Entre gatos universalmente pardos

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Para quienes somos doblemente amantes, del cine y de la literatura, indudablemente “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” es uno de esos documentales que nos abre las puertas a un mundo (para muchos) completamente desconocido, basado en la compleja, interesante e inabarcable figura de Salvador Benesdra, autor de “El Traductor”: una obra abrumadora, un proyecto ambicioso de más de 600 páginas que devino en novela de culto después de su prematura muerte.
El documental abre con un interesante collage de opiniones que invita al espectador a ir armando ese rompecabezas que forme la figura de este escritor, periodista, psicólogo y militante que tan perfectamente supo plasmar en su literatura, la mítica de los ’90, una época en donde él mismo concebía al mundo como en pleno derrumbe.
Un personaje tan intenso que sería imposible abordarlo en una sola faceta. Es así como los testimonios se disparan en múltiples direcciones: lo comparan abiertamente nada menos que con la obra de Tolstoi, con Dickens, con Philip Roth e inclusive destacan que sus operaciones literarias complejas lo ubican muy cerca del mejor Arlt, al que tanto Piglia como Laiseca han querido homenajear en su estilo, pero nadie lo ha hecho con el nivel de Benesdra.
“ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” se presenta con un ritmo de novela: el documental se divide en diez capítulos y un epílogo y en cada uno de sus segmentos iremos descubriendo un nuevo y sorprendente punto dentro de este panóptico llamado Benesdra, aún hoy para muchos, una figura absolutamente desconocida.
El interés crece y se multiplica gracias a un elaborado trabajo de guión que suscriben los propios directores, Ariel Borenstein y Damián Finvarb, quienes en sus obras anteriores han asumido siempre ese riesgo característico de abordar temas completamente infrecuentes en el género.
Juntos han dirigido “En obra” –sobre Carlos Fuentealba, el docente asesinado por la policía neuquina- y “Viaje al centro de la producción” –sobre los crecimientos y retrocesos de la industria automotriz y su crisis en 2008-, mientras que Finvarb junto a Patricio Escobar realizó “La crisis causó dos nuevas muertes” –sobre la manipulación de la información en los medios-.
La pericia de los directores es el eje fundamental que permite producir, ordenar y encaminar el torrente de datos, testimonios –desde Silvia Plager, la profesora Nora Avaro, Ernesto Tenenbaum, la periodista Raquel Garzón o Elvio Gandolfo-, filmaciones caseras, cassettes de contestadores automáticos profundamente reveladores y anécdotas variadas de la industria editorial y cinematográfica que rodean a “El Traductor”, esa novela que vio la luz cuando fue publicada por Ediciones de la Flor en 1998, dos años después que a los 43 años, Benesdra tomase la decisión de suicidarse en pleno brote psicótico.
Comienzan a trazarse los paralelos entre la enorme novela –que había llegado a ser finalista del premio Planeta aún cuando posteriormente nadie quería tomar el riesgo de publicarla- y su vida personal en donde “El traductor” del título, Ricardo Zevi, termina por momentos transformándose en un perfecto alter-ego de Salvador Benesdra.
Luchador en las asambleas gremiales, trotskista, trabajador en una editorial conflictiva, con una relación amorosa con Romina, una salteña intelectualmente muy elemental, todos y cada uno de los datos de este rompecabezas que invitan a armar Borenstein y Finvarb, se espejan cada vez más, unos con otros, y dialogan entre ficción y realidad con un entrecruzamiento permanente.
Benesdra –o “el Turco”- era, sin lugar a dudas, una mente brillante: hablaba siete idiomas entre los que podíamos contar el ruso y el japonés, experimentado traductor e intelectual cuestionador, animal político y militante comprometido, que había logrado sobreponerse, a su manera, a una historia de abandono afectivo en su infancia pero que sin embargo no pudo escapar a un destino de internaciones psiquiátricas y problemas aparejados por una enorme depresión y medicación de todo tipo.
Borestein y Finvarb se manejan con la misma precisión tanto cuando se refieren a la historia de esta novela inclasificable, o a la actividad gremial de Benesdra en Página/12 o, inclusive, cuando abordan el capítulo de la adaptación cinematográfica que tuvo “El traductor” de la mano de Oliverio Torre, en un film protagonizado por Alejandro Awada prácticamente desconocido en el mundo cinéfilo que no pudo tener mejor suerte.
Y también –sabiendo tomar distancia como directores y dejando fluir naturalmente a los protagonistas- logran climas absolutamente conmovedores con los testimonios de su íntimo amigo Alejandro Mantero o los de Mirta Fabre, quien lo conoció en plenos años ’70 en la Facultad de Psicología y a quien Benesdra le propuso ser “la primera mujer de mi vida” y con quien emprendió el exilio a Francia en el ’77.
Unas cintas en el mar serán una dulce despedida, una manera de desanclar una historia, de soltar y de compartir con todos los espectadores una fascinante personalidad como la que muestra “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” con una generosidad única, alejada de cualquier enciclopedismo y trazo académico y hurgando en cada uno de los rincones de Benesdra para mostrar su perfil más humano, más comprometido y más genial.