El regreso de Mary Poppins

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Odio tener que jugar el papel de malo… pero es así. La original Mary Poppins (1964) me emocionó y me aburrió por igual. A la secuela – manufacturada mas de medio siglo después, todo un record de distancia temporal entre un capítulo y el siguiente de una saga – le pasa lo mismo. Es un melodrama algo mas liviano que la original, pero inundada de canciones hasta el aturdimiento… y, lo que es peor, ninguna de ellas le llega a los talones de Supercalifragilisticoespialidoso o Chim Chim Chimenea. Al menos hubieran tenido el tino de incluir alguno de esos clásicos como homenaje (o de contratar a los autores de las canciones de Frozen, que saben hacer jingles) pero no, metieron una tonelada de canciones olvidables que, por mas que exuden energía con las coreos y las puestas en escena, no quedan prendidas en la memoria del espectador a los cinco minutos de terminado el filme. Los chicos se aburren en las plateas, los adultos se relamen con la nostalgia… pero somos unos cuantos los cuales nos pasamos cambiando de lugar el trasero en el asiento y rogando que termine el espectáculo. El Regreso de Mary Poppins es una muy buena película en muchos sentidos pero es una mediocre comedia musical que ni siquiera hubiera sido competitiva en los años 60, ya sea contra la original o contra especímenes como My Fair Lady o Hello Dolly!. El público moderno, mas cínico y preparado para una acción mas intensa, no está acostumbrado a un show infantil tan lento, con pretensiones artísticas y elaborado de manera tan artesanal.

El problema con El Regreso de Mary Poppins es que es anacrónica. El filme revive mecanismos narrativos del original como cuando la niñera mágica lleva a los niños a mundos de fantasía donde ilustradores y creativos disparan su imaginación a full pero, en el medio, hay baches interminables. Y los números musicales te matan (casi te dan ganas de imitar a James Franco en Oz el Poderoso cuando un grupo de duendes empieza a cantar y el tipo grita “Cállense!. Nada de canciones!”). El drama es que no hay tipos de la talla de los hermanos Richard & Robert Sherman para hacer temas pegadizos. Y el tipo que está ahora – Marc Shaiman – parece no estar interesado en hacerlas. La letra puede ser profunda – hay una canción muy sentida que canta Ben Whishaw sobre su esposa fallecida – pero llega un momento en que odiás que todo el mundo, cuando va a decir algo, empiecen las tonadas de fondo y se despache con una parrafada larga y musicalmente insípida. Los libros de P.L. Travers no eran obras musicales, no veo por qué tener que respetar el formato del filme de 1964 – o hacerlo con tantas canciones -, pero creo que es así porque la historia en sí es demasiado corta para llenar 90 minutos. Entonces lo que tenemos es una bolsa de gatos con grandes momentos y escenas plomizas. Lin-Manuel Miranda es simpático pero no encandila. Whishaw y Emily Mortimer son una bolsa de lágrimas. Al menos la Blunt hace un trabajo genial, haciendo una Mary Poppins hermosa, sofisticada y mucho mas autoritaria que la de Julie Andrews. Es admirable cómo se hace con un personaje tan icónico en apenas un par de fotogramas. Pero vos te das cuenta de que la obra recae en el carisma de los actores mas que en la eficiencia del libreto – que es un reciclado algo alterado del original (niños que no conocen la felicidad porque su padre es un amargado), y eso que se basa en uno de los ocho libros que P. L. Travers escribió sobre el personaje en su vida – porque, cuando aparece Dick Van Dyke sobre el final, el teatro se viene abajo. El tipo tiene 93 años pero se roba todo el filme en los cinco minutos en que está en escena, bailando y cantando, e inyectándole una energía feroz a una melodia insulsa. Oh, sí, Lin-Manuel Miranda será el genio de Hamilton, pero acá se precisaba gente con experiencia en vaudeville y obras musicales a la antigua. Solo Angela Lansbury (y la misma Blunt) se acercan a la energía que logra Van Dyke en apenas cuestión de segundos.

Hay muchas cosas inspiradas en lo visual – la secuencia en el tazón antiguo, la fantástica llegada de Mary Poppins al relato, el fabuloso baño de espuma -, pero muchas veces las cosas se dilatan mas de lo digerible. Todo esto termina convirtiendo a El Regreso de Mary Poppins en un espectáculo infantil para niños de cuarenta años o mas que apreciaron el original, pero bordeando lo intragable para chicos del nuevo milenio. Quizás sea tiempo de un upgrade en el lenguaje narrativo, o simplemente de contratar a otro compositor para que haga canciones mucho mas pegadizas.