En un mundo mejor

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Situaciones emergentes

En un mundo mejor, último opus ganador del Oscar como mejor película extranjera, reafirma más bien una expresión de deseo de su realizadora Susanne Bier que un diagnóstico certero sobre el estado de las cosas desde un denominador común que no tiene fronteras: la violencia. Es por eso que la directora de Hermanos –tras un exitoso paso por Hollywood- se instala con pie firme en una sociedad danesa contemporánea pero más precisamente en la estructura familiar como caja de resonancia de dos síntomas muy propios de estas épocas como la incomunicación y la pérdida de autoridad de los padres frente a los hijos.

El principal escenario donde emergen los conflictos familiares -sea el país que sea- no es otro que el ámbito de la escuela, donde la dialéctica del fuerte sobre el débil se reproduce a diario en un nuevo fenómeno llamado acoso escolar. Es así como Elías y Christian, los dos preadolescentes protagonistas de la historia, deben soportar a diario al rubio matón de turno sin que las autoridades resuelvan la situación. Elías transita el proceso de una inminente separación de sus padres, aunque a decir verdad su progenitor se ausenta durante largos periodos en que trabaja en un campo de refugiados africanos ofreciendo sus servicios de médico. Por otra parte, Christian no puede ocultar su resentimiento a raíz de la reciente muerte de su madre, quien luego de un cáncer y de una lucha desigual, lo ha dejado al cuidado de su padre.

Sin embargo, gradualmente esa espiral de violencia va sumando factores que llevan a que Christian redoble la apuesta y amenace al matón con un cuchillo para hacerse respetar y así comenzar junto a Elías un pacto de silencio que obviamente terminará en tragedia.

Pero por el lado de los adultos, la sensación de no poder controlar o anticipar los comportamientos de sus hijos aumenta en sintonía con sus propios conflictos emocionales y un notorio distanciamiento producto de la falta de comunicación cuando los canales habituales se clausuran entre ambas partes. No obstante, quien lleva la peor carga a cuestas es Anton (Mikael Persbrandt), el médico que debe disociarse de dos realidades diferentes pero desesperanzadoras: las atrocidades cometidas por un líder de una facción africana que despanzurra adolescentes embarazadas para saber el sexo del bebé y así ganar apuestas con sus pares y por otro lado la necesidad de que su hijo Elías y su amigo Christian comprendan que no responder violentamente ante una agresión es una forma sabia y no cobarde de resolver un problema.

Desde el lugar de las preguntas que no tienen respuestas absolutas, la directora danesa construye un contundente alegato anti violencia con la mirada aguda depositada en el futuro, es decir, en la generación más vulnerable que lamentablemente ha perdido todo tipo de inocencia pero que no deja de exteriorizar su infantilismo como no podría ser de otra manera tratándose de niños que deben sobrellevar problemas de adultos.

En materia de dirección, es destacable el trabajo sobre los actores con una descollante interpretación de Mikael Persbrandt (recientemente convocado por Peter Jackson para un papel en El Hobbit), quien logra transmitir sin histrionismos ni ampulosidad los extremos dilemas por los que atraviesa su personaje Anton y que sin lugar a dudas refuerzan el mensaje del film.

En un mundo mejor es una película difícil de llevar como espectador porque nos confronta desde la butaca al reflexionar acerca de cómo actuamos frente a escenarios cotidianos y violentos a partir de un ramillete de situaciones emergentes -con las cuales cada uno podrá identificarse seguramente- pero su enfoque despojado de toda intención didáctica o moralista es su virtud más perturbadora y por eso a más de uno le resultará insoportable. No fue el caso de quien escribe.