Escape Room: sin salida

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

UN JUEGO DEMASIADO SIMPLE

Si la premisa de Escape room: sin salida es bastante atractiva, lo cierto es que requiere una cierta sofisticación en su ejecución. No basta con simplemente decir “bueno, hay seis extraños que por razones desconocidas son convocados a un juego en el que deben escapar de cuartos con trampas letales si quieren sobrevivir”. No, hay que saber otorgarle entidad a los conflictos y al camino de los personajes, además de dosificar apropiadamente la información, para de esta manera sostener el suspenso y hasta coquetear con el terror.

Sin embargo, Escape room nunca logra cumplir con los objetivos mencionados previamente, y eso puede intuirse desde la primera escena, que es un arranque en mitad de la acción, con uno de los personajes tratando de escapar de uno de los cuartos-trampas, explicando todo lo que hace y lo que le pasa en voz alta, por más que está solo, como para que el espectador no se pierda de nada. Ahí está una de las claves para explicar lo fallido de todo el asunto: la sobre-explicación y la redundancia son constantes en el relato, con lo que el desconcierto de los protagonistas frente a las situaciones que van atravesando no se contagia al espectador. De ahí que no solo no haya empatía con los eventos que se van acumulando, los dilemas internos de los personajes –todos seres conflictuados y con pasados oscuros- y los choques entre ellos, sino que encima los enigmas encimas que flotan en el argumento –por qué fueron elegidos, quiénes armaron todas esas retorcidas trampas y con qué fin- empiezan a importar cada vez menos.

De hecho, lo enigmático también es bastante flojo en Escape room y las vueltas de tuerca que empiezan a surgir en la última media hora –revelaciones sobre hechos pasados, giros que rompen con reglas o las motivaciones del juego- se ven venir a la distancia, sea porque carecen de originalidad o porque se brindan demasiadas pistas previas. Debe reconocerse que hay un trabajo definitivamente interesante desde la dirección de arte –particularmente en una secuencia que transcurre en una representación de un bar al revés- que contribuye al desarrollo de la trama. Pero eso no deja de ser un aspecto meramente técnico dentro de un conjunto tan prolijo como intrascendente.

Es clara la intención de Escape room de tomar elementos presentes en sagas como Destino final o El juego del miedo, donde se destacan la planificación (con su consiguiente puesta en escena) de las muertes y la presencia de mentes maestras detrás de cada acto, aunque con dosis menos elevadas de gore. De hecho, el cierre deja todo abierto para una secuela con vistas a ir construyendo una nueva franquicia. En un punto, el film ha sido exitoso en su propósito, ya que ha tenido una recepción más que aceptable, lo que abre las puertas para una continuación. Sin embargo, lo que pesa más es la sensación de estar ante un producto decepcionante, que pretender ser complejo en su armado narrativo pero no sabe utilizar las herramientas a su disposición y pierde la oportunidad de explotar a fondo las reglas de un juego sanguinario. En Escape room, tanto lo lúdico como la crueldad (esa que nace del retorcimiento de las expectativas) faltan a la cita.