenso y la idea de que su persona está en riesgo. En lo que respecta a los aspectos técnicos cabe destacar la dirección de fotografía de Robert Richardson, habitual colaborador de Quentin, que decidió (seguramente con el director) rodar la película en fílmico y respetar los distintos formatos y relaciones de aspecto de los diferentes productos que se ven en la cinta (cuando hablan de la serie de Rick Dalton, “Bounty Law”, tenemos una relación de aspecto 1,33:1 por ejemplo). Es más, en algunos cines de Estados Unidos la película fue proyectada en 70mm. Por otro lado, la banda sonora resulta otro de los grandes ingredientes de la película que sacan a relucir el costado melómano del director. Demás está decir que la edición es otro de los puntos fuertes y que es una pieza esencial para mantener el interés del espectador a lo largo de las casi tres horas de metraje. Como bien se puede esperar de una película de Tarantino, “Había una Vez en Hollywood” está plagada de referencias cinéfilas y a la cultura popular. Más allá de la referencia del título que ya mencionamos hay varias alusiones a Sergio Corbucci y a Sergio Leone. Además, el director incluye una auto-referencia a “Inglorious Basterds” al decir que Rick Dalton trabajó en una cinta de Antonio Margheriti, nombre que utiliza el personaje de Eli Roth en aquel film para pasar de incógnito, film en el que también estaba el personaje de Brad Pitt, Aldo Raine, que se hacía pasar por un stuntman. También hay menciones a las series “The Green Hornet” o “Wanted Dead or Alive” o a los films “The Great Escape”, “Batman”, “The Wrecking Crew”, entre varias otras. El noveno film de Quentin Tarantino se nos presenta como una obra inmensa que desafía las formas actuales de narración para volver a un estilo clásico pero con un toque distintivo propio del director. A su vez, las excelsas interpretaciones de Leonardo DiCaprio y Brad Pitt embellecen un relato por demás inspirado que cuenta con una inmensidad de cameos de actores del universo Tarantino y varias figuras reales como las del clan Manson, Polnaski/Tate y Bruce Lee. “Once Upon a Time in Hollywood” es una de las experiencias cinematográficas del año que vale la pena atestiguar en pantalla grande.
Desde Hollywood con amor Tal como como un western suele tomar personajes y lugares reales como el lienzo perfecto para crear épicas leyendas, con valientes antihéroes y traiciones inesperadas, Once Upon a Time in Hollywood es también un mundo mágico donde la aventura y su detrás de escena conviven casi sin un límite visible. Es imposible dejar de pensar en eso cuando cada escena de la novena película de Quentin Tarantino (una suma caprichosa si se decide tomar las dos partes de Kill Bill como un solo film) sea probablemente lo más parecido a un niño jugando a recrear las historias que acaba de ver en la tele durante la merienda, apropiándose de sus héroes para hacerlos protagonistas de sus propios guiones imaginarios. Tarantino siempre fue una especie de bestia pop. En realidad toda su filmografía se basa principalmente en su obsesión por el cine como espectador, para luego dirigir emulando todo lo que alguna vez le fascinó de joven. Aunque este Tarantino es más maduro, más nostálgico y paciente que el que esperaría un fanático de Pulp Fiction (1994) o Bastardos sin Gloria (2009), sin perder los claros rasgos que lo caracterizan. Su mirada se luce mucho más cuando está llevada por el amor a sus influencias. Se ve en cada una de sus escenas de artes marciales, en cada tiroteo descontrolado o conversación trivial que sobrepasa al absurdo. Pero aquí el homenaje va más allá de los cameos o de las cientos de guiños a su vasta memoria cinéfila, para traducirse en el cariño con el que se apropia de un momento histórico único en los Estados Unidos (y en el mundo seguramente) como lo fue la década del 1960 en materia política y cultural. A su vez, se nota que Tarantino tiene un afecto enorme por estos personajes, y esa melancolía es lo que probablemente lo haya motivado a cerrar la etapa de venganzas iniciada con Bastardos… hasta la más reciente The Hateful Eight (2015) . Fines de 1969, plena transición en la industria del cine y la inminente llegada del nuevo Hollywood. Leonardo DiCaprio y Brad Pitt son Rick Dalton y Cliff Booth, un actor en decadencia y su mejor amigo doble de riesgo, en medio del proceso de renovación que acarrea la pérdida de inocencia en la industria. Rick ya no es la estrella de antes, un galán de western de antaño, y ahora se tiene que conformar con hacer papeles esporádicos como villano en programas de TV que lejos están de posicionarlo nuevamente como protagónico. Tampoco Cliff tiene mucho que hacer con la llegada de los stunts profesionales, aunque su actitud despreocupada hace pensar que mucho no le importa. Su rol ahora es determinadamente secundario en el medio, lo que no evita que se pase el día aventurándose por la ciudad de Los Ángeles con su camisa hawaiana haciendo los mandados de Rick, mientras este actúa en el piloto de turno. Su relación se traduce en lo que el mismo film define como «más que un hermano, pero poco menos que una esposa», digna de una lealtad y un cariño conmovedores que ablandan a los personajes por dentro de sus apariencias recias. Era de esperarse que en el universo de esta Los Ángeles sesentosa Tarantino se dé el gusto de incluir toda la fauna autóctona del star system de la época, donde no solo Bruce Lee hace un pequeña (y polémica) aparición, sino también el mítico Steve Mcqueen, y demás actores y directores como James Stacy o Sam Wanamaker. Un repertorio innumerable de nombres propios que rondaban la industria y que sorprenden en detallismo a la hora de rastrear cada personaje y su alter-ego real. Claro que entre los rostros ilustres, los más destacados y controversiales seguramente sean los de Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y Sharon Tate (Margot Robbie), que casualmente aquí son los vecinos de Rick Dalton en la tristemente célebre calle Cielo Drive. Difícilmente haya un caso policial más emblemático que el de Sharon Tate, no obstante, es lógico que no todos sepan su historia. La joven actriz, embarazada de ocho meses, fue asesinada en su casa el 9 de agosto de 1969, junto a cuatro amigos, por un grupo perteneciente a la secta religiosa de Charles Manson. Con este hecho en mente es que Once Upon a Time in Hollywood cobra otro sentido al ver en carne y hueso a la Sharon Tate de Robbie ir al cine o bailando despreocupada en una fiesta, totalmente inconsciente del destino fatal que le depara. Cada aparición de la bella rubia conlleva una trágica ingenuidad en su alegría que nos prepara para lo peor, a medida que la película se va a acercando a su final. Pero por fuera de esta fragilidad es que Tarantino decide tratar a su personaje con una delicadeza insoslayable, que evita ponerla en el papel de víctima que la historia de su muerte le impuso. Existe un gran debate sobre el lugar algo pueril que el film le da a Sharon Tate, retratándola como una joven superficial e inocente, embobada con su efímera fama y su mansión de estrella de Hollywood. Pero lo que trasciende a su personaje, a su leyenda, es la posibilidad de ser alguien más que la mujer de Roman Polanski o la mera referencia a la larga lista de los crímenes de la familia Manson; es la posibilidad de ver a la Sharon de ficción verse reflejada en la Sharon real protagonizando The Wrecking Crew (1969), su última película, con la melancolía de imaginar su potencial carrera como actriz. El encanto natural de Margot Robbie es más parecido a la noción de inocencia interrumpida que a la de una mujer superflua sin más motivaciones que ser deseada por otros. Pero la romantización del Hollywood del 60’ no sería suficiente sino fuera por el detallismo enfermizo que Tarantino tuvo para recrear la época. Cada canción radial, cartel o marquesina tiene su fuente histórica, a la par de los modelos de autos, vestimentas y hasta jerga cotidiana, brindan la sensación de estar viendo a través de los ojos de un hombre obsesionado con su idealización del cine y el recuerdo emotivo que le genera, más que al mismo Hollywood en sí. Por lo cual no es necesario ser consciente de cada una de las alusiones más oscuras a la mitología hollywoodense, como el chiste de la muerte de Natalie Wood, o cada pantallazo de FBI o The Great Escape para disfrutar de este carnaval de cultura pop. Gran parte de este disfrute también se debe al despliegue de Leonardo DiCaprio en escena, a partir del cual resulta imposible imaginar a otro en la piel del irascible Rick Dalton. DiCaprio siempre fue dueño de una especie de carisma propio del Hollywood clásico, pero aquí logra una caracterización tan compleja como fascinante, dotando al personaje de una humanidad enternecedora que se funde en las inseguridades de un actor deprimido al sentir que ya se le terminaron los quince minutos de fama. Esta angustia tiene su contrapunto perfecto en Cliff, el incondicional compañero interpretado por Brad Pitt que cumple el rol de cable a tierra ante a la neurosis de su amigo, a la vez que rebalsa de simpatía tan solo con su actitud indiferente frente a cualquier conflicto. En su reencuentro con Tarantino desde Bastardo sin Gloria, Pitt recuerda que su talento todavía se mantiene cuando la dirección y el guión acompañan. Once Upon a Time… es definitivamente una película fuera de lo común, distinta al estándar actual y no solo por la impronta grandilocuente de la época la que homenajea. Es un film provocador desde su estructura episódica a contramano de la más tradicional narrativa de tres actos, hasta su incorrección política en tiempos de revisionismo ideológico, fácil de ser tildado como misógino por la violencia hacia personajes femeninos, o de intolerante y prejuicioso por el lugar marginal que se le asigna la comunidad hippie. Y sin embargo, todos estos elementos son parte de una ironía que se puede rastrear sin esfuerzo en la filmografía de Tarantino, donde abundan mujeres fuertes e independientes, como también minorías empoderadas. Sin importar la polémica que originen sus producciones, existe algo que el Quentin Tarantino adulto comparte con aquel joven irreverente que irrumpió en Cannes con Reservoir Dogs, y es el poder de generar debates interminables y discusiones cinematográficas que lo traen una y otra vez del postergado retiro para realizar una película más. Cuando hay tanta pasión por filmar, nadie puede quedar indiferente a su magia.
La mitad oscura A pesar de la infinita intertextualidad de esta película (hay escenas que llegan a tener una veintena de antojadizos guiños o referencias a la cultura pop, a películas, programas de tv, etc), no es necesario conocer cabalmente el período histórico referido para poder disfrutarla. Quizá el único dato que valdría la pena saber con anticipación es que “La familia Manson” un grupo de psicópatas bajo instrucciones específicas del criminal Charles Manson, irrumpió a fines de los años sesenta en la casa de Sharon Tate y Roman Polanski, asesinando brutalmente a quienes corrieron con la mala suerte de estar allí en ese momento, incluida Tate, quien tenía 26 años y un embarazo de ocho meses. Este conocimiento, bastante común y extendido, aunque no de carácter obligatorio para los espectadores foráneos, es el que permite sentir el suspenso en ciertos fragmentos clave, en los cuales esta espada de Damocles que es la masacre se cierne sobre los protagonistas y lleva asimismo a ver al alegre y vital personaje de Tate (interpretada por la brillante Margot Robbie) como a una presa en su camino al matadero.
Se estrena Había una vez… en Hollywood, el noveno film de Quentin Tarantino. Un tributo a los actores olvidados de la televisión de la década del 60, con la cinefilia y el humor negro que son la marca del director. Leonardo Di Caprio y Brad Pitt le aportan corazón y melancolía a sus personajes. Érase una vez, a finales de los 60, un lugar donde los sueños se hacían realidad. Donde un director polaco, que en su infancia escapó de campos de concentración nazi, se convertiría en un ícono cultural y se casaría con la actriz más deseada de la década. Donde los hippies serían tratados como una especie de plaga, las leyendas de los 50, aquellos pioneros de la televisión, quedarían en el olvido, y las artes marciales serían el deporte de moda. Ese lugar se llama Hollywood. Y ahí es donde se crió Quentin, un niño de 6 años, que se educó en base al cine, las series y la música de aquellos tiempos. Y como todo niño, hijo único, solitario, Quentin también fantaseaba. Fantaseaba con recuperar a aquellos héroes de antaño, de revivir a esos íconos sexuales que despertarían su temprana líbido Había una vez… en Hollywood es esa fantasía. Es un cuento de hadas mezclado con western, una epopeya melancólica de perdedores y jóvenes promesas. Durante toda su filmografía, inclusive esta película, Tarantino intentó recuperar artistas olvidados, dándoles la oportunidad de destacarse una vez más en la pantalla grande. Había una vez… toma este concepto como premisa argumental: dos figuras que llegaron a ser exitosas y hoy, febrero de 1969, deben agarrar lo que puedan para sobrevivir. Es un homenaje al cine, y una crítica a la feroz industria televisiva y la cultura del chisme. Rick Dalton (Di Caprio) y Cliff Booth (Pitt) fueron la estrella, y su doble de riesgo, respectivamente, de una exitosa serie de los 50. Ahora, Dalton cumple roles de villano invitado en series, pasándole la posta a nuevas estrellas, llorando por oportunidades perdidas y propuestas que él considera clase B, en Italia. Cualquier similitud con la historia de Clint Eastwood es pura coincidencia. Paralelamente a estas historias de derroteros y fracasos artísticos, está el contrapunto: el ascenso de Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski, viviendo el sueño americano. El camino de los tres personajes convergerá en Cielo Drive, sitio donde seis meses más tarde se desataría la masacre liderada por Charles Manson. Había una vez… no sólo se destaca por su meticulosa puesta en escena, una reconstrucción detallada del Hollywood de 1969, con hippies incluidos (drogadictos marginados sociales excluidos del sistema desde el punto de vista de Tarantino) sino por el respeto y al mismo tiempo la relectura que hace el director de esa época casi sagrada. Hay un viaje introspectivo, que nunca se vuelve solemne, sino por el contrario contiene mucho humor negro, sobre el miedo al fracaso y la resignación al paso del tiempo. Pitt, en ese sentido sale bien parado, siendo consciente de su físico y explotando cada arruga de su rostro, mientras que Di Caprio sigue por esa fina línea de interpretación absurda-dramática que le dio buen resultado en El lobo de Wall Street. Y justamente de Scorsese, Tarantino toma cierta anarquía para narrar, para no anclarse literalmente con una típica trama lineal. Elige con arbitrariedad tres momentos de la vida de los personajes: una presentación al inicio, tres horas de un día bastante movido, y un epílogo violento pero imprevisible. El resultado de todo esto es un collage, por momentos, un poco extenso y caótico, lleno de caprichos de montaje, con un diseño sonoro magistral (una radio suena permanentemente, cambiando de dial, y de ahí salen fragmentos de temas emblemáticos) y una total conciencia narcisista de quién está narrando el cuento: Quentin Tarantino. El director no aparece, pero tampoco se esconde. Intérpretes que ya pasaron bajo su dirección hacen cameos vestidos igual que en las obras previas. Los protagonistas pasan delante de decorados de otras películas, recreando implícitamente pequeñas escenas. El ego de Tarantino es tan grande acá, que termina expulsando a muchos espectadores cinéfilos que sólo quieren disfrutar del cuento pero, al mismo tiempo, todos estos caprichos se encuentran justificados en la narrativa. Tarantino se compara con los autores extranjeros de aquella época. El cuidado de la puesta en escena (notable fotografía de Richardson) radica en los detalles, y la pasión del realizador de mezclar a sus antihéroes dentro de films reales y personajes que en verdad existieron. Los mitos conviven con la ficción en Había una vez… en Hollywood. Y no hay que enojarse porque el vehículo para el tributo sea el ícono y no el personaje real. Se trata de una fantasía. Hay excesos que le juegan en contra. Actores desaprovechados (los cinco minutos de Bruce Dern son maravillosos), escenas demasiado extensas, flashbacks y narración en off caprichosa, pero Tarantino tiene completo control sobre eso, y sin los Weinstein pisándole los talones, hace lo que quiere… y le sale bien. Al menos, con mejores resultados que su película anterior: Los 8 más odiados, un western sin alma, en piloto automático, demasiado extenso y con poco ingenio. Acá por lo menos, hay empatía por los protagonistas y una melancolía explícita, que explota con una última secuencia que lleva su grotesca firma. Con profundos trabajos interpretativos de Di Caprio, Pitt, y, aun con poco diálogo, de Margot Robbie y un remarcable conocimiento del universo que está retratando, Tarantino concreta con Había una vez… en Hollywood, un homenaje mágico a los héroes e íconos de su infancia. Aun, cuando su ego cinéfilo y la extensión le juegan un poco en contra, el film se destaca por el dejo de melancolía y optimismo que despiertan sus protagonistas, y el tono general de la obra, qué, sin duda, en algún momento, será de culto.
Nostalgia y violencia en el Hollywood de Tarantino Violeta Bruck Celina Demarchi Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) es un actor, otrora famoso, en decadencia. Sus gloriosos años de protagonista de westerns han quedado atrás y ahora solo interpreta papeles de villano condenado a perecer en el enfrentamiento final con el “bueno” de las películas. Así se lo expresa en una de las primeras escenas, en un bar, un productor (en una destacada actuación de Al Pacino) asestándole un golpe mortal a su carrera y a su ego. Su amigo y doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt) está siempre a su lado y tienen una amistad incondicional. Dalton, arañando los últimos momentos de fama y peleando para no convertirse en un fracasado, irá a Italia a filmar spaghetti westerns a regañadientes. Como es habitual en el cine del director de Perros de la calle y PulpFiction, hay varias historias que se desarrollan en paralelo, con ficciones que toman aspectos de la historia real, en una siempre adaptación de estilo libre, pop, violenta y norteamericana. La ambientación sumerge desde el principio en la cultura de Hollywood de los años 60: el vestuario, las series, la música, la tecnología, los autos y el lenguaje recrean esa época. Érase una vez en Hollywood es la novena producción de Quentin Tarantino. El título que utiliza un tono de añoranza, describe también el clima general que tendrá la película. Un Hollywood, una industria de cine que desaparece para dar vida a una nueva forma de filmar. He aquí la nostalgia. El tiempo de la historia es aquel en el que un viejo modelo de producción cinematográfica declina para dar paso a nuevas historias, actores y formatos audiovisuales. Estos cambios cruzarán cada una de las acciones de los protagonistas, sus motivaciones, diálogos, esperanzas y frustraciones. Son momentos de crecimiento de series como Bonanza, Manix o FBI y caída en picada de los westerns. Los cambios en el mundo del cine, un Hollywood vampiresco con ganas de sangre fresca, están inmersos en una época que se cuela en la película a modo de ecos distorsionados y caricaturescos, recortes a gusto del director en función de crear este universo propio. Así rastros de los años 60 se escuchan lejanos en las noticias sobre Vietnam o en unos hippies, que aunque basados en un caso real, son menos representativos del movimiento de una época, que personajes acordes construidos en función de esta particular trama narrativa. Tomando en cuenta que la acción se ubica en el agitado año 1969, con una juventud a nivel mundial influenciada por el mayo Francés y demás movimientos, está claro que el recorte del director no busca en ningún momento reflejar el clima político de la época. En la filmografía de Tarantino se destacan diálogos y personajes, estructuras narrativas, construcción de climas, acción, violencia, rescates de la cultura norteamericana, y todo esto forma parte de Érase una vez en Hollywood. El guión, los diálogos, el encuadre sobresalen en un film más distante de PulpFiction o de Django sin cadenas, manteniendo el sentido del humor y la ironía de Bastardos sin gloria. El elenco despunta, protagonistas o pequeños papeles, todos tienen su caracterización y aportan un tono propio. Leonardo Di Caprio y Brad Pitt construyen un dúo que no defrauda. El gran monólogo de Di Caprio solo y borracho, y Pitt, un doble que no parece querer ni necesitar las mieles de la fama con sus ya acostumbrados tonos e inflexiones de voz. Se agregan al elenco la participación de Al Pacino y Margot Robbie como Sharon Tate. Con el correr de los 160 minutos de película, se suman personajes secundarios que aportan detalles y aderezan el relato: “No me gustan que me digan cosas como pequeña gatita con botas, pero como estás triste lo dejaré pasar”, son las palabras de una niña que trabaja actuando en los estudios mientras Rick Dalton cae en el alcohol y no puede memorizar los textos. La música como siempre acompaña cada escena, y no falta California Dreaming que suena potente y le pone ritmo a la nostalgia. En la combinación de la sucesión de acciones y la canción, Tarantino parecería decir que California ya no sueña y que ya no es cálido ni seguro andar por sus calles. El mundo del cine dentro del cine está presente en todo el film, la trama y sus personajes, y hasta con recreaciones de películas y series ficcionadas, un universo que suma también la historia paralela que involucra a Roman Polanski y su mujer Sharon Tate y el asesinato de ella por parte del Clan Manson, en una como siempre apropiación tarantinesca de los hechos históricos. La violencia flota siempre en el ambiente. Casi como al pasar sale el dato que Cliff Booth, el doble de riesgo, tiene en su prontuario haber matado a su mujer, pero en el Hollywood de los años 60 es un dato más, trabaja sin problemas. El extraño grupo hippie justificará sus ataques en este marco “criarnos viendo la televisión significa que nos criamos viendo asesinatos...”, “mi idea es que matemos a la gente que nos enseñó a matar”. De alguna forma la violencia real de quienes dominan los Estados Unidos con sus guerras, represión policial, racismo, etc, se cuela por todos los poros y adopta nuevas formas. Tarantino, a pesar de que la película es más un homenaje al western y una nostálgica mirada sobre un Hollywood más ingenuo y relajado, no deja de plasmar su mirada sobre la violencia existente en los Estados Unidos. El estreno se realiza 25 años después de Pulp Fiction, una película que renovó las formas de contar historias y marcó una época. Desde ese ángulo Erase una vez en Hollywood no irrumpe en las carteleras de la misma forma. La fuerza de innovar la narración cinematográfica se presenta ahora como un sello de autor, ya consagrado y aclamado, que puede disponer tranquilamente de un abultado presupuesto de 90 millones de dólares, 10 veces mayor del que tuvo en sus primeras películas, para filmar todo lo que imagine. Para el público seguidor de Tarantino es una nueva oportunidad de disfrutar de su cine y, entre otras cosas el final también aporta sorpresas interesantes.
La tan esperada novena película de Quentin Tarantino es una proyecto tan personal que se vislumbra que el principal satisfecho con poder concretarla fue el propio realizador. Homenaje al spaghetti western, a las figuras de acción de fines de los sesenta, al cine que lo formó como realizador. De todo ese se trata “Había una vez… en Hollywood”, además de permitirse reinterpretar uno de los mayores hechos policiales de la factoría de los sueños. No vamos a ahondar en esto último para evitar spoilers, sin embargo, a Tarantino se lo nota conteniendo la violencia típica de propuestas anteriores hasta que decide darle a sus fanáticos una probadita de aquello que estaban esperando. El resultado son casi tres horas de pura celebración al celuloide.
Como casi todas las grandes películas, "Había una vez en Hollywood" habla del paso del tiempo y de cierto dolor de ya no ser. Parece que a Quentin Tarantino, a los 56 años, la nostalgia le tocó la puerta (o se la tumbó a patadas, para respetar la estética). Pero no es sólo la nostalgia más básica por la juventud perdida. Es añoranza por un tiempo ido, por valores que definitivamente fueron y por una época en la que el cine era el arte supremo. En su novena película, el director de "Tiempos violentos" expone su conocido universo de humor negro, violencia, música y referencias cinéfilas. Sin embargo, esta vez todo está atravesado por una mirada melancólica (que a veces recuerda a "Jackie Brown") y por un ritmo más lento, que parece desafiar la velocidad irreflexiva de estos días. Tarantino ubica la acción en Los Angeles, a fines de los años 60, cuando terminó de morir el llamado "Hollywood clásico". Y cruza personajes ficticios con otros reales. Por un lado están Rick Dalton (Leo DiCaprio), un actor que está entrando en decadencia, y Cliff Booth (Brad Pitt), que es su doble de riesgo, amigo y confidente. Por otro lado está Sharon Tate (Margot Robbie), la famosa actriz que por entonces estaba casada con Roman Polanki. Y por último está la trastornada secta hippie liderada por Charles Manson, que se hizo tristemente célebre en el 69 por una serie de macabros asesinatos. Fue justamente esta secta la que asesinó a Sharon Tate y a un grupo de amigos, cuando ella tenía apenas 26 años. El guión cruza datos reales y pura ficción con gran fluidez. Resulta que la estrella en decadencia que inventa Tarantino (el personaje de DiCaprio) es vecino en las colinas de Hollywood de Sharon Tate y su marido. Y así se genera un relato paralelo. Rick Dalton es consciente de su declive y lo sufre, pero también está resignado. Sharon Tate, en cambio, es una actriz en ascenso que se ilusiona con un futuro de trascendencia. Tarantino abandona por un rato la distancia irónica y retrata a sus personajes con amor, compasión y hasta fascinación (en el caso de ella). Y en algunos momentos conmueve. El punto novedoso es que aquí Tarantino se vuelve dócil ante los personajes. Parece liberado. Está mucho más concentrado en lo que quiere transmitir que en el corset de cualquier estructura narrativa o ejercicio de estilo. Y sí, en la película hay escenas que se extienden demasiado y un puñado de excesos, pero en definitiva son detalles en comparación al conjunto. Entre la contemplación melancólica, burlas a la corrección política y algunas líneas de diálogos filosas, el relato fluye a lo largo de casi tres horas, si bien la tensión formal (la que menos importa, en este caso) se resuelve en la última hora de metraje. Ahora bien. Para entender y disfrutar la película es cuasi esencial conocer lo básico de la historia de Sharon Tate y el clan Manson. Y también captar aunque sea algunas referencias del Hollywood de esa época. De lo contrario es poco probable que se comprenda la hermosa pirueta que hace Tarantino al final, cuando de un solo giro esquiva la crueldad de la vida real y celebra al cine como la fuerza que nos mantiene vivos.
El célebre cineasta Quentin Tarantino logra trabajar con dos grandes estrellas Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, que están a la altura de los requerimientos del realizador y un reparto secundario de gran nivel. La acción se sitúa en 1969. Rick Dalton (Leonardo Di Caprio, su personaje espectacular) es un famoso actor de cine y televisión que trabaja junto a su amigo, asistente y doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt, impecable interpretación debería ser nominado a los Premios Oscar y ganarlo), un hombre todo terreno y con un pasado algo oscuro. Ellos trabajan juntos en los estudios de filmación y su trama va mezclando y mostrando las vidas de ambos. Además intervienen otros personajes: Sharon Tate (Margot Robbie), Marvin Schwarz (Al Pacino), Randy (Kurt Russell) y Janet (Zoë Bell), entre otros. Dentro de su desarrollo incluye drama, acción, spaghetti-westerns, thriller y muchos elementos de comedia. Es graciosa y posee un humor ácido, además de resultar colorida, contener muy buenos diálogos, personajes muy bien construidos y muchos guiños para cinéfilos. Destaca el un buen ritmo, resulta disfrutable y los fans estarán felices ya que la misma es bien tarantinesca. Esta cinta es ver cine dentro del cine, también hace críticas al mismo, todo traspasa la pantalla, la banda sonora es grandiosa, la fotografía variada, alucinante la recreación de época, esta cuidada hasta el mínimo detalle. Posee grandes encuadres, giros en el guión y sorpresas, varios cameos a importantes figuras del cine, un buen homenaje a Hollywood y es candidata a obtener varias nominaciones a los premios Oscar. Recuerden que hay escenas post créditos.
La última película de Quentin Tarantino resulta una de las gratas sorpresas de la temporada cinematográfica y a la vez uno de los estrenos más esperados vía Hollywood. Completamente distante del dantesco y alegórico universo llevado a cabo en “Los odiosos ocho”, su novena película como director lo encuentra recreando, bajo su original mirada, una serie de eventos ocurridos a fines de los años ’60, en el convulso mercado de estudios cinematográficos sito en el corazón californiano. Al comenzar la película, Tarantino se encarga de mostrarnos el tejido social y político de una Estados Unidos sumida en la guerra de Vietnam a través de diversas referencias culturales, qué nos sirven de pistas para decodificar la identidad de una nación qué convivía con el hippismo y las nuevas modas imperantes. Al respecto, Tarantino se vale de notables guiños que nos ambientan en la escena: carteles publicitarios, lugares gastronómicos icónicos, la moda reflejada en los autos y en las vestimentas y -no resulta un dato menor-, una radio y una televisión que -permanentemente- se convierten en un relato en segunda voz qué nos habla del paradigma social en ferviente ebullición. Será virtud del espectador captar estas pistas con la consiguiente pérdida idiomática: las menciones radiales o televisivos no están traducidos en los subtítulos. El director de “Tiempos Violentos” (1994) recrea la realidad de un Hollywood que luchaba por resurgir; quebrado el sistema de estudios, cambiada por completo la faz de la industria a la llegada de la televisión y derogado el dudoso código de moralidad Hays, el cine industrial se encontraba ante un cambio de paradigma. Quiebre necesario que lo posicionaba de vara a una nueva era; el Neo Hollywood se posicionaba fuerte plataforma expresiva para directores con ideas renovadoras, intelectuales, transgresoras y comprometidas. Una época de cambios y reinvención, lejos del clasicismo de los años dorados. El autor capta a la perfección el espíritu de la industria, mostrándonos el detrás de escena de un rodaje, al tiempo que hace hincapié en la todopoderosa figura del director, las miserias de toda estrella por conservar su status y los negociados de los estudios para financiar sus producciones. Ofreciendo exquisitos guiños a las olvidadas estrellas del cine clase b y haciendo una mención especial al spaghetti western (emergente por aquellos años), Tarantino vuelve a declarar su amor a ese sub-género nacido en Italia de la mano de Sergio Leone, al que ya homenajeara estilísticamente en la saga Kill Bill. La película se relata, enteramente, a lo largo de 2 jornadas (en Febrero y Agosto de 1969) alrededor de las cuales gira el epicentro del argumento: un evento trágico que unirá las vidas de los protagonistas de esta trama coral por la que desfilan un sinnúmero de rostros familiares (algunos caídos en el olvido de la industria contemporánea como Timothy Olyphant, Luke Perry y Emile Hirsch), a los que Tarantino se encarga de rescatar como si de una reunión de viejos amigos se tratara. Será el asesinato de Sharon Tate,- actriz, modelo y, por entonces, esposa de Roman Polanski- por parte del Clan Manson, el factor determinante que resulte en el principal disparador de una trama subyugante. Tarantino condensa el lenguaje cinematográfico para convertirlo en un vehículo de sus más íntimas obsesiones cinéfilas: insertar una escena original de la película “El Gran Escape” (1968) protagonizada por el propio McQueen, colocar a la emergente Tate como espectadora de su propia película en una sala oscuras -fue nominada a un Globo de Oro por su participación en “El Valle de las Muñecas”- y a la misma ingresando en una pequeña librería angelina en busca de un ejemplar de “Tess” (de Thomas Hardy), sutil guiño que remite a la película que rodaría Polanski 10 años después (1979, junto a Natassja Kinski), adaptando dicha novela a la gran pantalla. Este brillante ejercicio cinematográfico y postal de una época nos lleva a un suntuoso recorrido por las calles nocturnas angelinas, merced a un hábil manejo de cámaras por parte del realizador, para otorgar osados manejos de planos, abundantes travellings y planos secuencia marca registrada que embelesarán la mirada. El catártico y justiciero desborde de furia y violencia -que nunca faltará y nos deleitará- confirma la habilidad de Tarantino como un maestro en amalgamar estilos; le basta una sola escena -ubicada en la comunidad dónde habitaba el funesto clan Manson- para ejercer un asfixiante manejo del suspenso en un apreciable entorno western, al que escenifica como un digno heredero de los grandes hacedores de films del Lejano Oeste. El realizador de “Perros de la Calle” (1992) dinamita el estatus de estrella de sus dos protagonistas principales, encarnados por los magníficos Leonardo DiCaprio y Brad Pitt. La dupla actoral expresa notable química en pantalla y parecen mimetizarse, el uno con el otro. Mientras el frustrado personaje de DiCaprio está basado en una estirpe de actores de poca monta de series de televisión, publicidades comerciales y westerns clase B, el postergado stuntman encarnado por Brad Pitt está inspirado en el doble de riesgo que utilizara Burt Reynolds durante gran parte de su carrera. Además, el mismo Reynolds, iba a formar parte de “Había una vez…”, falleciendo durante el rodaje; su papel fue ocupado por el siempre destacado Bruce Dern. Sin develar el desenlace -en tiempos de superfluos spoilers-, Tarantino se apropia de lo real para codificarlo en su perfecta maquinaria ficticia, difuminando la línea divisoria entre ficción y realidad. La cual se vale de incontables referencias al mundillo cinematográfico y a los protagonistas de la historia, inventados, duplicados o apropiados a los fines del film: por allí, aparecen acertadas caracterizaciones de un histriónico Roman Polanski, un siniestro Charles Manson, un seductor Steve McQueen -en notable parecido físico con Damián Lewis-, una esplendorosa Sharon Tate en la piel de Margot Robbie y un bravucón Bruce Lee, quien osaba desafiar al mismísimo Muhammad Ali. Leonardo DiCaprio, oculto tras su caricaturesca máscara y autoinfligiéndose vituperios, malvive las miserias y mezquindades del ambiente y probablemente, brinde la mejor actuación de su carrera despojado de cualquier etiqueta de galán, brinda un tour de forcé actoral de notable exigencia. Mientras que Brad Pitt luce relajado y seguro de sí mismo como su anverso perfecto. Inmenso y magnético en pantalla, a la altura del nivel interpretativo que tan singular personaje merece, Pitt seduce en cada fotograma. Con excepción de un desaprovechado Al Pacino en la piel del magnate Marvin Schwarz -personaje real que ocupa un rol absolutamente menor en la trama-, “Había una vez en Hollywood” es una película casi sin fisuras. Testamento cinematográfico del hijo dilecto angelino, Tarantino supo condensar recuerdos de infancia, fascinación por la novedosa pantalla de TV y sueño de héroes en celuloide para deleitar a su público una vez más. Recurriendo a su enésimo truco de meta-referencia lingüística, en su desbordado desenlace sintetizó aquel antiguo ardid literario bajo el exquisito pase de un prestidigitador: ¿qué hubiera pasado si…?
Un cuento americano En “Había una vez... en Hollywood” Tarantino vuelve a desplegar sus obsesiones cinéfilas para abordar un contexto específico de la cultura norteamericana (el fatídico año de 1969 cuando se llevaron a cabo los crímenes de Charles Manson y su grupo de seguidores), tal como en su momento lo hiciese con el nazismo en la grandiosa “Bastardos sin gloria”. La historia se centra en la relación entre Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor que se volvió popular durante los años 50 por su protagónico en un western televisivo, y Cliff Booth (Brad Pitt), el doble de riesgo de Rick que además es su confidente y ayudante. Ambos se encuentran afrontando la debacle de sus carreras, mientras en paralelo se desarrolla el ascenso como actriz de Sharon Tate (Margot Robbie) durante su estadía en Cielo Drive. Con esta base, Tarantino nos pasea por los interiores de la industria hollywoodense, desde decorados de programas de televisión hasta fiestas en la Mansión Playboy. “Había una vez... en Hollywood” es otro gran acierto en la carrera de Tarantino, no solo por las excelentes actuaciones de DiCaprio y Pitt, sino por el tratamiento narrativo y técnico que se destacan a lo largo de sus casi tres horas de duración. Por otro lado, su postura a contramano de los productos convencionales que invaden la cartelera semana a semana, es de por sí motivo suficiente para considerarla entre lo más interesante que se pueda encontrar en las salas de cine.
Melancólico relato sobre un actor en decadencia, su doble de riesgo y la actriz Sharon Tate en ese momento de los años ’60 en el que el Hollywood del pasado estaba por chocar contra una nueva y violenta realidad. Un poema de amor al cine y a la televisión de esa época que es un tanto fetichista pero finalmente muy humano y emotivo. Con Leonardo DiCaprio, Brad Pitt y Margot Robbie Nostalgia y melancolía son dos cosas diferentes y en ONCE UPON A TIME… IN HOLLYWOOD, Quentin Tarantino navega permanentemente entre ambas. Cuando lo atrapa su obsesión fetichista, de dueño del museo más grande de la cultura pop, puede resultar fastidioso, un niño pendiente de que todo el mundo sepa que él tiene o conoce los mejores discos, películas, pósters, publicidades, programas de televisión, radio y cualquier otra “objetería” posible. En cambio, cuando esa apreciación por el pasado se traduce en cierta tristeza, en una valoración de un tono y clima de época y no solo de su juguetería, sus películas pueden ser excepcionales. ONCE UPON A TIME… empieza como una cosa y termina como la otra. Es cierto que ambas se retroalimentan y sin la exhibición de la parafernalia del pasado no se sentiría tanto su potencia emocional, pero Tarantino suele pasarse de rosca con las chucherías. Y durante casi la mitad del film lo que más se siente es el peso de su obsesión. Más que profundizar en la historia o detenerse en la relación entre sus personajes, los usa por momentos como turistas para recorrer calles enteras que hizo reconstruir solo para tener un lugar donde colgar sus enormes pósters que no puede desplegar en su casa. O eso parece. Durante media película tuve la sensación de que Tarantino había hecho ONCE UPON A TIME… IN HOLLYWOOD solo para poder filmar escenas de westerns y policiales clase B de cine o de televisión de los ’60. Es que apenas arranca la película ya nos está mostrando escenas enteras de las series en la que actuaba Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), uno de los protagonistas de esta historia, un actor al que ya le pasó de largo su momento de gloria y que en 1969 se dedica más bien a hacer apariciones especiales como villano de series televisivas. ¿Son necesarias verlas todas? En algún momento sabremos que sí, ya que tendrán en otro contexto su relevancia. Su literal fiel ladero, su Sancho Sin Panza, es Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de riesgo para las escenas de acción, un veterano de guerra jovial y amable que le hace a la vez de chofer, asistente personal y hasta único amigo real. Es en la tierna y cariñosa relación entre ellos que la película encuentra su primer eje y sostén narrativo. En sus desventuras, juntos y separados, empieza a latir el corazón emocional de la película, una especie de solidaridad entre el hombre torturado que pone la cara y el más apacible que pone el cuerpo. La que nunca lo encuentra del todo y se mantiene más cómo una figura decorativa salvo un par de momentos, es Sharon Tate, encarnada por una Margot Robbie en estado de gracia. El personaje (que es vecina de Rick) es un misterio idealizado, pura belleza e inocencia, pero en la piel de Robbie se vuelve tan magnética que uno quisiera que la película jamás abandone la escena en la que ella baila en la Playboy Mansion. Todo lo que pueda recrear Tarantino de ahí en adelante parecerá superfluo. Lo que tiene para decir la película sobre la inocencia perdida, quizás, pueda resumirse ahí. De a poco, muy de a poco, cuando cada escena parece no poder escapar a ser otra cosa que un collage de citas y homenajes de Enciclopedia Hipster de los 60, la película se va armando. Es a partir de una larga secuencia de acciones en paralelo que ONCE UPON A TIME… IN HOLLYWOOD se encuentra a sí misma. En ellas, cada uno de los personajes atraviesa una experiencia fuerte y movilizadora, emotiva o divertida. Rick, filmando borracho una serie de escenas de un western de TV en el que encarna a un villano. Sharon, yendo a ver a un cine una película en la que ella actúa. Y Cliff, bueno, conociendo a “los hippies” de Charles Manson que terminarán conectando la historia de ellos dos con la de Tate. Y mejor no contar más porque el resto es pura sorpresa. La novena película de Tarantino crece y crece mientras se la ve y más aún con el paso de las horas (escribí esto a tres horas de haberla visto y cada vez me parece mejor). Hay en ella una languidez y una tristeza que convierten a la nostalgia de a poco en melancolía, y la cita que parecía un guiño de conocedor se vuelve de golpe relevante narrativa y emocionalmente. Hay algo de la inocencia de Tate y de la amistad franca del actor y su amigo/asistente que te hacen sentir más el paso del tiempo que mil posters, trailers y referencias visuales. Y el cariño que Tarantino tiene por estos personajes le da al film un corazón latiendo que las últimas películas no tenían. O no tanto. ONCE UPON A TIME… IN HOLLYWOOD es una evidente carta de amor de Tarantino a esa ciudad y a esos sueños de la Meca del Cine en una época en el que seguramente le gustaría haber estado trabajando en lugar de este siglo XXI más corporativo e industrializado. Hay una magia casera, accesible pese a todo en ese cine, en esos personajes y en ese universo que habitan que lo vuelve emocionalmente poderoso. Y la dupla de Rick y Cliff son, acaso, de los últimos exponentes de ese modo de vivir y de filmar. Quizás no sea un éxito de público ya que tiene una extraña estructura narrativa que no cobra real potencia hasta la última de las tres horas, pero el placer está en dejarse llevar por esa melancólica belleza que lo envuelve todo. Pese a ser una catarata de referencias (a veces tengo la impresión que, si no quiere dirigir más, Tarantino podría dedicarse a ser director de arte y production designer), la película termina siendo mucho más que eso. Un poema triste, pero divertido a la vez, sobre un mundo que va desapareciendo frente a nuestros ojos y que solo la magia del cine puede salvar
Reescribir la historia En Había una vez en Hollywood, Quentin Tarantino vuelve a poner en marcha el artificio del cine con una carta de amor a Los Ángeles y a la amistad. "Alfonso Cuarón tuvo el barrio de Roma de Ciudad de México, en 1970. Yo, Los Ángeles, en 1969. Esta película soy yo. Ese es el año en que me formé como soy. Yo tenía seis años entonces. Este es mi mundo. Y esta es mi carta de amor a Los Ángeles”, declaró Quentin Tarantino meses antes de estrenar su novena película, Había una vez en Hollywood. Ray Bradbury también le escribió una carta de amor a Los Ángeles, recordando cuando a sus catorce años vio a W.C. Fields frente a los Estudios Paramount. Se acercó a él arrastrando sus patines y le pidió un autógrafo. “Y allí estaba, afuera de los Estudios Paramount, mirando la pared por encima de la cual esperaba algún día poder trepar para convertirme en parte de las películas”, escribió Bradbury en uno de sus más bellos ensayos. Más tarde se cruzó con George Burns frente a un teatro en el centro de Los Ángeles, donde junto a Gracie Allen transmitían su Show de Burns y Allen todos los miércoles. El pequeño Bradbury le pidió presenciar la transmisión, aunque ya no se usaba que hubiera público. Con los patines bajo el brazo, el adolescente de catorce años entró con un amigo a un teatro vacío, para ser testigos de una magia hasta ahora invisible. “Los Ángeles, ¿cómo es mi amor por ti? Déjame que cuente las maneras en que te amo, o, tal vez, déjame que cuente esa manera que las abarca a todas”, recitaba Bradbury en este texto del que se desconoce fecha de creación. Durante los años siguientes de aquel día en patines que cambiaría la vida de ese adolescente soñador, Bradbury le envió guiones primitivos de radio a George Burns, quien los elogiaba aunque en el fondo pensaba que eran horribles, asegurándole que tenía un gran futuro como escritor. Tarantino conoció Hollywood de niño desde el living de su casa, viendo los dibujos animados que daban los sábados a la mañana por televisión, pegado a la pantalla cada vez que transmitían el programa La casa del terror. En 1969, año en el que transcurre Había una vez en Hollywood, tenía apenas seis años, pero toda esa atmósfera de la música que pasaban en la señal de radio 93KHJ, el protagonismo de los disc jockeys y, en particular, el cine como educación sentimental. En 1969 convivían en el cine Topaz de Hitchcock, El ejército de las sombras de Jean-Pierre Melville, El valle de Gwangi con los efectos de Harryhausen, el western protagonizado por Paul Newman, Robert Redford y Katharine Ross, Butch Cassidy and the Sundance Kid, Midnight Cowboy de John Schlesinger, películas de Gamera y Godzilla, y, una de las cosas que más impactarían a Tarantino, el estallido del spaghetti western. El Puro se sienta, espera y dispara; Los pistoleros de Paso Bravo; Corre, cuchillo, corre; El especialista, son solo algunas de las películas que se estrenaron solo ese año. Para ese momento Sergio Leone, uno de los directores que más marcaron y homenajea Tarantino, ya había estrenado varias de sus obras claves -Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965), El bueno, el malo y el feo (1966)-, presentando en la forma de fijar la vista de Clint Eastwood, en la manera de sujetar la armónica de Charles Bronson, en cómo recorre la cámara de las botas al sombrero a los personajes, en hacer durar más una acción a través de la estilización del ralenti, un puñado de recursos que lo formarían como autor obsesivo a Tarantino. Es, en gran parte, el poder de relativizar el peso del tiempo cuando la preparación para un duelo convierte a una escena más en una ceremonia donde la elegancia es la mayor protagonista del relato. Porque los minutos previos a los disparos son tan o más importantes que la secuencia clave que todos están esperando. Como aquella conversación inicial en el bar que tenían los personajes de traje negro en Perros de la calle (1992), donde discutían sobre el verdadero significado de la letra de Like a Virgin de Madonna. Había una vez en Hollywood vuelve a meterse en aquellas películas, incluso reversionándolas. Jugando con las expectativas del espectador en cuanto a ese esperado duelo, golpe maestro o revelación final que cree conocer, en este caso con el asesinato de Sharon Tate y amigos en manos del clan Manson. Tal como lo hizo en Bastardos sin gloria (2009) con el destino de Adolf Hitler. A Tarantino jamás le importó la realidad, es amante y marido del artificio. En sus películas reescribe la historia, como un niño que le cambia el final a los cuentos clásicos. Pero Había una vez en Hollywood es mucho más que un recurso, es la película de Tarantino que habla de amor sin adornos. El amor recíproco e inexplicable entre una estrella del cine venida a menos y su doble de acción. Cuidarse las espaldas No hay acto de amor más grande que poner el cuerpo por el otro. Eso es lo que hace Cliff Booth (Brad Pitt), el doble de acción del actor de cine y TV Rick Dalton. Interpretado por un Leonardo Di Caprio histriónico, este personaje comienza a ser testigo de cómo su carrera ya no es la que era. El fin de la era de oro de los Estudios, la llegada del cine de autor y de nuevos nombres que miran a través de la cámara y la irrupción de la televisión en cada hogar cambiaron el presente y futuro de este actor que siente que está para más que los papeles que le dan para pilotos de televisión. “Es oficial. He pasado de moda”, dice Rick desolado. Pero ahí está Cliff para lanzarle una palabra de aliento: “Eres el puto Rick Dalton. Que no se te olvide”. Una línea improvisada por Brad Pitt al recordar que a principios de los 90 se sentía en el set igual que Rick Dalton: quejoso y un tanto deprimido. De repente, un hombre apareció entre el decorado y le gritó: “Deja de lloriquear. Eres el puto Brad Pitt. Ya me gustaría a mí ser el puto Brad Pitt”. Ahora es él quien cuida la autoestima de un compañero de trabajo, cómplice y amigo. Tarantino encuentra una excusa para mostrar películas y programas inventados de los que fuera parte Rick. Es ese momento donde el director cinéfilo construye su propio videoclub, el museo de sus caprichos. Es también la forma de explicarnos que en un pasado Rick era el héroe de las películas, y ahora es el villano. Aquel que siempre pierde la pelea. “¿Quién va a vencerte la semana que viene?”, le tira con saña Marvin (Al Pacino), para convencerlo de que acepte filmar spaghetti westerns en Italia. La peor pesadilla para el ego de Rick. Él es el tipo que casi tuvo la oportunidad de convertirse en una estrella cinematográfica eterna, y eso es una tortura para el personaje. No haber estado en el lugar correcto en el momento idóneo para que ese suceso ocurra. El actor cada día más golpeado vive en una lujosa casa en Hollywood pegado a sus nuevos vecinos, Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y Sharon Tate (Margot Robbie). Tres estratos sociales muy diferentes: Sharon Tate teniéndolo todo, Rick Dalton perdiendo cada día más y Cliff Booth sin tener nada para perder porque, salvo un tráiler y un hermoso perro, no posee grandes cosas. Lo más valioso que tiene es la amistad y el trabajo que le da Rick. Y, aunque tenga una enorme pileta y batas de seda, lo más valioso que tiene Rick también es su relación con Cliff. Sobre todo porque es lo único auténtico que tiene en su vida. Quien realmente lo conoce y lo cuida como si fuera su propio cuerpo. Hay entre ellos un vínculo de fidelidad sin reproches ni ataduras. Es un amor de hace nueve años que siguen eligiendo día a día. No como un matrimonio aburrido que está harto de las mañas del otro. Rick y Cliff pueden compartir un viaje en auto en silencio o emborracharse hasta perder la consciencia, discutir un programa de TV y mostrarse frágiles sin importar el orgullo de la hombría. “¿Sabés quién es un verdadero amigo? Alguien que cuidará a tus gatos cuando te mueras”, dijo William Burroughs. Rick no tiene gatos, pero seguramente, y aunque no parece querer demasiado a los animales, él cuidaría del perro de Cliff si le pasara algo. Entre ellos existe un pacto de honor que va mucho más allá del dinero que recibe Cliff para cuidarlo de las caídas a Rick. Representan un vínculo irreemplazable. Steve McQueen tenía a su propio doble de acción, Bud Ekins. Es el piloto que realizó el salto en El gran escape (1963), y por él McQueen le agarró gusto a las motos. Fue la relación con su doble, y la pasión que este tenía por las motos, lo que inspiró a Steve a proponer el escape épico del campo de concentración en El gran escape, un salto en el que se hizo daño el actor y donde Bud Ekins se subió a la moto para proteger el cuerpo de Steve, quien se convertiría en un amigo importante en su vida. Bud Ekins participó de la preparación del rodaje de Había una vez en Hollywood y conoció a Brad Pitt, quien, de alguna manera, trasladaría parte de su experiencia a la pantalla. Y para ello debía entender qué es ese sentimiento tan misterioso que une a una estrella con su doble de acción. Bud Ekins murió cuando comenzó el rodaje, justo cuando nació Cliff Booth. Como si hubiera reencarnado en ese personaje de acción que conduce el auto de Rick, y que lo cuida a sol y sombra como Ekins a McQueen. Los hombres sí lloran Las películas de Tarantino no se caracterizan por hacernos llorar. Son festivas, graciosas, lúdicas, incluso para bailar arriba de la butaca, pero, más allá de alguna escena de Django sin cadenas (2012), a Tarantino no le interesa focalizar demasiado en esas emociones. Sin embargo, en Había una vez en Hollywood pasa algo distinto: hay una escena en la que Rick está interpretando un personaje con un bigote postizo. Él desprecia ese programa y la caracterización que encargó el director, porque siente que nadie se va a dar cuenta de que Rick Dalton está tras ese bigote postizo. En pleno rodaje del western, Rick olvida su letra, y tiene que pedir que le recuerdan el diálogo. El actor experimentado se odia a sí mismo por haber quedado en ridículo frente a todos, en parte por haber tomado mucho la noche anterior. En un recreo, charla con una pequeña actriz de ocho años, una nena de trenzas que le transmite la importancia de superarse día a día como “actor”, ya que prefiere no decir actriz la niña. Finalmente, Rick decide improvisar en una secuencia: pronuncia unas palabras frescas y tira a la nena de trenzas al suelo con la maldad que caracteriza a su villano, Caleb. El director lo felicita y la niña le dice al oído: “Es la mejor actuación que vi en toda mi vida”. Rick se quiebra en llanto al descubrir que puede seguir brillando aunque trabaje en obras menores. Tal vez ya no pueda ser la estrella de la nueva película de Polanski, pero aún puede ser la estrella del set. Y eso no es poco: descubrir que todavía puede amar su trabajo. Ser consciente de que aún tiene mucho para dar a la cámara. Cambiar la historia Había una vez en Hollywood no es un retrato de Los Ángeles. Es la ciudad de las autopistas a través de los ojos juguetones de Tarantino. Por eso es que Sharon Tate no muere asesinada en esta película, y son Cliff y Rick los héroes que matan a golpes y con un lanzallamas al clan Manson que en la vida real mató a los vecinos de al lado. Pero hay otros detalles más caprichosos: la caricaturización de Bruce Lee, construcción que enojó bastante a la hija del artista marcial. En una de las pocas escenas que protagoniza, Lee (Mike Moh) se manda la parte y grita que él le daría una paliza a Cassius Clay (Muhammad Ali). Cliff se burla de él y termina estampando al actor hongkonés contra la puerta de un auto. El Bruce Lee verdadero jamás dijo eso. El Dragón miraba cómo Ali peleaba con distintos boxeadores, y observó a través del espejo para responder cada hipotético golpe del Campeón de peso pesado. “Todo el mundo dice que debo luchar con Ali algún día. Estoy estudiando cada movimiento que hace. Estoy llegando a saber cómo piensa y se mueve”, le confesó a Bolo Yeung. Pero al instante admitió su derrota: “Mira mi mano. Son manos de un pequeño chino. Me mataría”. Una hermosa anécdota contada por Mass Appea, en el libro The Making of Enter the Dragon, publicado en 1989. A Tarantino le importan menos las biografías que reinventar a las personas en personajes. Hacerlas parte de su mundo. Y, en ese pasaje, hay quienes celebran o abuchean el recurso. La cuestión es cuál es el fin de la utilización de tal recurso. En este caso no tiene demasiado sentido, más allá de ridiculizar a Lee, de hacer un chiste sobre un egocentrismo que muchos que lo conocieron ponen en discusión. En cambio, con respecto al asesinato maquiavélico en manos del clan Manson, muestra otra intención: la de cambiar el oscuro pasado de un hecho a través del poder de la ficción. Preguntarse qué hubiera pasado si la historia hubiera sido diferente. Tarantino se anima a impedir el escape de Adolf Hitler en Bastardos sin gloria y a salvarle la vida a Sharon Tate en Había una vez en Hollywood. Porque la realidad modifica el cine, y el cine funda una la realidad mejor. Un final de película Mucho antes de escribir cuentos y novelas, Ray Bradbury vendía diarios en una esquina. Cuando pasaban sus amigos y le preguntaban qué estaba haciendo, él respondía que estaba convirtiéndose en escritor. “No pareces escritor”, le decían. “Pero me siento como si lo fuera”, respondía. Un poco como Tarantino comenzó a sentirse director mucho antes de filmar, en esos años donde trabajaba en un videoclub viendo películas de artes marciales, spaghetti westerns de Sergio Corbucci o comedias de Russ Meyer. Si leer es también una forma de escribir, mirar películas también es una manera de hacerlas. Y Tarantino plasmó esa idea una y otra vez en su filmografía, en particular sobre Había una vez en Hollywood. En 1956, Bradbury fue al estreno de Moby Dick a un cine rodeado de gente que esperaba afuera bajo la lluvia. Miró a lo lejos y descubrió que, entre ellos, había dos personas que en su niñez pedían autógrafos junto a él, cuando era un pre adolescente que merodeaba por los Estudios Paramount. Por primera vez era Bradbury quien firmaba los autógrafos. “Se los firmé con lágrimas en los ojos, sabiendo que, tras mucho tiempo, había trepado por encima de la pared con los patines bajo el brazo”, escribió. Varios años después, en un banquete donde Bradbury debía entregarle un premio a Spielberg, el escritor ya consagrado vio sentado en una mesa del rincón al mismísimo George Burns, la persona que le permitió en 1934 escuchar en vivo Show de Burns y Allen y quien le aseguró que iba a triunfar como escritor. Bradbury lo reconoció en palabras frente al micrófono, pidiendo entregarle un premio a Burns, el hombre generoso que le dijo que era espléndido cuando no lo era. “¿Era usted? Lo recuerdo”, le dijo Burns al acercarse. Y se dieron un abrazo luego de cuarenta años sin verse. Había una vez en Hollywood es el premio que entrega Tarantino a todas las películas que le abrieron la curiosidad por trabajar en Hollywood, pero sobre todo a aquellos que le abrieron la puerta de un estudio cuando nadie creía en él. A los Cliff que fue conociendo con el paso del tiempo, aunque no sean sus doble de acción. Es una carta de agradecimiento a Los Ángeles, pero en particular al Tarantino niño que vivió en esa ciudad soñando con ser parte de un set. Con entender qué sucede detrás de escena. Por eso el director le dedica tantos minutos a los rodajes en su novena película. Porque lo que sucede delante de las cámaras es una consecuencia de lo que sucede detrás. Había una vez en Hollywood es una película de amor sobre el trabajo, sea de estrella, de actor venido a menos o de doble de acción. No hay papeles ni géneros menores cuando hablamos de cine o televisión. En el cine de Tarantino no hay categorías que dividan a las obras con mayúsculas o minúsculas, porque todo es parte de la escuela sentimental que nos ayuda no tanto a entender al mundo, sino a sobrevivir a él con la mayor astucia posible. Y hasta, a veces, ser felices. De eso habla Había una vez en Hollywood: de aprender a estar contentos con lo que tenemos enfrente, sea un papel en un western, la compañía de un perro adorable o la magia inexplicable de ver televisión en silencio con un amigo cómplice que no necesita prometer amor eterno para hacerle saber que estará siempre a su lado. En pleno estrellato o en la miseria del olvido.
Situada en Hollywood a fines de la década del 60, Once upon a time in Hollywood propone tres historias principales: el devenir del actor Rick Dalton (Leonardo di Caprio) en medio de una industria que está cambiando, las aventuras de su doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt), y la vida cotidiana de Sharon Tate (Margot Robbie). Claro que cualquiera que conozca los hechos reales que Tarantino toma como punto de partida, sabe que algo, terrible e irreversible, puede pasar en cualquier momento. La trama tiene una estructura más bien moderna, donde los personajes divagan y se enfrentan a algún que otro inconveniente que ayuda más a construirlos sus personalidades que a consolidar la causalidad de la trama. Se agradece el tiempo para conocerlos, sobre todo porque las actuaciones son impecables y la química entre Pitt y Di Caprio es destacable. Tarantino tiene una fórmula que es algo así como inflar un globo, mantenerlo al borde de la explosión hasta que al espectador se le rompen los nervios, y en ese momento reventarlo, en medio de una lluvia de sangre, tripas y violencia que ni te imaginabas que estaba ahí adentro. La explosión funciona a la perfección. Es desmedida y cumple con todas las expectativas que alguien que conoce su filmografía tiene. Pero acá lo “malo”: se me hizo muy cuesta arriba la primera parte, que es casi toda la película en realidad. No logré empatizar con ninguno de los personajes en ningún momento, si alguno desaparecía de la trama y solo continuaba el devenir de los otros dos sentía que no me iba a perder de nada. Pero claro, están ahí por la explosión final, que no funcionaría del modo en que lo hace de faltar alguno. (¿Viste que Tarantino sabía, eh?). Y dicho lo negativo, tiene algunos momentos que destilan cinefilia y amor al cine, pero alejándose de la demagogia y lo tribunero, reduciendo el universo de referencias a una experiencia “para entendidos”. Además del diálogo con otras películas al que nos tiene acostumbrado el director, el hecho de desarrollarse en la meca del cine le permite introducir muchos más elementos (y personajes) de modo orgánico. Si hay una secuencia que mi ñoña académica rescata con todo su corazón, y es aquella en que Dalton está en rodaje de un programa televisivo. El tratamiento de la ficción dentro de la ficción, sobre todo a través del uso del sonido, es una auténtica lección de cine, en lo práctico y en lo teórico, algo que no sucede habitualmente en los tanques que se estrenan jueves a jueves. Lo mismo sucede en el modo de contar: cada plano está lleno de amor al cine y de respeto al espectador, se nota cuándo es un verdadero autor quien lleva la batuta. En síntesis: me aburrió, en el corto plazo no creo verla de nuevo, pero el talento de Tarantino, de todo su equipo (especialmente el team actoral) y su amor al cine son innegables. Prefiero toda la vida aburrirme con una película de estas que pasar dos horas “entretenida” con cualquier producto comercial random.
Un homenaje de amor al cine y su historia El film recrea un Hollywood casi posible aunque lejano, entre alusiones cinéfilas e incorrección política, con la premisa puesta en un doblez poético. Si acá no está la obra maestra de Quentin Tarantino, entonces lo que viene será aún mejor. Melancólico y furibundo, el Tarantino de Había una vez… en Hollywood elige la fórmula del cuento de hadas, en alusión a Sergio Leone pero por sobre todo como reconstrucción de un (no)lugar anhelado, derruido, tal vez ya irreparablemente sucedido. s- de una manera de hacer y de sentir el cine. Así las cosas, y adentrados en ese mundo personal, Tarantino manifiesta una celebración del cine desde el cine, y lo hace con el talante puesto en la incorrección política. Y esto es algo que habrá que recordar y subrayar como rasgo inherente a su filmografía. Incorrección que no confunde lo que está claro: Hollywood es tierra de rufianes, arribistas, narcisistas. Aspectos fácilmente asociables a la pareja réplica que componen Rick Dalton y Cliff Booth (Leonardo DiCaprio y Brad Pitt) durante el Hollywood circa 1969. Booth es el doble de acción de Dalton. Dalton es un actor de popularidad en declive. La televisión le cobija ahora, entre capítulos donde su villanía se reitera. Pero el trabajo y la popularidad ya no son lo que eran. Booth, en ese sentido, le va a la zaga; y con un pasado que incluye un episodio truculento no del todo resuelto. En síntesis, dos truhanes de la peor calaña. Simpáticos y despreciables. A través de ellos, el film se pasea a lo ancho y largo de un Hollywood que se delinea conforme a una multitud de referencias pop, cinéfilas, televisivas, publicitarias y radiales. Los largos viajes en automóvil de Booth para llegar a su casa permiten que éstas surjan de manera diegética: cada vez que el auto enciende, la radio también. Spots y canciones rememoran y yuxtaponen con cartelería citadina y una configuración fotográfica que vira de acuerdo con las secuencias que el film elige como instancias intracinéfilas. El film se pasea a lo ancho y largo de una industria que se delinea con referencias pop, cinéfilas, televisivas, publicitarias y radiales. Cada uno de estos momentos tendrán que ver con los lloriqueos de Dalton o las faenas de Booth, pero también con el episodio western que se filma o con la visita a una alejada granja hippie; a su vez, el sol del día y el calor suave nocturno dialogan con la cajita televisiva en blanco/negro y la gran pantalla de una sala oscura. En síntesis, la dirección fotográfica juega este juego de ajedrez lumínico en función de las referencias que el director encastra, a las que milagrosamente les da continuidad. De esta manera, habrá que prestar atención a cómo tales secuencias permiten al film alterar su matriz genérica (¿existe?, ¿cuál sería: una buddy movie?) y volverse por minutos un western o un thriller a punto de ser slasher. Lo que emerge, entonces, es un sueño (alguna vez) llamado Hollywood, ese lugar localizable pero de fronteras difusas, y en una época donde todo, absolutamente todo, podía llegar a ser. No casualmente Había una vez… hace pie en la bisagra que significa el cambio de década, con el cine norteamericano con una profusión de obras maestras, cuando una nueva generación lo tomó por asalto e hizo posible pensar ese cine desde el rótulo de la autoría. El sueño no duró tanto, pero duró. Al ahondar en ese momento, el film de Tarantino actualiza un reclamo que es urgente, en vistas a un cine -el norteamericano- nunca tan adocenado o adoctrinado. Un llamado a las armas (cinematográficas y personales) que tiene por estos días eco nostálgico en la nada casual revisión que del cine de los '70 hace Guasón, de Todd Phillips. Por otro lado, Tarantino localiza el drama en la recreación repartida entre personajes reales e imaginarios. La fusión es plena. Así, cuando Booth pelea con Bruce Lee, la bandeja está servida para el disfrute. A no confundir, no se trata de un capricho o regodeo cinéfilo, sino de una decisión acorde con la puesta en escena. La irrupción de Lee, Steve McQueen, Sharon Tate y otros, oficia en función del planteo estético, presente en la dupla que protagonizan Dalton/Booth. Así, el desdoblamiento o la confusión premeditada es el lugar desde el cual el film se construye y diluye. Las primeras imágenes lo dejan claro, al mixturar la imagen televisiva en la cinematográfica. Dada esta premisa, todo lo que sigue tendrá que ver con ello. Hay que tenerlo presente. De este modo, la inclusión de Sharon Tate (Margot Robbie) es también la de Roman Polanski (Rafal Zawierucha), y con éste la aseveración icónica de que el gran cine ocurría allí, en ese Hollywood perimido, con El bebé de Rosemary ya filmada. Tate, a su vez, es la bisagra que alude al clan Manson, y no es raro que la película haya sido referida una y otra vez como una recreación de los hechos de este psicópata: un comportamiento social -y mediático- que desdice la propuesta del film. Por eso, la resolución viene a ajustar cuentas, y lo hace poéticamente. Al respecto, y Polanski mediante, habrá que prestar atención especial al flirteo que el film prolonga -con una escena crucial- entre Booth y la joven hippie Pussycat (Margaret Qualley). Y por último, si en el cine de Tarantino hay preferencia por ciertas secuencias en donde la dilación del tiempo es inversamente proporcional a la rapidez resolutiva -una manera cinematográfica que el director reelabora del cine de Sergio Leone-, Había una vez… en Hollywood puede pensarse como una gran secuencia de 160 minutos, en donde el tiempo se estira y perdura en una suerte de meseta, de acuerdo con las artimañas del director, quien está a gusto con lo que hace. En verdad, sucede mucho y de todo durante este estiramiento de la acción. Y es tanta la información que se reúne durante la "espera" que bien se justifica la espera por el nuevo corte del film, con más metraje. El cine, todavía, se sabe querido.
Once Upon a Time… in Hollywood es una película falsa. Tan falsa como Brad Pitt pisteando con un VW Karmann Ghia – el cual era la misma batata que el Escarabajo (usaba el mismo motor!) sólo que con carrocería cool -. Es por eso que acá no se aplican las leyes del mundo real. La historia puede ser modificada. Bruce Lee puede ser vencido por Brad Pitt. El actor en la mala que compone Leo DiCaprio pudo haber protagonizado El Gran Escape. O haber estelarizado algunos spaghetti westerns memorables. La trama está plagada de invenciones, leyendas urbanas y fabulaciones. Usando como escenario el Hollywood de finales de los años 60 – con la decadencia del Star System, el surgimiento del cine adulto y exploitation, y la derrota del Hollywood tradicional a manos de una nueva camada de directores independientes y actores de raza -, Tarantino se despacha con esta fantasía nerd e hipercinéfila que podrá ser un orgasmo para veteranos amantes del cine y la historia (como yo)… pero que resulta un bodrio lento e indigerible para las generaciones modernas. Si vivís para Instagram, Facebook, la cultura de los likes y emoticones y no tenés ni la mas pálida idea de quién era Charles Manson, ésta película no es para vos. Pero aún para los fanáticos a ultranza de Tarantino el filme resulta demasiado indulgente. Tarantino aplica todo su conocimiento enciclopédico sobre cine para reconstruir una época, una cultura y una sociedad, pero los flashes se acumulan hasta el punto de bordear la saturación y la historia avanza poco. Los personajes quedan delineados en trazos gruesos, pero nunca son dramáticamente profundizados. Es como si Tarantino se hubiera quedado encandilado con el escenario y no quisiera apagar nunca la cámara, extasiado con lo que capta la lente aunque sea trivial o aunque lo que ocurre frente a ella haya pasado narrativamente su punto de gracia. Desde avisos publicitarios de series de la época (Los Invasores, FBI, Combate, etc) hasta marquesinas plagadas de títulos como The Wrecking Crew, Funny Girl y tantos otros; los cines con sistemas Cinerama; los carteles de neón con flagrante estilo vintage; series y películas en las que aparece el personaje de DiCaprio, ya sean parodias de títulos conocidos (su tira Bounty Law cumple con todos los clisés de las series western de la época, desde El Virginiano hasta La Ley del Revólver), o metiendo digitalmente a Leo en títulos reconocidos, ya sea el ya mencionado test de rodaje de El Gran Escape o un capítulo de la serie FBI; el rodaje en lugares históricos, como el rancho Spahn o Cielo Drive, que era la calle privada donde Sharon Tate y Roman Polanski tenían su residencia al momento del ataque del clan Manson (y donde DiCaprio resulta ser su circunstancial vecino). Pero en todo ese caleidoscopio de recuerdos, imágenes de maravilla, pósters falsos y nostalgia profunda, la historia central – la del actor en la mala y su mejor amigo, el stuntman que dobla sus escenas de riesgo desde hace años – es superficial. DiCaprio y Pitt están reducidos a caricaturas – el actor ególatra capaz de dispararse en sus propios pies por terribles decisiones artísticas a costa del respeto como estrella y el lugar en la marquesina; el doble de riesgo que vive en la modestia, cuida con nobleza a su amigo borracho y abusador, y mantiene una actitud zen sobre la vida – y no tenemos mucho para conocer sobre ellos mas allá de sus exageraciones y borracheras. En realidad son guías para el tour que Tarantino nos ha preparado, en donde de a ratos surgen escenas brillantes – la actriz infantil que se cruza con DiCaprio en un set y empieza a hablarle como si fuera una veterana de la industria, sermoneándole sobre la necesidad de inspirarse en la vida real, buscar las motivaciones del personaje en su interior y permanecer en carácter incluso durante el rodaje (un speech que le cabría mas a un maniático actor de método como Marlon Brando); el mencionado enfrentamiento entre el personaje de Pitt y Bruce Lee; las hilarantes conclusiones que saca sobre el mundo del cine el agente artístico que compone Al Pacino; la tensión en el rancho Spahn entre Pitt y la numerosa tribu hippie que comanda Manson; y el delirante climax del film, inesperado para todo el mundo -, y otras de profundo tedio como el rodaje del western con DiCaprio y Timothy Olyphant, el cual se hace eterno y olímpicamente podía haberse podado. En todo caso lo único que prepara Tarantino como personaje tridimensional (por decirlo de alguna manera) es la Sharon Tate de Margot Robbie, que es excéntrica y etérea, una inocente perdida en el corrupto mundo hollywoodense, y que Tarantino retrata en toda su candidez. Pero el relleno abunda, y al filme le sobra fácil una hora. Entre el tedio y la fascinación por la época, Tarantino recién pone quinta a fondo en la hora final, cuando Pitt va al rancho de los Manson, y después de la aventura europea de DiCaprio. Es en esos momentos en donde Tarantino se vuelve impredecible – uno no sabe si Pitt saldrá vivo del rancho y, por momentos, parece una película de terror con los hippies rodeando amenazadoramente la estancia en donde Pitt está buscando a un viejo amigo al que cree muerto; el duelo del final, plagado de sorpresas, sangre, aberraciones y muchísimo humor negro – y consigue sus mejores bazas, aunque artisticamente resulte discutible. (alerta: no spoilers, pero sí tibias pistas sobre el final) Mel Brooks decía que se puede hacer humor sobre cualquier cosa – siempre que hubiera distancia (temporal, emocional) en el medio – y puso como ejemplo a los chistes sobre el Holocausto. Hollywood ha hecho humor sobre Vietnam y eso que fue la guerra mas amarga, cruel, sangrienta e inútil que sufrieron. No me extrañaría ver en un futuro que alguien haga chistes sobre el 11 de Setiembre del 2001. La explicación es que los chistes pueden funcionar tanto como una forma de escape como (en ciertos casos) cínicas reflexiones sobre un hecho imperdonable. Acá Tarantino no hace chistes sobre la masacre del clan Manson, pero definitivamente su versión no es la de los libros de historia (Tarantino hizo algo parecido con el clímax de Bastardos sin Gloria… pero hay una distancia enorme entre usar liberalmente a Hitler como personaje de ficción y trazarle otro destino, a alterar con propósitos cómicos lo que fue una masacre shockeante que aún permanece grabada en la mente de la sociedad norteamericana). Y si bien sorprende al espectador, por el otro lado es digno de discusión establecer si esa libertad creativa de hechos reconocidos sea un enfoque artístico válido. Horas después de ver el filme llegué a la conclusión de que se trata de la banalización de un hecho trágico, en donde Tarantino decidió primar la suerte de sus personajes de ficción antes que respetar la realidad histórica. Y aunque el desarrollo de los sucesos es brillante, la conclusión no lo es porque carece de trascendencia. No es que los hechos acontecidos alteraron el espíritu y pensamiento de los personajes sino que quedó como otra anécdota mas de sus aventureras vidas. Si bien es cierto que el enfoque de Tarantino – desde el principio – no es serio, también es cierto que una conclusión lineal e históricamente fiel chocaría con esa filosofía, amén de ser predecible – cosa que Tarantino detesta -. En todo caso es una decisión creativa que raya en lo bizarro. (fin spoilers) Habia una Vez.. en Hollywood no es lo mejor de Tarantino, pero el tipo – aún en un mal día – le puede pasar el trapo a cualquiera. Acá hay unas cuantas piezas inspiradas pero otras que no lo son o que definitivamente sobran. En todo caso es una obra de amor dictada por un gran artista, cuyo pecado ha sido quedarse enamorado de su prosa hasta el punto del estatismo.
Nostalgia y multiversos en lo nuevo de Tarantino En su novena (¿y penúltima?) película, el director de "Perros de la Calle" y "Pulp Fiction" apela a la lealtad de sus seguidores con actores y fórmulas de amplia eficacia Si de algo se puede estar seguro a la hora de ver una película de Quentin Tarantino es que se trata de una suerte de olla cinematográfica que se cocina durante dos horas a fuego lento y se deja hervir los últimos 30 minutos. En ese recipiente, el guionista y director coloca los ingredientes de siempre: situaciones límite, diálogos como los que ya no hay en casi ninguna película, un reparto de intérpretes de primer nivel, otro tanto de actores “fetiche” y un evento que lo cambia todo. La receta es siempre la misma pero el sabor de este guiso es casi siempre diferente. Sin embargo, después de Los Ocho Más Odiados (The Hateful Eight, 2015), los seguidores de Taranta comenzaron a percibir una suerte de “deja vu” en lo que muchos consideraron una remake con cowboys de Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), su ópera prima. Por eso, cuando Tarantino anunció su novena película, supuestamente la anteúltima de su filmografía, las miradas de recelo no tardaron en llegar. Pasaron los meses y el resultado ya es una realidad: Había una vez... en Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019) llegó a los cines y con un aliciente más que atractivo: Brad Pitt, Leonardo DiCaprio y Margot Robbie en el mejor momento de sus carreras.
Hace 10 años Quentin Tarantino inició un viraje ideológico sobre su posición como realizador cinematográfico y paradigmático de la posmodernidad. En los inicios de su carrera su práctica revisionista sobre la historia del cine se centraba en reescribir lo ya escrito por otros en términos de juego estructural, audacia formal y una destreza en la pluma fílmica que imprimía en cada fotograma. Sus personajes evocaban otros, sus homenajes remitían a un pasado lejano, sus plagios se habían legitimado, sus juegos paródicos eran una mirada amorosa sobre un cine que había hecho la historia del cine, y ante todo su despliegue estético construía un andamiaje de entrenamiento creativo donde Quentin se apropiaba cada vez más del puro lenguaje del cine. Pero esa mirada sobre la realidad hecha de pura ficción y artificio que diseñaba castillos hechos de la reforma de las formas no ahondaba en una modificación sustancial del contenido, en tanto romper su argumentalidad o desacralizar las verdades que el cine había validado con sus tramas de certezas históricas. Como buen posmoderno no pensaba que había que “cambiar el mundo y su historia” y menos que había que sostener posturas ideológicas radicales como antaño. Para decirlo de manera más directa parecía que el contenido de sus relatos no había aterrizado a la pantalla grande para deconstruir esos paradigmas de “verdad histórica” y que todo quedaba sustraído a la gracia de su narración visual y sonora. El giro se produce en el 2009 con el filme Bastados sin gloria en el que se juega su primera ficha fuerte anclando el viraje de su postura como narrador y definir una nueva mirada sobre “lo que la historia contó de la historia”. Si la historia del nazismo había sido una, una casi incuestionable, la ficción en manos de Tarantino podía castigar a unos e indultar a otros con esa libertad inmoral que la ficción tiene, y a su vez con toda la carga ideológica que ese cambio argumental implica. Una nueva posición moral aparece en manos de este realizador singular, la venganza de la ficción que dilapida otras posibles verdades, esas sostenidas por la memoria. Once upon a time in Hollywood apuesta nuevamente a esta carta narrativa. Operística, coral, digresiva, extensa no solo por su duración sino por su pantalla enorme, su registro en fílmico, su música que suena de lado a lado y una expansión de su capacidad lúdica, desfachatada y hasta incorrecta (políticamente hablando) de decir “Había una vez una historia”… para enlazar varias historias a la vez, unas enredadas en otras, superpuestas, inagotables, unas dentro de otras, variaciones como formas de enunciar su amor infinito por cine y su destreza madura para articular esa declaración de amor. La trama motora es la de Rick Dalton (brillante Di Caprio) que es un actor en el epicentro de Hollywood y en el centro de la caída de aquellos finales de los año 60, una caída libre no solo para la industria del cine sino para la crisis cultural y moral que atormentaba a los EEUU – crisis que finalmente Tarantino va a licuar tan solo torciendo la verdadera historia de un hecho y haciendo que la ficción mantenga viva la llama romántica de aquel Hollywood que entraba en su etapa de extinción. Su ladero y su amigo (loquísimo Brad Pitt) quien oficia de doble en sus escenas de riesgo es un poco esa sombra que habita los pasos solitarios y atormentados de Rick. Rick y su conflicto es lo que mueve de alguna manera la narrativa del relato hacia un final explosivo. Mientras la joven Sharon Tate, encarnada por una hiper angelical Margot Robbie, camina como si flotara a lo largo de todo el filme, y sus pocas líneas de diálogos la sostienen como yendo en el aire hacia la muerte, aquella que le espera en el famoso asesinato (Charles Mason y su banda) y que es la que inspira el juego tramático de esta historia. Con todas las licencias que Quentin se toma para hacer de la violencia la más demencial, de Sharon Tate el ángel más puro en una dimensión imposible, de subvertir ese Hollywood que se derrumba en un paraíso de palmeras y lugares coloridos, con esa misma libertad Tarantino narra a su propio país de una manera única. Y sella una marca imposible de pensarse en el cine americano de hoy ,ese falso cine hecho de corsets, sabores baratos que se parece a una mala serie de televisión. Por Victoria Leven @LevenVictoria
por Santiago Migdal “El hermoso placer de hacer cine” Después de varios años, Quentin Tarantino nos presenta su novena película siendo, sin dudas, una de las más personales de su trayectoria. En un Hollywood decadente de los años 60, repleto de autos de lujo, sets de filmación y carteles de neón, varias tramas entrecruzadas darán lugar a una historia explosiva con tintes de acción y humor, siguiendo el particular estilo del director. “Once Upon a Time in Hollywood” (2019) narra la vida de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor de televisión del género “western” que debe adaptarse a la rotunda transformación de los tiempos en la industria del entretenimiento. Junto a su doble de riesgo y amigo, el peligroso Cliff Booth (Brad Pitt), comparten sus días de fracaso ante la poca oferta de trabajo que ambos reciben. Por otro lado, su vecina Sharon Tate (Margot Robbie), -esposa del legendario director Roman Polanski-, disfruta de un Hollywood prometedor siendo ella, una estrella de cine en ascenso. El problema comienza cuando una misteriosa secta de hippies decide interferir en sus vidas, al planear un terrible asesinato. La esencia de Quentin Tarantino suele encontrarse en sus homenajes y reversiones a ciertos géneros cinematográficos como en (Kill Bill, 2003). Pero esta película es distinta. Si bien aparecen miles de referencias a películas y programas de radio y televisión de la época, el núcleo fundamental del film yace en la mirada sincera de Tarantino: un cinéfilo que construye un asombroso universo, sosteniéndose en una historia verídica. Un guión alucinante, de tramas entrelazadas y líneas temporales que mantienen un ritmo y generan cierta atmósfera, siendo complementada por un diseño de producción increíble. Cabe destacar las actuaciones de DiCaprio y Brad Pitt, ambos dejando escenas inolvidables y muy bien logradas. "En conclusión, “Había una vez en Hollywood” es una película que recomendaría a cualquier amante del cine. Esta obra de autor genera en el espectador todo tipo de emociones que, en mi opinión, se necesita cada vez más en el cine actual." Calificación: 8.5/10 Título original: Once Upon a Time in... Hollywood Año: 2019 Duración: 165 min. País: Estados Unidos Dirección: Quentin Tarantino Guion: Quentin Tarantino Música: Varios Fotografía: Robert Richardson Productora: Coproducción Estados Unidos-Reino Unido; Sony Pictures Entertainment (SPE) / Heyday Films / Visiona Romantica Género: Thriller. Drama. Comedia | Años 60. Cine dentro del cine. Comedia negra. Crimen
En el noveno film de Quentin Tarantino encontramos una parafernalia de apreciaciones del director en cuanto al cine y su representación sobre el hollywood, en este caso de 1969 o década del 60. Tenemos dos miradas sobre la ciudad en cuestión: por un lado tenemos lo que se supone que es Hollywood con los famosos actores, estudios de cine, mansiones/ lujos en cielo drive y un famoso pero arcaico actor Rick Dalton estrella de televisión que aspira a ser estrella de cine. De este lado de Hollywood también esta Sharon Tate interpretada por Margot Robbie que puede que se considere que sus escenas no son tan relevantes, pero en realidad es otra estrella al igual que Rick que aspira a convertirse en estrella. El otro Hollywood es la familia manson y los hippies que viven en otra realidad muy distinta a los famosos. Y por otro lado tenemos la unión entre estas dos clases, que es el antiheroe de la pelicula. Cliff Booth (Brad Pitt) que me parecio el mejor personaje del film. Estuvo acertado que Tarantino no nos haya explicado quien es quien, supone que nosotros ya sabemos sobre el caso Manson, quienes son las estrellas que aparecen, entre otras referencias. Porque como toda pelicula del director, se encuentran las apreciaciones del cine que el consume y supone que nosotros conocemos al seguirlo. Considero que también es de los mejores directores actualmente en cuanto a puesta de planos te resuelve una escena de larga duración o con muchos datos en 2 planos. Se nota su visión y ojo para las puestas. Tiene muchas escenas memorables porque si hay algo en que se destaca este director, es en eso, en generar escenas. Exigo nominaciones para Pitt o Di Caprio, los dos excelentes. Con respecto al final queda claro lo que el director quiso decirnos en “Bastardos sin gloria”, si la historia o realidad se cruza con mis personajes, esta sufrirá consecuencias. Ya pago Hitler y la familia Manson, ??¿quien sigue?. También la importancia del cine y la televisión en nuestras vidas, pero fundamentalmente sobre el cine que le gusto desde siempre a Tarantino. La ficción vence a la realidad, la realidad no supera la ficción como siempre, segunda mejor película del año. El cine como un espacio de libertad donde reina la belleza tanto de las imágenes, época y donde el mundo de los directores, actores, actrices, dobles, productores, guionistas, etc. Vivirán por siempre, y Sharon Tate esta entre ellos.