El planeta de los simios: La guerra

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Llegó la hora del “Ape-Pocalypse Now”.

Como las mejores películas de superhéroes, la tercera entrega de El planeta de los simios está lejos del maniqueísmo hollywoodense medio. El llamado al exterminio de los monos está en marcha y la civilización vuelve a bascular, como en El corazón de las tinieblas.

En un momento de la previa El planeta de los simios: Confrontación, simios y humanos descubrían que ambas especies habían sobrevivido a una pandemia universal, y a partir de ese momento se planteaba la opción de la coexistencia o el exterminio mutuo. La misma que afrontan, en el mundo real, distintos grupos humanos, separados y enfrentados por distintas razones, algunas de ellas de larguísima data. Ahora, al comienzo de El planeta de los simios: Lla guerra, tras un terrible combate en el que la comunidad simiesca parece a punto de colapsar bajo el fuego lanzado por soldados que llevan, a su vez, cascos donde puede leerse “especie en extinción”, los comandantes primates envían un mensaje a los humanos: dejarles el bosque a ellos y quedarse con el resto. Otra vez el ofrecimiento no puede dejar de leerse en relación con el mundo real, donde las voces más progresistas de Medio Oriente postulan como salida para la imposible convivencia entre israelíes y palestinos la de los dos Estados. La propuesta de los simios es desoída y el hombre blanco lanza su contraataque, que termina con el conjunto de los monos atrapados, encerrados en un campo de concentración y obligados a trabajos forzados. Guerra de dominio.

A diferencia de Confrontación, donde los elementos más ultras del lado humano eran una minoría y el líder militar, interpretado por Gary Oldman, era asimilable a un “moderado”, en esta ocasión el ejército de los hombres es dirigido por un coronel dispuesto a exterminar el enemigo, cueste lo que cueste (Woody Harrelson, calvo y con barba candado). No se trata sin embargo del facho desaforado: hay un aire de tristeza en él, y esa tristeza tiene que ver con una pérdida que terminará estableciendo un vínculo inesperado con su némesis, que no es otro que César, el más inteligente de los monos y líder de los suyos (el siempre genial Andy Serkis, reproducido mediante el sistema de captura de movimiento). La cabeza fría de César, su capacidad de pensar aún bajo presión, es lo que hace de él un líder, y esas condiciones le permiten revertir la catástrofe aparentemente inevitable en el combate inicial. Sin embargo, cuando le toquen lo más querido, César perderá esa condición pensante y con ella su capacidad de liderazgo, al que de hecho renunciará, en pos de consumar su venganza personal. “Te volviste como Koba”, le hace ver su amigo y consejero, el orangután Maurice, refiriéndose al gorila guerrero, encarnación del odio, muerto en la primera parte.

Ni tan buenos ni tan malos, entonces: mientras el héroe afronta su costado oscuro, el villano tendrá con éste simetrías inesperadas. Como las mejores películas de superhéroes, la tercera El planeta de los simios está lejos del maniqueísmo hollywoodense medio. “Ape-Pocalypse Now”, dice una pintada en una gruta, a modo de llamado guerrero al exterminio de los monos. Pero también a modo de cita cinematográfica, claro. ¿De cita con qué grado de pertinencia? La calva de Woody Harrelson brilla como la de Brando en la obra maestra de Coppola, y es también, como Kurtz, un personaje torturado por el dolor de la pérdida. Pero no está roto internamente, como Kurtz, ni inspira en los demás la mezcla arcana de fascinación y terror que aquél generaba. Si la civilización está en peligro en La guerra, si se halla en un nuevo retroceso hacia el salvajismo –como sucedía en el film de Coppola, a instancias de la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad– es a causa de un virus producido por pruebas de laboratorio, una implosión algo light si se la compara con las imponentes catarsis del capitán Willard y el coronel Kurtz.

La crítica estadounidense sostuvo, en términos generales, que El planeta de los simios: la guerra es el mejor “tanque” de Hollywood en lo que va del año. Seguramente lo es. No carece de inteligencia, de contención ni de capacidad de sugestión. Eso no la hace una gran película: está demasiado atada al guion, a sus temas, a lo planificado, para serlo. Una gran película implica necesariamente formas de osadía –en relación con lo previsto y escrito, en relación con la construcción de personajes, con la audacia de la historia– que en este caso no se advierten. Pero es buena, y para una película mainstream, a esta altura del partido eso sí que es raro.