El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

El monje negro

Todos los años la temporada de premios cuenta con películas locales para los norteamericanos, que parecen haber sido concebidas por ellos y para ellos. Dentro del arco político aparece en esta lógica El vicepresidente: Más allá del poder (Vice, 2018) una crítica cínica a la figura del vicepresidente Dick Cheney (elegido junto con George W. Bush) responsable de una serie de acontecimientos propios de la vida política de EEUU. Sin embargo el film logra atravesar fronteras y proponer una reflexión sobre los abusos de poder.

Una de las decisiones de mayor interés de este film dirigido y escrito por Adam McKay es la utilización de recursos narrativos que hacen saltar al relato de tiempo (entre un Dick Cheney joven y un Dick Cheney en el momento de mayor poder) para trazar paralelos entre sus movimientos políticos estratégicos y sus decisiones trascendentales para el rumbo de un país. Porque por ejemplo la película comienza el martes 11 de septiembre de 2001 siendo el propio Cheney (Christian Bale) quién decide sobre las acciones a tomar. De ahí el film salta a 1963 contando los inicios de Cheney en Wyoming hasta su llegada a la Casa Blanca. Este recurso asocia causas y consecuencias y, por montaje, responsabiliza al ex funcionario por decisiones nefastas que arruinaron la vida de miles de personas en todo el planeta.

También, el film logra cruzar imágenes de archivo con reconstrucciones magníficas a cargo de muy buenas interpretaciones de un Christian Bale transformado, Amy Adams como su calculadora compañera Lynne, Sam Rockwell como un inútil George W. Bush y Steve Carell como Donald Rumsfeld. Pero aquello que destaca a la película producida por Brad Pitt y Will Ferrell entre otros, es el humor ácido y cínico de su director Adam McKay, quien de su incorrección política como uno de los estandartes de la nueva comedia americana, pasa a la incorrección de la política misma en la historia reciente de los Estados Unidos. McKay tiene la habilidad de armar y desarmar el relato constantemente, buscando hacer una cruda denuncia y a la vez, provocar una reflexión sobre lo visto. Nos enteramos de hechos aberrantes y a la vez, el film mira a cámara indagando al ciudadano americano medio a quien va dirigido el relato, sobre su reacción al respecto.

De esta manera la película logra correrse del personaje y esbozar una reflexión sobre el poder en general, como diciendo “acá fue Cheney pero ahora…” y si la crítica a los republicanos cae evidentemente sobre Donald Trump tampoco quedan ilesos los medios de comunicación, como formadores de opinión con Fox Noticias denominado “el canal de noticias republicano”. Pero el mensaje excede a todos ellos y gira hacia el ciudadano que evade la realidad constantemente y cae una y otra vez -según el film- en la trampa republicana. Y justo cuando la película podría quedarse en la mera exposición de los hechos, elige profundizar, plantar postura y hacer una denuncia cruda y descarnada sobre las consecuencias de las políticas para los americanos y el resto del mundo. El papel de los Estados Unidos en la guerra de Irak, la suba de impuestos, la formación de grupos terroristas como ISIS, los problemas climáticos, entre otros capítulos nefastos de la historia actual, tuvieron a Dick Cheney de protagonista en la toma de decisiones.

Se sabe que la mayor parte de Hollywood tiene una ideología de izquierda y con gracia y ritmo El vicepresidente: Más allá del poder parece entrar en esa denominación. Incluso sobre el final se permite también pensar sobre esta postura. Pero la mayor reflexión sigue siendo sobre el poder, desde dónde se construye y hasta dónde influye en la vida cotidiana de las personas. No es una película perfecta y hasta por momentos tendenciosa, pero basta correrse del personaje para ver el mensaje detrás: la capacidad del verdadero poder de ocultarse para, desde las sombras, tomar las peligrosas decisiones que de otra manera jamás podría.