Glee 3D

Crítica de Mario Zabala - Clarín

Con la magia intacta

La película registra los conciertos de los protagonistas de la serie.

Justo cuando al musical estaban al borde del KO, apareció allá, por el 2009, en la cadena Fox una serie llamada Glee . Creada por Ryan Murphy, Glee devino en menos de lo que los jovencitos del club de canto de la secundaria McKinley protagonistas pueden hacer covers (que van, a lo Shuffle de iPod desde la A de Abba a la Z de, obvio, Jay-Z) un fenómeno mundial. Y un “fenómeno” talle XL que abarca desde participaciones de Britney Spears a fotografías subidas de tono de Terry Richardson, desde el confesado fanatismo de Madonna a la más mínima micropartícula de merchandising posible.

Glee vino, escuchó (sobre todo pop y musicales), realizó una versión ultraestilizada de su playlist y, finalmente, conquistó.

Glee 3D es quizá la prueba más violenta de esa gleezación del planeta. No es una ficción, siquiera un documental de la ebullición Glee , sino simplemente el registro de dos días del Glee Live! In Concert Tour. De hecho, el nombre original es más que sincero: Glee: The 3D Concert , es decir, ninguna otra cosa que la filmación en 3D del show que recrea en vivo momentos de la serie. (Alerta, fanáticos: la archienemiga Sue y el profe Mr. Schue no aparecen, sí está Gwyneth Paltrow recreando su participación). Lo poco que se muestra del detrás de escena en el filme de Kevin Tancharoen es a los “favoritos” (la Rachel de Lea Michele, la Brittany de Heather Morris y el devenido ícono gay Kurt de Chris Cofler) jugando a ser sus personajes catódicos incluso en los camerinos.

La otra veta “no show” es quizá la más polémica y en ella se narran, de forma torpe y que termina involuntariamente ridiculizándolos, instantes claves en la vida de fanáticos de Glee que poseen ciertas dificultades. Pero esa línea del documental permite la aparición de un niño prodigio, un milagrito que imita de espaldas y tal cual un número de la serie.

Es más, ese pequeño muestra aquello que los actores van a trasladar a la pantallota a pesar de la torpeza del director para capturar su potencia: acá hay real talento, capaz de generar momentos tamaño cine desde la interpretación tan sentida como mercachifle de una lista de temazos (Aretha Franklin, Kate Perry, Britney, Beatles y así, hasta que dejen de mover la patita). Podría considerarse al filme como un producto “para fanáticos” pero hay instantes, como el momento Don’t Rain on my Parade , que demuestran que la magia de Glee está intacta y que vale la pena, para cualquiera, perderse en un poco de glamour y de canciones más grandes que la vida.