Años después de su graduación como abogada y de sufrir un accidente, Gloria se encuentra un tanto desganada con la vida como con su profesión. Con un malestar motriz que la acompañará de por vida, y siempre defendiendo a culpables, parece ser que está es su primera oportunidad para trabajar a favor de un inocente. Pero todos los involucrados en el litigio pertenecen a un pueblo donde la civilización parece que se ausentó hace años; y a esto hay que sumarle que Gloria se enfrenta legalmente a su idolatrada profesora de la Universidad, quien se convirtió en un engranaje de un sistema corrupto. Hoy nos toca hablarles de El Peso de la Ley, un film argentino que es la ópera prima del actor Fernán Mirás, quien acá además de dirigir y actuar, es parte de la dupla guionista. Y pese a que en su debut muchos dirían que hacer de hombre orquesta es un error, podemos asegurar que estamos ante lo que va a ser una de las mejores películas argentinas del año. Esta es una de esas ocasiones donde la comedia, el drama, la crítica social y el absurdo logran convivir tan en armonía, que al menos para este redactor era una constante sorpresa el estar viendo esta película y ver como se pasaba de una escena bastante dramática, a otra donde el WTF es lo único que pensamos, pero todo de forma natural y sin que parezca forzado, o peor aún, metido por capricho de los guionistas. Gran parte de que esto funcione también se debe a la brillante actuación de Paola Barrientos como la abogada Gloria. Si bien ya se la pudo ver a esta actriz en otros largometrajes, esta ocasión tiene un rol que le calza como anillo al dedo al histrionismo mostrado muchas veces. Y pese a que el resto del elenco se luce y hace a la perfección su papel, Barrientos queda varios cuerpos por delante de sus compañeros, provocando empatía desde el minuto uno de película. Pero mas allá de los momentos graciosos de absurdo, El Peso de la Ley es un film crudamente real, ya que retrata los chanchullos, amiguismos y acomodos que hay entre los jueces, fiscales y abogados, quienes en muchas ocasiones en vez de impartir justicia, piensan más en sus intereses personales, olvidándose que la vida de personas esta en sus manos. El Peso de la Ley los va a hacer reír, de eso no cabe duda. Pero también los va a hacer pensar en el sistema judicial podrido que hay en Argentina y como gente sin ganas de trabajar decide sobre la vida de los demás. Una vez que las risas se acaban, es para analizar el mensaje de fondo; y por sobretodo, aplaudir un film que no va a dejar a nadie indiferente.
El tema del "falso culpable" y la burocracia legal son los pilares de la ópera prima de Fernán Mirás, que lo cuenta además como actor, junto a Paola Barrientos. La parsimonia de un pueblo en el que "no pasa nada" es elegida por Fernán Mirás para su ópera prima, que también lo tiene como actor junto a Paola Barrientos. Un relato que espía las injusticias a las que se somete a un barrendero privado del habla pero que comprende todo lo que sucede a su alrededor. Gloria -Barrientos-, una abogada que arrastra una cojera debido a un accidente sufrido el mismo día en el que se recibió, está desilusionada de su profesión y trabaja en una oficina, destartalada, repleta de expedientes olvidados, junto a un asistente -Darío Barassi-. Todo cambia cuando decide defender a un acusado de violación -Daniel Lambertini-, al que considera culpable y por quien se traslada a ese lejano pueblo, mientras litiga con la fiscal Rivas -Maria Onetto-, su profesora en la facultad de Derecho, y con el atildado juez de la causa -Dario Grandinetti-. Mirás coloca el ojo en criaturas abrumadas por la injusticia y la desesperanza en un pueblo donde las desigualdades sociales están a la orden del día -la presencia del comisario; la mujer del acusado, encarnada por Jorgelina Aruzzi; los lugareños poco amigables- y donde el silencio parece el cómplice ideal para ciertos entramados del poder. Las deficiencias de un sistema judicial que no sólo perjudica a víctimas y acusados, sino también a los profesionales que quieren ejercer su trabajo con profesionalismo, y el tema del "falso culpable", son los pilares sobre los que se apoya esta historia que combina drama y momentos de humor. A la promisoria tarea narrativa de Mirás, que logra una descripción minuciosa de los hechos basados en sucesos reales, se suma una Paola Barrientos que coloca a su personaje en primer plano, con convicción, humor y garra para combatir a quienes la formaron en la profesión.
Audaz y bastante lograda ópera prima como director del reconocido actor. Una de las sorpresas argentinas del reciente festival Pantalla Pinamar fue el debut como director de Fernán Mirás con El peso de la ley, una película sobre un caso jurídico real. La propuesta estética del film es arriesgada: con un tono de farsa, absolutamente todas las situaciones que se presentan son caricaturescas, sus personajes estereotipados, las actuaciones forzadas y, sin embargo -si uno accede a ese tono cercano al grotesco criollo-, el resultado es más que aceptable. Paula Barrientos pone todo su histrionismo en el personaje de la defensora de oficio -talentosa y renga- de un hombre acusado de violar a un discapacitado en un perdido pueblito de provincia. Enfrente está María Onetto como la fiscal inescrupulosa que despliega toda su violencia y agresión mordiendo sus palabras frente a esa abogadita que osa desafiarla. Y, entre ambas, Darío Grandinetti como el juez gay que le debe su cargo a la fiscal, por aquello de “la familia judicial”. El film desnuda los mecanismos de la Justicia argentina que se ponen en funcionamiento en un caso real, menor, como hay tantos. Corrupción, connivencia entre policías y jueces, burocracia, injusticia en suma. Resta saber si el resultado era la intención original del director -¿esos primeros planos feroces buscaban el efecto final?, ¿ese pianito insufrible está allí para ilustrar o para molestar al espectador?- o, como se dice por allí, fue una sumatoria de encuentros de talentos que dieron este resultado.
Justicia renga Un más que oportuno debut para el actor Fernán Mirás en su ópera prima El peso de la Ley, cuenta con el protagonismo de Paola Barrientos en el rol de una abogada, desencantada del sistema judicial y que acepta -como lo hace habitualmente- hacerse cargo de la defensa de un presunto culpable acusado de la violación de un discapacitado mental en un remoto pueblo paradójicamente llamado Escondido. Refleja los aciertos de una trama bien elaborada -guión de Fernán Miras y Roberto Gispert- que aborda el tópico de la injusticia como hilo conductor. Si hay un problema acuciante en la Argentina desde hace décadas y más allá de los colores políticos que enchastren la fachada del Palacio de Justicia de aquí en adelante, sin lugar a dudas la falta de justicia en todos los órdenes es la respuesta más adecuada. Desde ese sentido, lo social se acomoda en el primer peldaño como el escenario donde la injusticia se respira a cada segundo, pero si a eso le sumamos un sistema institucional colapsado, un poder judicial nada independiente y donde la burocracia reina mientras el ego de muchos funcionarios es más grande que la catarata de expedientes apolillados en dependencias estatales, no parece existir solución alguna. Ahora bien, cuando se baja al llano, cuando se sale de la retórica hueca sobre el estado calamitoso de la “justicia”, aparecen miles de historias como la elegida por Fernán Mirás capaces de contener todos los casilleros de un complejo diagrama de pequeñas injusticias como el que atraviesa el relato donde el presunto culpable podría ser en realidad inocente; donde lo que menos importa es la verdad de un hecho, sino la forma de ocultar esa verdad con argucias y falsedades cuando la balanza inclina siempre para el mismo lugar. La imagen conocida de la señora de ojos vendados y muda encuentra un paralelismo algo inocente pero no por ello menos significativo en el personaje de Manfredo Doméstico, en la piel de Fernán Mirás, quien no habla durante todo el film y es el pívot de la historia. El factor desencadenante de la acusación de uno de sus vecinos (Daniel Lambertini) de haberlo sometido a un acto sexual aprovechándose de su discapacidad ubica a la supuesta víctima -que nadie escucha- en el centro, mientras en la periferia la abogada defensora cojea contra la corriente. Es realmente notorio el desempeño de Paola Barrientos que hace de su trajinar cotidiano, doloroso por su afección física no sólo una herramienta eficaz para su actuación, sino simbólica por su falta de recursos y desigualdades ante una fiscal (María Onetto) interesada por sus aspiraciones personales más que por su tarea. Cierto costumbrismo aporta a este drama judicial, despojado de los cánones de las películas con juicios y acusaciones a las que estamos acostumbrados, una paleta de colores que ante tanta oscuridad rescata detalles y procura escapar de la dialéctica de buenos contra malos, aunque es más que obvio de qué lado se focaliza y sobre qué se focaliza. El Peso de la Ley aborda las aristas invisibles de esa palabra tan grande como Justicia, a la vez que tan pequeña a la hora de ejercerla al menos con honestidad.
La ópera prima de Fernán Mirás ofrece un acercamiento al sistema legal a través de un caso verídico. Gloria Soriano (Paola Barrientos) es una abogada que siente desencanto de su profesión. Pero su vocación comienza a despertarse cuando, en la defensa de un acusado de violación, tiene que litigar contra la Fiscal Rivas (María Onetto), quien fue su profesora en la Facultad. El vínculo que uno al Juez (Darío Grandinetti) con la Fiscal incentiva a Gloria a investigar sin pausa. El peso de la Ley se centra en un sólo expediente, pero a través de ese se refleja la forma en la que el sistema judicial trata a las personas de clase baja. Precisamente, lo más interesante – y difícil – de la película es ver el poco interés que se le destina a los casos en los que está involucrada gente humilde. Claro que la excepción es el personaje de Barrientos, quien compone a una heroína tan común como real (además de los contratiempos de sus superiores sobrelleva los prejuicios por su renguera). Mirás construye una historia llevadera que roza lo grotesco y tiene momentos de comicidad. Los personajes responden a ciertos estereotipos que están en consonancia con el tono del film. Las escenas más interesantes son las protagonizadas por Barrientos, Onetto y Grandinetti. Sus actuaciones son muy buenas, al igual que las del resto del elenco, que está integrado por varios actores marplatenses. Basada en un hecho real, El peso de la Ley genera una reflexión inevitable. Porque además de un caso de injusticia, pone en foco los entramados que la producen.
Con este trabajo debuta como director Fernán Miras, que además actúa y es coguionista. Y a partir de un hecho real desarrolla un film con mucho humor negro, desmesuras, ironías y denuncias sobre el sistema judicial argentino. No pocos dardos sobre la familia judicial, la desaprensión con como se manejan los fiscales, los expertos en evaluaciones psicológicas, los pequeños pueblos dejados de lado en materia de justicia, y la desidia general cuando se trata de quienes no tienen posibilidades de defenderse por escasos recursos o supuestas escasas luces. Una defensora que ve como su profesora de derecho hace todo lo contrario de lo que le enseñó, un caso de amor entre dos hombres adultos denunciado como violación, y lo que ocurre cuando alguien se toma el caso como algo personal. Por momentos absurda y esperpéntica, a veces demasiado verborrágica, pero sorprendente y contundente.
En las mazmorras de la Justicia. (ACLARACIÓN DEL CRÍTICO: "Se estrena El peso de la ley, de Fernán Mirás (error de tipeo del editor: el puntaje debería ser 5 y no 6)." El prólogo de El peso de la ley, ópera prima como realizador del actor Fernán Mirás, anticipa en parte el mayor lastre que la película deberá arrastras hasta sus últimas escenas. La estudiante de abogacía Gloria Soriano (Paola Barrientos) se enfrenta a un trío de profesores encabezado por una inflexible y sarcástica fiscal de apellido Rivas (María Onetto) en el último examen de su carrera; minutos después de aprobar y entre festejos con algunas amigas, el hueco de un ascensor se transforma en la trágica vuelta del destino que dejará en ella una marca física durante el resto de su vida. Esa instancia excesiva, melodramática, resulta el primer esbozo de un estilo marcadamente televisivo, en el que prácticamente todos los personajes y los hechos que suceden son aquejados por el mal del subrayado (al menos hasta el desenlace, donde la narración adquiere una súbita intensidad que hasta ese momento permanecía oculta). Basada aparentemente en un caso real de la historia judicial argentina, ocurrido en algún momento de los años 80 en el interior del país, la de Gloria (alias La renga, corolario del mencionado accidente) es la historia de David contra Goliat por otros métodos. Abogada defensora de la categoría más gris imaginable (su “oficina” es un subsuelo infestado de legajos, donde ni siquiera funciona la cadena del inodoro), ocupada usualmente en defender clientes culpables de los hechos imputados, la llegada de un nuevo caso la pondrá en la línea de fuego del aparato judicial de su distrito, enfrentándola asimismo con esa antigua profesora, ahora en camino hacia un posible sillón de jueza. La defensa de El Gringo (el experimentado actor de teatro Daniel Lambertini), habitante de un minúsculo pueblo donde nadie parece sonreír, no parece sencilla: acusado de violar a Manfredo (el personaje que se reservó el propio Mirás), un hombre tímido y callado al que las fojas del legajo consignan como “deficiente mental”, las piezas del juego parecen estar fijadas en casilleros inamovibles, cruzando corrupción policial y civil con intereses de todo tipo, ínfimos y de gran calibre. Hay algo genuinamente interesante en el personaje interpretado por Barrientos, que en su viaje para recabar información se transforma en una suerte de detective a la vez que socióloga, enfrascada en un intento por comprender un universo con reglas tan propias como indescifrables para el forastero. Pero el tono usualmente ampuloso y crispado de los personajes, en el que cualquier atisbo de sutileza es inmediatamente eliminado de la ecuación por el trazo grueso (que, por momentos, roza lo caricaturesco), atenta constantemente contra la posibilidad de que el relato encarne en algo más que la ilustración de una serie de ideas dispuestas en el guión. Sobre el final, cuando la batalla entre las dos mujeres es mediada por un juez (Darío Grandinetti), la situación mejora: a pesar de la densa bajada de línea sobre cuestiones sociales y la esquemática descripción de los oscuros entretelones del ámbito judicial, una serie de precisos diálogos deja entrever, durante esos escasos minutos, la película que no pudo ser pero bien podría haber sido.
Problemas de tono El actor Fernán Mirás debuta en la dirección con El peso de la ley (2017), un drama judicial basado en un hecho real en el que se entremezclan el absurdo con el hiperrealismo, algo que atenta contra el resultado final. Gloria (Paola Barrientos) es una abogada a la que nunca le tocó defender un inocente. El caso de un hombre acusado de violar a otro en un pueblo del interior del país la hará luchar contra viento y marea para demostrar su inocencia y poner al descubierto una red de mentiras, manipulaciones y trampas judiciales donde la justicia se medirá con la vara de la economía. El principal problema que presenta El peso de la ley es el tono. Por momentos absurdo, por otros realista, todo se mezcla en una coctelera donde nunca se encuentra el equilibrio y lo dramático causa risa y lo gracioso pena. Recién sobre la segunda mitad, y sobre todo gracias a Paola Barrientos, es cuando la película logra encontrar un rumbo y llegar a destino con algo de mesura, a pesar de subrayar algunas cuestiones innecesarias, que se sobreentienden de antemano. Así como la historia no encuentra su tono, tampoco los personajes que por momentos pasan del estereotipo al ridículo, de la contención al desborde y de la insinuación a una verborragia incontenible. La reiteración de información sobre algunos aspectos hace que la previsibilidad se apodere del suspenso y rápidamente se pierda el interés por lo que vendrá. Atrás de El peso de la ley sin duda hubo buenas intenciones, un tema interesante y de impacto social. La idea de reflejar cómo se maneja la justicia de acuerdo al extracto social al que uno pertenece no está mal. Lo malo es que para hacer cine no solo hacen falta buenas intenciones y un tema interesante, sino algo más. Al menos si la intención es hacer un producto homogéneo.
Publicada en edición impresa.
El peso de la ley: dilemas de una abogada Uno de esos expedientes en los que a veces se consuma la injusticia llega a manos de Gloria, una abogada apegada a la verdad quien deberá defender a un acusado de violación, ya considerado culpable del hecho. La víctima es un joven sumiso que habita un pueblo bonaerense. En toda su carrera a Gloria jamás le tocó defender a un inocente y tal vez ésa sea una de las causas del desencanto de su profesión. Pero esa vocación adormecida parece despertarse cuando se ve obligada a litigar contra una fiscal, quien fue su admirada profesora en la facultad. El sistema legal convirtió a ésta en lo contrario de lo que enseñaba en sus clases, y su vínculo íntimo con el juez de la causa deja en desventaja a Gloria, quien no se da por vencida y comenzará un arduo camino para demostrar que el acusado no es culpable de ese delito. Sobre la base de esta dura historia, Fernán Mirás, en su promisorio debut como director, se replantea cada uno de los vericuetos de ese episodio en el que puede rastrearse todo el dolor y la angustia de un ser atormentado por dedos acusadores y miradas torvas. Cálido y angustioso, el film recrea con mirada inteligente ese devenir por el que debe transitar Gloria (un muy buen trabajo de Paola Barrientos) en su lucha por llegar a la verdad. María Onetto, Darío Grandinetti y el propio Mirás acompañan con convicción este trágico entramado.
Un debut auspicioso La opera prima de Fernán Mirás amalgama thriller, drama y toques de comedia en una buena historia de índole judicial. Un auspicioso debut en la realización cumple Fernán Mirás con El peso de la ley, porque amalgama bien el thriller y el drama con pasos de comedia, y roza el cine de denuncia. La película se basa en una historia real: un empleado de mantenimiento de un pueblito –barre la ruta- es acusado de haber violado a un compañero, que tendría una discapacidad mental (el propio Mirás). La fiscal Rivas (María Onetto) pide 12 años de prisión, lo que a la defensora de oficio (Paola Barrientos) le parece excesivo, y hasta duda de que haya sido una violación. A partir de allí, y luego de arrancar con el examen que Rivas le tomó en la Facultad de Derecho a Gloria años atrás, la película desanda el conocido camino del encuentro de la abogada con su defendido en prisión, pero varía en el tono rutinario de los filmes sobre procesos judiciales. Hay algo de farsa, no por las situaciones sino por el ida y vuelta de los diálogos, como un familiar lejano de El secreto de sus ojos son las conversaciones y/o discusiones en el juzgado. Hay corrupción, arreglos bajo la mesa, la familia judicial, maltratos y silencios encubridores. El de Mirás en pantalla no es el papel principal, ya que la historia opta por Gloria y su enfrentamiento con Rivas. Y a Onetto, que se luce hasta en un rol estereotipado, lo mismo que Darío Grandinetti como su juez gay, hay quien se le suma. Es Barrientos y todo su histrionismo. La actriz no ha tenido hasta el momento grandes oportunidades en el cine, pero supo destacarse y conmover en una producción pequeña como Ciencias naturales. Y esos choques entre profesora y alumna, la poderosa e inescrupulosa contra la sincera y que va en busca de la verdad, en pantalla se disfrutan.
Fernán Mirás siempre me pareció un gran actor, incluso en sus papeles televisivos menos comprometidos, y además un tipo muy interesante para escuchar. Por ello una película dirigida por él me generó una cierta expectativa que por suerte fue cumplida. Primero y principal destaco el nivel de detalle legal. Creo que es la primera vez que en cine se hace una representación tan fiel de cómo funcionan los tribunales nacionales. Se nota mucho la mano de alguien que la tiene muy clara en todo esto y el co-guionista Roberto Gispert usó muy bien sus años de abogado para darle mucho realismo a la historia. Y hablando de ello, nos encontramos ante un hecho real, de esos que superan a la ficción y que aquí se plasmó con mucha elocuencia y responsabilidad. Lo único que me costó fue adaptarme un poco al ritmo, porque tiene una gran intro que va a una cierta velocidad y luego es muy abrupto el corte hasta llegar al nudo para pasar al tercer acto. Es un film chico en cuanto a producción pero está todo muy cuidado, desde el arte y vestuario hasta las locaciones. Con respecto al elenco, Paola Barrientos se luce al igual que siempre. En esta oportunidad como la cara buena de la ley en contraposición de María Onetto, quien interpreta a una fiscal (con aspiraciones de jueza) a la que realmente querés escupir. Y cuando una película logra eso significa que la dirección de actores fue brillante. Esperaba eso de Mirás, y seguramente sucedió lo mismo con alguien de la talla de Darío Grandinetti, en un papel pequeño pero no por eso menos destacable. Me sorprendió mucho Darío Barassi, porque si bien es el comic relief del film, está muy centrado y con la cantidad de humor justo. En cuanto a la puesta técnica, hay muy buenos planos, una buena fotografía. No así la música, que si bien no está mal, en comparación no se luce. El peso de la ley es una gran película de género y muy argentina. Cualquier espectador va a pasar un buen rato con ella. Gran comienzo de Fernán Mirás como director, una nueva faceta a la que hay que estar muy atentos.
UN PEQUEÑO GRAN FILM El peso de la ley es una película bastante osada en ciertos aspectos mientras que en otros, mantiene a rajatabla un riguroso respeto por las reglas y tradiciones que el lenguaje cinematográfico supo instaurar hace unos cien años. La ópera prima de Fernán Mirás (aquí la entrevista) narra un caso judicial verídico caratulado como “violación de un discapacitado mental” de una manera bastante inusual. El lugar de trabajo, para su despliegue creativo, es sin duda el marco del género y el estilo logrando articular en esta historia, el drama, el grotesco con atisbos de comedia. No se priva de la caricatura de los personajes estereotipados que van desde la fiscal (María Onetto) pedante, exitosa y despreciable hasta la abogada de oficio (Paola Barrientos) frustrada y abnegada a su pequeño caso que gira en torno a un confuso episodio pueblerino. Podría decirse que el primer film del actor, quien a su vez representa a Manfredo Doméstico -el supuesto discapacitado víctima de abuso- acierta al proyectar la idea de que no necesariamente el estereotipo conlleva a un efecto negativo en el marco de la ficción y que incluso puede operar como una herramienta crítica importante, en este caso referida al sistema judicial argentino. El caso, aunque real, es menor y también lo es el despliegue investigativo que la abogada de oficio pone en marcha para develar que su cliente es inocente, puesto que el acto sexual habría sido consensuado. O eso es lo que ella pretende demostrar. El Gringo, acusado de violación de un débil mental, habría perpetuado simplemente un acto sexual homosexual con Manfredo, quien no solo habría accedido al mismo sino que la abogada lo presume como un individuo sin discapacidad alguna. Por otro lado, está el mundo de la capital, que exhibe los pormenores de un sistema colapsado y que ha olvidado que la materia prima con la que se trabaja son individuos, personas y no meros casos en un expediente. Ese es el terreno de la abogada, antigua alumna de la desalmada fiscal, quien a su vez resulta ser íntima amiga del juez de turno, interpretado por Darío Grandinetti. Ciertamente esta película no es Erin Brockovich (Steven Soderberg), en el sentido de que no se trata de un caso ejemplar, ni mediático como lo pudo ser el de Mi secreto me condena (Barbet Schröeder). Este es un film pequeño que hace apuestas por otros caminos y logra llevarse algunos logros nada despreciables. EL PESO DE LA LEY El peso de la ley, Argentina, 2017 Dirección: Fernán Mirás. Guión: Fernán Mirás, Roberto Gispert. Fotografía: Mariana Russo. Música: Cecilia Pugliese. Edición: Anabela Latancio. Intérpretes: María Onetto, Paola Barrientos, Fernán Mirás, Darío Grandineti. Duración: 101 minutos.
¿A qué extremos pueden llegar los equívocos del sistema judicial, en Argentina y en cualquier parte del mundo? Tomemos el caso real de un hombre acusado de un crimen del que nadie asegura que es el verdadero autor. Tampoco ayudan demasiado ni los testigos ni los abogados, y durante un tiempo no fue más que un expediente más en un cuarto saturado de carpetas y papeles. Un caso que inspiró el film El Peso de la Ley (2017) En El Escondido -un pueblito que parece hacerlo honor a su nombre-, un individuo es apresado por ser el supuesto culpable de sodomizar a Manfredo (Fernán Mirás), su compañero de trabajo, un lugareño retraído. El caso es visto fugazmente por la justicia de Buenos Aires, y pasa rápido al sector de los expedientes, listo para ser olvidado… hasta que Gloria (Paola Barrientos), una abogada tan amargada como tenaz, da con el asunto y decide hacer algo al respecto. Su travesía la llevará a lidiar con viejos conocidos y nuevos personajes, que permiten identificar las luces y las sombras (más sombras que luces, por lo general) de un episodio que se volverá polémico. Luego de una larga carrera como actor, Fernán Mirás debuta detrás de cámara con una comedia amarga, crítica, venenosa, en la tradición de los mejores exponentes nacionales, de cine y de teatro, como los que escribían Roberto “Tito” Cossa y Jacobo Langsner, que a su vez le debían buena parte de su esencia a la comedia italiana. La historia presenta un sistema judicial plagado de corrupción, omisiones y negligencias que perjudican más de lo que contribuyen a establecer un orden. A la hora de retratar a los habitantes del pueblo tampoco se queda atrás, ya que muestra un submundo donde la ignorancia termina siendo equiparable a la crueldad y los manejos ilegales. Pero lejos de quedarse en una catarata de pesimismos y falsedades, el director permite que, a través de Gloria y de Manfredo, puedan aflorar la buena voluntad, la esperanza y la justicia. Se trata de una película de actores, y allí reside su punto fuerte. Desde la estupenda Paola Barrientos hasta el secundario más ignoto, cada uno está exacto en el delicado tono -es comedia, pero no le escapa al drama- que Mirás le otorga a su ópera prima. De hecho, él mismo compone a un personaje crucial, con sus tormentos y peculiaridades, sin caer en el patetismo involuntario. El Peso de la Ley es una sátira sobre la Argentina, de hace unos años y de la actualidad, donde los oscuros manejos y los errores por parte de gente poderosa nunca podrán opacar la buena fe y la lucha de unos pocos.
“La única verdad es la que se puede probar” es una afirmación a priori bastante ambigua, pero toma otra dimensión en nuestro país con la situación que experimentamos. Con El Peso de la Ley sucede lo mismo, contemplando cómo el sistema legal somete imparcialmente a quién se encuentra bajo su yugo. El debut en la dirección de Fernán Mirás está plagado de esta realidad, vale decir que se encuentra inspirada en hechos reales, a la vez que narra una ficción de forma audaz y creativa.
Las dos caras de la justicia. Gloria Salgado es una abogada a la que se le asigna la defensa de El Gringo, un empleado de mantenimiento de un remoto pueblo de la Provincia de Buenos Aires, acusado de abusar sexualmente de Manfredo, un compañero de trabajo y que parece ser una persona con limitaciones mentales. Todo parece señalar que no hay mucho que hacer y que el Gringo es culpable de lo que se le acusa, pero mientras Gloria profundiza en el caso, se empieza a percatar de algunas inconsistencias en el tratamiento judicial podrían indicar lo contrario. El Peso de la Ley es un guion sólidamente construido, con un conflicto claro y un flujo narrativo que nunca pierde ese conflicto de vista. Todos los personajes son multidimensionales y prolijamente desarrollados. Cada uno tiene virtudes y defectos, cada uno tiene un fantasma que superar para conseguir lo que quiere o redimir una falla de su carácter, y todos los personajes son cambiados de una manera u otra. También cabe aclarar que tiene tiempo para desplazar una sutil denuncia sobre los defectos del sistema judicial, pero siempre teniendo en cuenta que la prioridad acá es la historia y los personajes. Es un guion clásico, y orgulloso de serlo, porque no tiene miedo de abarcar uno de los más viejos preceptos guionisticos: Alguien que quiere algo y debe confrontar a alguien que quiere lo contrario. Del mismo modo, es necesario señalar que, si bien es un guion netamente dramático, tiene la inteligencia de saber insertar momentos de comedia sin robarle protagonismo a la seriedad del tema que se está tratando. Párrafo aparte merece el enorme nivel de verosimilitud en los procedimientos judiciales argentinos. Esta no es una película que ambienta todo en los tribunales, pero se desplaza como si fuera una película de abogados a la americana. El Peso de la Ley sólo toma la fluidez de ese estilo de películas, pero el estilo de proceder, de moverse, de invocar y de debatir la letra de la ley es indefectiblemente autóctono. Paola Barrientos se lleva al hombro la película con su Gloria Salgado, con una interpretación parca, irónica, ácida incluso, pero con muchísima humanidad. María Onetto entrega una antagonista muy eficiente, igual que Darío Grandinetti, quien da vida al juez que debe dar su veredicto al caso en cuestión. El costado técnico es muy prolijo. No hay mucho que hablar; responde y con eficiencia a lo aportado por los actores. Fernán Mirás tiene un gran instinto para la puesta en escena, y sabe dónde ubicar la cámara y por qué. Él sabe cuándo lo que más importa en el encuadre es la actuación y cuando la locación o el decorado pueden aportar cosas significativas al desarrollo de la historia; en particular una escena entre Barrientos y el propio director en medio de un bosque. Conclusión: El Peso de la Ley es una narración clásica y fluida, sostenida por eficientes actuaciones y una dirección con pulso seguro. Fernán Mirás aprueba su primer desafío en la silla del director. Que sea el primero de muchos y, Dios quiera, con la misma solvencia.
Una historia que mezcla muy bien el thriller y el drama, pero que también tiene toques de humor, además de ser la ópera prima de Mirás (se luce). Basada en un caso real, ocurrió en pueblito de nuestro país. En tribunales existen ciento de historias, bueno en esta oportunidad le toco a esta. Muestra un poco como se trabaja en tribunales, un lugar lleno de expedientes, hasta fojas pérdidas en el camino, en un lugar donde muchas cosas no funcionan no solo los expedientes sino también el baño del lugar (donde las personas tiran sus desechos), nos ofrecen algunas metáforas. Barrientos interpreta a una abogada con un problema físico que suele encargarse de defender a culpables, le llega este caso distinto, El Gringo (Daniel Lambertini), lo acusan de violar a un joven con problemas mentales Manfredo (Mirás), y se sabe como terminan los violadores en la cárcel. A ella le dan ciertos indicios que es inocente. Le resulta todo un desafío porque nunca defendió a un honesto, uno de los motivos que la desilusionó dentro de su profesión. Ahora se debe enfrentar a la fiscal Rivas (Maria Onetto, resulta odiable), a la que ella admiraba y la desencanta por distintas razones, el juez de la causa (Dario Grandinetti) que vive lleno de presiones. Y se enfrentará a la burocracia, a una justicia ciega y a los policías corruptos de un pueblo. Vemos un buen duelo actoral donde los tres se lucen cuando discuten el caso Barrientos-Onetto-Grandinetti. Pese a poseer un presupuesto acotado, tiene matices, buenos planos, fotografía y dirección de arte, tal vez se puedan señalar algunos problemas de ritmo. Un buen film de acusaciones.
El Peso de la ley: La realidad de la justicia argentina “El peso de la ley”, la ópera prima de Fernán Mirás, llega a todos los cines nacionales este jueves 23 de marzo. Si querés saber la triste realidad del manejo de la justicia argentina, no te podés perder esta película. El film relata la historia de Gloria Soriano, una abogada perseverante y obstinada que deberá defender a un acusado de violación condenado a 12 años de prisión, el “Gringo”, caso que pondrá en peligro su profesión y su futuro. Sin embargo, ella comienza a dudar del entorno y sus convicciones luego de comprender las relaciones sospechosas entre el juez, fiscal y testigos de la causa, quienes buscarán impedir que se conozca la realidad del caso: la inocencia del acusado. Sumado a ese panorama, ella todavía recuerda la voz de la corrupta fiscal, cuando fue su profesora en la universidad, que decía: “La justicia existe sólo si se puede probar”; por lo tanto, la abogada hará todo a su alcance y más por comprobar la inocencia de su cliente, cada vez más desdibujada en el país y desvirtuada, ya que el sistema legal se aprovecha de las personas de humilde situación que no pueden defenderse ante semejante burocracia. La película tiene un gran elenco, formado por Paola Barrientos, Maria Onetto, Darío Grandinetti, Fernán Mirás, Jorgelina Aruzzi, Darío Barassi, Daniel Lambertini, Daniel La Rosa, Sebastián Rosso y Julio Feld. Además la película, filmada en Necochea, Mar del Plata y Recoleta, está edificada a partir de ciertas bases que la sostienen. Entre ellos, una de las principales fue el turbio manejo de la justicia argentina, la corrupción que afecta los juicios y atentan sin ningún pudor contra la gente más humilde y de baja clase social. La fiscal asegura en el comienzo de la trama que “La materia con la que trabajamos (los integrantes del sistema judicial) son los seres humanos”; Sin embargo, el mismo personaje revelará más adelante su verdadera honestidad con una pregunta contundente: “¿Cómo crees que se nombra a un juez?”, haciendo referencia al acomodo que ella había hecho para darle ese título. Otro eje principal fue la insistencia incansable de la abogada, Gloria Soriano, que lucha por demostrar la inocencia de su acusado, aunque no tenga las de ganar. En ese camino, se puede observar la desesperación e impotencia que genera ir en contra de la corriente, de toda la red establecida que se encubre entre sí para evitar demostrar la verdad. Incluso, cuando su mismo secretario le dijo a la abogada que se rinda, ella siguió por demostrar que no hay que bajar los brazos jamás, y mucho menos cuando está en juego la vida de una persona en un caso, siempre con su lema siempre latente: “Todos somos inocentes hasta que se demuestra lo contrario”. Sin embargo, en un momento de la película, ella parece no poder más y aclara: “Lo realmente difícil es defender a un inocente y no poder probarlo, che”. Por ejemplo, esa tristeza puede observarse en un plano nadir realizado en dos momentos: en el comienzo, en el ascensor, cuando ella mira al techo rendida y pensando en que no podía seguir, y en la mitad de la película, cuando ella cae en el bosque, y mira a los árboles desde el piso, donde demuestra estar perdida y derrotada otra vez, pero no definitivamente. Incluso en otro momento, puede observarse un plano desde atrás de ella subiendo a un autobús, en donde se ve el tapado sucio, que refleja el esfuerzo constante e incansable en el caso. Otra base del film fue el contraste generado por el director entre la ciudad y el campo. Mirás quiso mostrar las diferencias que la sociedad genera entre sí y lo establecido para cada segmento social, cuando en realidad no todo es lo que parece: las personas humildes muchas veces son las más honestas y, aunque sean absorbidos por una burocracia, y muchos se callen por miedo, otros no dejarán que se distorsione la verdad. Otra base de la película fue la discriminación a la mujer en algunas profesiones. Esta puede verse reflejada en el momento en que la abogada va a hablar con el “Gringo”, para representar su caso, y el acusado pregunta: “¿No hay un hombre? ¿Cómo me va a defender una mujer si soy hombre? Renga de mierda”, a lo que ella responde: “Ese es mi nombre desde que me recibí”, es decir, que está acostumbrada a los insultos cuando ella en realidad sólo busca defenderlos y hacer justicia. Por último, una cuestión que se puede observar en el film es la ambigüedad del personaje de “Manfredo”, interpretado por Fernán Mirás; cuando el espectador cree que él vive inmerso en la pobreza, tristeza y miedo, no se rendirá y cumplirá un papel clave en el descubrimiento de la verdad. Todas estas cuestiones reflejan la excelente profundidad de la trama y del guión. Además, hubo una buena elección de la música en el film instrumental, hasta incluso parece alegre por momentos, que representa el “circo” que es la justicia nacional y cómo se burla de los inocentes según su conveniencia. También, está elegida intencionalmente ya que la película tiene tintes de comedia que descontracturan al espectador entre tanto caos. En fin, la película demuestra, por más irónico que suene, que injusta es la justicia, aspecto bien logrado por Fernán Mirás, e invita a los espectadores el 23 de marzo a que reflexionen sobre ello.
Inspirado en una historia real, así dicen, aunque no dan mayores precisiones, el debut de Fernán Mirás detrás de cámaras es poco auspicioso. La historia no está mal, pero es tan esquemático y enfático su tratamiento, tan subrayados sus personajes, tan discursivo su contenido, que todo atisbo de denuncia roza la caricatura. Cuenta la historia de una supuesta violación en un pueblito perdido del interior. ¿Violación o relación consensuada entre dos desamparados? Desde allí asistimos a otra puja: la de una abogada de buenas intenciones (Barreiro) frente a una fiscal insoportable (Onetto) que acumula todos los defectos imaginables. Cuando la abogada defensora empieza a investigar, el mundo se le vuelve en contra. Aunque ya venía mal pisada: el día que dio la última materia, diez años atrás, no alcanzó ni a festejar porque se cayó por la boca del ascensor. Desde ese día “soy la renga de mierda”? El libro le suma más obstáculos: el viaje al pueblito perdido para hablar con los testigos, es una odisea: el comisario corrompido, los parroquianos huidizos, la mitad de sus habitantes raros. Todo está exagerado. Y el trazo grueso desactiva cualquier atisbo de denuncia. La historia daba para más. Husmear en lo entretela de los sucios manejos entre la justicia, la política y la policía suele ser material rendidor, sobre todo en épocas tan descreídas. Pero la acumulación de inconvenientes no es la mejor manera de exaltar el rol sacrificado de esta abogada que está menos asqueada en ese pueblito donde nadie le habla que en ese ambiente judicial donde todos la ignoran. El final aporta una moraleja algo cínica: Sobran culpables, en el pueblito y en los tribunales, pero al final todos se salvan y ganan.
Una historia real sobre un caso de supuesta violación es el eje central de un filme cuyo tema es mucho más interesante que su guión y su realización. Paola Barrientos, María Onetto, Darío Grandinetti y el propio director protagonizan este filme sobre las complejas aristas del amor, de la sexualidad y de la Justicia. Hay películas que sirven como ejemplos, o “estudios de caso”, como se les dice en los ámbitos académicos, de ciertos temas. En el de la película EL PESO DE LA LEY el caso a estudiar o el tema a analizar bien podría ser las diferencias entre “historia”, “guión” y “película” dentro de un proceso cinematográfico. Y me parece particularmente adecuado utilizar este filme ya que tiene todos los elementos que dejan en claro las diferencias entre cada una de esas etapas, por lo que sirve también para entender un poco mejor cómo funcionan los materiales propios del cine. Vamos a ir por puntos. Perdón por lo esquemático de la propuesta, pero me parece lo más claro para argumentar sobre lo visto. -LA HISTORIA. Uno podría decir que el corazón, el núcleo de la pelicula de Fernán Mirás es más que interesante. Y eso es algo que queda claro y en evidencia en una de las últimas escenas. Lamentablemente, no puedo dar demasiados detalles al respecto porque sería un claro spoiler de una trama que está manejada a partir de utilizar ciertos elementos de suspenso, pero digamos que –en lo profundo– la película habla de la complejidad de las relaciones amorosas y sexuales, de cómo no todo responde a criterios preestablecidos o identidades prefijadas, y que los “grises” son muchos a la hora de hablar del amor y del sexo. Es un gran tema y el ejemplo utilizado en este filme (la historia, el disparador narrativo, basado además en un caso real) permite que se lo investigue de maneras ambiguas, inteligentes, inquietantes. La trama se centra en un caso de supuesta violación en un pequeño pueblo del interior en el que acusan a un hombre de haber violado a otro. Ninguno de los dos parece ser demasiado lúcido y sus capacidades intelectuales, aparentemente, están muy por debajo de la media. Pero la situación parece más que evidente y la fiscal está dispuesta a encarcelar por doce años al sospechoso. La que no ve tan claro el caso es la abogada defensora puesta de oficio, a quien le parece un pedido de condena excesivo ante un caso del que se tienen pocas evidencias concretas. Es por eso que inicia su propia investigación acerca del tema, una que se complica porque los dos involucrados en el problema parecen no poder hablar de lo que pasó. Al conflicto hay que sumarle dos elementos extra: la fiscal Rivas (María Onetto) fue profesora de Gloria, la abogada defensora (Paola Barrientos) en la universidad, pero ahora se encuentran no solo enfrentadas por el caso sino que a Gloria le sorprende la poca seriedad con la que su admirada profesora parece tomárselo. Y la segunda es que la defensora ha quedado renga tras un severo accidente que sufrió justo después de recibirse de abogada dando un examen ante Rivas, escena que abre el filme. -EL GUION. Hay una serie de elementos planteados en EL PESO DE LA LEY que, decía, son riquísimos para investigar dramáticamente. Los problemas empiezan de ahí en adelante. El guión de Mirás y Roberto Gispert apunta para el lado de una suerte de comedia costumbrista, con toques policíacos. No aparenta ser la mejor elección. La dureza de las situaciones que se viven (el accidente de ella, la violación en sí, las incómodas pericias que se hacen después) no son del todo aptas para hacer bromas al respecto. Pero como si se tratara de una especie de sketch o comedia televisiva de hace algunas décadas, los personajes y las situaciones se manejan en ese tono, que empieza siendo sorpresivo –uno al principio duda si los guionistas buscan un efecto cómico o si se produce a pesar suyo– para pronto pasar a ser entre desagradable y repulsivo. Los personajes (y no solo los del pueblo, cuya poca ductilidad con las palabras podría estar dramáticamente justificado, si se quiere) hablan todos como si estuvieran en la mesa de Polémica en el bar, o algún programa por el estilo. La fiscal le dice “renga” en la cara a la abogada, se tira un “puto” por ahí, un “mogólico” por allá, un “se la come” entre uno y otro. Si bien la idea de mostrar que los abogados no hablan entre sí casualmente de manera académica puede ser buena, ya hay un exceso de banalidad en su manera de expresarse. Una cosa es tratar de mostrarlos “al natural”, otra es transformarlos en la barra brava de Chacarita. Además del tono, las escenas no parecen conducir hacia ningún lado, al menos en lo que respecta al elemento policíaco del filme. Claro que un policial puede avanzar poco y nada narrativamente pero ser rico en los recursos y aristas que investiga en el camino (los casos más claros son los “policiales” rumanos), pero este tampoco apunta hacia allá. Se plantea como una serie de conversaciones en un tono que pretende estar en el límite entre la comedia y el drama, pero por la manera en la que los actores están dirigidos y, específicamente, por las banalidades que expresan, uno supone que se busca que el espectador se ría de esta comedia de tontos de pueblo y abogados truchos. Algo que, al menos en mi caso, jamás sucedió. Más bien lo que crecía era la irritación. -LA DIRECCION. Como decía antes: los actores están haciendo una comedia. No sé cuáles ni cómo fueron las conversaciones con Mirás, pero Onetto y Barrientos juegan su torneo actoral allá arriba, donde la sobreactuación se choca con la enunciación teatral y donde todo es ampuloso, impostado, falso. Grandinetti, en un papel secundario, está apenas unos escalones más abajo y, en general, la gente del pueblo participa poco y nada, son como testigos prejuiciosos de su propia película. En especial, el acusado (Daniel Lambertini) y la víctima (el propio Mirás) que terminan siendo personajes secundarios de su propia historia. La película tampoco se destaca estéticamente, y si bien está profesionalmente realizada y hasta con algunos planos con cierto “lucimiento” (como el del accidente inicial, algunas tomas aéreas o una secuencia en un bosque) pronto queda al servicio de los diálogos. Lo cual no estaría necesariamente mal si los diálogos fueran interesantes o condujeran hacia algún lado. Pero no. En ellos, básicamente, una y otra vez, Gloria da a entender que cree que no fue violación lo que sucedió aunque no sabe bien qué es lo que fue. Y se tiran un par de guasadas, a ver si alguien se suma al chiste del caso del tipo violado… -CONCLUSION. Los que no hayan visto la película o no quieran enterarse de la relativamente previsible resolución del caso, pueden dejar de leer acá. Spoilers: sobre el final queda claro que no se trató de una violación sino que entre las dos personas existe un vínculo romántico/sexual/amoroso al que no le pueden poner nombre tanto por sus propias limitaciones intelectuales (de uno de ellos, especialmente) y porque escapa de las lógicas sexuales convencionales que existen en un pueblo chico de provincia. Una de las últimas escenas, en la que se muestra al acusador y al acusado encontrándose y teniendo un momento de cierta intimidad, a uno le cae por la cabeza, como un mazazo, la otra película que EL PESO DE LA LEY podría haber sido. Una que profundice, respetuosamente, en los complejos sentimientos y actitudes de estas dos personas, aún utilizando la estructura más o menos clásica del filme de juicio. Es una escena sola que deja ver a esa otra película, mucho mejor, que alguien dejó en el camino para lanzarse a hacer una comedia costumbrista donde menos correspondía.
UN DEBUT CON IDEAS E INQUIETUDES Si tenemos en cuenta la serie de elementos que hacen ruido dentro de la película (sobreactuaciones, acumulación de temas importantes, diversos tonos que no fluyen con comodidad) podemos llegar a decir que el debut en la dirección del actor Fernán Mirás es más que aceptable. Es que El peso de la ley logra llegar -no sin dificultades- a buen puerto, en buena medida gracias a la presencia de un humor asordinado que rompe con la potencial solemnidad de la historia y que le aporta un sentido a lo que por momentos parece un cambalache; humor que por otra parte podemos adjudicar a un toque autoral rastreable fácilmente en la carrera como actor de Mirás. El guión es de Roberto Gispert, actor y socio de Mirás que le acercó esta historia real ocurrida en un pueblo y en la que un hombre es acusado de abusar sexualmente de un compañero de trabajo con problemas mentales. Hacia allí terminará llegando una abogada curtida y un tanto desencantada del funcionamiento del sistema judicial, que será en definitiva el centro moral del relato: porque más allá de su desilusión, no cejará en su intento por encontrar lo más cercano a la verdad mientras driblea entre un grupo de personajes bastante desagradables. El peso de la ley ahondará a partir de ahí en dos territorios que avanzan en paralelo y no siempre de manera fluida: el primero y más fuerte es el judicial, con sus pasillos, sus oficinas en sótanos herrumbrosos, sus disputas de poder y, fundamentalmente, sus miradas clasistas sobre las víctimas, los victimarios y la justicia, que a veces está resuelta con demasiada simpleza o poco rigor (el estereotipado personaje de María Onetto es de lo peor). El otro territorio que trabaja el film es el de la mirada socarrona sobre la vida en los pueblos, en un registro que no evita ni el grotesco ni el absurdo desaforado. Uno de los aciertos fundamentales de Mirás como director es que su mirada sobre el pueblo y sobre una serie de personajes que bordean la idiotez nunca atraviesa el fino límite que va de la sátira a la misantropía. Digamos, El peso de la ley merodea el espíritu de muchas de las películas de los hermanos Coen, pero lo que en ellos es una distancia canchera aquí se establece sólo como una forma de acercamiento al objeto observado, que puede ser también la de los abogados de la ciudad sobre el pueblo aunque el punto de vista no siempre está delimitado a los personajes y parte muchas veces de la propia película. También es cierto que en ocasiones ese retrato parece un poco excesivo y que algunas actuaciones están varios tonos por arriba de lo aconsejable (si es algo deliberado o falta de pericia del director, es algo que no sabremos). Sorprende en muchas ocasiones que siendo Mirás un actor, lo que menos sobresalga en su película sean precisamente las actuaciones, a excepción de Paola Barrientos como esa abogada profesional y obsesiva. El peso de la ley está ambientada en los 80’s y no casualmente la película está contaminada por muchos de los tics del cine argentino de aquellos años: es ruidosa, gritona, exhibicionista, poco sutil. Sin embargo en la aproximación humorística mencionada anteriormente, que parece innata al espíritu del propio Mirás, se encuentra la autoconsciencia para licuar el potencial negativo de aquellos recursos y reconvertirlos en algo un poco más interesante. Por eso es también que extraña que esa apuesta por el absurdo se encuentre un poco limitada por las obligaciones que imponen la subtrama policial y la bajada de línea judicial y social: el peso de la ley termina siendo algo que pende no sólo sobre los personajes, sino también sobre el propio film. En ese sentido, todo el viaje al pueblo se siente como una derivación que convierte a la película en un relato algo fragmentario y fallido al que le cuesta un rato largo encontrar el tono adecuado, y que aparece recién sobre la última parte cuando la trama principal comienza a resolverse. En todo caso, El peso de la ley tiene en Fernán Mirás a un director con inquietudes, y son esas inquietudes la que permiten que un relato con ciertas convenciones encuentre sus particularidades y distinciones. Básicamente, lo que un buen director de cine sabe hacer.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs. (por excepción sabado de 21-22hs.)
Crítica emitida por radio.
Un caso real enmarcado en los tiempos previos a la vuelta a la democracia, es la clave sobre la que Fernán Mirás presenta su opera prima como director: El peso de la ley, una acertada apuesta que logra enredarse en los vericuetos del sistema judicial argentino sin dejar de entretener al espectador. Gloria es una abogada que ejerce su vocación de defensora desde las oficinas más recónditas de un juzgado penal, en un sistema judicial totalmente abarrotado por el papeleo, la sobrecarga de trabajo y la impersonalidad de los expedientes que atienden. Por ciertos vericuetos del destino acapara su interés un caso de violación en un pueblo lejano y olvidado cuya investigación le parece, cuanto menos, vaga. Al encontrar que la fiscal pide una pena excesiva sin argumentaciones válidas, decide ponerse a investigar. Ahí conoce a Manfredo y el Gringo -los dos protagonistas reales de la historia-, quienes, desde la marginalidad de su lugar en la sociedad, se ven coartados en sus derechos, opiniones y voluntades, y es ahí cuando Gloria decide llevar hasta las últimas consecuencias la investigación del caso. El peso de la ley toma este caso real y tiene el gran acierto de transformarlo en un hecho mucho más cinematográfico que el clásico drama de corte legal. La película logra, al mismo tiempo que cuenta la historia y hace una dura crítica al sistema judicial de nuestro país, hacer una apuesta cinematográfica contundente, mezclando el género de comedia y el drama judicial y agregando la impronta contemplativa tan característica del cine de nuestro país. En este difícil camino del cambio de géneros y ritmos se mueve un elenco encabezado por Paola Barrientos, quien encarna a Gloria, que transita el espectro de lo tragicómico de su personaje a lo dramático de la realidad que observa, sintiéndose imposibilitada de ayudar. Su contraparte, la fiscal del caso, es interpretada por María Onetto, otro genial personaje que deambula entre el código de actuación casi grotesco en la comedia y con monólogos de alto dramatismo cuando así lo exige la trama. También destacan desde lo actoral Daniel Lambertini como el Gringo y el propio Mirás en el papel de Manfredo. Ambos logran encontrar en sus personajes una química diferente a la que usualmente se ve en la pantalla, con un tono de realismo conmovedor. Atrapante y angustiante, El peso de la ley es un muy buen producto cinematográfico que logra combinar el cine de género con lo autoral, sin que su ritmo decaiga y logrando que el espectador se entretenga a lo largo de toda la trama. Muy recomendable estreno para no dejar pasar.
(Emitida también por Radio La Red) “El peso de la ley” es la ópera prima de Fernán Mirás. Escrita en conjunto con el abogado Roberto Gispert, narra una disputa judicial (basada en hechos reales) entre una fiscal y una abogada de oficio en torno a una supuesta violación a un discapacitado. Sostenida por las notables actuaciones de Paola Barrientos, María Onetto y Dario Grandinetti, este film reflexiona sobre la Justicia, sobre el lobby, los vínculos e intereses oscuros del sector judicial. A pesar de que el guión propone un acercamiento al absurdo, a algunas caricaturas y estereotipos, “El peso de la ley” resulta un debut prometedor de Mirás (que también actúa), sólido y valiente en su retrato de la llamada familia judicial, con momentos valiosos gracias al contrapunto actoral de sus protagonistas.
No hace falta que presentemos a Fernán Mirás; su trayectoria en la actuación tanto de cine, como teatro y televisión, habla por sí sola. El peso de la ley lo afronta a un nuevo desafío, arriesgado, que podría dejarlo en el más directo oportunismo; su ópera prima como director y guionista. Siempre que un actor de cierta fama da el paso detrás de cámara, existe una suerte de prejuicio sobre cuánta de esa “fama” utiliza para aferrarse al nuevo proyecto, y cuánto de profesionalismo persiste en alguien que se ubica en ambos lados. Bueno, desterremos dudas, El peso de la ley es una de las mejores propuestas dramáticas de denuncia de los últimos años en el cine nacional. Con un guion co-escrito por el también productor, y abogado, Roberto Gispert; se toma un caso real ocurrido hace más de treinta años como botón de muestra para una postura sobre diferentes cuestiones que están en el debatir regular de la sociedad, principalmente el accionar del Poder Judicial y todos sus engranajes. Pero no es solo la solidez de un guion sin fisuras lo que hace a El Peso de la Ley la gran propuesta que es. Mirás se rodeó de un equipo técnico de máximo rigor; y tuvo a su alcance un elenco sobresaliente, compenetrado con sus personajes y, sobre todo, creíbles. Claro que ninguna de estas piezas funcionaria sin el director de orquesta que encastre todo correctamente. Sin regodearnos en una ampulosa puesta de época, nos ubicamos en los primeros años de la vuelta de la democracia en nuestro país. Gloria Soriano (Paola Barrientos, arrodíllense ante ella) es una abogada, defensora oficial, que el día que se recibió en la Facultad de Derecho sufrió un “percance” con el ascensor que la dejó renga. Desganada, superada por la cantidad de expedientes, y frustrada ante la triste realidad de creer nunca haber defendido a un inocente; llega ante ella un caso que no pareciera tener nada de particular, es más, hasta se ve casi resuelto; simplemente a ella, por alguna razón, le interesa. En el pueblo El Olvidado, un barrendero, El Gringo (Daniel Lambertini) es acusado de haber violado a su compañero de trabajo, Manfredo Doméstico (el propio Fernán Mirás) de aparente deficiencia mental. Quizás lo que llame la atención de Gloria sea que la fiscal del caso es su ex profesora Mercedes Rivas (María Onetto), alguien a quien considera intachable, pero que entrega una acusación por doce años de prisión en solo una carilla. Ese llamado de atención despierta algo en Gloria que creía dormido, y la lleva hasta El Olvidado en donde la esperan algunas sorpresas. Mientras tanto, por los pasillos de Tribunales, Rivas hace su juego, que incluye la manipulación al juez de la causa Marcelo Ferrera (Darío Grandinetti). Probablemente sea la posibilidad de haber contado con un abogado en los escritos y basarse en un hecho real (que según palabras del director es mucho más grave de lo que se ve en pantalla, y para pruebas puede observarse en la página web de la película); lo cierto es que El peso de la ley juega siempre las cartas de la honestidad y la verosimilitud. Más allá de optar por un acertado tono cercano a la comedia (ese humor irónico y carismático tan propio de la personalidad de Mirás); todo lo que se ve no hay dudas de que puede ser real, de que las cosas pueden haber sido tal cual se muestran. A diferencia de, por ejemplo, El Secreto de sus Ojos, aquí no hay seres épicos que luchan en un océano sucio. La propia Gloria y su secretario (Darío Barassi), pertenecen a ese mismo engranaje en el que las cosas se dejan pasar en el que hace rato se bajaron los brazos, y en el que luchar por una salida rápida es más fácil que hacer su trabajo tal cual marca la ley. La gente del pueblo, más allá de sus actitudes, serán las víctimas de este sistema. Pero no todo se circunscribe a la esfera de lo judicial, a medida que avance el relato, el abanico se irá abriendo hacia otras esferas; los obvios prejuicios porteños hacia la “gente del interior”, las tradiciones de esos pueblos que tienen sus mecánicas internas y hasta, sin spoilear, un relato LGBT diferente a lo que se acostumbra y de una interesante sensibilidad. La banda sonora acompaña en momentos precisos con sinfonías de Bach que aportan a ese clima entre sereno y cercano a la comedia, como si la visión de la protagonista no pudiese creer lo que enfrenta. La fotografía aprovecha los escenarios abiertos de Nechochea para recrear El Olvidado, pero cambia cuando se traslada al ámbito judicial para expresar el encierro y la falta de respiro y claridad de ese lugar. Planos y contraplanos, picados, metáforas alegóricas, Mirás se vale de recursos de extrema profesionalidad para hacer que su película también se exprese en imágenes y le otorga un ritmo dinámico que no decae y hasta apasiona. Prueben no gritar de impotencia frente a la escena de la pericia psiquiátrica. Ya hablamos de Barrientos pero es importante remarcarlo, estamos frente a una de nuestras mejores actrices en la actualidad. Gloria es un cúmulo de tics sutiles, maneja un vocabulario real, y una forma de ser sincera. Barrientos la ama y lo transmite a la pantalla; es un gran personaje en una gran actriz, de fuerte compromiso con la pantalla. Pero no está sola; ya se sabe, si María Onetto se quiere hacer odiar, la vas a odiar, Rivas es el conjunto de todo lo que el común de los ciudadanos creemos que está mal en la justicia. Es soberbia, arrogante, oportunista, corrupta, y antepone su propio interés de ascenso por sobre la posibilidad de hacer justicia. Grandinetti quizás necesitó de algo más de tiempo en pantalla, o es lo que nos hubiese gustado, porque el juez que interpreta sorprende por ser diferente a todo lo que le vimos interpretar, tiene características visibles, pero jamás caen en un estereotipo o exageración. A este trío lo acompaña un sólido elenco en el que también se destacan el mencionado Barassi, Pacha Rosso, Jorgelina Aruzzi en otro rol brillante, Mirás que también luce convincente en un personaje de gran ternura y de difícil composición, y un conjunto de actores marplatenses que no presentan dificultades, todos están en su justa medida a pedido de lo que pide la propuesta con una dirección actoral notoria aceitada que fortalece la química entre ellos. No alcanzan los elogios para una película tan sorprendente como El peso de la ley; que no necesita de ser ampulosa, que se da el lujo de ser declamatoria y arrojar duras sentencias, que ofrece algunos duelos actorales memorables; y sobre todo que nos deja pensando y planta muy firme frente a algunas denuncias que bien pueden trasladarse a la actualidad vivida en estos días. Excelente. Imperdible.
Fallida ópera prima de Fernán Mirás, otro de los actores populares que se pone detrás de cámara para dirigir y coprotagonizar “El Peso de la Ley” (2017), una propuesta que estética e ideológicamente atrasa muchos años en la producción nacional. Con una escena inicial bastante complicada, el director comenzará a desandar los pasos de Gloria (Paola Barrientos) una abogada con espíritu aguerrido y una vocación por defender a los desprotegidos creciente, pero que con el correr de los años se terminó por transformar en una rata de oficina que no sale a ver el sol más que si necesita ir a buscar algún expediente a otro edificio. Cuando un día un caso llega a sus manos, con la particularidad de estar firmado por una ex profesora suya que admiraba (María Onetto), la mujer decide poner manos a la obra y profundizar en la información que indica la foja y media que terminó por condenar a un hombre tras las rejas. De esa abulia y aburrimiento profesional, Gloria, termina por reencontrarse consigo misma y comenzará a avanzar en el caso, el que, sin saberlo, posee un detrás interesante en el que está involucrado un pueblo. La corrupción, la mentira, el engaño, son parte del caso, por lo que la abogada deberá comenzar a desandar los días del acusado, y también de la víctima (Mirás), mientras lucha con el juez que lleva la causa (Darío Grandinetti) y la fiscal que no es otra que la profesora anteriormente mencionada (Onetto). A estos cuatro personajes, además, se les sumará una serie de secundarios que configurarán el cuerpo necesario para que la narración avance y sume conflictos a la misma, todo registrado con una cámara que acompaña, pero que también busca algún vuelo, principalmente en tomas aéreas. La banda sonora, una melodía costumbrista interpretada en piano, taladra los tímpanos del espectador, el que deberá conformarse con diálogos poco felices sobre aspectos que hoy en día, gracias a Dios, la sociedad ya ha podido transformar y aceptar. “El peso de la Ley” busca desnudar el back de la justicia, sin repetir fórmulas o estereotipos de producciones extranjeras en las que un abogado/a posee el mismo glamour que un modelo de portada de revista. Barrientos compone su personaje con solidez, aún con algunos trazos gruesos marcados por un guion que no encuentra el tono ideal para que la verosimilitud del cuento aparezca, y por ende, la consolidación del relato como tal. El resto del elenco acompaña, como puede, algunos con muchos manierismos ya vistos en infinidad de oportunidades (Grandinetti) y otros en roles incómodos, por lo que terminan de construir su actuación desde un lugar casi bizarro (Onetto). Así y todo, por momentos, “El peso de la Ley” puede superar obstáculos que su propia forma le impone, con un formato cuasi televisivo, tal vez, heredado de la vasta experiencia del director en ese tipo de soporte. Al no decidir por un tono en particular, o la comedia, o el drama, las idas y venidas del registro resienten la historia de una película, que lamentablemente tenía mucho para crecer, pero que prefirió quedarse en una zona de confort sin apegarse a algunas reglas del género.
El debut cinematográfico del actor Fernan Miras en función de director no podría haber contado con mejor idea inicial, basado en hechos reales ocurridos en la década de 1980 en un pueblo del interior del país. Es ahí, ambientado en esos años, donde se desarrollan la mayoría de las escenas. Pueblo chico, infierno grande. La idea principal, esa que justifica la producción misma, está dado en el tono de denuncia sobre la aplicación de la justicia. Y si algo va a favor son las interpretaciones, incluida la del mismísimo realizador quien se preservó para sí un personaje que con su sóla presentación genera empatía en el espectador. El tema, o los temas, por el que circula la narración, la historia de dos hombres presentados casi como subhumanos, en el que los limites de lo moral se cruzan y atraviesan por supuestos lugares del deseo, o bien ser sólo ese recorrido que hace la heroína de turno, y que podría estar definido por el Deuteronomio 16:20 “Justicia, Justicia perseguirás”. Desde este punto es que el relato (los relatos) atrapa, hace suyo al espectador desde un principio, por los personajes, de cómo están presentados hasta que se establecen los distintos conflictos. La historia tiene como eje un caso en el que un hombre, apodado El Gringo (Daniel Lambertini), acusado de haber violado a Manfredo (Fernán Mirás), compañeros de trabajo, el primero signado por el alcohol y la violencia, el segundo con el peso de un diagnostico de deficiente mental. Esta sería una de las tramas. En forma paralela nos presentan a quienes serán el protagonista principal de la historia, y su histórica antagonista. En realidad podría verse como una “road movie” dentro del personaje de Gloria, una defensora de oficio de la justicia, quien el mismo día que rinde el último final, accidente mediante, se transforma en una abogada discapacitada de manera simultánea. A Gloria Soriano (Paola Barrientos) siempre le ha tocado defender lo indefendible, acusados todos culpables, sorprendidos en pleno acto ilegal, fuera cual fuera éste. Hasta que le llega un caso, en el que los hechos no son de la claridad necesaria. Decide investigar, y en ese viaje de la gran ciudad a un pueblito perdido, de un saber sus espacios, la fauna humana con quienes convive a diario y sus códigos, a la ignorancia total de quienes habitan el lugar donde ocurrieron los hechos, transita la historia. El problema principal del filme que nunca termina por definirse, pasa del drama a la comedia sin razón alguna, por momentos parece querer establecerse como un thriller pero con menos suspenso que “Caperucita Roja”. No se sabe si es intencional el que provoque risa o una mera confusión de sus hacedores principales de confundir grotesco con patético, como si fuese igual. La misma rigidez con que luego de la presentación son construidos y desarrollados los personajes, una sensación de maniqueísmo absoluto y absurdo. Una fiscal perversa y malvada por antonomasia y una abogada defensora de oficio buena por definición, en medio todos las tipologías que desee, hasta la de un juez que no oculta sus inclinaciones sexuales. Caída estrepitosa en lo actualmente políticamente correcto, las elecciones sexuales, todas aceptadas y comprendidas en una sociedad que todavía hoy juzga. Desde los aspectos técnicos son de una corrección incondicional, sin búsqueda de ninguna naturaleza, ni estética ni de rupturas del lenguaje, donde los actores hacen con lo que le dan, en el que los diálogos pueriles corren en paralelo, y que no tienen una finalidad concreta. El Talmud explica que la repetición de la palabra justicia en esa famosa frase se debe a que la primera refiere a la equidad, pero la segunda se refuerza en la búsqueda de la verdad La fiscal Rivas en el cuerpo de Maria Onetto, hace que el odio que se establece en el espectador para con ella, desde la primera escena perdura hasta varias horas después de salir de la sala de proyección. Gloria Soriano, en cambio tiene más matices, puede engendrar otras mascaras, exponerlas, cambiarlas, se termina empatizando con ella, pero sola no alcanza para sacar al texto de una mediocridad exacerbada.
Justicia con mala pata La Justicia parece no estar a la altura del mundo de los justos. Y si los involucrados son de la Argentina, mucho peor. Basado en un caso real que supo despertar polémicas y burlas en el Tribunal de Mar del Plata, Fernán Mirás bebió de esa historia para componer su debut como director. Y pese a que la película tiene buenos momentos y otros no tan logrados, goza de los atributos suficientes como para disfrutarla en el cine. Es la historia de Gloria Soriano (Barrientos), una abogada que ostenta un récord difícil de empardar: en toda su carrera jamás le tocó defender a un inocente. Quizá por eso está ante una crisis vocacional y enfrenta un hastío tan lúgubre como su oficina, tapada de expedientes. Hasta que un día encuentra un caso que la despierta. Incluso la invita a investigar y caminar las calles de un pueblo perdido, pese a una renguera crónica que funciona como metáfora de la mala pata de la Justicia. Pero se topará con obstáculos difíciles de saltar. Primero la fiscal Rivas (Onetto), que no es otra que esa profesora que admiraba, y que hasta le dio el título al rendir su último materia en la facultad. Pero ahora es detestable, y sólo le interesa ascender a jueza, para lo que deberá contar con el guiño de un juez (Grandinetti), que también tiene algún muerto en el placard. Mirás, que también compone un personaje además de coescribir el guión y dirigir, modeló una película de actores. El trío protagónico es impecable. Barrientos, Grandinetti y Onetto funcionan a la perfección como un bloque homogéneo de alto vuelo. A la película le falta dinámica en la primera mitad y tiene discursos demasiado cerraditos, lo que por momentos es un golazo y por otros atenta contra la frescura de la propuesta. Pese a esto, es un buen debut de Fernán Mirás tras las cámaras.