El séptimo hijo

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Varón, dijo la partera

Con Julianne Moore como una muy pero muy mala Maléfica y Jeff Bridges retornando al desalineado estilo Bad Blake - Dude Lebowski, Universal Pictures intenta recuperarse del sapo crítico y comercial que fue 47 Ronin, con protagónico de Keanu Reeves, y la dirección del ruso Sergei Bodrov (Mongol, El prisionero de las montañas) hace lo posible por, al menos, poner al gigante del espectáculo en buen camino. Bridges es Gregory, un cruzado perteneciente a un ancestral linaje de cazadores de brujas, y su némesis es Moore como la Reina Malkin, recién escapada de una prisión de máxima seguridad en las montañas y aguardando que se complete la luna roja para tener un poder destructivo inimaginable. El decorado es medieval, otro sucedáneo del revalidado Tolkien, con acólitos de la reina que se arman y desarman cual Transformers en criaturas monstruosas, aladas, reptílicas o simiescas, todas grandes como el apetito de Universal.
En el medio de esta nube de efectos es interesante ver cómo la química entre Moore y Bridges, cuando funciona, funciona realmente bien (sobre todo en el segmento final de la película). Cuando no, Bodrov pone en marcha el plan B, que se diría, caprichosamente, dio título a la película. Tom (Ben Barnes) es el séptimo hijo varón de una mujer humilde a quien Gregory recluta como lugarteniente, acorde al mito de una magia latente en los retoños de tal orden familiar. Esto da lugar a los momentos tediosos y más trillados de El séptimo hijo, las discusiones entre el inocente Tom y el hosco Gregory, pero entonces aparece la bella bruja Alice (Alicia Vikander), pulsando las cuerdas que despertarán los poderes y el heroísmo. El séptimo hijo es más de lo mismo, pero hace bien lo suyo y es un título acorde a las vacaciones de verano.