Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

“Green Book”, de Peter Farrelly.- Previsible, simpática, llena de lugares comunes, el film se ajusta a las preferencias de un Oscar que viene premiando a toda propuesta que privilegie lo políticamente correcto y que acorte distancias con las minorías tantas veces ninguneadas. Estamos a comienzo de los 60. Don Shirley (Ali), un talentoso pianista negro, delicado, culto y altivo, se prepara para una gira artística por el extremo sur, territorio blanquísimo que hace de la segregación su razón de ser. Llevará como acompañante a Tony Lip (Mortensen) chofer y guardaespaldas todo terreno, un patovica de buena entraña, simplote, vulgar, familiero y expeditivo. Son absolutamente opuestos. Y desde allí -historia conocidísima- se irán acercando hasta hacer cumbre en el demagógico final, con nieve navideña de fondo y un abrazo (¿alguien podía esperar otro remate?) reparador, cálido y definitivo. Shirley en esa gira aprendió a bajar de su Olimpo de artista refinado; y Tony, que despreciaba los negros, hizo a un lado sus prejuicios y se volvió un campeón de la tolerancia. Colorín colorado.

El film desparrama buenos sentimientos y trata de obtener la cuota exigida de paso de comedia y emociones. Pero recorre caminos tan conocidos que no atrapa. Hasta la realización suena convencional y avejentada, sin sutilezas ni grandes momentos, salvo en esa escena en plena carretera, obviamente bajo una lluvia torrencial, cuando Shirley larga una elegía sobre la soledad, porque siente que es considerado un blanco por los negros y un negro más para los blancos. Su decisión de andar de gira por territorio tan racista es todo un desafío: quiere que los blancos lo aplaudan y sueña con poder reencontrarse con su raza y con sus enemigos.

Sin ahondar en ningún aspecto, con una realización llena de subrayados, esta road movie de hechura antigua y moraleja desgastada, gustó a un Hollywood que no está para desafiar nada sino para agachar la cabeza y pagar viejas deudas. Todo está tratado con mucha amabilidad. Nada fuera del lugar. Hasta el racismo. Los actores no fallan, aunque no le exigen mucho. A “Green Book” le falta imaginación pero le sobra buenas intenciones. Algo es algo.