Gilda

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El impecable trabajo de Natalia Oreiro disimula el manierismo, los trazos gruesos y la mirada a veces estereotipada de un film que, pese a todo, logra su cometido: revivir con buenas armas la vida de Gilda, una maestra jardinera que un día decide dejar los nenes para enseñar en la bailanta y que al final, tras su trágica y temprana muerte, se convertirá en ídola y santa. La película tiene un arranque que pone a prueba a la documentalista Lorena Muñoz: el cajón de Gilda y tras los vidrios del auto fúnebre, llantos y lluvias se superponen para darnos cuenta de una veneración que empezaba a consolidarse después de ese doloroso final. No hay golpes bajos, aunque sí simplificaciones y condescendencia. Los malos momentos que debió enfrentar Gilda (sus desacuerdos con la madre, la muerte del padre, su separación conyugal, sus dudas) aparecen muy dulcificado (jamás un beso apasionado ni una escena íntima con su nueva pareja) como para no empañar el tributo. La idea del libro es transformarla en una heroína que debe lidiar con los prejuicios de madre y esposo, que se abre camino sin pactar con nadie, que desafió con su silueta de maestra los códigos de las bailanteras, que peleó contra la magia de los productores y que se ganó el corazón de la gente con su modo, sus canciones y su entrega.

Buen retrato, que esquiva los supuestos poderes curadores de Gilda, que no explota el accidente ni el costado lacrimógeno de su biografía y que tiene una Natalia Oreiro que en escena luce linda y plena.