Extramuros

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Reescribir la propia historia

Para cerrar un nefasto capítulo de su historia de militancia, tortura y cárcel, el escritor chaqueño Miguel Ángel Molfino reescribe un nuevo capítulo y experimenta una nueva emoción que tiene como punto de partida y llegada la historia de recuperación de su sobrino, hijo de desaparecidos.

Como tantas otras historias de la época de la dictadura genocida, la de Miguel Ángel también enrola una lista de muertes como la de su madre, secuestrada en el exilio de Perú para terminar asesinada en España, y de allí la supervivencia a la tortura psicológica y a exorcizar todo tipo de herida abierta desde la escritura como refugio para escapar del encierro.

Para describir el momento de reencuentro con ese sobrino, el escritor militante recurre a la imagen de la manada extraviada, que nunca perdió el olor, tal vez el aroma a libertad que en cierta manera guió al sobrino para volver al origen. Sin embargo, el encierro no tiene olor, quizás la imagen oscura de la oscuridad, y siempre a tientas en un espacio sin tiempo.

Buscarle palabras al dolor, una vez traspasado ese trance de la parálisis del bloqueo mental, es uno de los alimentos que Miguel Ángel encontró al recuperar su libertad. El otro puntal desde su recuerdo de infancia y el desdibujado de sus historias de ficción lo trasladaron a Barranqueras, Chaco para encontrar un eslabón perdido pero absolutamente distinto al que había dejado antes de perder su libertad y más aún al imaginado en un puñado de textos que no lograron sobrevivir a las requisas carcelarias.

Entonces, el sentido de Extramuros más allá de su valor testimonial como otro documental que suma un nuevo episodio a las historias de militancia política de los 70, focalizadas en las provincias y no en el centralismo urbano dominante, se concentra en el valor de la reescritura como un mecanismo de la memoria un tanto singular y complejo que no se anquilosa en el pasado pero que tampoco lo niega como mecanismo de defensa.

Para ello la directora Liv Zaretzky desdobla el relato con el presente de Miguel Ángel y su testimonio de aquellos tiempos, al que se incorporan los de sus hermanos y compañeros de celda como el periodista Eduardo Anguita, para dejar plasmado el contexto histórico, junto a fragmentos literarios que completan el marco del relato y le dan una preponderancia a la palabra que en cierta forma trasciende a la historia y sus personajes.