El silencio es un cuerpo que cae

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

A partir del hallazgo de más de cien horas filmadas por su padre, la directora Agustina Comedi indaga en la intimidad familiar y cuenta cómo fue desnudar la identidad de un ser querido y visibilizar cómo lo que parecía un secreto era un silencio a voces.

El descubrimiento de la homosexualidad de un muchacho cordobés que fue joven en los "70, activista político, profesional respetado, permite repasar la necesidad de compartir una doble vida frente a las sanciones sociales que suponía la asunción de la propia identidad sexual.
A través de películas caseras, en 8 mm y VHS, sumadas a reportajes a parientes y amigos de Jaime, su padre, la directora compone un damero donde el silencio era una imposición y sólo los muy íntimos o los integrantes de la oculta "otra vida" de Comedi conocían la verdad.
Los testimonios hablan de la imposibilidad de confesar la que se consideraba como "sexualidad culpable" cuando se integraba grupos políticos, tanto de izquierda como de derecha (Jaime pertenecía a Vanguardia Comunista); esa "debilidad burguesa" no era aceptada y podía provocar la expulsión del partido.
Un paneo por los amigos "de la otra vida" de Jaime habla de bohemias compartidas en los "70, siempre íntimas por temor a redadas policiales o detenciones; de los grupos de amigos como Bonino, Alfredo Alcón, Mujica Láinez. Y de la concurrencia a psicólogos que aseguraban la posibilidad de revertir la condición sexual.

LA REALIDAD
Agustina Comedi descubre a los quince años la verdad de su padre y tarda más de quince en decidirse a realizar esta ópera prima. Indudablemente, el dictado de leyes que garantizaban derechos (la del Matrimonio Igualitario e Identidad de Género) ayudó, pero también la madurez de asumir una responsabilidad frente a toda esa familia y amigos que silenciaron una actitud que consideraban equivocada, ya sea por convicciones o por miedo.
""Cuando vos naciste, una parte de Jaime murió para siempre"", le dice un amigo trans a Agustina. La necesidad de ser padre, a la que se refiere una tía conocedora del secreto de Jaime, prevaleció. Y Jaime eligió a la mujer que lo acompañaría hasta el final (él murió en un accidente cuando su hija tenía 12 años), pero no olvidó su otra vida.
El que la trajo al mundo fue quien lo había acompañado sentimentalmente por once años, el que se convirtió en médico cuando Jaime se recibió de abogado y murió de sida en soledad cuando la llamada "peste rosa" era una mala palabra en Córdoba y el mundo. De eso se enteró esta directora que presenta su película no sólo como confesión y catarsis, sino como una carta para que los que la vean comprendan mejor la lucha por la identidad.