El Potro

Crítica de María Paula Rios - Fandango

Desacralizando el mito

Parece que Lorena Muñoz es una entusiasta en retratar la vida (o una parte de ella) de ídolos populares, y sobre todo de cantantes. Ya realizó la película de Gilda, no me arrepiento de este amor (2016), con Natalia Oreiro de protagonista; y ahora es el turno del cordobés que contagió el ritmo del cuarteto por toda la Argentina: Rodrigo Bueno (El Potro), quien falleció en un accidente de tránsito con tan solo 27 años.

Aquí contempla en el reparto al debutante Rodrigo Moreno, quien encarna a su tocayo famoso con el mismo magnetismo que este ejercía. Después se vale de actores de renombre como Florencia Peña, que interpreta a la madre del cantante de manera respetuosa, así como Daniel Aráoz y Fernán Mirás, el padre y el representante respectivamente.

El film comienza con un Rodrigo adolescente viviendo en su Córdoba natal, poniendo todo el ímpetu para cantar. Más ilusión aún posee con un padre que trabaja en una discográfica y una madre que le deposita toda la confianza en su voz y su carisma. Y no se equivoca. El joven toma vuelo de forma precoz, y en un lapso de años llega a brindar recitales en el mismísimo Luna Park, convirtiéndose en el ídolo popular de millones de argentinos.

Besos, gritos y música resonando de fondo. Un garaje cuartel y la muerte inesperada del jefe de la familia, dejando a una madre viuda con tres hijos a cargo, y un vacío muy difícil de llenar. Con el que Rodrigo cargará hasta el día de su muerte. Este también es el fresco de esta historia que si bien en un principio se percibe un poco forzada (o teatralizada), a los pocos minutos se adecua y fluye con total naturalidad. Vale destacar la actuación de Rodrigo Moreno para lograr este cometido.

Es un punto de vista de los tanto que hubo alrededor del cantante. Un hombre lleno de luz que brindó alegría con su música, que vivió de forma veloz y se rodeó de gente, porque su generosidad no le cabía en el pecho. Pero tanta fama también atrae a los excesos, más allá del estímulo de una droga, también de trabajo… de amor. Y es en pleno auge, en medio de ese furor incontrolable, donde la directora decide retratar también las recaídas, el costado blue del artista. Evidentemente la pulsión de muerte estaba presente en su tan arrolladora personalidad.

Más allá del ídolo popular, Lorena Muñoz decide deconstruir esa imagen mítica instalada en el imaginario popular, realizando una especie de taxidermia emocional del cuartetero; yendo al fondo del ser humano para ver que se esconde detrás. Esa dualidad que existe entre persona/personaje, donde casi siempre el personaje se termina fagocitando a la persona real. Es comprensible que los familiares se puedan sentir heridos, porque justamente tienen a su persona amada idealizada; pero también es más que válido el ejercicio dialéctico que hace la realizadora al contrastar el Rodrigo ícono con el “terrenal”.