El regreso de Mary Poppins

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Disciplina en el aire

Uno quisiera afirmar que El Regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, 2018) es una película supercalifragilisticaespialidosa pero sinceramente -y por milésima vez- Disney y/ o el Hollywood actual maquillan a una remake bajo el mote de “secuela” y nos enchufan otro producto saturado de nostalgia que no llega a los talones del film original de 1964: con canciones anodinas y una trama duplicada que sustituye al Señor George W. Banks (David Tomlinson) con su hijo Michael (Ben Whishaw) y al querido artista callejero/ deshollinador Bert (Dick Van Dyke) con su aprendiz lamparero Jack (Lin-Manuel Miranda), el gran punto a favor de esta supuesta continuación es la presencia de la genial Emily Blunt como un reemplazo dignísimo de aquella Julie Andrews en el rol del célebre personaje titular, una niñera mágica que aquí por suerte respeta el carácter adusto de los libros de P.L. Travers.

En esta oportunidad la historia de base transcurre dos décadas luego de los acontecimientos de la primera obra y por un lado incluye los mismos elementos centrales del pasado, léase las aventuras de los purretes de turno -los tres vástagos del viudo Michael- con esa Mary Poppins que llega volando de la nada y el propio periplo emocional del hombre en pos de reconectarse con la “alegría de vivir” por fuera de las muchas preocupaciones mundanas de la agitada existencia londinense, y por otro lado incorpora un típico trasfondo de denuncia social a lo Charles Dickens con un banco -dirigido por el desalmado William Wilkins (Colin Firth)- a punto de tomar posesión del hogar de los Banks por deudas acumuladas. Por supuesto que la nodriza en cuestión, fiel a su estilo activo/ pasivo de resolver las cosas, ayudará a todos en sus respectivos problemas, casi siempre acompañada por el jovial Jack.

Rob Marshall, el realizador asalariado de turno, sigue sin ser capaz de recuperar algo del ingenio para los musicales que demostrara en ocasión de la lejana Chicago (2002), ya que tanto la presente como Nine (2009) y En el Bosque (Into the Woods, 2014) no logran reinstaurar ese encanto naif -definitivamente su obsesión retórica- de las propuestas del Hollywood Clásico, en especial debido a la reincidencia de coreografías de medio pelo, una melancolía demasiado ortodoxa y un metraje innecesariamente extenso, sumado a la misma falta de ideas novedosas que hace que estemos una y otra vez frente a situaciones que pretenden calcar escenas del film original de Robert Stevenson aunque sin el talento detrás de cámaras de antaño: de hecho, la reglamentaria secuencia animada a mano no pasa de ser un triste eco de su homóloga de la década del 60 y las composiciones de Marc Shaiman y Scott Wittman no tienen nada que hacer con aquella maravillosa colección de temas de los hermanos Richard y Robert Sherman, casi todos leitmotivs infantiles a escala planetaria.

Como decíamos antes, la bella Blunt está perfecta en lo suyo y le aporta el temple severo justo a una Mary Poppins que combina intermitentemente la diversión con la disciplina. Más allá del esperable cameo de Van Dyke y las también interesantes intervenciones de Firth y una hilarante Meryl Streep como Topsy, la prima del este europeo de Poppins, el trabajo le escapa a la intrascendencia total en esencia porque recupera los tres mensajes fundamentales de la película de 1964 y los libros originales de Travers: la necesidad de privilegiar a la familia/ los afectos por sobre la voracidad capitalista, el imperativo de no descuidar a la imaginación/ curiosidad creadora en la adultez y finalmente la obligación de seguir el ejemplo de la niñera con aires de bruja y alternar el orden con la libertad con vistas a evitar tanto comportamientos sádicos como traumas a futuro. Así como el núcleo temático está bastante bien, el “envase” pomposo mainstream ya no cuenta con el rigor, la efervescencia y la astucia del pasado, dejándonos con un opus algo mucho deficitario…