Éxodo: Dioses y Reyes

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

El maestro Ridley Scott (sí, le perdonamos “Prometeo”) ya demostró que es capaz de contar una buena historia sin importar su género. La verdad es que ya se paseó por (casi) todos y suele salir bien parado al momento de su ejecución.
En el nuevo milenio le agarró el gustito a la épica a gran escala, primero con la oscarizada “Gladiador” (Gladiator, 2000) y más tarde con “Cruzada” (Kingdom of Heaven, 2005) que lo acerca un poco más al tópico religioso. Ahora, toma la posta de directores clásicos como Cecil B. DeMille y William Wyler, y se mete de lleno con el cine bíblico y las historias del Antiguo Testamento.
“Éxodo: Dioses y Reyes” (Exodus: Gods and Kings, 2014) rescata ese espectáculo que, a todo color, supo convertir a Charlton Heston en estrella y héroe histórico indiscutido de la gran pantalla. Con toda la parafernalia, escenarios, puesta en escena y efectos (tanto físicos como en CGI) que un film de esta magnitud se merece (y necesita), el drama protagonizado por Christian Bale y Joel Edgerton, también entra en esta nueva ola que iniciara Darren Aronofsky con “Noé” (Noah, 2014) y su versión del diluvio universal, donde lo histórico casi roza lo fantástico.
Pero como buen ateo que es, Scott no se pone místico, sino todo lo contrario y trata de darle al relato de Moisés y la liberación del pueblo judío un contexto racional, casi científico si se quiere, para explicar los sucesos que acompañaron la expulsión de los esclavos de Egipto.
La historia es bien conocida y Ridley no se aparta de ella en ningún momento, sólo la expande mostrando a un adulto Moisés (Bale) comandando los ejércitos del faraón Seti (John Turturro) mano a mano con su primo Ramsés (Edgerton). Existe una relación paternal mucho más fuerte con este “hijo adoptivo” que con el de carne y hueso, lo que va provocando cierto resentimiento en el joven heredero que prefiere la frivolidad y los lujos antes de preocuparse por su futuro como gobernante de la próspera nación.
Los paralelismos con “Gladiador” y el triángulo Maximus - Marcus Aurelius – Commodus son inevitables, así como los que se puedan establecer entre Ramsés y cualquier dictador moderno, digamos un Adolf Hitler. La megalomanía de este muchacho se intensifica cuando Seti muere y debe asumir el mando. Es ahí cuando empiezan a surgir los verdaderos quilombos familiares.
A Moisés lo mandan a inspeccionar la zona de canteras donde viven los esclavos hebreos y donde, “accidentalmente”, descubre su verdadero origen. El guerrero aclamado por los egipcios, criado en palacios faraónicos es, en realidad un judío más que, de bebé, fue rescatado de las aguas del Nilo por la hermana del Faraón y criado como propio.
Esto no le mueve un pelo al futuro liberador, pero crea una gran conmoción en el palacio que obliga a Ramsés a exiliarlo lo más lejos posible. Así empieza la odisea de Moisés (o mejor dicho Moshe, su verdadero nombre) que, no sólo deberá reconciliarse con su pasado, sino con su nueva fe. Aquel hombre que no creía en designios y en los dioses ahora empezará una nueva conexión religiosa que no logra entender del todo y que debe aceptar para poder cumplir con su verdadero propósito en este mundo.
A diferencia de la versión de Heston, el Moshe de Bale es todo un guerrero con la violencia y la racionalidad a flor de piel y alguna que otra actitud que roza la locura. Sus actos son guiados por Dios, pero a los ojos de muchos, podrían tener una explicación mucho más secular.
Esto mismo es lo que convierte a este film en algo tan particular. Ahí están las espectaculares batallas entre ejércitos multitudinarios, el lujo de los palacios, el poderío de una escuadra de cuadrigas, las diez plagas, el éxodo a través del desierto y el infaltable cruce del Mar Rojo. Ahí están todos los elementos de la épica bíblica y sus personajes, pero lo religioso se diluye en un océano de explicaciones mucho más interesantes que intentan darle sentido a más de cinco mil años de tradición, sin ser ofensivo en lo absoluto y sin caer en divagues místicas.
La película funciona desde lo histórico, desde la rivalidad de estos dos “hermanos”, desde la espectacularidad de las imágenes y desde un ángulo más “educacional” para aquellos no iniciados.
Una puesta en escena monumental, unos lindos efectos que, desde el vamos, justifican la entrada de cine (aunque el 3D no aporte mucho que digamos), la música de Alberto Iglesias y unas actuaciones correctísimas como se suele esperar de Bale (intenso y melancólico, como siempre), Edgerton (con su Ramsés súper inseguro y fascista) –son ellos dos los que llevan adelante la historia-, Ben Kingsley, María Valverde y Ben Mendelsohn entre tantos otros. Podríamos reprocharle que esté tan desaprovechada la figura de Sigourney Weaver como Tuya (madre de Ramsés), que apenas aparece unos minutos en pantalla.
“Éxodo: Dioses y Reyes” rescata ese clasicismo de la épica y le da una vuelta de tuerca. No rompe grandes esquemas y no pasará a la posteridad como lo mejor de Ridley Scott, pero es sumamente disfrutable para el practicante de cualquier credo y, sobre todo, amante del cine como entretenimiento y espectáculo.
PUNTAJE: 8