Flora no es un canto a la vida

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Además de guionista y director de Flora no es un canto a la vida, Iair Said es actor. El dato relativiza la definición de Documental acordada al largometraje que circuló por el BAFICI de 2018 entre otros festivales de cine, y que el viernes pasado desembarcó en el Malba. También resulta poco ortodoxa la decisión autoral de intervenir como figura ¿secundaria? en esta semblanza de una tía abuela soltera que, a juzgar por el título y el afiche del film, podría haber protagonizado alguna historieta del estadounidense Harvey Pekar.

Existe otro personaje –atípico, por cierto– en esta aproximación a un pariente lejano en más de un sentido. Se trata del departamento de la tía, una suerte de tercero en discordia que progresivamente condiciona el vínculo entre retratada y retratista.

“Este documental fue realizado sin el consentimiento de su protagonista”, aclara una placa al principio del film, y es cierto: Flora protesta en reiteradas ocasiones ante la cámara encendida. Sin embargo, Said se las ingenia para convertir esa queja en letanía narrativa de un ensayo (re)creativo que, en honor a la verdad, dista de atentar contra la vida privada de la nonagenaria.

Ante todo, el presente de Flora constituye un espejo donde el sobrino se mira y enfrenta sus propios temores a la soledad, a la vejez, a la muerte. Este actor y realizador es menos ácido que Pekar, pues conjuga su predilección por la caricatura con algunas expresiones de ternura.

En los últimos años ha aumentado la cantidad de realizadores más o menos nóveles que encuentran en el seno de sus propias familias historias o parientes dignos de inmortalizar en una película. Said se sube a esta ola con una tía abuela más preparada para lidiar con la Parca que con la vida. Acaso porque implica una decisión osada, la experiencia vale la pena.