El silbón: orígenes

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

¿De dónde provienen estas leyendas que tantas veces escuchamos de niños y en boca de nuestros tíos o padres para asustarnos momentáneamente? El Silbón: Orígenes (2018) procura dar respuesta a ello partiendo de la historia homónima, nacida en los llanos del estado de Portuguesa, Venezuela, y que después se esparciría por Cojedes y Barinas hasta ser difundida en algunas zonas de Colombia.

La película, reciente ganadora del 19º Festival Buenos Aires Rojo Sangre y de tres premios en el Festival de Cine Venezolano, desarrolla dos tramas al mismo tiempo. Por un lado está el origen de El Silbón con Ángel, un niño maltratado por su padre, Baudilio (Fernando Gaviria), quien estuvo acompañado por la brujería en su propia infancia. Por el otro está Martín (Yon Henao Calderón), quien lucha contra la maldición del fantasma que merodea a su hija.

Si hay algo que guía la propuesta audiovisual de El Silbón es la fotografía. Con insistencia, Gerard Uzcátegui nos sugiere el sentido de cada personaje dentro de la leyenda de este ser que anuncia su presencia con un silbido in crescendo y prolongado antes de atacar a su víctima. Los árboles y sus sombras tienen un fuerte significado a lo largo de la película, y no sólo porque sea una leyenda terrorífica. En torno a un árbol Ángel (Vladimir García y Martín Márquez) pasa sus ratos libres imitando a los zamuros, Y bajo un árbol su padre lo castiga. El guión toma la referencia de este elemento presente en una de las versiones de la leyenda original y saca provecho para brindarle un leitmotiv a la historia.

Lamentablemente hay elementos que juegan en contra. En principio, la irregularidad de la dirección de actores permite que haya escenas casi risibles por la falta de convicción en la manera en que ellos dicen algunas líneas. Por otro lado, ninguno de los personajes secundarios tiene una historia que atrape el interés. Todos están al servicio de la leyenda, y cuando el film se detiene brevemente en detalles, como en las madres de los niños, las escenas no parecen orgánicas a la historia central.

En el fondo de la propuesta se advierte una gran obra de suspenso. Esto queda evidenciado poco después de la mitad cuando finalmente se devela el surgimiento de “El Silbón”. A favor de la persistencia del suspenso tenemos una edición que intercala la masacre causada por el sanguinario ser con las insistencias del padre para eludir la maldición que rodea a su hija. También la ya mencionada fotografía, que nos brinda planos inquietantes. Pero eso no basta para que resulten creíbles las participaciones de gran parte del elenco.

Al final, el film de Bermúdez cae en los sustos fáciles, a diferencia de La casa del fin de los tiempos (2013), que inauguró el género de terror en el cine venezolano. Aún así, retrata con cierto tino una leyenda del llano, zona muy rica para situar estas historias de aparecidos, similares a los casos tan sonados que el locutor Porfirio Torres solía narrar en la radio caraqueña de décadas pasadas con su voz cavernosa. Al final, el miedo también nos hace comulgar con nuestro pasado particular y el común a los demás ciudadanos.