Feliz día de tu muerte 2

Crítica de Joaquín Chazarreta - A Sala Llena

En una época signada, entre otras cosas, por la llegada de innumerables secuelas construidas a partir de la mera repetición de fórmulas y con fines puramente comerciales, toparse con una película ambiciosa, decidida a romper con ese automatismo y que hasta se anima a variar de género es un suceso extraordinario y, por tanto, digno de ser celebrado.

La película en cuestión es Feliz día de tu muerte 2. Su antecesora, estrenada en 2017, abrazaba la premisa de Hechizo del tiempo –revistiéndola con elementos del slasher y una divertida investigación detectivesca–, y explicitaba tal operación no sólo en su campaña de lanzamiento sino también hacia el final de su relato, cuando uno de los personajes notaba la extraña similitud entre todo lo ocurrido y la trama del clásico protagonizado por Bill Murray. En sintonía con aquel espíritu autoconsciente, su secuela –dirigida nuevamente por Christopher Landon– también reconoce abiertamente a su principal influencia, aunque ésta ya no sea Hechizo del tiempo.

A la manera de Volver al futuro II, Feliz día de tu muerte 2 es cercana a la película original, pero mantiene cierta distancia: observa (y repite) muchos de sus eventos, pero desde una perspectiva alejada; paralela, para ser más precisos. Esto le permite evitar que aquellos eventos –así como también el arco dramático de los personajes– se vean vaciados de su sentido, desprovistos de la relevancia que adquirieron en el primer film. De hecho, al verse nuevamente atrapada en el día de su cumpleaños, durante una de las escenas iniciales la propia Tree (Jessica Rothe) se pregunta si sus esfuerzos en la película anterior fueron en vano. Inmediatamente, Carter (Israel Broussard) le asegura que no tiene nada de qué preocuparse. A través suyo, la película también nos lo dice a nosotros.

En efecto, el loop temporal reaparece, pero la lógica que lo engloba ya no es la misma. Tampoco lo es el género en el que se inscribe el relato: ya no nos encontramos ante una comedia de terror, sino frente a un híbrido que apela al terror (aunque en una dosis mucho menor), a la aventura (en una mucho mayor) y, sobre todo, a la comedia. Similarmente, el tema central del relato también varía: en ambas entregas Tree debe lidiar con la muerte de su madre, pero mientras que en la primera debía hacerlo para volverse una mejor persona, en la segunda debe “soltar” dicho trauma, dejar de aferrarse a ese pasado trágico (devenido presente alternativo e imposible) para poder abrazar su futuro, tan lleno de incertidumbres como de posibilidades.

De cierto modo, en esa decisión reside el modus operandi de Feliz día de tu muerte 2, secuela que opta por dejar atrás las limitaciones que suelen desprenderse del deseo de continuar un relato ya clausurado –y que suelen nublar la visión de las segundas partes en general– para explorar, en cambio, otras realidades posibles. Entonces, mediante su “repetición distanciada”, la película crea una serie de universos paralelos (el jocoso tratamiento del logo de Universal lo anticipa desde el comienzo), en los que se permite a sí misma experimentar con otros protagonistas, jugar con nuevas dinámicas entre los personajes y, especialmente, apostarlo todo por el humor que emerge de los más irrisorios desfases, réplicas y variaciones respecto de su antecesora. Por otro lado, siendo la repetición una herramienta paródica, Landon apela a ella para darle forma a un relato autoconsciente, que prescinde de ataduras formales, que constantemente desafía las expectativas y en el que Jessica Rothe puede explotar al máximo su talento nato para la comedia.

Sin embargo, al acercarse el final, el director parece abusar un poco de estas libertades y toma una serie de decisiones un tanto cuestionables: retoma líneas narrativas ya olvidadas hasta por los propios personajes (la de los asesinos, por ejemplo) y da lugar a otras nuevas (de un momento a otro, la película se transforma en un caper juvenil) que alteran en gran medida la fluidez exhibida hasta ese momento. Asimismo, todo esto ocurre luego del momento de mayor carga emocional del film (la “despedida” brillantemente ejecutada), por lo que es difícil no percibir tales giros argumentales como un tanto forzados o fuera de lugar. Aun así, ninguno de estos descuidos narrativos es capaz de opacar alguno de los tantos méritos previamente citados. Es más, al salir de la sala lo último que se hace es pensar en ellos. Por el contrario, uno sale genuinamente sorprendido por la atípica secuela que acaba de ver; una que, a la distancia, se parece a su antecesora, pero que, en el fondo, no podría ser más diferente. Una película que, tal como su protagonista, revive su pasado lo justo y necesario como para pararse firme en su presente. Ahora, aguardemos expectantes por el futuro.