Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Soledad Bianchi - A Sala Llena

Para disfrutar sólo hay bajar la guardia, de esta forma nada puede salir mal. Estamos ante una combinación perfecta de buddy movie y road movie que tiene todo lo necesario para hacernos felices. Un clásico instantáneo, potenciado por el desempeño dos grandes actores que se oponen con enorme sutileza, evitando por completo los clichés o el sentimentalismo. Aunque puede ser rechazada por caer en los lugares comunes que le brinda el género y que la tornan previsible en sus maniobras, tanto como por ser un tanto retrógrada y liviana en ciertos tratamientos, la realidad es que si nos dejamos llevar por la comedia y sus personajes, es muy probable que gocemos de esta aventura sin miramientos.

Una gran virtud de su director Peter Farrelly es saber hacer funcionar sus películas. Antes lo hacía en base a lo disparatado y políticamente incorrecto, poniendo como protagonistas a personas con dificultades de distinto tipo y que nunca habían sido expuestas en sus falencias, rondando lo que podríamos denominar mal gusto. Con repasar los títulos de sus obras basta para evidenciar esto. Pero el binomio compuesto por él y su hermano Bobby, quienes revolucionaron la comedia a mediados de los 90, fueron quedando un tanto demodé hasta su ocaso, al menos transitorio, con Los tres chiflados (2012), o peor, con una continuación veinte años después de Tonto y Retonto (2004) que trae al presente la cuestión de por qué a muchos no le gustaba esta gran comedia que amamos en su momento: un poco de vergüenza ajena y otro poco más de vergüenza ajena.

Pero ahora, y en solitario, da un vuelco en su insistencia con el slapstick y lo hace invocando extrañamente las buenas intenciones. Así formula el alegato racial que Hollywood gusta de tener siempre entre las ternas de sus galardones, con el plus de estar basado en una historia real. De esta forma logra el reconocimiento postergado que quizás ya merecía. ¿Qué es lo que hace? Usa toda la potencialidad de la puesta en escena para lograr su objetivo, que es conseguir que el espectador quede hipnotizado en sus redes narrativas. Con un montaje veloz, los planos son por lo general cercanos, de corta duración, y se alternan con sus contra-planos, para destacar de esta forma solo ciertos gestos de los actores, su interacción y reacciones. Por otro lado, las elipsis resumen los hechos sin ejercer instancias narrativas innecesarias, pero también, con cortes abruptos, encauzan la comedia. Así configura una historia de ruta y crecimiento entre dos personajes disímiles, claro está, que como bien lo adelanta el título elegido para su comercialización en nuestro país van a terminar enlazados en una amistad sin fronteras y mimetizándose en ciertos aspectos.

La preferencia del director por filmar road movies aquí continúa, solo que cambia la camioneta-perro rumbo a Áspen por un Cadillac brillante que se internará en el sur profundo de los Estados Unidos. Al contrario de lo que se suele esperar, el conductor es de piel blanca y lleva en el asiento de atrás a uno de piel morena (como Conduciendo a Miss Daisy pero a la inversa). Estamos hablando de Don “Doc” Shirley (Mahershala Ali), un reconocido pianista y compositor de jazz con influencias clásicas, y de su piloto Anthony Vallelonga, alias Tony Lip (Viggo Mortensen). La considerable brecha cultural entre ellos es lo que aportará el elemento de comedia.

En la presentación vemos a un Viggo Mortensen gigante (en ambos sentidos) con irresistibles modismos italianos. La personalidad terrenal que le fue configurada, en conjunto con sus movimiento de manos y gestos, hacen de su actuación algo memorable. Trabaja como maitre/matón en el Copacabana, un bar con todo el Swing que la New York de los 60 puede dar. Un embustero, comprador, que fuma y come sin parar, pero que sabe dónde meter y dónde no sus narices. Vive en una pequeña casa, donde apreciamos mediante un rápido paneo que comparte el mismo dormitorio con su esposa Dolores (Linda Cardellini, que lamentablemente queda bastante relegada en su papel) y sus dos hijos, mientras que el living se ve ocupado por familiares que asiduamente los visitan. El racismo contra “los berenjena”, como llaman los italianos a las personas de piel oscura, se demuestra de forma exagerada cuando él mismo tira a la basura dos vasos usados por unos trabajadores negros. De forma temporal necesita un trabajo y ahí es cuando el músico entra en su vida. Entonces, no solo va a tener que servir en cierta forma a “un berenjena”, sino que este en particular se diferencia abismalmente de sus coterráneos y de él, por supuesto. La entrevista laboral lo presenta a Shirley sentado en una especie de trono en lo alto, evidenciando sus raíces africanas, con túnica de ribetes dorados y dientes de marfil por doquier, con título de doctor y una erudición destacable. La disparidad realza, sin duda, esta buddy movie.

Lo que hace que la película sea tan convincente es la química que surge de la pareja central de actores y los contrastes entre ambos. Pero aparentemente la intención está puesta en mostrar la existencia del Green Book, objeto vergonzoso para el pasado de los Estados Unidos. Se trata de una guía de viaje para que la gente de color, que en los 60 ya tiene algunas algunas batallas ganadas en el norte, pueda hacer turismo por su país en todas sus dimensiones y encuentre lugares donde se sienta a gusto. En realidad sirve para evitar problemas como los de Shirley, no solo en cuestiones de hospedaje sino también en sus propios conciertos, donde por el lado artístico lo idolatran pero también lo denigran por su color de piel. El mismo Tony Lip, aun viviendo en Nueva York y siendo italoamericano, es el representante exacto de lo que le sucede a su compañero de ruta en las giras, apreciando la música de quienes él mismo discrimina (quizás más por la inercia de seguir los conceptos de sus familiares masculinos que por motus propio). “Esta es tu gente”, le dice refiriéndose a Aretha Franklin, Chubby Checker y Little Richard cuando suenan en la radio, perplejo porque su compañero de ruta no los conoce y a él le encantan.

Así se desarrolla la relación entre ellos, donde ambos tendrán que recorrer su propio camino de aprendizaje. Tony no es el ignorante racista que llega mágicamente a la iluminación ni Shirley es la intrincada persona de color que encuentra su sentido del humor, sino que la relación va ser un crecimiento mutuo, desarraigando conceptos más profundos, poniendo a prueba la capacidad de ambos por enfrentar los obstáculos que la ruta les propone, demostrando ante todo lo difícil que es superar los prejuicios de los otros.

Es cierto que a pesar del título y las intenciones, el Green Book en sí queda un tanto relegado. El guión -escrito conjuntamente por Farrelly, el actor y productor Brian Hayes Currie y el hijo de Tony Lip, Nick Vallelonga- da la sensación de confinar al asiento trasero la cuestión del segregacionismo imperante en los Estados Unidos, a favor de mostrar un paisaje nostálgico de la historia de este país, y en el peor de los casos, el racismo visto a través de la gente blanca que llevó a cabo el proyecto. La redención navideña (elemento infaltable para este neoclásico: el arbolito de Navidad estilo Frank Capra) termina dejando la sensación extraña que le da el visto bueno a uno mientras que expone al otro, es decir, cambia de asiento los roles, redimiendo más a quien en principio era discriminador que al discriminado.

La película está siendo estrenada en el 2019. Es decir, ciertas temáticas las aborda de una forma tangencial que parece de los 60. Por ejemplo, en un momento utiliza la sexualidad de Shirley victimizándolo, solo como una gran oportunidad para que Tony se convierta en héroe. Por otro lado, todo lo que brinda al alegato contra el racismo lo relega en la figura de la mujer que parece no salir nunca de la cocina. Por eso, como dije al inicio: mejor dejarse llevar y disfrutar por entero la comedia.