El planeta de los simios: La guerra

Crítica de Diego Batlle - La Nación

La guerra, oscura visión sobre la caída del ser humano

El director de las valiosas Cloverfield: Monstruo, Déjame entrar y El planeta de los simios: Confrontación (2014), segunda entrega de esta reciclada saga (la primera había sido rodada en 2011 por Rupert Wyatt), regala con La guerra la historia más oscura, pesimista y sangrienta de toda la trilogía. Tras la muerte del cruel Koba, el chimpancé César (Andy Serkis) queda no sólo al frente de su familia sino de una muy organizada comunidad de simios. Pero los militares se acercan, secundados por los antiguos seguidores de Koba que se han transformado en colaboracionistas, con la idea de aniquilarlos.

La idea del guión es clara: los primates evolucionan; los humanos involucionan y, por lo tanto, no es difícil empatizar con los conflictos de César y sus leales seguidores como el orangután Maurice (Karin Konoval) o el gorila Luca (Michael Adamthwaite) frente al despiadado (y estereotipado) coronel que interpreta con un bienvenido sentido del humor Woody Harrelson. Si lo de Harrelson, al frente de un ejército de sádicos mercenarios, es tan exagerado y disparatado que está cerca del ridículo, el contrapunto humano lo ofrece una adolescente muda llamada Nova (Amiah Miller), que resulta una observadora inocente del horror que se genera a su alrededor.

El planeta de los simios: La guerra es ante todo, como su título lo indica, una película bélica con múltiples referencias a Apocalypse Now y otros clásicos del género, pero también una de escape de prisión (de campo de concentración) con ciertos aires de western y algunos destellos cómicos. El expresivo trabajo de Serkis con su simio construido a partir de la técnica de captura de movimientos es, otra vez, excepcional y se suma a todo el despliegue de efectos visuales, panorámicas nevadas fotografiadas con sentido épico por Michael Seresin y la potente banda de sonido compuesta por Michael Giacchino.

El resultado es un film entretenido a partir de un relato bien construido (Reeves ratifica sus dotes de lúcido narrador y no casualmente le han encomendado dirigir la próxima The Batman) y una alegoría sobre el maltrato a los animales, la tentación del ojo por ojo y las dificultades de convivencia armónica entre seres diferentes que proporcionan distintos niveles de lectura políticos y morales.