Evaristo

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Jugando al poli-ladron en los años ’50.

La investigación de Petrecca revisa todas las historias relacionadas con su personaje: la del cana mítico, la del comic mítico sobre el cana y la de la construcción del mito Evaristo.

Nacido en 1907 y fallecido en 1992, el comisario Evaristo Meneses fue lo más parecido a una figura mítica que haya dado la historia policial argentina, del lado de la policía (como sucede en el “poli-ladron”, donde siempre hay más candidatos a “ladron” que a “polis”, son muchos más los mitos del otro lado). La historieta Evaristo, escrita por Carlos Sampayo y dibujada por Francisco Solano López, publicada en la revista Fierro y editada años más tarde en forma de libro, relanzó su fama. Incluso para quienes jamás habían oído hablar de él. Dirigido por Mariano Petrecca, Evaristo –el documental– revisa todas esas historias: la de Evaristo, el cana mítico, la de Evaristo, el comic mítico sobre el cana, y la de la construcción del mito Evaristo.

“No se parece a mí”, les avisa un Meneses largamente septuagenario a Sampayo y Juan Sasturain, director de Fierro, cuando van a visitarlo, con la intención de que de algún modo bendiga la historieta. Se refiere al dibujo de Solano López y se queja de que el Evaristo dibujado es más alto y más gordo que él. Sin saberlo, “el Pardo” Meneses alude con ello a un tema central que el documental de Petrecca trabaja: el juego de reflejos y refracciones que se da entre los hechos y su representación a través de los medios. Desde el posperonismo de mediados de los años 50 hasta el precamporismo de los primeros 70 habría tenido lugar una Edad de Oro de la delincuencia argentina, representada, según el especialista Ricardo Ragendorfer, por grandes bandas de golpes muy audaces. Frente a ellas se yergue la figura de Meneses, jefe de la División Robos y Hurtos de la Federal desde comienzos del 57 hasta el 61. Tiempos del hiperrepresivo plan Conintes de Frondizi, como el propio Ragendorfer se ocupa de recordar.

Dueño de un gran olfato según algunos de sus ex ayudantes (uno de ellos, más tarde militante del Modin de Aldo Rico, atención), temido por los chorros, con fama de incorruptible, apodado por algunos “el Eliot Ness argentino”, Meneses habría tenido una alta eficacia en la detección y detención de los malandras. Las revistas Así, Casos y sucedáneas, que a la luz de esa Edad de Oro también vivieron la suya, tuvieron en este duro criollazo su propio héroe, de cuyo aura también el público se habría apropiado. Pero donde empieza el mito terminan los hechos. “Atrapó a 1100 delincuentes”, dice un periodista de la época. “Capturó a 1500 bandas”, asegura otro. En la historieta de Fierro, el comisario caga a trompadas a unos subordinados porque los encuentra aplicando la picana a un detenido. En la realidad, en 1959 Meneses y el subjefe de la división estuvieron presos 42 días, denunciados por recurrir al invento del inefable Polo Lugones. Fueron sobreseídos. Pero ¿dónde se vio una autoridad policial condenada en Argentina? Según algunos testigos que prestan testimonio en el documental, el instrumento del que echaba mano Meneses en sus interrogatorios era… un lapicito.

Tras consumar su más famoso operativo, la resolución de un robo internacional de lingotes de oro gracias a una azafata que habría hablado (“la clave para resolver los casos eran siempre los buchones”, precisa Ragendorfer), Meneses dejó de prestar servicio de modo misterioso, cuando se hallaba en plena gloria. Según dicen, tenía tantos enemigos dentro de la policía como afuera. De allí en más se puso como investigador privado. Dejó un libro llamado Meneses contra el hampa, que le valió el reconocimiento de J. Edgar Hoover. Habría que ver si eso es un mérito o una condena. Cuando salía a recorrer boliches nocturnos, en busca de información, se acodaba en la barra y pedía… ¡un vaso de leche! Lo mismo hacía James Garner en Víctor Victoria cuando quería agarrarse a trompadas, ya que el resto de los parroquianos lo tomaba como una provocación. ¿Por qué lo haría Meneses?