El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El lobbysta de la muerte

Dick Cheney (Christian Bale)es tal vez uno de los políticos más astutos y execrables del planeta. Por eso una biopic donde de antemano se lo ilustre como un verdadero hijo de buena madre sirve de botón de muestra de sus enormes influencias a la hora de tomar decisiones ejecutivas por parte de los diferentes presidentes que ocuparon la Casa Blanca a partir de Richard Nixon hasta las dos presidencias de George W. Bush. El Vice de Bush hijo (Sam Rockwell) durante sus dos mandatos fue uno de los ideólogos del injustificado ataque a Afganistán y a Irán por la supuesta autoría de los atentados en las Torres Gemelas del 11 de Septiembre. Sus intereses petroleros y privados en el negocio de las armas son apenas una de las razones que lo llevaron a persuadir y torcer voluntades republicanas y demócratas en las esferas del más alto poder, con un Bush completamente inútil y superado por la crisis política interna y externa.

Ahora bien, los límites de esta película dirigida por Adam McKay, rastreable en varias comedias de humor ácido e irreverente como por ejemplo El Reportero: La Leyenda de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004) son precisamente las virtudes que cuenta el tono y tratamiento de una trama política con el ojo puesto en el poder de Cheney y su compañero de atrocidades Donald Rumsfeld (Steve Carell), otro Maquiavelo moderno capaz de vender a su propia abuela por un mísero espacio de poder.

El otro pilar en el que se apoya esta sátira donde no se revela nada nuevo para algún avezado en temas de política exterior -pero que seguramente para el público norteamericano represente una novedad como en los documentales de Michael Moore- es el rol de la esposa de Cheney (Amy Adams), dominadora de su esposo desde su ascenso y sostenedora de sus caídas posteriores a causa de problemas cardíacos. Esta Macbeth que también digita desde las sombras del poder resulta mucho más interesante y peligrosa que el propio protagonista.

Christian Bale recurre a la mímesis como punto de partida, no opta por hacer una composición personal de Dick Cheney más que procurar entender cómo piensa un ser tan frío y miserable. Lo logra en muchos momentos, acompañado de un riguroso trabajo en lo físico (Bale tuvo que someterse a dietas para aumentar de peso) y eso es el plus que necesita un guión que trastabilla en varias oportunidades a pesar de recurrir a diversos atajos narrativos como flashbacks, la voz en off de un personaje clave para el destino del Vicepresidente, entre otros.

Si hubiera que pensar un segundo en el humor (la escena en el restaurante con la carta y las opciones de prerrogativas es ingeniosa), la realidad es que la parodia cumple su objetivo aunque esto no signifique necesariamente que el público ría por lo que se ve en pantalla. El ridículo y el absurdo para explicar por ejemplo el error de haber otorgado tanto poder legal a personas que no piensan en la ley más que si esta ayuda a que concreten sus fines es un buen elemento que durante el desarrollo de toda la intriga palaciega clarifica la importancia de participar activamente en el sistema democrático como ciudadanos informados y nada dóciles a discursos patrioteros y de retórica hueca como tampoco a entregar un voto a aquellos que en el futuro controlarán el destino de cada uno de nosotros.