El otro lado del éxito

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Parada en el medio de la vida

Binoche interpreta una actriz que ya no cuenta con los privilegios de la juventud. El deber ser, en magnífica alegoría.

¿Se puede recuperar la inocencia? ¿La juventud es mejor que la madurez?

Es gratificante ver cómo la vida y el arte se entrecruzan y enlazan en El otro lado del éxito. Como un drama dentro de otro, con una actriz adulta parada en el medio de la vida, es de esas películas que crecen a medida que la trama se desarrolla, hasta arribar a una conclusión que cierra a la perfección.

Olivier Assayas escribió el papel de María pensando en Juliette Binoche, a quien conoce desde hace veinte años y mantiene una amistad con ella. Cuánto hay de la actriz de Bleu es una incógnita, pero mucho más atractivo es sumergirse en la psiquis de María, sus contratiempos, las dudas de un personaje femenino que se debate entre el deber ser y el hacer, como mujer, y como actriz, que no es precisamente lo mismo.

Allí está María, en estos tiempos modernos en los que los preadolescentes, los escándalos e Internet gobiernan lo que debe ser, o al menos debe ser visto. Pero “los gustos se gastan como los deseos”...

Básicamente María está haciendo papeles para los que su edad no sería la correcta. Ya no cuenta con los privilegios que da la juventud.

La punta del ovillo es la oferta para interpretar en teatro, en Londres, una adaptación del filme que, cuando joven, la volvió famosa. Pero ya no como Sigrid, la joven asistente de una empresaria a la que seduce y manipula, sino ser Helena. El reflejo de María es Val (Kristen Stewart), su asistente personal, la que la atiza para aceptar el rol de Helena, pero dándole a entender las diferencias entre su pasado y el presente. ¿La crueldad es genial, y el sufrimiento “no da”?

Los momentos que comparten ambas actrices, son, lejos, lo mejor de esta gran película de Assayas, que como Francois Ozon sabe dilucidar qué es el alma femenina y se dedica a escudriñar a María sin temores.

El director de Los destinos sentimentales invita de manera constante a la reflexión. “El texto es un objeto, varía según el punto de vista”, dice sabiamente Valentine, la joven... madura. Cuando ambas discuten sobre la actuación, el cine y las maneras de comprender, primero, e interpretar un personaje y un texto no tienen desperdicio, además de una cuota de humor. Cómo los jóvenes pueden encontrar en el cine de masas una vertiente filosófica, es una sabia manera de hacer converger y contraponer nuevas y antiguas maneras de ver el fenómeno que es el cine, y también el teatro.

Porque ¿no es irónico que Val sea Stewart, y salgan de su boca diatribas contra el Hollywood que ella misma interpreta? Sí, lo es, y está muy bien que haya sido la elegida. El desdoblamiento, la metáfora con las nubes que recorren un valle en los Alpes suizos en forma de serpiente, todo, alegóricamente o no, está allí para disfrutar.