El verdadero amor

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Las cosas no andan nada bien para Mario. Luego de dos décadas de un matrimonio feliz, este hombre cincuentón debe enfrentar no solo el dolor, la culpa y la tristeza por una separación en principio transitoria, sino también la crianza de dos hijas adolescentes con problemas propios de esa etapa de la vida. Entre el deseo de independencia de la mayor y el primer desplante amoroso de la menor, Mario realizará un tortuoso aprendizaje sobre la paternidad, los vínculos y la responsabilidad.

Mario (Bouli Lanners) no se opone a la partida de su esposa Armelle (Cécile Remy-Boutang), aunque sí le pide que por favor vuelva cuanto antes. Sabe que su fuerte no es el trato con sus hijas ni muchos menos los quehaceres domésticos diarios. Deseoso de recomponer la relación, empezará a tomar clases de actuación en el mismo teatro donde trabaja su mujer, en lo que es una excusa obvia para cruzársela. Un cruce que ella evitará a toda costa, obligando a su ¿ex? a enfrentar a una realidad indeseada.

La primera película en soledad de la directora y guionista francesa Claire Burger -que, según dice, se basó en su propia experiencia- muestra el día a día de la nueva vida de Mario. Una rutina compuesta básicamente de un trabajo monótono en una oficina de migraciones, sus flamantes clases de teatro (en las que surgirá un nuevo aunque predecible interés romántico) y el trato con sus hijas. No la tendrá nada fácil lidiando con Frida (Justine Lacroix), de 14 años, y Niki (Sarah Henochsberg), de 18, quienes optaron por quedarse con él.

El verdadero amor alternará algunos momentos dramáticos –especialmente en lo que refiere al vínculo con las hijas– con otros de notable ternura y sensibilidad, como aquellos en los que Mario se abre a sus propios sentimientos. Es cierto que algunas subtramas no terminan de explotar (la identidad sexual de Frida, la situación amorosa en el teatro), pero así y todo Burger logra un relato madurativo absoluto: maduran las hijas enfrentándose por primera vez a problemas de “adultos”, madura Mario reconociendo sus debilidades y fortalezas, y madura Armelle dándose cuenta de que la idea de familia no implica necesariamente compartir un techo.