Familia sumergida

Crítica de Sergio Del Zotto - Visión del cine

María Alché, actriz y realizadora, entrega en su ópera prima Familia sumergida, presentada en el Festival de Locarno y ganadora de la competencia Horizontes Latinos en el reciente Festival de San Sebastián, un trabajo que se mueve entre la fascinación y lo inquietante: el momento en el que una mujer, sobre la que pivotea una familia, debe hacer frente a la muerte de un ser querido.
Un recorte de varias vidas a partir del momento en que muere Rina, hermana de Marcela (Mercedes Morán) y la dinámica de desarmar una casa y lidiar con hijos, marido y medio hermano. El trauma de vaciar una casa y acusar recibo del impacto de remover el pasado y revisar el presente.

La propuesta de Alché puede resistirse a quienes no logren entrar en el clima enrarecido del relato, en parte por la conjunción de elementos realistas con otros oníricos y algunos absurdos y graciosos a su pesar. Una sumatoria de derivaciones insospechadas que nunca terminan de resolverse del todo. Porque la intención no es juzgar.

Es que en la vida de Marcela aparecen fantasmas: esas mujeres sentadas en su living que relatan hechos familiares del pasado, con otras apariciones “reales”, como Nacho, el amigo de sus hijas, al que le han cancelado un viaje por el que se iba a vivir a otro país, motivo por el cual se ha desprendido de todos sus bienes y hasta le hicieron una despedida. Ahora él deambula por hoteles, para evitar la vergüenza de ese fracaso. Marcela tiene erráticos encuentros con él, visitando parientes, viviendo situaciones algo insólitas y ambiguas. Alché mira la realidad con lentes deformantes, por momentos con lupa, otras con microscopio y otras con prismas que distorsionan.

Es ese momento de quiebre en el que la muerte de alguien cercano hace tomar conciencia de la propia finitud. Y Marcela, en medio de esa selva en que se ha convertido su living, por sumar a su casa las plantas de su hermana fallecida, se permite vivir nuevas experiencias, algunas reales, otras en su cabeza. En ese desarmar la casa de alguien que ha muerto tiene igual peso el conservar una fuente a toda costa, que el revisar fotografías y remover el pasado en imágenes. Todo en una dinámica de familia de clase media, con tres hijos, que viven en un departamento que quizás les quede chico, en donde se rompe el lavarropas, el hijo pide que le planchen una camisa, las hermanas se pelean por una prenda o reclaman un cuarto propio, el marido se va de viaje por trabajo y todos parecen estar en la suya en el periodo en que Marcela necesita contención.

Mercedes Morán, de gran presencia este año en el cine argentino, entrega quizás su mejor trabajo, más introspectivo que en otras ocasiones.