Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Entendimiento y convivencia

Green Book (2018) es un neoclásico instantáneo, una pequeña gran película que cala hondo en una dimensión que el grueso del cine contemporáneo le cuesta horrores trabajar o muchas veces decide obviar a pura cobardía o simple mediocridad, léase esa sinceridad emocional/ actitudinal que va empardada al retrato sensato y verosímil -alejado de los facilismos maniqueos de siempre- de personas reales de carne y hueso, con todas las contradicciones y la riqueza intrínseca que ello conlleva. La premisa de base es por demás sencilla y ha sido utilizada en innumerables road movies semejantes en el pasado: dos hombres completamente opuestos, Anthony Vallelonga alias Tony Lip (Viggo Mortensen), un italoamericano que encabeza el staff de seguridad del Copacabana neoyorquino en 1962, y Don Shirley (Mahershala Ali), un pianista clásico negro de impronta muy refinada, deben entenderse durante una gira de diversos conciertos a lo largo del sur norteamericano de aquella época, marcado por la discriminación racial y un segregacionismo muy exacerbado.

Más allá del sustrato verídico de la faena en cuestión y el doble hecho de que Shirley fue uno de los ejecutantes más virtuosos de Estados Unidos y Vallelonga llegaría a desarrollar una carrera como actor, apareciendo tanto en The Sopranos como en opus de Francis Ford Coppola, Sidney Lumet, Martin Scorsese, Stuart Rosenberg, Michael Cimino, John Landis y Mike Newell, lo cierto es que el éxito de la obra que nos ocupa es sin duda netamente cinematográfico y sobrepasa el triste “jugar a seguro” sobre un enclave político ganado, en este caso mediante la denuncia del racismo enquistado en la sociedad del país del norte, principalmente porque los muchos logros de la propuesta están condensados en la extraordinaria honestidad de Mortensen y Ali y en la magnífica estructuración dramática ideada por el realizador y guionista Peter Farrelly, un señor que viene del ámbito de la comedia cruda noventosa (este detalle -por supuesto- acrecienta los puntos a favor ya que suma no sólo valentía sino eficacia práctica en territorio no explorado con anterioridad).

El viaje en sí es a bordo de un automóvil suministrado por la compañía discográfica de Shirley, un músico bastante snob que contrata a Lip para que se desempeñe a la par como chófer y guardaespaldas durante un periplo que comienza tranquilo y de a poco se va complejizando cuando se le niega la entrada a Don -sólo por ser negro- en establecimientos sureños, algo que no padecen los otros dos miembros del trío musical construido alrededor del pianista estrella, los caucásicos Oleg (Dimiter D. Marinov) y George (Mike Hatton), violoncello y contrabajo respectivamente. Mientras que estos dos últimos recorren el camino en otro vehículo, Vallelonga y Shirley hacen lo propio basándose sobre todo en la guía de bolsillo a la que apunta el título, un libro diminuto que se publicó entre 1936 y 1966 y que ofrecía a los afroamericanos viajeros un listado geográfico de lugares donde comer y hospedarse, en esencia restaurants, hoteles y estaciones de servicio amigables para con la comunidad negra y esa naciente clase media de la misma interesada en el turismo nacional.

Farrelly, conocido por sus colaboraciones detrás de cámara con su hermano Bobby, un dúo que creó comedias bobaliconas de corazón anárquico como Tonto y Retonto (Dumb and Dumber, 1994), Kingpin (1996), Loco por Mary (There's Something About Mary, 1998) e Irene, yo y mi otro yo (Me, Myself & Irene, 2000), aquí consigue la proeza de desparramar astucia narrativa y hacer creíble y profundamente humana la relación entre los dos protagonistas; por un lado manteniendo en todo momento un ritmo cercano a la comedia, aunque adaptado a las necesidades de un relato con una fuerte dosis de tragedia, y por otro lado concibiendo diálogos excelentes que nos van encauzando desde las fricciones y la desconfianza mutua inicial hacia una amistad que se construye a partir del descubrimiento progresivo de Lip a ojos de Don y viceversa, en lo que funciona como un entrecruzamiento de capas identitarias que se esconden bajo la apariencia superficial de cada uno (Vallelonga es un obrero esplendoroso de los puños y Shirley un burgués de la intelectualidad artística).

Ahora bien, retomando lo dicho con anterioridad, si el desempeño de Ali es muy pero muy bueno, lo de Mortensen es directamente sublime porque reconfigura todos los clichés posibles de la italianidad en un personaje exquisito cuya comprensión de las diferencias sociales, económicas y culturales vernáculas constituye su mayor sabiduría, amén de la clásica destreza/ improvisación/ inteligencia que regala el haber recorrido las calles y el dilucidar rápido el comportamiento de los individuos como nadie. De hecho, la película también sale airosa en materia del paradigmático intercambio de los films de “parejas desparejas” como el presente, ese que involucra el trueque recíproco entre el conocimiento elevado (aquí representado en la ayuda de Shirley a Lip en la escritura de las cartas a su esposa) y la perspicacia mundana (Vallelonga rescata a Don de situaciones muy peligrosas en función de su color de piel, su condición de homosexual y su disposición aguerrida, siempre dispuesto a tratar de cambiar la mentalidad sureña amparado por el mismo tour).

Director y elenco logran una fusión artística envidiable y sacan a relucir una naturalidad casi extinta en el Hollywood de nuestros días, redondeando un convite que es tan severo como hilarante vía una diáspora anímica en la que confluyen y se disipan recursos retóricos costumbristas, irónicos, literales, cultos y populares freaks. El respeto de talante humanista aparece empardado a una convivencia que va mucho más allá de los conciertos, los bares, los moteles o el simple automóvil, ya que abarca el sentido de pertenencia de cada protagonista a su propio ghetto y a la comunidad macro que lo rodea, planteo que asimismo cubre todo el espectro sexual, étnico, barrial, familiar, laboral y doméstico/ patrio. Farrelly encuentra el punto dramático exacto en el que la ficción y la verdad resultan confusas porque la creación de fondo logra hacernos olvidar que somos espectadores en un juego de espejos caracterizado por ese calidoscopio delirante y paradójico que llevan dentro todos los seres humanos y que suele hacer estallar los prejuicios más burdos y oportunistas…