Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Green Book entró en la pista grande de la temporada de premios por motivos vinculados con lo ideológico. Cumple, sin duda, con el manual de la corrección política, las buenas intenciones y no parece cometer errores que la coloquen en un lugar de polémica. El cine está lleno de estas películas y si alguien quiere ganar premios en la actualidad, lo más probable es que los obtenga por dos vías: biografías de personas famosas o hechos reales y/o defensa de minorías segregadas o discriminadas en el pasado o en el presente. Green Book está basada en hechos reales y tiene los ingredientes de corrección política necesarios. El error es creer que encajar con los tiempos que corren es necesariamente algo malo. Especular con premios no es lo más elevado que un arte puede pretender, eso está claro. Pero lo que si al ver la película no vemos la especulación o los méritos cinematográficos le pasan por encima, entonces no hay necesidad de ningún reclamo.

Ese es el problema de la temporada de premios, nos generan un prejuicio a favor o en contra, siempre afectan la evaluación. Una vez aclarado esto, veamos qué película hay en Green Book. La historia es simple, una road movie de opuestos que deben realizar un trayecto juntos. Este argumento sirve para una comedia romántica, para una comedia con Dean Martin y Jerry Lewis o para una historia de dos presos que se fugan. Raza, religión, personalidad, sexo, los opuestos o los diferentes son siempre un material excelente para el cine y las road movie también son un género que da buenos resultados. Tanto para la comedia como para el drama, recorrer rutas, pueblos, cruzarse personas nuevas y situaciones inesperadas son excelente material cinematográfico.

En el caso de Green Book los opuestos son Tony Lip Vallelonga, un guardaespaldas italoamericano bastante bruto pero efectivo y Dr. Don Shirley, una pianista y compositor de jazz negro de gustos refinados y buenos modales. Don Shirley contrata a Tony Lip para que sea su guardaespaldas y chofer durante una gira que él hace con su trío por los estados del sur de Estados Unidos. Es el año 1962 y el racismo no solo está en las personas, sino en las leyes. Restaurantes, baños y hoteles están divididos para gente blanca y gente negra. El libro verde al que alude el título es una guía para que los turistas y viajantes negros supieran donde podían alojarse a lo largo de sus viajes por Estados Unidos. Con la simpleza de Tony y para sorpresa de muchos, acepta el trabajo. El camino que recorren tendrá muchos momentos dramáticos pero en general tendrá momentos de comedia y emoción. Porque Green Book es, ante todo, una película para congraciarse con el espectador. Un crowd pleaser, como se dice en inglés. Esas que logran las respuestas exactas en cada momento, muchas veces con trucos muy obvios y previsibles, pero que igual dan en el clavo. Si todas las películas pudieran lograr lo que logra Green Book, no se lo guardarían.

Ambos actores, Viggo Mortensen y Mahershala Ali están impecables. A Viggo le toca la mayor composición y al tener que interpretar a un italoamericano extrovertido, la gesticulación se convierte en parte del personaje. También engordó para el papel, lo que le abre la puerta de los premios. Porque ya sabemos, subir o bajar de peso –en los actores de cine- produce premios. Pero esto queda de lado a medida que avanza la película. Ambos están muy bien y le permiten a la película superar sus lugares comunes. El director, Peter Farrely, no hace un trabajo particularmente brillante, solo se dedica a ilustrar con mucho profesionalismo la historia. Farrelly, quien junto a su hermano hizo una serie de comedias escatológicas y provocadoras –a mi gusto horribles- hace tiempo que había mejorado y afinado el tono, incluso en esa clase de comedias, que se habían vuelto realmente buenas. Pero acá en solitario hace algo menos personal. Irónicamente, al hacer su película menos personal obtiene el mayor prestigio. No hay nada nuevo en Green Book, pero lo viejo se ve muy bien.