El primer hombre en la luna

Crítica de Diego Batlle - La Nación

En sus tres primeras películas -la artesanal Guy and Madeline on a Park Bench (2009) y las multipremiadas Whiplash: Música y obsesión (2014) y La La Land: Una historia de amor (2016)- el joven director Damien Chazelle participó también en la escritura del guion. Su salto del cine ultraindependiente a las grandes ligas de Hollywood hizo que ahora trabajara por primera vez sobre un guion ajeno (a cargo de Josh Singer) inspirado, a su vez, en un best seller como el de James R. Hansen.

De todas maneras, Chazelle se las ingenia para trabajar -incluso en un contexto muy diferente- conflictos similares a los de sus films anteriores: desde sobrellevar pérdidas y culpas hasta el sufrimiento como camino a la trascendencia.

A la película se le pueden rescatar la solvencia narrativa, algunas obsesiones de su autor (desde la musicalización hasta la exquisitez visual) y el realismo estremecedor en la reconstrucción de cada una de las misiones espaciales, pero aquí las "costuras" se notan demasiado, hay menos fluidez y el resultado, por lo tanto, es la película más convencional de su carrera.

La historia personal del astronauta Neil Armstrong (Ryan Gosling), que incluye la temprana muerte de una hija a causa de un tumor (trauma que lo marcará para siempre) y la bastante fría relación con su esposa Janet (una poco aprovechada Claire Foy), está descripta con bastante superficialidad y lugares comunes. Tampoco se lucen demasiado los personajes secundarios (y eso que el elenco es un dream team), por lo que casi todo el peso recae en Gosling, correcto en las distintos registros que la historia le exige: desde el esfuerzo físico hasta la constante negación y la dificultad para la conexión emocional con sus seres queridos. El film narra el antes (la historia comienza en 1964), el durante y el después de la misión del Apolo 11 y es la crónica de una acumulación incontable de fracasos (incluidas varias muertes) de la NASA hasta el éxito que los Estados Unidos desesperadamente necesitaba tras ser aventajado durante muchos años en la carrera espacial por la Unión Soviética.

Más allá de algunas imágenes intimistas que remiten por momentos al cine de Terrence Malick, lo mejor del film está en las escenas de entrenamientos, pruebas, lanzamientos fallidos y viajes espaciales con una tecnología que hoy parece obsoleta, pero que permitió la proeza de 1969. Los cohetes crujen, los tornillos vibran, los hierros se recalientan y Chazelle logra que nos sintamos dentro de esas carcasas que surcaron el espacio. Allí reside el principal atractivo de una película que significa un pequeño paso en la carrera de este director, pero que queda lejos de ser un gran salto para la historia del cine.