Escape Room: sin salida

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

¿Te copa la moda de las Escape Room? Esta peli en tono terrorífico te puede sacar las ganas de probar este nuevo entretenimiento.

Adam Robitel tiene algo de experiencia delante y detrás de las cámaras en cuanto al género terrorífico se refiere. Entre sus trabajos se encuentra “La Noche del Demonio: La Última Llave” (Insidious: The Last Key, 2018), lejos de lo peorcito de la franquicia iniciada por James Wan, pero insiste con este thriller de suspenso que intenta tomar lo mejor del terror psicológico de sagas como “El Juego del Miedo” (Saw) o las elaboradísimas (e inverosímiles) muertes de “Destino Final” (Final Destination). “Escape Room: Sin Salida” (Escape Room, 2019) tiene un poco de todo esto, pero carece de una premisa interesante para sostenerse a lo largo de casi dos horas donde seis extraños deben resolver pistas e intentar zafar de una muerte segura.

Logan Miller, Deborah Ann Woll, Taylor Russell, Tyler Labine, Jay Ellis y Nik Dodani son los protagonistas de esta historia. Seis individuos que no se conocen entre sí y que deciden romper la monotonía aceptando una invitación para participar de una de las mejores Escape Room del momento. Este nuevo escenario ofrece una cuantiosa recompensa de diez mil dólares al primero que logre escapar, un gran incentivo para estos participantes que ni saben lo que les espera detrás de esas puertas.

El grupo es ecléctico, obvio, y aunque vienen de estratos socioculturales muy diferentes, todos tienen algo en común: son sobrevivientes de alguna tragedia. Zoey (Russell), estudiante de física; Ben (Miller), repositor de una tienda; Amanda (Woll), veterana de guerra; Mike (Labine), camionero; Jason (Ellis), exitoso inversionista, y Danny (Dodani), un nerd aficionado a estos juegos, van a estar en las mismas circunstancias cuando entren a las instalaciones de Minos, la compañía detrás de la experiencia que va a cambiar sus vidas para siempre… o va a terminarlas.

El reto no se hace esperar y una vez que los seis ingresan en la sala de espera, la habitación se convierte en la primera trampa mortal de la que tienen que escapar. Sí, acá nada es chiste y los peligros son reales. Al principio, creen que Minos está exagerando con la teatralidad y la autenticidad, pero a medida que avanzan, y cambian de escenario, se dan cuenta que los desafíos impuestos son mortales y que el Escape Room está diseñado para que ninguno pueda contarla.

Esta es básicamente la premisa de la película de Robitel, pasearnos de cuarto en cuarto, ver como los participantes afrontan los retos y van muriendo de a uno. De tanto en tanto, conocemos sus historias personales, pero cuando el guión de Bragi F. Schut y Maria Melnik se pone muy reiterativo, deciden escupir toda la información y asesinar la sorpresa. Lo que queda, es descubrir quién y por qué está detrás de esta tortura, una revelación todavía más zonza.

“Escape Room” es una sucesión de escenas de acción y un poquito de suspenso que logra sostenerse, por lo menos, el primer tercio de su historia. Después desbarranca y se agarra demasiado de lugares comunes, desperdiciando el potencial de sus protagonistas. Ninguno de los personajes tiene el atractivo suficiente para captar nuestra atención, y ni hablar de la facilidad con la que aceptan lo que les está pasando.

Robitel le pone mucha atención a los detalles de cada escenario y a las trampas mortales que esconden, logrando que una película de bajísimo presupuesto (apenas unos nueve millones de dólares) parezca más ostentosa ante nuestros ojos; pero se olvida de lo principal: la trama y los protagonistas, una mera excusa para presentarnos una variada colección de acertijos (ni que fueras Edward Nigma) y su resoluciones.

Como espectadores queremos que estos personajes salgan con vida (aunque sabemos que no va a pasar), pero mucho más el por qué fueron seleccionados estos individuos en particular. Ahí es donde está la mayor decepción de todas, y donde la trama no logra sostenerse, incluso ante la promesa de una segunda parte. La relación inversión/recaudación (ya superó los cincuenta millones en los Estados Unidos) es el primer indicio para que “Escape Room” se convierta en una nueva franquicia, elevando la apuesta y, seguramente, el nivel de violencia y complejidad de los retos.

Los realizadores nos quieren hacer creer que detrás de esta aventura pasatista hay una lectura más profunda sobre el instinto de supervivencia y cierto fetiche voyerista. La intención puede haber formado parte de la teoría para Robitel, Schut y Melnik, pero en la práctica los resultados son muy diferentes. “Escape Room” no aburre y mantiene su ritmo a la par de estas “postas” que los protagonistas deben ir sorteando. El problema es que no sabe darle un buen cierre ni justificación a una historia creada a partir de elementos demasiado reconocibles de otras sagas que sí funcionaron.