El Potro

Crítica de Diego Brodersen - Rolling Stone Argentina

Luego de Gilda, el Potro. La segunda pata del díptico (¿o habrá una trilogía?) de la realizadora Lorena Muñoz, dedicado a grandes figuras de la música popular con existencias turbulentas y finales trágicos, se acerca a la vida y obra de Rodrigo Alejandro Bueno a partir de un golazo de casting: el actor Rodrigo Romero, además de homónimo del cuartetero, posee un notable parecido físico, apoyado concienzudamente por maquilladores y estilistas.

Pero más allá de las semejanzas superficiales y las mímesis que el género biográfico suele demandar, Muñoz parece dedicar su película al Gatica de Leonardo Favio, no solo por esa secuencia de apertura en ralentí en el Luna Park sino, esencialmente, por su estructura narrativa de esfuerzos, tropezones, ascensos y caídas. El desafío más importante de Muñoz era reconstruir en pantalla una historia, en varios sentidos, más convencional que la de Gilda: en parte, por ser Rodrigo hijo de un productor musical y estar cerca del negocio desde pequeño. Y, en una medida no menor, por tratarse de un hombre. La llegada desde Córdoba Capital a Buenos Aires y los primeros gigs en pequeños bares y boliches, el inicio del romance con Marixa Balli, la tempestuosa relación profesional y personal con su productor y padre putativo (interpretado por Fernán Mirás), el vínculo muy cercano con su madre (Florencia Peña, con peluca asombrosamente noventosa) y la paternidad inesperada son algunas de las líneas centrales del guion coescrito por Muñoz y Tamara Viñes.

A diferencia de Gilda, no me arrepiento de este amor, este no es un relato sobre la lucha del héroe contra los elementos, sino contra sí mismo: los fantasmas de la fama, las adicciones, el ego, el coqueteo con los límites. Más allá de las escenas que registran la popularidad de Rodrigo, el de Muñoz es un retrato agridulce sobre una tragedia... ¿anunciada?