Entre la razón y la locura

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Mel Gibson tiene tantos enemigos en Los Angeles que surgen a la vista como las palmeras en las avenidas de Hollywood. Son muchos, y con Entre la razón y la locura, que protagoniza, no fue la excepción: se peleó con otra empresa productora, y tal vez el resultado final, lo que vemos en la pantalla, no es entera responsabilidad suya.

El director ganador del Oscar por Corazón valiente interpreta a James Murray, el filólogo e investigador, quien fue editor del Oxford English Dictionary, desde 1879 hasta que murió. William Chester Minor, el rol que compone Sean Penn, quien era loco pero también inteligente, fue un médico del Ejército estadounidense que peleó en la Guerra Civil y que enloqueció de manera progresiva: trabó relación con Murray desde el hospicio en el que quedó internado no sólo por su locura, sino porque la paranoia lo llevó a asesinar a un hombre, creyéndolo otro, ya en Europa.

En Entre la razón y la locura tenemos a los dos protagonistas encerrados: uno, en su trabajo enciclopédico, y el otro, en una prisión para criminales con trastornos mentales, además de su propio mundo.

Uno le enviaba términos para sumar al diccionario, más de diez mil; el otro era un erudito autodidacta -lo que le jugó muy en contra entre los académicos del momento- que intentaba ayudar al estadounidense mientras estuvo en el Hospital Broadmoor.

La película va cambiando de eje a medida que se suceden flashbacks, o por ejemplo la historia romántica que se crea entre Minor y la viuda (con hijos) de su víctima, Eliza Merrett -Natalie Dormer, quien fue Margaery Tyrell en Game of Thrones- no es que aporte demasiado.

Si bien Entre la razón y la locura está basada en personajes y hechos reales, suena a que alguna de las historias o subtramas han sido algo agrandadas o alargadas. O que, en el total del metraje de la película, han tenido una proporción, un porcentaje mayor que el que debiera.

Porque cada espectador podrá elegir -hasta que confluyan, e inclusive también luego- a quien seguir con mayor interés: al estudioso o al asesino arrepentido.

Y no importa a quién escoja o por cuál subtrama opte, ambas tienen a dos intérpretes que cumplen labores mayúsculas.