Fragmentado

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

El psicópata que termina siendo muy light.

En relación con los dislates de La mujer de agua (2006), El último guerrero (2010) y Después de la Tierra (2013), Fragmentado –modesta, calma y de medio tono– representa para M. Night Shyamalan un claro run for cover o busca de refugio. Pero conviene no olvidar que antes de ésta hubo una notable comedia negra de (mucho) terror, la injustamente inadvertida Los huéspedes (2015), sin ninguna duda una de las mejores películas del realizador de origen indio. Fragmentado es una película sumamente económica, que da a pensar que a Shyamalan le escatimaron el presupuesto. La acción, mayormente hablada, se desarrolla casi enteramente en dos interiores: el bunker del psicopático protagonista y el consultorio de su terapeuta, interpretada por Betty Buckley, la recordada profesora de educación física de Carrie. Como en las recientes No respires y la recién estrenada Intrusos, un sótano, que alberga a tres chicas secuestradas, vuelve a ser el sitio por excelencia de lo siniestro.

Lo de “fragmentado” (Split, en el original) es en referencia a la enfermedad que padece el protagonista, que hasta hace unos años se conocía como “personalidad múltiple” o “dividida” y actualmente se denomina “trastorno de identidad disociativo”. Dejando de lado la más conocida disociación entre dos identidades, en cine la variante múltiple la padecieron, entre otros, Sally Field en sus comienzos (Sybil, 1976), John Lithgow (Demente, de Brian de Palma, 1992) y Michael Keaton (Mis otros yo, 1996). Con veintitrés personalidades contra las dieciséis de Sally Field, el escocés James McAvoy lleva hasta el momento la delantera como Máximo Divisor Múltiple. Inevitablemente oscura al transcurrir en espacios cerrados y sin salida al exterior, Fragmentado respira un aire incómodo. Pero ni viciado ni malsano: el psicópata (y/o esquizofrénico) de McAvoy no es suficientemente perverso, ni despierta la suficiente piedad.

Una historia de secuestro tiene que jugar necesariamente alrededor de la tortura, psíquica o física, real o potencial. Y aquí nada. Ni siquiera un poco de motivación, en verdad, porque, ¿por qué secuestran Hedwig y sus veintidós compañeros a las tres chicas? No parece haber razón. En el último tercio de película se anuncia la inminente llegada de la personalidad número 24, la temible La Bestia, pero cuando llega tampoco pasa mucho, confirmando al protagonista como primer psycho-light de la pantalla. El secuestrador libra dos duelos con sendas mujeres. Uno es con una de sus prisioneras, Casey (Anya Taylor-Joy), quien tal vez por haber vivido de pequeña una historia sumamente tortuosa, ya en el primer plano de la película se presenta con mirada alerta. El otro es con su terapeuta, con quien lo une una sugestiva equiparación: ella también, como Dennis le hace notar, vive encerrada y sola, y “su familia son sus pacientes”, como ella misma reconoce. Interesante simetría entre “el bien” y “el mal”, que lamentablemente no se desarrolla mucho más allá. En la última escena hay una cita a El protegido, que divertirá a quienes hayan visto esa película.