El juego biopolítico. El último film de Gavin Hood, Enemigo Invisible (Eye in the Sky, 2015), es la respuesta inglesa a la fallida Máxima Precisión (Good Kill, 2014), del director neozelandés Andrew Niccol. La película dirigida por el sudafricano Hood y escrita por el inglés Guy Hibbert es un excelente análisis biopolítico sobre las operaciones militares y la intervención de las nuevas tecnologías en las mismas. La Coronel Katherine Powell (Helen Mirren) dirige las operaciones contra un grupo terrorista que planea un atentado suicida en la capital de Kenia, Nairobi. La misión de Powell es capturar a los líderes de la organización que se reunirán en una casa en el centro de la ciudad africana. Con tecnología de avanzada intentan identificar a los objetivos pero el plan se complica y uno de los agentes debe entrar en el barrio que la organización terrorista controla para confirmar la presencia de todos los implicados. El propósito original cambia drásticamente y los líderes políticos debaten acaloradamente el nuevo plan de acción. El guión hace hincapié en los obstáculos legales a los imponderables de las operaciones militares, llevándolas hasta los límites para cuestionar, ridiculizar y exponer todas las variantes y los discursos sobre el tema. Los debates sobre los daños colaterales llegan hasta el absurdo poniendo en juego una discusión ética, moral y jurídica, contrapuesta de forma brillante a la lógica militar. Los artefactos tecnológicos y el debate sobre la prevención de ataques terroristas conjugan en un mismo paradigma las cuestiones sobre la técnica y la biopolítica, apoyándose ambas una sobre la otra como base tanto del discurso antiterrorista como de las acciones de control. En los restos de la retórica encontramos los deleznables sistemas de valores y los entramados filosóficos que dominan la política del nuevo imperialismo, basada ahora en argumentos legales que se traducen bajo necesidad en acciones militares. Las actuaciones de todo el elenco construyen muy bien tanto el sinsentido como las contradicciones que las políticas antiterroristas introducen en la sociedad, destacándose el gran desempeño de los veteranos Helen Mirren y Alan Rickman como dos militares ingleses de alto rango. El guión hace que cada personaje tenga más que un rol una posición que cumplir en el entramado discursivo del opus de Hood. Enemigo Invisible no deja cabos sueldos. Todos los puntos son diseccionados hasta encontrar sus falencias al contraponerlos con otros discursos, revelando las contradicciones y las paradojas. La política es concebida como un juego en el que la vida está en la balanza esperando por una decisión que nadie quiere tomar. Finalmente, la responsabilidad moral se diluye en los resquicios legales para convertirse en propaganda ideológica mientras las bombas caen.
Maldita omnisciencia Enemigo invisible (Eye in the Sky, 2015) es un thriller sobre la conducción minuto a minuto de una operación secreta para fulminar a un terrorista que está planeando un inminente ataque suicida. El film es básicamente un gran chat grupal entre agentes, soldados, oficiales y políticos posicionados en distintas partes del mundo y a cargo de distintas facetas de la operación, y las decisiones críticas que deben ir tomando sobre la hora. El “ojo en el cielo” del título es un drone que sobrevuela Nairobi, Kenya, espiando un aquelarre terrorista en pleno centro urbano. La idea es bombardearlos; la cuestión es calcular todas las variables y minimizar el daño colateral antes de dar la orden. La coronela Powell (Helen Mirren) comanda la misión desde Sussex, el general Benson (Alan Rickman) supervisa desde Londres junto a un grupo de políticos, el teniente Watts (Aaron Paul) pilotea el drone desde una base en Las Vegas y el agente Farah (Barkhad Abdi) se infiltra en territorio enemigo con una segunda cámara. La primera parte de la película funciona como Dr. Insólito (Dr. Strangelove, 1964) pero sin sentido del humor – una interminable cadena burocrática de personas que por cobardía o reglamento se van pasando la pelota para arriba. El piloto remite a la coronela, la coronela remite al general, el general remite al ministro, etc. Nada de todo esto es particularmente atrapante, entre que ninguno de los personajes es desarrollado más allá de su cargo y el conflicto no sale de los tecnicismos protocolares. Es cuando los dilemas dejan de ser legales o políticos y pasan a ser del orden moral que las verdaderas personalidades de cada uno salen a relucir y la película se pone interesante. Cuando la vida de una niña inocente es puesta en juego, la operación queda en jaque. ¿Qué porcentual de daño colateral es aceptable? ¿Vale la pena sacrificar una vida para salvar ochenta? ¿Es mejor hacer bien con un poco de mal o quedar bien y no hacer nada? Es como una película entera dedicada a la (tensa) escena de Francotirador (American Sniper, 2014) en la que Bradley Cooper elije entre matar a un niño o no, pero con menos heroísmos y más politiquería. El pasamano de responsabilidades se va exacerbando desesperadamente, culminando con sendas llamadas al Ministro de Relaciones Exteriores (intoxicado por mariscos en Singapur) y el Secretario de Estado (jugando ping-pong en Beijing). Todos quieren resultados pero nadie quiere hacerse cargo de nada. Es un buen elenco, pero se halla apresado en papeles esquemáticos, dentro de una historia esquemática. No es hasta la segunda mitad que la historia remonta cuando finalmente hay algo valioso en juego. Algo loable de la película: es consistente en su cometido de presentar la versión “realista” de una operación militar, con todas sus implicaciones desagradables. No hay lugar para clichés o soluciones fáciles. El guión de Guy Hibbert es impecable en este sentido, desde la inteligencia del diálogo hasta la decisión de no tomar partido ni hacer juicio de valores (salvo por el axioma que posiciona a ciertos países del mundo como sus guardianes y ejecutores). Y si bien el final no decepciona – es el tipo de final que merece la película – el último plano de todos es un golpe tan bajo que dan ganas de mandar a la película de vuelta a la sala de edición.
Enemigo invisible es otro thriller político que se enfoca en los dilemas morales que genera el uso de aviones de combate no tripulados para enfrentar las amenazas terroristas en la actualidad. Una temática que hace poco trabajó también el director Andrew Niccol en Máxima precisión, un buen film con Ethan Hawke, que también analizaba la implementación de los drones militares. En este caso el cineasta Gavin Hood ofrece una propuesta de suspenso que se enfoca las connotaciones políticas de este tema, más que en los aspectos técnicos de los drones, como ocurría con el trabajo de Niccol. La trama ofrece un gran thriller militar que se vuelve muy interesante por modo en que el director construye la tensión en su narración y el tremendo elenco, donde sobresalen Hellen Mirren y Alan Rickman en uno de los últimos trabajos de su carrera. Debe ser destacada también la labor de Aaron Paul, quien ofrece probablemente su mejor interpretación desde que finalizó la serie Breaking Bad. En este proyecto tuvo la posibilidad de lucirse en un papel dramático que aprovechó muy bien en el rol de uno de los pilotos de drones. A diferencia de Máxima precisión, que tenía la debilidad de caer en el melodrama, el trabajo del director Hood es una película que se desarrolla íntegramente en el subgénero del thriller militar, donde el límite de tiempo además juega un papel fundamental. La película analiza muy bien todas las cuestiones morales y humanas que implican el uso de los drones, pero en este caso la trama cuenta con el plus adicional de desarrollar un intenso conflicto que lograr ser atrapante desde las escenas iniciales. Una buena propuesta que merece ser tenida en cuenta dentro de las novedades de la cartelera.
La guerra a distancia Un sólido thriller que expone dilemas morales en medio de los conflictos bélicos modernos. Asombra ver a Helen Mirren como una coronel del ejército británico fanática en su obsesión de cazar terroristas a cualquier costo. Sin embargo, ella puede interpretar -siempre bien- cualquier papel, algo que queda demostrado en este film. Su presencia es lo más fuerte del mismo, y su tenacidad y perseverancia (o la de su personaje) sostiene toda la tensión de este tour de force sobre las actividades del Imperio en los países en conflicto. La guerra ha mutado, en tiempos en que satélites, cámaras ocultas y drones han devenido las nuevas armas. En una Kenia convulsionada, las fuerzas británicas y estadounidenses tienen a todo el país controlado y vigilado con estos nuevos recursos. Hay ojos en el cielo (tal el título original) que penetran todos los rincones, que exponen la vida de los ciudadanos, incluso su intimidad. Un dron en la forma de ingenioso pajarito mecánico portando una cámara, que busca a una inglesa radicalizada, logra incursionar en el bunker de un grupo guerrillero y allí están, en las pantallas de los cuarteles en Inglaterra y en Estados Unidos, los jóvenes que la acompañan y se preparan para morir en un atentado suicida, pertrechándose con explosivos alrededor de su cuerpo. El operativo parece fácil, en el desierto de Nevada ya están preparados los oficiales que lanzarán desde otro dron el misil sobre ese hangar, pero inesperadamente surge un inconveniente. ¿Puede ponerse en peligro la vida de una niña para evitar ese atentado en (suponen) un centro comercial donde habrá muchas víctimas posibles? Tal el dilema moral que entorpece el operativo, y pone en suspenso la acción. Por otra parte ¿en qué posición quedaría la imagen de los aliados matando a una inocente? El sudafricano Gavin Hood (Mi nombre es Tsotsi, X-Men: Orígenes - Wolverine) indaga sobre “los daños colaterales”, y aquello que subyace cuando una acción bélica se cobra víctimas civiles, inocentes que estuvieron en el lugar justo en el momento menos oportuno. Algo similar vimos hace muy poco en La otra guerra, cuando un oficial ordena atacar de forma inescrupulosa un edificio lleno de civiles. Aquí las decisiones se toman en otros continentes, desde posiciones seguras, en oficinas impolutas (allí está Alan Rickman en el último papel de su vida), en embajadas, en secretarías, en hoteles de lujo, centros de convenciones y hasta en mesas de ping pong. Pero también se decide según la información que se posea, y la coronel –caricatura de una fundamentalista- hará todo lo que esté en sus manos –en su poder- para que los datos le sean favorables, en medio de un enfrentamiento entre militares y políticos legalistas. Un thriller político que trasciende lo bélico para presentar el conflicto moral, y que denuncia las incongruencias y arbitrariedades que mueven esa guerra sofisticada de pantallas y teléfonos. Sin embargo, el film no hace más que responder al mercado, y pone el acento en la acción, en el suspenso sostenido, muy bien llevado, perdiendo la oportunidad servida de indagar a fondo en la cuestión humana. Tampoco ayuda la banda sonora, que carga las tintas exageradamente. Yendo más a fondo, también es debatible el punto de partida –nunca cuestionado-, que da como legítima toda intervención de los imperios en la vida interna de otros países, sin cuestionar su presencia intrusiva, o siquiera qué están haciendo allí.
El dilema del “daño colateral”. Como toda película con mensaje, Enemigo invisible, del sudafricano Gavin Hood, empieza con uno. “La verdad es la primera víctima de la guerra”, dice una frase proyectada en los primeros fotogramas y se la atribuye al griego Esquilo, uno de los padres de la dramaturgia griega, pero quien antes que eso fue soldado del ejército ateniense que derrotó a la armada persa en Maratón. Pero la autoría de la frase es discutida y también se les adjudica al escritor pacifista británico Arthur Ponsonby, creador de un conocido decálogo de la propaganda pro bélica; y al estadounidense Hiram Johnson, senador demócrata, durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en la actualidad dicho epigrama se ha vuelto popular luego de que el australiano Julian Assange lo pronunciara en 2010, tras publicar a través de su sitio Wikileaks toneladas de documentos secretos que revelaron el lado más oscuro de las incursiones militares de los Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente. Y es justamente con esa última aparición de la frase, y no con Esquilo, con la que el relato que Hood se vincula más estrechamente. A tono con el cine post Jason Bourne, Enemigo invisible propone un escenario de conflicto global, en el que las potencias intervienen a distancia en diferentes focos esparcidos por el mundo, con el apoyo de sus adláteres locales. En este caso la acción se desarrolla en un barrio pobre de Nairobi, Kenia, aunque los motores que impulsan dichas acciones se encuentran en sendas bases militares de Londres y el desierto de Nevada, cerca de Las Vegas. Desde ahí, utilizando un sistema de vigilancia que combina agentes locales en tierra y drones estadounidenses en el aire, los altos mandos militares y políticos del Reino Unido y Estados Unidos dirigen una operación que busca eliminar a dos de los terroristas más buscados por el gobierno inglés, uno de los cuales es una ciudadana británica. El film se maneja con un tono de seriedad, en un marco de pretensión realista (a pesar de la presencia de detalles dignos de James Bond) y gira en torno de un dilema ético improbable, pero que de algún modo ya había sido abordado por Clint Eastwood en Francotirador. Cuando los responsables de la operación (una coronel y un general ingleses interpretados por Helen Mirren y el gran Alan Rickman, fallecido en enero) confirman la identidad de sus objetivos y se disponen a acabarlos con un misil, el piloto del dron que debe dispararlo capta con su cámara la presencia de una nena vendiendo pan en la esquina de la casa que debe ser bombardeada. Lo que sigue son órdenes, contraórdenes, recálculos de daños colaterales y discusiones para determinar qué es lo que debe hacerse. Es cierto que la película termina siendo una diatriba acerca del valor de “mal menor” de ciertas muertes civiles, justificadas por la destrucción de objetivos militares, un punto de vista muy discutible. Pero no es menos cierto que Enemigo invisible consigue sostener un alto grado de tensión durante todo su desarrollo, haciendo que el relato justifique desde lo cinematográfico el debate que propone.
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Se estrena Enemigo invisible, film de Gavin Hood –X Men Orígenes: Wolverine– acerca del uso de drones y misiles teledirigidos, por parte de los servicios secretos de países del primer mundo, para destruir terroristas. En la historia del cine existen numerosos casos de remakes “encubiertas”. Películas que sin admitirlo ni recalcarlo utilizan las bases argumentales y estructurales de otras para inspirarse con nuevas creaciones. Posiblemente los casos más reconocidos son los de Por un puñado de dólares inspirada en Yojimbo, La guerra de las galaxias, que toma la estructura de La fortaleza oculta o Kill Bill, robo de Quentin Tarantino a La novia vestía de negro, de Truffaut. El caso de Enemigo invisible es que se trata de un relectura de Fail Safe, brillante film de Sidney Lumet con Henry Fonda encabezando un gran elenco, que ya tuvo una remake dirigida por Stephen Frears y protagonizada por George Clooney. Este film sucedía en pequeños lugares cerrados: la oficina donde se debatían los ataques militares en el Pentágono, un avión bombardeo, entre otros. Los líderes capitalistas deben decidir si atacar o no una ciudad soviética con la bomba atómica, antes que los misiles vayan a EEUU. Una obra seria e inteligente –con el toque de Lumet- que tuvo versión satírica más recordada, dirigida por Stanley Kubrick e interpretada en más de un rol por Peter Sellers, Dr. Strangelove. Regresando a Enemigo invisible, el guionista Guy Hibbert toma esta base para realizar una historia similar pero en una villa de Kenya. El debate moral sucede cuando una oficial británica decide bombardear una casa donde se oculta una célula terrorista, poniendo en riesgo a muchas personas, inclusive una niña que vende pan en la vereda. Este detalle, da pie a una sucesión de debates acerca de sacrificar la vida de una persona para salvar, posiblemente, a muchas otras en algún centro urbano. El detalle, es que acá el misil es teledirigido por dos soldados estadounidenses en Las Vegas que se niegan a disparar hasta tener la autorización de diversas figuras políticas y militares, que también tienen sus dudas éticas. Mientras que Fail Safe o Dr Strangelove eran alegatos anti bélicos, críticos con las fuerzas militares y la guerra fría, Enemigo invisible termina siendo casi un justificativo del accionar no civil en estos enfrentamientos, humanizando a gran parte de los personajes, dejando como únicos responsables a un par de jerarcas, en este caso la Coronel Powell –interpretada por Helen Mirren- y ridiculizando las figuritas más políticas como el Secretario de Estado británico. Sacando el planteo debatible y moral sobre la posición que toma el film, vale destacar la creación de suspenso casi hitchcoiano de la primer hora. Gavin Hood, que también venía de hacer una película con contenido político discutible como El sospechoso, saca lustre de su elenco –incluido el fallecido Alan Rickman- explotando al máximo a Barkhad Abdi –el actor nominado al Oscar por Capitán Phillips– que no solo es el más humano de todos, sino el que le imprime mayor vértigo al desarrollo del film. En la última media hora, Hood comienza una espiral manipuladora que no le juega a favor a la historia. Entre golpes bajos, emotivos y efectistas sumado a una bajada de línea, de dudosa ética, el director –que también se guarda un pequeño personaje para sí- no consigue que el resultado final sea acaso un mero entretenimiento, un thriller realizado con oficio y talento, sino una seudo mea culpa justificada de las horribles masacres que las potencias han realizado, en pos de detener células terroristas. Enemigo invisible es una obra que mantiene en tensión, pero que genera debate con respecto a su discurso y, principalmente, sobre donde debe estar parada la obra artística en medio de un conflicto bélico. Se recomienda volver a ver Fail Safe o Dr. Strangelove para aprender a ser sutil, sin perder el riesgo y la crítica hacia el sistema.
Hay algo que en “Enemigo Invisible” (Inglaterra, 2016) no funciona desde el arranque, algo que tiene que ver con el verosímil que le intenta imponer a una historia, ya vista cientos de miles de veces y que sólidos directores como Stanley Kubrick en “Dr. Insólito”, han podido capturar un momento, una radiografía, en la que la configuración política del mundo servía como excusa para una historia de conspiración y paranoia mundial. Gavin Hood relata en un thriller político la tensión que sufren un grupo de militares encargados de terminar con una situación en una zona de conflicto y en la que deberán enfrentarse, más allá de cualquier obligación, a un análisis ulterior de los hechos en los que, claramente, luego deberán contrastar con su ética y moral. El deber ser y la obediencia debida son el punto de partida de “Enemigo Invisible”, un filme que le sirve una vez más a Hellen Mirren para demostrar que puede hacer el papel que sea, más allá de si la credibilidad de la historia o los hechos que se narran sean contundentes. En esta oportunidad Mirren se pone en la piel de una coronel que deberá guiar a un grupo de soldados que manejan drones con cargas letales, y con los que se terminará con una amenaza latente y que puede tener graves consecuencias. La película está dividida en dos grandes etapas o lugares de acción, uno, la zona de conflicto, el otro, las bambalinas de la batalla, lugar en el que la coronel Powell (Mirren) destilará su control sobre los demás para poder así terminar con la difícil misión para la cual se la ha elegido. Pero mientras Powell intenta llevar al extremo sus decisiones, las mismas serán cuestionadas desde las más altas esferas por Generales (Alan Rickman), Secretarios (James Willet) y, a pesar que no expresan su parecer, internamente por aquellos soldados que deberán presionar los comando para que los misiles lleguen al destino con los que el objetivo original a eliminar sea exterminado. Durante dos horas Hood refleja la tensión que se generará entre aquello que se desea hacer y lo que se busca evitar, y pone al personaje de Mirren en una disyuntiva, la misma con la que algunos de los personajes deberán lidiar. Cansa la construcción casi burda con la que se construye a los soldados que deben disparar los misiles y más aún la moral con la que se les impregna. ¿Un soldado se sigue cuestionando decisiones que son parte del trabajo con el que ha decidido lidiar? ¿En la actualidad los soldados siguen pensando cuestionamientos relacionados a la ontología de la tarea para la cual han decidido prestar servicio? El guión hacia el final potencia este conflicto, y la poca credibilidad de las actuaciones de Aaron Paul y Phoebe Fox, no hacen más que resentir una trama en la que, rápidamente iniciada la acción, el conflicto termina por disolverse y se estira como un chicle la eterna resolución que se espera. Excepto las actuaciones de Mirren, Rickman y Abdi (que compone a un agente encubierto en la zona de conflicto y que se desespera por una niña que vende pan en el lugar a ser exterminado), “Enemigo Invisible” se presenta como un filme de fórmula, frío, distante, y sin otra intención que narran de manera predecible una historia débil y que rápidamente será olvidada.
DRONES Y DILEMAS MORALES Es sin dudas una película destinada al entretenimiento, con drones, terroristas y suspenso. Y eso está perfectamente logrado. Pero está atravesada por un dilema supuestamente moral que pone de manifiesto que los políticos de alto rango solo se preocupan por su imagen y que varios muertos más o menos los tienen sin cuidado. Y demostrar que los militares tienen razón… Lo demás son excelentes actores en papeles no agradecidos: Helen Mirren, el difunto Alan Rickman (le dedican la peli) y Aaron Paul.
Drama bélico para tomar muy en serio Es difícil saber si la parafernalia hipertecnológica que describe "Enemigo invisible" tiene visos de realidad. Lo que está claro es que a esta altura del siglo XXI las películas de guerra ya no son lo que eran. En realidad esto ya lo dejó claro la película con Ethan Hawke "Good Kill", pero el tema de la guerra a control remoto donde el artillero sólo debe apretar el gatillo de los misiles de un dron está expuesto de manera mucho más detallada y elaborada en este excelente film inglés. La gran cualidad de "Enemigo invisible" y de su director Gavin Hood es haber elaborado un argumento que genera suspenso a través de las implicancias morales que significa operar un dron por control remoto para repeler un hipotético ataque suicida, poniendo a la vez en peligro a los civiles que circulan cerca del lugar. Si bien por un lado la minuciosa descripción de la tecnología moderna para la guerra parece salida de un libro de ciencia ficción o de una película de James Bond, por otro lado la complejidad burocrática para autorizar un ataque le da un lado kafkiano muy creíble a todo el asunto. La película encuentra un eficaz punto de equilibrio entre el lado humano y los asombrosos gadgets tecnológicos, y el resultado es un drama bélico que se puede tomar en serio, y que además genera contundentes escenas de suspenso. Si esto es posible, es en buena parte gracias a dos grandes actuaciones. Aaron Paul realmente expresa lo terrible que es tener que apretar el gatillo del dron que puede matar inocentes, y si hacía falta algo para demostrar que Helen Mirren es una actriz magistral que puede componer todo tipo de personajes, su papel de la oficial al mando no deja lugar a dudas. Y también aporta talento el difunto Alan Rickman en una notable aparición póstuma.
Inscripto en el subgénero daños colaterales de películas recientes, como La Otra Guerra o Francotirador, este film inglés tiene a la enorme Helen Mirren como coronel del ejército que lucha contra los terroristas en una guerra a distancia, donde los artefactos tecnológicos -drones, cámaras, satélites- ayudan a encontrar a una ciudadana inglesa en Kenia, en un refugio de terroristas. Con Alan Rickman en su último papel.
El director sudafricano Gavin Hood estrena su nuevo film con la última participación del actor británico Alan Rickman en las grandes pantallas, en un drama político que mantiene la incertidumbre hasta el último minuto. Enemigo Invisible es un film político que transcurre a lo largo de una misión secreta comandada por la Coronel Katherine Powell (Helen Mirren) contra un grupo terrorista que se encuentra en la ciudad de Kenia. La operación para destruir su objetivo con la más avanzada tecnología se da en la base militar de Las Vegas, en Hawaii y en Londres. Pero la misma se ve afectada cuando el piloto del avión no tripulado, Steve Watts (Aaron Paul), ve a una niña en la zona de peligro que le hará plantearse su moral y retrasar la misión. La película recalca de una manera impecable las complicaciones del uso de las nuevas tecnologías junto a las operaciones militares, como también la fría relación de lo políticamente correcto y lo moralmente aprobado por la sociedad. El relato se centra en la devoción de la Coronel Powell por detener a la organización terrorista que viene investigando desde hace tiempo. Llegado el día del ataque lo que menos iba a pensar es en el denso y lento proceso de permisos y protocolos que deben seguir una vez modificada la misión. Con una buena dirección de Gavin Hood (X-Men Origins: Wolverine, 2009) quien utiliza los recursos necesarios para crear la omnipresencia en todo momento, respetando fielmente el guion, escrito por el británico Guy Hilbert (Five Minutes of Heaven, 2009), el cual presenta algunos huecos en la historia o ambigüedad en sus personajes pero brinda una interesante historia. Helen Mirren se lleva todos los laureles al interpretar una mujer fría e inflexible, junto a Alan Rickman con un personaje poco activo pero impecable en su puesto. El resto del elenco no deslumbra pero acompaña a estas dos grandes figuras a la cabeza.
Enemigo invisible ofrece suspenso político y moral Un largo seguimiento de inteligencia militar a terroristas islámicos en Kenia llega a su día clave: los hombres y mujeres buscados están en la mira de las cámaras y de los misiles que ven y matan desde el cielo (el título de estreno local traiciona el sentido del original). La coronel Powell tiene el mando táctico de la operación pero no la decisión final, ni legal ni política. La película presenta la guerra moderna, la guerra de drones, en un comando múltiple desde Inglaterra, Estados Unidos y en este caso también Kenia (más llamados a autoridades en Asia). Pantallas, teléfonos, conexiones constantes, pero también las calles de Nairobi. La guerra online, pero con efectos claros y letales sobre la realidad. En esa encrucijada, la película va construyendo su suspenso y sus dilemas, en la primera parte como promesa y con momentos de excesiva claridad: la presentación de la nena y su familia subraya tal vez innecesariamente el núcleo trágico de lo que estará en riesgo. Pero cuando Enemigo invisible tiene sus cartas desplegadas, aumenta su tensión de manera notable, con suspenso político y moral alrededor de preguntas como ¿quién ve?, ¿desde dónde?, ¿desde qué posición? Cómo ver y cómo interpretar, básicamente: cuestiones centralmente cinematográficas que hacen funcionar la maquinaria de relato en modo nervioso por las actividades, pero claro y reposado en términos de encuadres y estructura temporal y espacial a cargo del director sudafricano Gavin Hood (también actor con trayectoria, aquí aparece en un papel secundario). Por momentos, la precisión de los diálogos su inteligencia por encima de cualquier posibilidad de lagunas o balbuceos los vuelve un tanto inverosímiles: estos personajes juegan una guerra de ideas quizá demasiado precisa en sus argumentos. Pero esos diálogos certeros son una de las claves de la economía del relato para convencer y estremecer, para explorar dilemas morales desde el suspenso fluido. Otra clave son las actuaciones de Helen Mirren y Alan Rickman, socios en su visión militar que jamás comparten un encuadre. Ambos trabajan con un aplomo que a estas alturas no sorprende, pero que definitivamente es fundamental para sostener personajes en los que las emociones van por dentro. Mirren de 70 años ofrece una performance vital, energética, en un personaje de profesionalismo hawksiano. Rickman, en la que se convertiría en su última actuación de plena presencia (en Alicia a través del espejo estará su voz), demuestra su poderío desde una de sus marcas clásicas como actor: el cansancio sarcástico ante un mundo plagado de problemas irresolubles.
Resulta una historia interesante, su narración se va transformando a partir de escenas que aportan bastante tensión, suspenso y lo constituyen en un atractivo thriller político, donde vuelven a tener un gran protagonismo la utilización de los drones, tiene una temática similar a la película “Good Kill” (2014) de Andrew Niccol. Soberbias actuaciones de: Hellen Mirren, Aaron Paul y Alan Rickman en uno de los últimos trabajos de su carrera. Una propuesta interesante e ideal para el debate.
El problema básico de este film es que es demasiado teatral. Hay un grupo de militares que ataca objetivos con drones; hay un objetivo que debe destruirse y hay un problema moral: niños en el lugar. Pero más allá de la teatralidad, tanto la tensión creada por el dilema como la actuación de los intérpretes -especialmente la gigantesca Helen Mirren, que ya merece un monumento en cada esquina- hacen que la película crezca en suspenso y nos mantenga interesados en lo que sucede.
Misión cumplida ¿Qué película es Enemigo invisible? ¿El thriller sin fisuras de su primera mitad, que sirve de marco para el entrecruzamiento de una multiplicidad de puntos de vista? ¿O el drama manipulador de su segunda mitad, que incluso sobre el final roza lo abyecto? Porque lo cierto es que Enemigo invisible -traducción totalmente ridícula para el original Eye in the sky (Ojo en el cielo, que hace referencia a la noción de vigilancia permanente)- arranca muy bien en lo que parece ser una típica misión militar, aunque no lo es tanto: ejecutada en Kenia, involucra a fuerzas británicas, estadounidenses y keniatas, en cielo y tierra, para capturar a un peligroso grupo terrorista compuesto en parte por ciudadanos estadounidenses y británicos que les han declarado la guerra a sus propios países. Pero no sólo eso: también hay autoridades políticas y judiciales observando todo el asunto a la distancia. Lo que empieza como una misión de captura, por diversas circunstancias pasa a tener carácter letal y luego se complica aún más cuando queda una niña dentro de la zona de fuego. Todo esto el director Gavin Hood (realizador esencialmente desparejo, que puede dirigir un espectáculo decente como El juego de Ender pero también bodrios como X-Men orígenes – Wolverine) lo cuenta con gran vigor, ensamblando con fluidez los distintos espacios que observan y/o participan del evento. En esa primera parte donde se van planteando los conflictos es donde está claramente lo mejor de Enemigo invisible, porque el film permite que cada personaje -y por ende, cada posicionamiento ético- tenga su lugar, sin una bajada de línea explícita. Es entonces cuando el profesionalismo y las miserias humanas se fusionan: tenemos a militares de alto rango como la coronel interpretada por Helen Mirren y el general encarnado por Alan Rickman obsesionados con lograr el objetivo a cualquier precio; los políticos preocupados más por las posibles repercusiones mediáticas que por el real factor humano; y hasta los soldados de bajo rango (como el piloto del droide que hace Aaron Paul) que intentan pasar por toda la experiencia sin quemarse la cabeza o poner sus carreras en peligro. La clave pasa por el ritmo: Hood (de la mano del guión de Guy Hibbert) aprieta el acelerador, alternando diferentes espacios a gran velocidad, sin explicar demasiado y escapando de toda posible caída en la teatralidad. El realizador pareciera haber aprendido unas cuantas lecciones de cineastas como Paul Greengrass y Michael Mann, y eso no está nada mal. Pero ya entrada la segunda mitad del relato, Enemigo invisible se ve en la necesidad de pisar el freno, plantar bandera, tomar partido, ponerse “pensante” y bajar línea diciendo cosas “importantes” sobre las justificaciones para la guerra contra el terrorismo y los daños colaterales. Allí es cuando empiezan los problemas, porque las grietas y arbitrariedades del guión comienzan a notarse demasiado, y el film entra en una sucesión de idas y vueltas realmente injustificables. Hood, y todos los involucrados en la película, se ven invadidos por la culpa, quieren dejar bien en claro cuál es su posición y eso se traduce en una total falta de confianza en el discernimiento que pudiera tener el espectador sobre los acontecimientos, lo cual le quita toda posible ambigüedad a la narración. El colmo es la secuencia de títulos del final, que se ubica entre lo más alto del ranking de manipulación sentimental. Aún así, Enemigo invisible consigue dejar en la memoria del espectador todo su ambiente profesional, las hipocresías de varios de sus protagonistas y unos cuantos diálogos sumamente filosos. Y claro, esa habilidad que exhiben Mirren y Rickman para construir personajes implacables y repugnantes, pero aún así totalmente convencidos de sus actos, y siempre tan british. Para villanos, los mejores, sin lugar a dudas, son los británicos.
El moscardón de la conciencia Enemigo invisible narra el dilema de una coronel que debe tomar una decisión clave en un ataque preventivo con drones contra un terrorista. Escenarios distantes son unidos por la tecnología más sofisticada: la base en Estados Unidos, la sala de observadores en Inglaterra, el cuartel en Kenia, el cuarto donde el piloto de drones Steve Watts (Aaron Paul) ejecutará el ataque. Lidera la operación la coronel Katherine Powell (Helen Mirren). Enemigo invisible, de Gavin Hood, pone en escena una formidable jugada bélica contra terroristas de primera línea, enquistados en un barrio de Kenia. El ataque preventivo se convierte en el lugar donde confluyen distintas posiciones con respecto a la guerra y los efectos colaterales. Un hecho simple, imposible de dominar a distancia, complica la operación, circunstancia que exaspera a la coronel. La mujer intentará forzar las voluntades de sus pares ingleses y los altos mando políticos para lograr el objetivo: volar la casa donde se prepara el terrorista suicida. La potencia de la película de Hood reside en el manejo de la tensión, la fotografía y la novedosa perspectiva de visión que involucra al espectador. El drone es el ojo en el cielo; el avión comandado a distancia, el arma. Una niña que vende pan como todos los días se interpone entre el misil y el objetivo. De ahí en más, los adultos que manejan la guerra se enfrentan a un dilema con distintos grados de conciencia. "Estamos metidos en una cadena de muerte", dice Powell, con Mirren en un rol que logra apenas con el rostro. Su par inglés es el formidable y recordado actor Alan Rickman, en su último trabajo. Se destaca Aaron Paul, como el piloto que no puede escapar al horror de la obediencia debida. Los efectos colaterales se multiplican, en el límite de lo legal, lo soportable, lo justo y lo humano. La pequeña Alia baila con su aro mientras la hipocresía domina el mundo. La película solo echa un manto de piedad sobre la crueldad de los más poderosos.
Daños colaterales ¿Vale la pena perder una vida para salvar ochenta? ¿Cuánto daño colateral es “aceptable” en medio de una guerra? ¿Es mejor arriesgarse a matar para prevenir un ataque terrorista o conviene esconder y dejar pasar por una cuestión propagandística? Estas son algunas de las preguntas que se plantean en “Enemigo invisible”, que se centra en plena guerra contra el terrorismo. La película del sudafricano Gavin Hood arranca con la frase “la verdad es la primera víctima de la guerra”, y a partir de ahí los interrogantes cobran más fuerza. Helen Mirren interpreta a una coronel británica que dirige las operaciones contra un grupo terrorista que planea un atentado en Kenia. El plan inicial es capturarlos, pero con medios tecnológicos de avanzada descubren que el ataque suicida es inminente, entonces deciden atacarlos directamente con un misil lanzado por un drone del ejército de EEUU que sobrevuela Nairobi. El tema es minimizar el daño colateral antes de dar la orden, y las tensiones entre las cadenas de mando se intensifican al máximo cuando descubren que una niña está muy cerca de la zona a atacar. La película es minuciosa y se toma su tiempo para mostrar los imponderables de una operación militar, los obstáculos legales y los debates políticos que se ponen en juego cuando se toman decisiones en minutos sobre la vida y la muerte. El director maneja un tono realista, sin desbordes ni golpes de efecto, y los diálogos son precisos y directos (gran mérito del guionista Guy Hibbert). Sin embargo, la tensión de thriller realista se afloja y se estira demasiado cuando el dilema moral, en un punto, empieza a parecer poco creíble en relación a la decisión a tomar. Esto se termina reflejando en el final, que es previsible, aunque no deja de ser conmocionante.
Ante un estreno, del llamado género bélico, como “Enemigo invisible” no se puede dejar de reflexionar sobre la capacidad del cine de anticiparse al futuro. Si es por eso, la cosa viene pesada y hasta desesperanzadora a juzgar por la forma en la cual los conflictos se resuelven. Ya había sido duro el estreno de “Máxima precisión” el año pasado. Aquella nos daba un acercamiento a un nuevo tipo de guerra. La que tira bombas expulsadas desde un dron operado a miles de kilómetros de distancia hacia un objetivo determinado. Ambas muestras dan cuenta de un tipo de lucha que no se libra cuerpo a cuerpo sino desde un anonimato tan impune e injustificado que provoca rechazo, bronca e impotencia. Henos aquí frente a una segunda (de muchas más por venir seguramente) mirada sobre un mismo modus operandi. Esta vez han logrado instalar el dilema desde un costado mucho más humano, pues el verdadero conflicto no es sobre el enemigo sino sobre la manera de combatirlo. Es cierto, también prima una idea central cuando se trata de una producción norteamericana: cuál es el país de turno que ostenta el título de “amenaza mundial”. En eso los yanquis son especialistas en panfletos, pero por suerte esta vez realmente se logra imponer la cuestión moral dentro de casa. Contrario a la relación claustrofóbica planteada en el estreno anteriormente mencionado (casi todo ocurría dentro de un espacio no mayor a un container de puerto), aquí las decisiones, pensamientos, elucubraciones y otras cuestiones se dan en un contraste de planos medios algo amplios, como si el entorno que rodea a cada personaje también fuese parte de la interpelación. Gavin Hood logra extrapolar la guerra más allá del mero horizonte contextualmente político gracias al gran casting del elenco. Aaron Paul juega toda su capacidad actoral hacia la impotencia que vive su personaje como ejecutor de la “obediencia debida”, y Helen Mirren, lejos de la caracterización, eleva la apuesta al habitar su personaje como propio. Si uno no la conociera diría que es un soldado de experiencia que se prestó a hacer de sí misma. En ellos dos (y el aporte póstumo de Alan Rickman) es donde está la gran virtud de la película. La tensión y las altas dosis de suspenso arrebatador residen en las dicotomías que atraviesan los personajes, como si estuviesen en un cuadrilátero dispuesto adrede para enfrentar lo que se puede versus lo que se debe hacer. Quedará lugar para la reflexión profunda porque el guión no se ocupa literalmente sobre la justificación de la guerra a partir de la tecnología presentada. En todo caso (tal vez peor) los avances sirven como motor para que la sociedad apruebe la idea de “defender la democracia con las armas”, pero sin arriesgar vidas propias. Haz mal, sin mirar a quién. Ojala fuese distinto.
Contra el terrorismo desde adentro Luchar contra el terrorismo no es tarea fácil, nunca. Ya sea ISIS, Al Qaeda u otro grupo de esa índole. Cuando se lucha contra esta gente hay que ponerse los pantalones largos, la mente fría y tomar las decisiones que se tengan que tomar, siempre poniendo la seguridad de la humanidad por delante de todas las cosas. Con un elencazo y una historia interesante, Gavin Hood (El juego de Ender) logra con Enemigo invisible (Eye in the Sky) un film que se compromete con los personajes y las consecuencias de sus acciones. Tal vez, el punto más débil puede ser el guion, el cual nunca es una maravilla, pero tampoco es un desastre. Algo muy interesante que muestra este largometraje e la burocracia que hay detrás de estos planes de ataque que se forman contra los terroristas, donde se tiene que pedir permiso y consultar por cada decisión y movimiento que se haga. Durante la película hay un ataque con drenes. Hood quiso usar las escenas del dron para meter al público en discusión sobre la ética de la guerra y cómo la tecnología afecta ese campo. Habló con el sitio Polygon sobre esto: "Hay un enorme valor de entretenimiento para que tu corazón se acelere durante dos horas, para estar al borde de tu asiento todo el tiempo. Siempre estoy preguntando: ¿puedo aumentar la frecuencia del pulso de mi audiencia? ¿Puedo hacer algo más que eso? Al final de la experiencia, puedo salir con una gran cantidad de hablar?". ACTORES: Helen Mirren: la actriz británica de vasta trayectoria tiene una performance correcta en un papel en donde no se la ve nunca (no recuerdo una película donde ella ejerciese el rol de un militar). Alan Rickman: el difunto actor también tiene una performance correcta, y lo raro de esta actuación es lo bien que le queda un personaje militar y burocrático al mismo tiempo, esa voz tan especial que tenia Rickman le daba un tono de poca paciencia que se ajustaba muy bien al personaje. Aaron Paul: el ex Breaking Bad tiene como personaje a un piloto de drone encargado de lanzar el misil que termine con éxito la misión. A Paul se lo ve bien en el film, su tensión, angustia y duda están bien representadas.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Un film imperdible y vibrante con un desenlace inolvidable. No sólo es buena considerándola como un producto de entretenimiento, sino que es sumamente interesante por todos los tópicos éticos y morales que trata que hacen reflexionar no sólo...