Guaraní

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrena Guaraní, co producción entre Argentina y Paraguay que plantea un viaje entre un abuelo y su nieta. Búsqueda de identidad, cultura y hermosos paisajes.
Los viajes compartidos pueden servir para aprender y conocer, no solamente un terreno nuevo, sino a la persona con la que se viaja.

Guaraní se podría simplificar como una road movie pero también como una aventura introspectiva de dos personajes, que a pesar que viven juntos nunca se conocen a fondo.

Don Atilio es un pescador que usa su bote para trasladar pasajeros y mercancía entre las diferentes fronteras del Río Paraná. Se niega a hablar en castellano y prefiere el guaraní como única lengua. Lo ayuda su nieta, Iara, de 14 años. Mientras que la adolescente comienza a abrirse paso al mundo y elegir su propio camino, encontrar su propia identidad, Atilio parece un personaje atado al pasado, las costumbres y sus reglas.

Cuando Helena, la madre de Iara , que vive en Buenos Aires, les anuncia que va a tener un nuevo hijo –el primer varón- Don Atilio se lleva a la nieta hasta la capital argentina con el propósito de que ambos puedan convencer a Helena de que el bebé nazca en Paraguay y conservar, así, la sangre guaraní.
Una narración lineal pero simple, sin golpes bajos ni de efecto, como tampoco escenas sentimentales forzadas, son el mayor fuerte de esta ópera prima. El cruce entre dos generaciones con distintos puntos de vista construyen tensión constante, pero que no deja de lado un punto de vista humano; la inteligencia del guión de Zorraquín y Simón Franco –director de Tiempos menos modernos- es no tomar partido por ninguna de las dos fuerzas. Desde la aceptación de la edad hasta una sutil coming of age, pasando por la radiografía realista de la explotación laboral durante el difícil trayecto que Atilio e Iara deben atravesar para ganar un billete que los lleve a destino.

Sutil y entretenida, cuidada en cada encuadre, contemplativa e inteligente, Guaraní es una película sobretodo sensible, sin intensiones de ser sensiblera. La mínima anécdota es una excusa para descubrir la riqueza de la cultura guaraní y sus mitos. Sus protagonistas son Emilio Barreto y Jazmín Bogarín. Entre ambos hay química y se nota la huella de llevar, ambos con la sangre del lugar donde transcurre la historia.

La banda de sonido es una gran compañía de cada escena. No es invasiva pero tampoco está de fondo. Ayuda a generar un universo donde no solo se mezclan generaciones, sino también culturas compartidas por dos naciones.

Se podría atribuir cierta ingenuidad en el tono, pero la ausencia de un drama solemne, reemplazado por sutiles toques de humor, la convierten en un film bello, disciplinado, cuidado y enriquecedor. Dos culturas se saludan, cada una en su idioma, y con una geografía similar. Pero el cine trasciende fronteras y así como “un bebé cuando nace –dice Iara- no reconoce los límites nacionales”, el arte es otra forma de comunicar un lenguaje universal.

Guaraní da fe que no importa de que lado del río se está, cuando el relato es bueno y está bien narrado se convierte en un vehículo potente y esencial. Hay que remarla, pero el resultado final es una notable pesca.