Gauguin: viaje a Tahiti

Crítica de John Lake - Negro&White

Los antecedentes del director no despertaban grandes expectativas. Su anterior realización Voyage, Voyage (2012), una road movie que transcurría en la Argentina, presentaba falencias en cuanto a lógica y credibilidad. Su pasado por Bellas Artes parece haber influido en Deluc ya que su retrato del pintor simbolista, si bien no es una obra memorable, es coherente e ilustra de forma adecuada el primer viaje de Gauguin a la Polinesia.

La cámara se posa en Vincent Cassel (con el paso del tiempo se parece más a Boy Olmi) de manera casi permanente. Un rostro afligido de un hombre perseverante que no se detiene ante las adversidades económicas y físicas. En búsqueda de inspiración abandona París, una ciudad que no comprende su arte, deja atrás a su mujer con sus cinco hijos y a sus amigos que no lo acompañan en una aventura incierta.

En la exploración de lo primitivo parece apoderarse de Tahiti, como bien señala la preposición del título original: Gauguin – Vovage de Tahiti, a través de sus telas que reflejan los personajes autóctonos con mujeres de pechos descubiertos, junto a un estallido de colores como consecuencia de una naturaleza exuberante que se abre a cada paso de su recorrido por las islas. Su influencia en los vanguardistas se aprecia sutilmente, a través de la máscara africana (clara alusión a Les demoiselles d’Avignon de Picasso), que lleva una mujer semidesnuda en el desfile en un bar parisino en el que despiden al artista.

Su incursión en el ultramar francés se constituye en un viaje de sufrimiento, penurias y miserias, que, en un momento dado, lo llevan a dejar su arte para trabajar como estibador para poder alimentarse. En aquel lugar, conoce a una adolescente llamada Tehura (musa inspiradora que aparece en la mayoría de sus obras), con la que convivirá durante todo ese período.

El vínculo con un médico que lo aconseja y lo protege, sumado a una infidelidad de la joven con un dependiente del pintor que en realidad nunca ocurrió, son subtramas complementarias como respiro ante el foco principal de atención del director: la libertad del entorno que permite al creador pintar, dibujar y tallar maderas con todas sus ansias. Una película de contrastes entre las estrecheces de París y la amplitud de espacios en el Pacífico Sur, entre el cuerpo desnudo de sus modelos de tez morena y los largos trajes blancos de los feligreses que asisten a la iglesia.

Gauguin, Viaje a Tahiti es la historia de un rebelde, un postergado, un apasionado por su metier que tendría, como muchos pintores, un reconocimiento tardío.