El payaso del mal

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Matar a un niño

‘El payaso del mal’ no es una gran película pero es el debut de un director
al que habrá que prestarle atención.

En el afiche de El payaso del mal sobresale el nombre de Eli Roth, uno de los productores y estrella del cine de terror estadounidense. Pero al que hay que observar con atención es a Jon Watts, el director, que como todavía no es muy conocido no tuvo la suerte de ver estimulado su ego de la misma manera. Sólo es cuestión de tiempo: El payaso del mal es su primera película pero ya estrenó la segunda (Cop Car, con Kevin Bacon) y fue contratado por Marvel para dirigir el año que viene un nuevo reboot de Spider Man dentro del Marvel Cinematic Universe.

Digo que a Jon Watts hay que observarlo con atención porque a pesar de que El payaso del mal no es un gran película, deja entrever un director inteligente que tiene muy claros los resortes del género (el terror, en este caso). El problema es que aunque la historia empieza con una idea fuerte y precisa y la progresión dramática de la primera media hora sea prolija y apasionante, a partir de un momento toma un rumbo que le quita interés y la arroja a un bache, del que emerge en los últimos veinte minutos para un final correcto pero sin sorpresas.

La película empieza enseguida, sin prólogos innecesarios, y esa es su primera virtud. Kent (excelente Andy Powers) tiene que conseguir un payaso de urgencia para el cumpleaños de su hijo y encuentra un traje guardado en un viejo cofre. Se lo pone y, después de la fiesta, no se lo puede sacar. El tópico del payaso terrorífico se suma al del protagonista atrapado en una situación inexplicable al que nadie le cree. El resultado es una primera media hora apasionante que surfea entre el humor negro y el gore con una picardía perfecta.

Pero la transformación de Kent en un payaso maligno ocurre demasiado rápido y el foco de la película pasa a su mujer, Meg (una no tan convincente Laura Allen). Ahí es donde El payaso del mal empieza a perder potencia: la historia se extravía en explicaciones mitológicas acerca del origen de la maldición y el terror juguetón cede ante el suspenso y el thriller; Kent sale de la cancha y entra Meg; ambos cambios son para peor. En ese sentido, los extensos 100 minutos de película no ayudan. (Tengo la teoría no muy fundamentada de que las películas de terror deberían durar menos de 90 minutos.)

Más allá de estos problemas, hay algo en El payaso del mal que resulta irresistible: la crueldad para con niños y animales. Es célebre el arrepentimiento de Alfred Hitchcock por haber matado a un niño en Sabotaje y Truffaut, en ese mismo diálogo publicado en El cine según Hitchcock, dijo que es “un abuso de poder”. Pero la historia de Watts y Christopher D. Ford está cimentada sobre la acechanza del payaso asesino de niños y la muerte del primero traspasa un límite: Hitchcock lo traspasó y se arrepintió, Watts y Ford lo hacen a conciencia.

La dupla vuelve a torturar niños en Cop Car, una película bastante superior que se estrenó este año en la sección Park City at Midnight del Festival de Sundance, sobre un policía corrupto y violento que persigue a dos chicos que robaron su auto. Algunos podrían escandalizarse por la decisión de Marvel de darle Spider Man a este torturador de niños, pero creo que Kevin Feige y compañía han dado en la tecla. Jon Watts no es un sádico: es muy vivo y sabe que, mientras vemos películas de terror, todos somos niños de 10 años.