Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Basada parcialmente en una historia real, una de las favoritas a tener una buena performance en los próximos Premios Oscar no es más que el retorno de algo así como Conduciendo a Miss Daisy pero al revés. Un tipo de películas que requiere para existir de las buenas, sino potentes, actuaciones de sus protagonistas, en este caso Viggo Mortensen como el italo americano que queda desocupado y comienza a trabajar como chofer de un sofisticado y exitoso músico negro, interpretado por el oscarizable Mahershala Ali (Luz de luna).

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Corre el año 1962, en pleno segregacionismo, cuando la figura de John F. Kennedy se levanta como una esperanza para calmar los duros enfrentamientos raciales, sobre todo en el sur del país, hacia donde se dirige el trío de Don Chaley a tocar en ricos y elegantes lugares de blancos. Kentucky, Alabama, Misisisipi, Louisiana, estados en los que los negros trabajan todavía en los campos de algodón, no pueden entrar a las tiendas de los blancos, ni usar los mismos baños. Mucho menos albergarse en los hoteles. Por eso la existencia de unas guías llamadas Green Books, (Green por su autor) mejor dicho El Libro de Green para el automovilista negro en el que figuran a modo guía turística lugares donde los negros pueden parar legalmente y sin tener problemas: bares, restaurantes, hostales.

En ese sentido, la película de Peter Farrelly, un director de larga trayectoria de comedias livianas (Loco por Mary, Tonto y Retonto, Irene, yo y mi otro yo) logra un tono didáctico nada desdeñable, en virtud de esa férrea voluntad de Chaley de trabajar dignamente en el lugar donde prima el racismo bajo todas sus formas. Hay una anécdota por allí de la paliza que recibió Nat King Cole unos años antes.

Como toda película que no intenta reflexionar más allá de lo que muestra, Green Book funciona por contrastes: el que se plantea entre la educación, la cultura y la caballerosidad de Chaley y los modos cuasi salvajes de Tony Lip, el universo fastuoso e hipócrita de los aristócratas sureños blancos y la lucha de adaptación personal de ese músico que toca jazz para ser aceptado; el contraste entre la música clásica y la música popular (también hay que decirlo), tal vez la escena más interesante es la del bar de negros en el que toca una pieza de Chopin para luego rápidamente volver al jazz improvisado. Interesante el nivel de diferencias geográficas, las peligrosas ciudades sureñas se diferencian de Nueva York, ciudad cosmopolita y segura para los negros.

Green book resulta, en fin, una pieza hollywoodense bien aceitada en la que la conciencia social solo tiene que ver con el trato personal, esa anagnorisis algo tramposa en la que los blancos, aunque sean inmigrantes italianos, “aceptan” a los negros en su mesa de Navidad, porque después de todo, y si aprenden la lección, son buena gente.