Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Son, se podría decir, el agua y el aceite, pero si el filme es una road movie, una película del camino en el que uno conduce y lleva al otro, tanto el agua como el aceite se necesitan. Por lo cual Green Book podría ser una moderna Conduciendo a Miss Daisy, aunque el chofer sea un italoamericano malhablado (Viggo Mortensen) y el Dr. Shirley, un refinado músico, un pianista afroamericano (Mahershala Ali), por 1962.

Green Book tiene todo para complacer al espectador. Es lo que los estadounidenses han dado en llamar como crowd-pleasing (agradable a las masas, o si se quiere, al púbico), lo que per se no tiene nada de malo.

Para los tiempos que corren, una historia que enfoque el racismo, aborde aunque no de lleno la homosexualidad y la posibilidad o no de ser y vivir siendo diferente ya es motivo suficiente para que esta película sea candidata al Oscar.

Pero la verdad es que el filme de Peter Farrelly -algo alejado de ser uno de los hermanos directores de Loco por Mary o Tonto y Retonto- es mucho más que correcto, tiene momentos de emoción genuina y un par de actuaciones memorables.

Tony trabajaba en el Copacabana haciendo, en sus palabras, relaciones públicas. En los hechos, se deshace de los tipos que generan problemas o molestias a los clientes del lugar. Como el “Copa” cierra por dos meses por refacciones, y en la casa en el Bronx donde vive con Dolores (Linda Cardellini, de Bloodline) y sus hijos y hay que parar la olla, se presenta a un llamado para ser chofer.

Don Shirley es negro, y Tony ha tenido hasta el momento tratos despectivos con afroamericanos. Tony es un racista que ve con malos ojos a todo aquel que no sea de ascendencia italiana. Así que primero no acepta, pero luego terminará conduciendo a Mr. Shirley en su gira por el sur -racista- estadounidense.

El trato incluye realizar las tareas necesarias para que nada impida el cumplimiento de los conciertos de Shirley. Tony es morrudo (Mortensen aumentó casi 20 kilos) y bien sabe cómo conseguir, casi siempre, lo que se propone.

Puede parecer extraño que Farrelly se haya puesto detrás de cámara en esta historia, pero ha demostrado en el pasado que sabe como pocos manejar los resortes y entretener al público.

Y en eso Green Book marcha como un crucerito en aguas tranquilas.

Basada en una historia real -el libro verde del título refiere a esa guía, también verdadera, para que los afroamericanos pudieran recorrer y alojarse en lugares sin ser perturbados-, el encanto del filme está depositado en las actuaciones de sus protagonistas.

A Mortensen el Oscar se le puede escapar porque pareciera cantado que este año el premio va a Rami Malek (Bohemian Rhapsody) o a Christian Bale (políticamente incorrecto por El vice). Pero es un placer enorme verlo componer a un tipo directo, sencillo, de buen corazón pero, en lo que coincide con Shirley, que hace de la dignidad su tarjeta de presentación. Mahershala, sí, ya debe tener su discurso preparado para el domingo 24 como actor de reparto.

La contraposición social, de lenguaje y maneras de relacionarse de ambos personajes es un elemento del cine más viejo que el cine mismo. Y cuando esa química en esa relación funciona, la empatía con el público está garantizada.

En síntesis, no hay nada novedoso en Green Book, pero sí muchos momentos en los que desde la platea un gozo, una satisfacción en sentirse entretenido con lo que le ofrecen.

Ultimamente, no pasa muy a menudo.