Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Seis realizadores rosarinos filmaron historias originales del popular autor en una irregular propuesta concebida a diez años de la desaparición del creador de Inodoro Pereyra y Boogie, el aceitoso.

El 19 de julio se cumplieron 10 años de la muerte del escritor y dibujante rosarino Roberto Fontanarrosa y pocos días después se estrena este film-homenaje que ofrece cinco historias con actores y otros tres cortos animados de Pablo Rodríguez Jáuregui que están ubicados al comienzo, en el medio y al final.

Las casi dos horas de relatos inspirados en creaciones originales de El Negro dejan un sabor agridulce, contradictorio. Es que a las inevitables irregularidades de este tipo de propuestas episódicas se les suman ciertas tendencias al costumbrismo ramplón y una mirada machista (cuando no directamente conservadora) heredada en muchos casos del propio autor que no le hacen demasiado favor al resultado final.

Eso no quiere decir que Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo carezca por completo de valores y hallazgos. Lo mejor -pese a lo artesanal y casi minimalista de su animación- son las Semblanzas deportivas dedicadas a las desventuras del desdichado goleador de River Juan Carlos Fumetti, al rudo zaguero de Chacarita Virginio Rosa Camargo y al obeso arquero de Vélez El Chancho Volador. El fútbol siempre ha sido uno de los temas favoritos del autor y aquí Rodríguez Jáuregui logra replicar el humor absurdo de las historias de estos entrañables antihéroes.

En el terreno de la ficción con actores lo más destacado es el corto No sé si he sido claro, de Juan Pablo Buscarini (que se ríe de los prejuicios, leyendas urbanas y lugares comunes masculinos ligados al tamaño del pene con un “duelo” entre un gordito y un enano en el marco de un club de barrio), mientras que los más flojos son Sueño de barrio, de Néstor Zapata (la reconstrucción de un caso “policial” en una comisaría con un sobreactuado elenco encabezado por Pablo Granados, Chiqui Abecasis y Raúl Calandra); y la algo torpe propuesta de Elige tu propia aventura, de Hugo Grosso, sobre las fantasías eróticas -y los dilemas- de un hombre gris (Luis Machín) en un bar en plena madrugada.

En cambio, son bastante logrados los resultados de Vidas privadas, único acercamiento puro al drama a cargo de Gustavo Postiglione con personajes (Julieta Cardinali y Gastón Pauls) que pendulan entre dos dimensiones como el realismo puro y el artificio de la representación teatral; y El asombrado, de Héctor Molina, con un simpático duelo actoral entre Darío Grandinetti y Claudio Rissi en medio de una historia con ciertos elementos fantásticos (un hombre cuyo cuerpo no tiene sombra) y la telebasura de fondo.

Más allá de los apuntados desniveles, ninguno de los relatos da vergüenza ajena y todos tienen un nivel formal de digno para arriba. Se trata, en definitiva, de un merecido y loable homenaje a Fontanarrosa concebido por artistas de la propia ciudad que lo cobijó, tanto en la cancha de Rosario Central como en las mesas del bar El Cairo. Como debía ser.