Elena

Crítica de Alberto Varet Pascual - EscribiendoCine

Jugar a ser Tarkovsky

Los primeros minutos de Elena (Елена, 2011) van a dejarnos bien claro que estamos ante una obra engañosa: tras un plano fijo e hipnótico de larga duración y de naturaleza documental, la cámara se sumerge dentro de una casa para seguir filmando imágenes estáticas que se sitúan entre lo contemplativo y lo narrativo. Sin embargo, y a continuación, un travelling se acerca al personaje principal que se está acicalando y la pregunta surge: ¿Por qué una decisión narrativa en un ejercicio de dispositivo descriptivo?

No parece tener demasiado sentido pretender representar o captar determinados ambientes si luego lo realmente importante en la película resulta ser un trillado dramón sobre los problemas de una familia pequeño-burguesa (sin duda, uno de los grandes males del cine actual que intenta hacer cuentas con el presente a través de sus historias comunes lastradas por una evidente falta de originalidad).

Andrey Zvyagintsev (El regreso, 2003) parece no enterarse de que la mejor forma de llegar a la contemporaneidad es deformarla de algún modo. Puede ser hasta extremos irreconocibles, como Ulrich Seidl (Paradise: Faith, 2012), o a través de la ligereza, el humor y la falta de dramatismo, como Hong Sang-soo (Turning Gate, 2002) por poner dos ejemplos.

Lo que desde luego no funciona es la mímesis de nuestro día a día, y mucho menos pasado por el filtro del dramatismo (el uso de la música no diegética en esta cinta es lamentable). Pero más grave aún es tratar de generar una sensación de sobriedad, densidad y complejidad a través de una realización y una puesta en escena ‘tarkovskiana’.

Y es que el responsable de Sacrificio (Offret, 1986) ha dejado un enorme poso en la creación contemporánea aunque, a su vez, un montón de malos imitadores. Zvyagintsev es uno de ellos porque es incapaz de comprender el sentido del mecanismo del más grande autor ruso de los últimos 50 años. Cuando Tarkovsky filma un plano estático que se perpetúa en el metraje busca ‘esculpir su escena’ usando el tiempo como cincel. Y cuando decide mover la cámara, va hacia el misterio, no la desplaza para contarnos como un niño juega a la videoconsola o una señora se levanta de la cama. No se puede hacer un travelling para rodar semejantes banalidades.

El resultado sólo puede ser una película previsible y aburrida, que presenta lo cotidiano entre lo anodino y lo excesivamente dramático, que no encuentra el timing en una narración que tampoco sabe situarse entre lo contado y lo contemplado. Una cinta cuyo director juega a ser Tarkovsky sin entender su poética.